Capítulo 8. Parte 1


Bosque, reino de los taüre.

La llevaron hasta donde él estaba. Se encontraba de espaldas a ellos mirando el lago, con la resplandeciente luna llena frente a él, como si ésta también quisiera ser espectadora de lo que iba a pasar.

—La hemos traído, Ray —notó cómo sus hombros se tensaban.

Había sido un camino de vuelta largo, sus pies descalzos le dolían, y su ánimo estaba por los suelos. No había dejado de echarle miradas al chico que la había impedido hacer cualquier tontería. Sabía exactamente quién era, pero ¿él sabría quién era ella? Se habían visto en pocas ocasiones, pero la joven mantenía su rostro grabado en su memoria, siempre había sentido curiosidad hacia él.

En silencio, había asentido a su ruego sobre no descubrir su identidad, porque estaba de acuerdo con él. Si lo hacían, lo matarían.

—Dejadnos solos —ordenó el líder taüre, y poco a poco sus hombres fueron retrocediendo hasta dejarlos cómo había pedido. Completamente solos—. Creía que teníamos un trato —continuó diciendo sin darse la vuelta—. Y, aun así, cuándo observé la expresión de tu cara esta noche, no me quedó duda de cuál sería tu siguiente paso.

—¡Mi familia está en peligro! —chilló ella, dando un paso hacía él—. No pretenderás que me quede aquí tranquila mientras hay infiltrados en Cirzia que venden a nuestro reino.

—La información que me pasan no es para adelantarme a ellos y atacar —Ray al fin se dio la vuelta, y lo que la joven vio en su expresión no tenía nada que ver con enfado. Lo que encontró fue algo que a ella también le dolió: Decepción—. Si no para saber el estado en el que está.

—¿Y cómo puedo confiar en que eso es verdad?

—La noche en que unimos nuestras manos, decidimos confiar el uno en el otro —agachándose, cogió una piedra que había a sus pies y la joven se asustó.

—Tú no lo has hecho si has ordenado que me siguieran —miró a su alrededor, calculando hacia donde salir corriendo si se daba la situación.

—Durante todo este tiempo que hemos pasado juntos, he sido capaz de conocerte muy bien —dándose la vuelta otra vez, lanzó la piedra hacia el lago haciendo que rebotara sobre la superficie un par de veces—. Eres como un libro abierto, y aunque tenía mis dudas de lo que ibas hacer esta noche, no te veía capaz de llevarlo al completo. Había ordenado que, si llegado el momento no titubeabas, te detuvieran.

—Gracias por haberme creado esperanzas —a ella le dieron ganas de coger una piedra y tirársela a él.

—¿Esperanzas de qué? ¿De volver a casa? —nuevamente la encaró, y su mirada se había tornado más dura.

—¡Sí!

—Pero, ¿no ves que no eres lo suficientemente importante para ellos como para cambiarte? —se acercó a ella en dos pasos y colocando sus manos sobre sus hombros, quiso intentar hacerla comprender—. Si fueras mi hija, aceptaría cualquier cosa con tal de tenerte de vuelta —los ojos de ella se llenaron de lágrimas—. Creía que lo habías entendido. Y que odiabas eso de ellos tanto como yo.

—Y lo hago —liberándose de su agarre, se limpió una lágrima—. Pero esta noche, por primera vez, sentí miedo por ellos.

Se fue alejando de él, y acercándose al lago se agachó sobre éste. La luz de la luna hacía que pudiera ver su reflejo, y por un momento tardó en reconocerse. Su cabello castaño claro se había aclarado aún más por las horas que pasaba bajo el sol, y lo llevaba alborotado por el viento. Sus ojos azules, brillaban con más intensidad por las emociones de aquella noche. Y su piel, había dejado atrás la textura aterciopelada. Se estaba convirtiendo en otro tipo de persona.

—Y no saben la suerte que tienen de tenerte —le dijo él a su espalda, permitiéndole el espacio que necesitaba.

La miró detenidamente, entendiendo cómo se sentía. Ya había vivido esa situación años atrás, cuando la persona a la que había entregado todo su corazón estaba entre el amor de su vida, o la lealtad hacia su familia. Y cuando eligió un bando, todo cambió. No esperaba que la joven hiciera lo mismo, no la había hecho elegir, sólo quería que tuviera un poco más de paciencia.

—Te prometí que volverías a casa —le volvió a decir, esperanzado—. Y lo harás. Sólo necesito un poco más de tiempo.

—¿Para qué tus infiltrados ataquen? —le preguntó ella duramente.

—Como te he dicho ya, su papel es proteger lo que no me quieren devolver. Y lo sabes bien, por eso necesito tu ayuda.

—¿Cuánto tiempo más?

—Aún no lo sé —se llevó los dedos índices a los ojos cerrados, y se los masajeó. Se estaba desesperando, y la entendía perfectamente—. Espero que pronto.

—Si no cumples tu palabra —aún agachada giró la cabeza para encararlo—, volveré a escapar. Y no pararé hasta que llegue a Cirzia o acabes con mi vida.

Esa amenaza le dolió a Ray, no porque lo estuviera presionando, sino porque había depositado en ella toda su confianza y el ver cómo le estaba hablando en ese instante, y cómo lo miraba... le rompió. De verdad la había sentido como si formara parte de su familia.

—Tengo miedo —confesó Ray—. Porque es la primera vez que siento que debo de hacer las cosas bien, tanto para lo que es mío como para ti. Y tengo miedo de equivocarme en mi decisión, y en que te deje volver a casa en el momento equivocado me haga perderla para siempre. Tengo miedo de dar un paso en falso. Y siento que todo esto te esté irritando tanto. Pero cumpliré con mi promesa. Siempre lo hago.

Notó como sus hombros se relajaban, sus palabras habían conseguido hacer mella en su interior.

—¿Te he contado alguna vez que a ella también le entraron dudas? —continuó él queriendo quitarle importancia a la tensión creada. Se acercó a ella y sentándose a su lado, metió los pies en el lago, aunque hiciera un frío horrible y el agua tuviera que estar prácticamente congelada.

—No nos compares —ella también se sentó, pero sin atreverse a tocar el agua—. Ella vino aquí por elección, no porque la secuestraran.

—Cierto. Pero incluso aunque lo hiciera por amor, no dejaba de pensar en su hogar. Y eso que su padre nunca había sido bueno con ella.

—No me extraña, las grandes casas que lideran Cirzia son gobernadas por hombres sin escrúpulos —dijo ella, y sintió un escalofrío recorrerle la espalda, y no era por el frío.

—Y, aun así, Cirzia está llena de personas bondadosas —giró la cabeza hacia ella, buscando sus ojos—. Todas aquellas personas que he conocido, excluyendo los lideres, me han demostrado que vale la pena luchar por la unificación.

—Nunca lo conseguirás —le dijo ella, sonriéndole con burla—. Son testarudos y os odian.

—Por algo me eligieron como rey taüre —él le devolvió la sonrisa—. Porque no me conformo con un no.

Ray le chocó el hombro y ambos rieron. Al fin, la tensión se había disuadido. Comenzaban a disfrutar de la compañía del otro sin pensar en el porqué de su unión.

—¿Me vas a contar la historia o qué? Sé que lo estás deseando —relajándose, se tumbó sobre la hierba y cerró los ojos. Con su intento de huida no había dormido nada, y sentía que, aunque hiciera frío, podía dormirse ahí mismo.

Ray tomó aire y comenzó a relatar. La joven tenía razón, le encantaba contarle sus relatos porque sentía que volvía a tenerla a su lado. Aunque fuera por un breve instante

¿Quieres que juguemos a una cosa? —me preguntó ella, esperándome en nuestro lecho de amor, con una pícara sonrisa en los labios.

¿Qué cosa? —le pregunté, aunque en verdad me daba igual lo que fuera, puesto que todo lo que tenía que ver con ella me volvía loco.

Ven y verás —me instó a que me sentara frente a ella, y sacando un pequeño trapo de debajo de la almohada, me lo acercó al rostro—. ¿Confías en mí?

Con cada fibra de mi ser —suspiré, antes de que ella me vendara los ojos.

—¡Eh! —le interrumpió la joven cirzense—. No te atreverás a contarme vuestros jueguecitos sexuales, ¿verdad?

—No se trata de eso —se rio él, divertido porque en verdad parecía que iba a contar justamente eso—. Escucha.

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