Capítulo 5. Parte 2

—Tus deseos son órdenes —sonrío con picardía Duncan, girando la cabeza para encontrar su mirada.

—Háblame de esos salvajes —desde que había escuchado a Duncan y a su padre hablar de éstos la curiosidad había estado latente en su cabeza. Había intentado que su nuevo amigo le contara lo que sabía, pero siempre se mostraba reticente. Y su hermana no le había dado importancia cuando se lo contó. Le dijo que eran cosas que llevaban Rey junto con las grandes familias de Cirzia y que eso a los criados no tenía qué importarles. Pero Ayla no podía parar de preguntarse quienes eran aquellas personas, por lo que había notado en la voz del duque, les tenía miedo. Y eso ya era motivo suficiente para que la joven quisiera saber más sobre ellos.

—Uf —resopló Duncan, pasándose una mano por el rostro—. ¿Podías pedirme cualquier cosa y me pides algo tan banal?

—A mí me importa —giró la cabeza también en su dirección para encontrarse con sus ojos azules con destellos grises, a veces podía sentir qué era fácil perderse en ellos.

—No sé gran cosa, mi padre insiste en que no me lo dice porque no lo entendería —desvió la mirada para volver a mirar al cielo—. Me ve como a un niño, y que soy diferente a él. No siente el orgullo que debería de sentir como padre. No se siente orgulloso de mí.

—Porque eres diferente —buscó su mano que descansaba sobre la tierra, y cuando la encontró, la entrelazó con la suya—. Y doy gracias que así sea.

Duncan volvió a mirarla, y lo hizo con tanta intensidad que la joven podía sentir que todo aire de sus pulmones se esfumaba. Él apretó su mano.

—Lo único que sé es que llevan en guerra muchos años porque los taüre, así es como se llaman realmente esos salvajes, nos robaron algo que hizo tambalear todo el reino de Cirzia.

—¿El qué? —Ayla se había quedado prendada escuchando a Duncan como cuando lo hacía de los libros que le leía su hermana—. ¿Qué robaron?

—No lo sé. Es el gran secreto que siempre ocultan.

—¿Alguna vez has visto a uno? —preguntó la joven, hambrienta de más información.

—No, pero estoy seguro de que algún día lo haré —la joven soltó su mano de repente y se la llevó a la boca.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

—Porque soy un Ludovic —sonrió de lado, pero su expresión no era de felicidad—. Y como tal, tendré que combatir contra ellos, en honor a mi casa.

—Dios mío, Duncan. ¿Y no te asusta? —Ayla se arrepintió entonces de soltar su mano, y con el dedo meñique rozó el de él.

—Me aterra —confesó Duncan, dejando escapar una sonrisa vacía.

—¿Cuándo tendrás que ir? —y volvió a coger su mano, sabía que necesitaba sentir ese apoyo por completo por parte de ella.

—No tengo ni idea, pero pronto no al menos. Estamos en una tregua ahora mismo —Duncan le apretó la mano, agradeciendo en silencio que fuera así de comprensible con él.

—Que alivio —confesó ella—. ¿Y dónde están esos taüre? —cogiéndose de la capa, se la pasó por encima a los dos, estaba comenzando a refrescar otra vez.

—Viven en el bosque, por eso está prohibido salir del reino. Si te cogen, estás muerto.

Ayla sintió un escalofrío recorriéndole todo el cuerpo.

—¿Entonces no son lobos lo que se encuentra ahí fuera? —como tantas veces había escuchado.

—También. Taüre y lobos. Juntos forman el mayor peligro al que jamás podremos enfrentarnos.

Y la mente de Ayla voló. Se imaginó cómo serían sus vidas, cómo unos hombres podían entablar amistad con unos animales tan territoriales y peligrosos. Soñó con los niños que nacían ahí, en plena naturaleza y libres...

—Hace frío —Duncan se incorporó de golpe, y Ayla lo siguió—. Será mejor que volvamos adentro, mañana nos espera un tenso día.

Se dirigieron hacia los caballos que se habían quedado pastando en el valle, y agarrándolos de las correas caminaron hacia el establo.

—Por favor Duncan —le imploró Ayla, agarrándose la capa con fuerza—. Pase lo que pase, lleva cuidado. Y protege a Leslie.

—Con mi vida —le prometió él—. ¿Seguiremos encontrándonos después de lo de mañana?

—Si así lo deseas —ella tenía la esperanza de que dijera que sí, pero quizás sus encuentros habían sido por y para domar a Leslie, y ya no necesitaba seguir encontrándose con ella. Había conseguido lo que quería.

—Lo deseo —y el pecho de Ayla se llenó de una inmensa alegría que nunca jamás estaría dispuesta a demostrar.

A la mañana siguiente Duncan se encontraba tremendamente nervioso, no había podido apenas dormir, sin contar que con Ayla habían trasnochado más de lo normal. Pensó en ella y sonrió. Se la imaginaba con ojos somnolientos, y hombros caídos y le provocó ternura. Esperaba que ese día no tuviera que trabajar mucho, estaban siendo días en los que no paraban de hacer cosas y descansaban realmente poco.

No le había dicho nada, pero esperaba que ella supiera que no debía de acercarse ni a los establos ni al valle, si su padre la veía pululando por ahí estaba seguro de que descargaría su ira contra ella. Y entonces Duncan le demostraría aún más a su padre lo poco orgulloso que debía de estar de él, porque la defendería. Se había convertido en alguien muy importante para él, disfrutaba de esas noches en la que ambos simplemente eran dos jóvenes iguales, sin etiquetas.

Cuando llegó al valle su padre ya estaba ahí, con Leslie agarrada por varios criados. La escena le devolvió a un año atrás, y un sentimiento de miedo le nubló la mente por un momento. Miró a los establos y se aseguró de que Ayla no estaba por ahí.

—¿Dispuesto a enseñarme en el hombre en el que te has convertido? —preguntó su padre, con esa mirada y postura tan altanera que lo caracterizaba. Vio en él que tampoco había dormido bien, llevaba tiempo sin hacerlo. La guerra con los taüre lo llevaba loco, estaba empeñado en hacerles tanto daño... Duncan buscó en sus recuerdos y quiso encontrar en ellos algún atisbo dónde veía a su padre ser simplemente eso, un padre. Pero no lo encontraba, siempre había sido un hombre duro. Y pensó en cómo su madre, que era una mujer buena y tierna, aguantaba dormir con alguien así. Pero claro, luego recordó que ella había decidido ser la sombra de su padre, y todo lo que éste hacía, estaba bien.

Sin contestarle se acercó a Leslie lentamente, mirándola a los ojos esperando que ésta lo reconociera aún en esa situación que le provocaba tanto estrés. La yegua se revolvió, intentando quitarse de las garras de aquellos hombres que la mantenían prisionera, y Duncan titubeó en si retroceder. Pero la voz de Ayla le pasó por la cabeza "que no te vea dudar." Dio un paso con certeza, y cuando se encontró frente a ella sacó de su bolsillo una manzana. Vio como Leslie se ablandaba, y eso le hizo sonreír al joven, era tan golosa...

Levantó la mano donde sostenía la fruta y acercándola a su hocico, se la ofreció. Sin pensarlo la yegua abrió la boca y comenzó a comer de su palma.

—Muy bien, chica —le acarició el hocico mientras ésta disfrutaba de la manzana—. No tengas miedo, soy yo. Y prometo no hacerte daño.

Como si Leslie le hubiera entendido, movió la cabeza hacia arriba y hacia abajo en varias ocasiones.

—Soltadla —les ordenó a los criados, los cuales miraron al señor Ludovic con temor.

Duncan se atrevió a mirar a su padre, que miraba la escena con algo parecido al orgullo. Lo estaba consiguiendo.

—Haced lo que pide —les exigió el duque, y acto seguido los sirvientes soltaron a Leslie.

Por un momento Duncan pensó que se iba a escapar, porque cuando sintió que la liberaban se sacudió y dio unos pasos atrás.

—Shhh. Tranquila —le susurró el joven, acercándose nuevamente a ella—. Piensa en Ayla, ¿la echas de menos? —continúo susurrándole, mientras comenzaba a acariciar su lomo y costado—. Yo también. Y ¿sabes qué? Se pondrá tan contenta cuando se entere de lo bien que lo hemos hecho. Tú y yo. Todos nosotros.

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