Capítulo 4. Parte 3

En una de los giros, se dieron la vuelta por completo y empezaron a desperdigarse, dejando el fuego a sus espaldas para observar cómo unos cuantos jayal enterraban a los taüre que habían muerto la noche anterior defendiendo su hogar, el bosque. Los cuerpos estaban tapados con grandes hojas de los árboles centenarios y con barro, y sobre ellos se encontraban las cartas que sus seres queridos le habían escrito para despedirse. Para ellos era la manera de decir adiós y permitirse avanzar. Sin estos escritos, ningún taüre podía descansar en paz, ni los vivos ni los muertos. Continuaron con el cante, y la joven logró decir algunas palabras sueltas. Uno a uno se fueron acercando a la fosa donde descansaban los cuerpos y, cogiendo un puñado de tierra los dejaban caer sobre éstos. El primero en hacerlo fue Ray. Y la joven lo volvió a observar detenidamente, siempre le había creado una parte de miedo y otra de fascinación. Recordó cómo le había susurrado que no tuviera miedo cuando la estaba arrastrando hacia el bosque, y cómo la había tratado con delicadeza aun cuando todo de él era robusto y desafiante. A veces lo había visto estudiarla, como si quisiera encontrar en ella la pieza del puzle que le faltaba, y es que en las pocas veces que se había acercado a la joven para hablarle era para preguntarle siempre lo mismo.

—¿Quién eres? —la interrogó la primera noche a su llegada.

—Me has secuestrado, quizás esa pregunta debería hacértela yo —le contestó ella, aunque en el fondo se encontraba totalmente aterrada bajo la retadora mirada de Ray.

—¿A qué familia perteneces? —continuó preguntando él, sin inmutarse.

Y ahí descubrió que Ray no sabía quién era realmente ella. La habían robado porque se puso en su camino y vieron en ella un modo de escape, pero no por ser hija de quién era. Quizás, si se enterara, pagaría con ella la deseada venganza que quería.

—A Cirzia —contestaba siempre firmemente.

Conforme pasaban los días, había ido hilando las historias que le contaba Meriam con las que había escuchado en su hogar. Y ya no sabía qué creer. Pero lo que sí sabía era que siempre que había tenido la oportunidad de ojear a Ray había visto en él a un hombre salvaje con un alma atormentada. Eran muchos años de sufrimiento.

Cuando todos los que estaban ahí presentes terminaron de echar su puñado de tierra, se iba a dar fin al funeral. Pero sin pensarlo la joven dio un paso adelante, y luego otro. Notaba clavada en su espalda las miradas de los taüre a los que adelantaba en su caminar, y siguió adelante hasta llegar a la tumba. Ray la miró fijamente, y ella le devolvió la mirada a la vez que se agachaba y cogía un puñado de tierra. Levantando su mano al frente repitió, de forma tan suave que solo los que se encontraban cerca podían escucharla, el cantar.

"En el susurro del bosque, se oye un canto.

Es el adiós de los taüre, un llanto, que en el viento

entre los árboles se canta.

Con manos rudas y corazones tiernos.

Bajo el manto de estrellas, fríos y eternos.

Os entregamos a nuestros seres queridos,

en su eterno viaje, hasta su último paraje.

Volad alto, almas libres.

Que vuestro espíritu, en la naturaleza descansa.

Aquí dejamos vuestros cuerpos, con lágrimas y alabanzas,

pero vuestra esencia en el bosque aún danza"

Cuando terminó el cantar, el último grano de tierra cayó. La noche se silenció.

Su gesto había sorprendido a los taüre, normalmente solo participaban aquellos que se sentían de la familia. Ella no lo hacía, pero en su interior se había prendido un sentimiento que la había incitado a acercarse a la tumba y despedir a aquellos quienes habían muerto a manos de su gente.

Meriam llegó a su lado, y abrazándola por el costado la dirigió bosque adentro de vuelta al que se había convertido en su hogar en el último año.

—Ha sido un gesto muy bonito —le dijo Meriam, una vez dentro de su cabaña que se encontraba a los pies de uno de los grandes árboles centenarios.

—Gracias —le sonrió de vuelta. Esa mujer que

Era viuda. Le había contado, con lágrimas en los ojos, que había sido por una enfermedad con la que no pudieron luchar. Seguía enamorada de él.

La joven le había preguntado que por qué no había vuelto a rehacer su vida, si es que no había sentido amor por otro hombre, y entonces Meriam le contó una historia que le pareció realmente hermosa pero también profundamente triste.

Cuando un taüre se enlaza con una persona, sólo lo hace una vez en la vida, con el amor de su vida. Si en algún momento de sus vidas, eran obligados a separarse por circunstancias ajenas, daba igual el tiempo que pasara, la pareja se buscaría mutuamente y no descansarían hasta estar nuevamente juntos. Pero si uno de ellos moría, una parte del otro lo hacía también. Quedarían siempre en vida, con el recuerdo de su gran amor fallecido, esperando reencontrarse cuando exhalaran el último aliento.

Estaba a punto de meterse en la cama para dormir cuando Meriam la llamó.

—Es Ray, quiere hablar contigo —la joven abrió los ojos de par en par. Siempre le daba miedo cuando llegaba ese momento. Seguramente iba a querer decirle que no tenía ningún derecho a hacer lo que había hecho o a volver a intentar interrogarla. Fuera lo que fuese, tenía que prepararse mentalmente.

Respirando profundamente, salió a la puerta donde se encontraba un Ray con aspecto cansado.

—Aquí me tenéis —le dijo nada más verlo, deseando que pasara rápido todo aquello.

—¿Quién sois?

—Una cirzense.

—¿A qué familia pertenecéis? —ella abrió la boca para contestar—. Por favor, no —la interrumpió, implorándole por primera vez—. No me digáis otra vez que a Cirzia, necesito saber realmente quien sois.

Ella se quedó callada, con su mente ajetreada intentando encontrar una respuesta correcta.

—Os prometo que volveréis a casa —continuó diciendo él—. Estoy intentando ofrecerte a cambio de lo que ellos me robaron hace muchos años —la joven arrugó el entrecejo, según tenía entendido en su familia era él quien había robado algo que no le pertenecía y ahora lo había vuelto a hacer con ella—. Pero no lo aceptan. Quieren tenerte de vuelta, pero sin devolverme lo que es mío. Por eso nos atacaron anoche.

No sabía si era por la explosión de sentimientos que aquel funeral le había hecho sentir, o porque llevaba ya mucho tiempo fuera de su hogar, pero le pareció sincero. Y todo lo que le había dicho era de esperar de alguien como su padre.

—¿Si te digo qué es eso tan importante para mí que me arrebataron, me dirás realmente quién eres? —Ray, que se encontraba bañado por la luz de la luna, se veía desesperado.

Ella dudó.

—Tienes mi palabra de qué nunca jamás te haré daño, y de que te devolveré a Cirzia —llevó la mano hacia su pecho, sosteniéndola ahí por un breve momento antes de alzar la mano al frente—. Pero te necesito. Necesito que me ayudes.

Y movida por los espíritus a los que le había cantado aquella noche, alzó la mano y la entrelazó con la de Ray, sellando así un pacto que le cambió la forma de ver las cosas.

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