V.

Título: Tienes el control.
Pareja: Sub! Zeke Jaeger x Dom! Lectora.
Especificaciones: Lime! / Amor - Odio / Universo canon.

. . .

Zeke Jaeger no era tu persona favorita, ni estaba cerca de serlo. Sus espesos cabello y barba de color amarillo te encandilaban, eran similares al sol árido del desierto donde lanzaban a los traidores. Y esos agudos orbes, su mirada proyectaba una inteligencia inverosímil y frío semblante que no tambaleaba al tomar decisiones. Era un asesino al fin y al cabo, como todos los guerreros, como tú, como los demonios de la Isla Paradis. Todos estaban hechos de la misma calaña, pero nadie era lo suficientemente racional como para admitirlo en voz alta, y te provocaba impotencia.

A su lado Yelena le hablaba, aunque sus palabras no llegaban a tus oídos, la cacofanía de gritos desgarradores te perseguía en esos instantes donde disociabas. Sin embargo, el Jefe de Guerra te observaba como si fueras lo único en esa pequeña habitación, subiendo por el cuero de tus botas, la falda larga, camisa blanca con los primeros botones desabrochados y tu rostro enmarcado por los mechones revueltos. Odiabas cuando convocaba esas reuniones de último minuto, en las que permanencías callada y solo respondías monosílabos si era estrictamente necesario.

Te daban arcadas percibir la devoción brillante en los iris de la fémina cuando se dirigía hacia el mayor. Aunque, en el fondo no podías culparla, lo que tenía de calculador equivalía a su belleza y atractivo sexual.

Tal vez. Tal vez. Solo si fuesen otras circunstancias. Si fuesen personas distintas.

— ¿Me puedo ir a dormir o tengo que seguir aquí mientras parlotean? —dijiste, el veneno de tu voz goteó.

La rubia frunció su ceño. No solía enfadarse tan rápido, pero tenías una habilidad innata para molestarla.

—Yelena, puedes irte —dijo Zeke, levantándose de la silla y acercándose al ventanal que proporcionaba una vista panorámica de la ciudad.

Sentiste sus ojos acribillar tu espalda y no te importó, era el menor de tus problemas, no soportabas la idea de quedarte en un sitio con el varón. A veces te dejabas llevar por los sentimientos que hacían estragos en tu estómago, tragaste grueso, doblando las mangas de tu blusa cuando él volvió a clavar su atención en ti y te pusiste nerviosa, su expresión era ilegible, no conseguías descifrar las emociones que estaban en ebullición y la atmósfera se calentó como una olla de presión, Jaeger apagó su cigarrillo en el cenicero para dirigirse hacia ti, dando pasos fuertes y lentos, quizás en señal de un aviso o tu última advertencia para que salieras corriendo si te sentías incomoda con la situación.

Lástima que no te moviste. El repentino calor de la estancia te mantuvo inmutable, la tenue brisa agitó las cabelleras antes de que Zeke se detuviera a unos escasos centímetros de tu menuda figura en comparación a la suya fornida, intimidante como su presencia. Su aroma inundó tus fosas nasales, el picante almizcle natural, café, nueces tostadas y pólvora sacudió los sentidos, y humedeciste tus labiales secos, mientras sus pupilas crecían, devorando los aros azules, parecía que admiraba un dulce manjar prohibido del cual no podía deleitarse o estaría faltando a su palabra.

Al diablo Reiner, él ya no tenía cavidad en tu corazón y se encargaría de reclamar cada tramo, junto a las sedosas curvas de tu forma femenina. Tu fragancia a coco y vainilla le embriagó como el más caro de los licores, refinado a su distinguido paladar, lo cautivaste con esa fiereza en tu personalidad.

—Veo que no cambiarás tu actitud conmigo ni porque sea tu jefe y me debas respeto por la posición —murmuró, su mano ahuecando el costado de tu cuello, los dedos trazando sutiles garabatos en la piel descubierta de tu clavícula y escote.

Respiraste hondo. Tus ojos inyectados en fuego abrasador que se manifestaba en tu expresión, lavada líquida descendiendo en tu zona sur y aún así, tu orgullo jamás se doblegó, al menos allí no.— Te conocí como lo que realmente somos, seres humanos disfrazados de monstruos y por eso sigo siendo la misma que te golpeó aquella vez.

Se rió, una carcajada que erizó tus vellos y sonrojó tus pómulos como melocotones maduros, ese imbécil seguía ejerciendo un poder invisible. Jugó con tu melena desarreglada, peinando los tirabuzones, llegando a la mejilla para acercarse, ganando terreno, superando cualquier barrera que habías impuesto.

— ¿Cómo olvidarlo? —sus labios curvados rozaron los tuyos, su nariz acariciando la contraria y palmas recorriendo los bordes cubiertos por tu vestuario recatado— Me desafiaste, tenías mucho que demostrar y a pesar de que te pedí que no vinieras, estás aquí. Por Reiner.

— Por nadie, Zeke. El que sea mujer no significa que vaya detrás de un hombre —afirmaste, el filo de tus palabras lo sorprendió y mucho más cuando una de las pequeñas manos rodeó su grueso cuello, olvidando todo rango de superioridad, el respeto, el espacio personal. Habías ido lejos también—. Yo espero que ese alguien me vea cómo un igual.

Tu voz no tembló, la frustración retenida quedó en evidencia cuando apretaste en aviso, recibiendo el silencio del contrario, quien se dedicó a detallar esa avidez que ardía en tu espíritu, que brotaba de los poros. Sintió que su región inferior se erguía, la torcedura de ser dominado haciéndose visible cuando sujetó tu muñeca y te instó a que usaras más fuerza en el agarre. Sin embargo, te atrajo hacia su musculatura, sintiendo tus pezones a través de las telas, capturando la vista de tus labios regordetes y rosados, embelesado por la diosa que deseaba adorar.

—Yo te veo por encima de mí y no pienso compartir mi religión con alguien más —sentenció, aunque no comprendiste a que se refería, ustedes habían compartido besos en el pasado pero cuando te alzó en sus brazos y se dejó caer en el sillón contigo en su regazo, maullaste al entrar en contacto con la erección.

— ¿Eso quiere decir que el gran Jefe Zeke Jaeger le está entregando el control a una pequeña mujer como yo? —cuestionaste divertida, te mordiste el labio y suspiraste cuando arrancó las prendas, apreciando la desnudez que iba mostrándose a medida que caían piezas en el suelo.

—Siempre lo he estado por ti, tesoro —confesó, rindiéndose al sentir que besabas su cuello, alternando con chupar la tierna piel y dejar marcas en la nuez de Adán para que todos vieran que había perdido el poder.

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