IV.
Título: Yo me quedaré.
Pareja: Marco Bott x Depresiva! Lectora.
Especificaciones: Universo Alternativo / Angustia.
Te dolía la cabeza en una especie de migraña que amenazaba con estallar tu cerebro y dejar sesos cubriendo la alfombra del lugar, estabas roja de la ira, tu enojo alcanzado niveles tan anormales que comenzaste a resoplar como un toro enojado, preparado para hincar sus cuernos en la yugular del personaje que sostenía la cortina roja delante de tu rostro, en especie de mofa. Porque así considerabas ese tonto discurso del que ya te habías cansado tiempo atrás, aguantando las noches de frío y la ansiedad habitando debajo de la cama. El sentimiento se había transformado en algo ciertamente irreconocible, amargo, desgastado y mediocre, dejando sobras de odio en tu corazón cuando miraste los ojos de ese hombre y le propinaste una cachetada que quizás no olvidaría jamás.
El impacto repicó en la habitación con su sonido seco, la piel pintándose de tonalidades bermellón y que con mucha suerte no se teñiría de violáceo. Él pareció anonadado, sorprendido porque nunca habías mostrado un ápice de ese carácter fuerte y reacio que mostrabas en tal escena. Los orbes te ardían por lágrimas de fuego retenidas, la garganta se hallaba al rojo vivo por los gritos que habías manifestado durante esa pelea. Lo odiaste, porque te consumió y convirtió en un cuerpo sin esperanza, aferrada a palabras que se las terminó llevando la lluvia de noviembre. Por eso agarraste su brazo, con la poca fuerza que ya te quedaba y lo empujaste, cruzando el umbral de tu casa.
—Y más nunca quiero verte por aquí. Muérete —tu decisión final era una muerte rápida, pero no menos dolorosa. La puerta se estrelló, crujiendo en el proceso y casi pudiste escuchar a tu amigo Levi quejándose, como si el objeto tuviera culpa del manojo de ansiedad que te carcomía.
Te derrumbaste en el sofá verde de segunda mano, las gotas saladas saliendo de tus cuencas, la frustración y el enojo dominando esa paz que siempre te caracterizaba. Eras un saco de carne y hueso movido por la angustia, hundiéndote en una fosa de azufre que solamente te empujaba a tomar una camino errado. Tus párpados descendieron, las rizadas pestañas descansando sobre la tersa tez, bebiendo de los recuerdos que su dolor presentaba.
—Quiero despertar de esta pesadilla, que todo sea un mal sueño y tenerte aquí conmigo, te extraño... Me siento perdida —tu monólogo era oído por el felino que se acurrucó contra tus pies en la superficie mullida, sintiendo el pesar que cargaba tu quebrantada alma. Arrastraste los dedos por tu faz para limpiar los restos que quemaban.
Lloraste en silencio, creyendo que tus sueños se habían fragmentado una vez más y que ya no existía forma posible para solucionar lo que te aquejaba. Miraste la ventana, el cielo grisáceo anunciaba una tormenta y fue inevitable sumergirte en un profundo sueño, del cual no deseabas regresar.
Marco era dulce como la miel, sus adorables pecas en las mejillas lo hacían ver más tierno de lo que tu pobre corazón roto podía resistir. Se podía asemejar a una dulce brisa con fragancia a vainilla y canela, eso pensaste cuando abriste los ojos y lo atrapaste velando tu descanso, sus gráciles falanges acariciando lo hinchado de tu cara al haber estado llorando durante mucho rato. Una compresa fría en tu frente, las extremidades pesadas y tus reducidas fuerzas te informaron del estado en el que te encontrabas, tal vez para tu fortuna, porque era él quien te cuidaba.
—Tenías fiebre de unos 39 grados, me asusté cuando te escuché murmurar cosas inteligibles... —contó, pasándote un vaso con jugo de zanahoria y naranja, además de unas píldoras para tratar tu malestar—. Delirabas en medio de tu pesadilla, hablabas de muerte y el infierno.
Su expresión era imposible de leer, como quien quisiera transmitirte calma y serenidad a pesar de estar cubierto de sangre y fango, tratando de no mostrar la preocupación visible en sus cristalinos iris para no hacerte sentir peor. Marco era una brisa fresca, las amapolas floreciendo en agosto, tu ayuda idónea, un pronto auxilio que te recogía cuando solo conseguías caer esperando tocar el suelo del acantilado rocoso. Por supuesto que conocía tu fragilidad emocional de los últimos meses, delicada y reluciente como las aguas del Caribe, similar a tu sonrisa cuando realmente alcanzabas esa alegría que te apretaba el pecho... era la situación-país, la presión y estrés de la universidad, el trabajo que tenías para poder medio vivir.
—Todo va a estar bien, te levantarás como las veces anteriores y lo harás siendo mucho más fuerte, esa es tu historia —alentó el joven, apoyándote contra su pecho, tu rostro ubicado en su clavícula y sintiendo su fresco aliento.
— ¿No te irás? —preguntaste, recordándole a una niña pequeña con esos ojitos brillantes e inocentes que resplandecían aún en la oscuridad.
—Nunca lo haré. Y si ese patán vuelve a molestarte, le diré a Jean que me ayude a golpearlo —bromeó con una sonrisa que conocías muy bien, dándote un beso en la frente y arrullándote para que te relajaras en sus brazos consoladores.
—Eres un ángel, ¿lo sabías? —dijiste, tus labios estirándose para corresponder su gesto y liberar una serie de emociones que hicieron brincar el órgano principal en tus entrañas.
Alivio, añoranza, ilusión, fe...
Eso te invadía cuando tu compañero de insomnio sujetaba tus manos, brindándote ese calor humano que te hacía suspirar de gusto, en caricias sinuosas que tocaban una sinfonía fantasiosa sobre tu piel descubierta. El de cabellos negros halagaba cada parte de ti, desde las mejillas sonrosadas hasta el sonido de tu respiración, que poco a poco se confundía con la suya.
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