III.

Título: Traidor.
Pareja: Reiner Braun x Lectora.
Especificaciones: Universo canon.
Dedicado a mí, porque así me sentí cuando vi esos capítulos más que dolorosos y a Hechademar, porque me ha animado a terminarlo y subirlo bajo amenazas suaves.

La lámpara de gas reflectaba en sus orbes marrones como el cacao las flamas amarillentas, sus manos estrujaban un pedazo de papel acunado en su pecho mientras intentaba no sollozar en voz alta, porque el precio que pagaría por llorar por un traidor era demasiado costoso como para permitirse el castigo que le podían infringir. El manto de estrellas permanecía brillante y manso, el murmullo del viento cantando tenues melodías para serenar su inverosímil tristeza. Negó varias veces, convenciéndose de que aquello era una cruel pesadilla de la cual despertaría y vería los hermosos ojos de Reiner, quien le acariciaría las mejillas con sus manos rústicas por el trabajo. Pero luego, caía en cuenta de que solamente era una vil mentira y ella siempre fue su perfecto señuelo, jugando con sus sentimientos para al final estrujar su corazón junto a los anhelos de alcanzar la ardiente libertad fuera de esos muros.

Había sido tan engañada que su fe se evaporó como el agua, condensando las nubes para hacerlas llover en sus gruesas y agrias lágrimas que no se detenían hasta el amanecer. Después continuaba su fachada, donde no se tambaleaba la fiereza de sus movimientos de espada y se prometía que debía vivir, luchando por todos los que murieron por negligencia, por mero capricho de almas podridas por el rencor. Así que su voluntad nunca desapareció, ni siquiera cuando vislumbró como el Comandante Erwin moría entre sus brazos y le era suministrado el suero al otro rubio, con la esperanza que ahora les develaba esa anhelada verdad oculta en un libro.

Jamás podría olvidar, sus páginas cubiertas por tragedias y manchas negras de la muerte, con las alas rotas por culpa de un amor que no tuvo fundamento, siendo un espejismo en el medio del desierto. Secó su rostro con furia, las escleróticas le ardían y estaban inyectadas en sangre por tan irascibles sentir. El frío no le afectaba, era como si hubiese perdido toda sensibilidad desde ese suceso que la marcó... No podría descansar hasta observar la faz del hombre que la traicionó, por eso, no moriría hasta encontrarse con Braun.

—Deberías ir a dormir, tu cerebro está corriendo a mil y no se detiene —dijo Jean, animándola a que se pusiera de pie—. No quiero que te vuelvas loca como Jaeger.

—Si es que ya no lo estoy —musitó la fémina, haciendo de tripas corazón y se adentró a la vivienda que los pocos sobrevivientes compartían.

Era cierto que en el transcurso de los años todo había cambiado, que para muchos eran lentos y llenos de fatiga. Pero desde la perspectiva de (Nombre), la adrenalina recorría sus venas cuando escuchaba los rumores de guerra que se avecinaban, como quien espera ansioso el instante de encontrarse con la versión más perfilada del villano de sus imaginaciones. Ya no era la misma joven soñadora, de dulces mejillas y ojos como rayos solares, porque había limado las asperezas, transformándose en una persona tan letal e implacable que helaba la sangre de sus compañeros, quienes muy en el fondo, temían por lo impulsiva que podía ser si veía el rostro del traidor con vida. Por eso Kirstein le había servido de soporte, sosteniéndola cuando iba a caer, escuchando sus llantos y secando las lágrimas que amenazaban con secarla desde adentro, le sustentaba sentimientos cargados de una esperanza inverosímil para que rizara sus pestañas, rescatando las pinceladas ámbar de sus entrañas.

Su corazón se detuvo, los pasos también, llegando a sus oídos el murmullo de las voces que no menguaban, manteniendo a orilla la paranoia que le provocaba el deseo de correr. Por eso, tragó saliva, pasándose la mano por los cortos tirabuzones de sus cabellos, preguntándose como se vería ese hombre que le había suministrado el peor de los venenos. Alisó la tela de su camisa, para sujetar la perilla de la puerta e ingresó al cuarto permaneciendo en silencio, repasando la humedad filtrada en la madera del techo y captando la respiración agitada del varón que yacía sentado en una silla en el centro de la habitación.

—Me parece muy cobarde que hayas intentando acabar con tu misera existencia luego del daño que has causado —comentó, sus ojos afilados penetrando las cuencas vidriosas del rubio, que sollozaba sin mirarle a la cara—. Y no, no hablo de lo que me hiciste, porque sería tan egoísta concentrarme en ello cuando miles de personas están en peligro por una absurda ideología de odio.

La palabra "guerrero" le dolía en el pecho, cercenando los huesos cuando las flechas verbales de la muchacha se tensaban en el arco de su boca, para dispararlas sin arrepentimientos. Con voz baja, suave como solo la suya podía serlo, pero que destilaba una furia impetuosa similar a los orbes metálicos del Capitán, embelesado por la incandilante efervescente sensación de su estómago cuando ella se acercó, dejando caer su palma contra la mejilla, resonando en las cuatro paredes. Su rostro contraído en una mueca, el área enrojeciendo con el pasar de los segundos y la lacerante acción que no tardó en llegar le había dejado análogo.

—(Nombre), tú sabes que lo que sentía era verdadero, pero mi deber...

— ¿Tu deber era mayor? —bufó, bajando la cabeza para aferrarse a la fortaleza que había construido— Tu misión que conllevaba a la destrucción y muerte de personas inocentes.

—No lo entiendes y tampoco pretendo que lo hagas. Solo, te pido que me escuches —rogó el de ojos azules, deseando poder acunarla contra sí y decirle cuanto lo lastimaba aquello. En serio la amaba.

Ella asintió, su postura no flaqueó, le incitaba a continuar lo que sea que enunciara el discurso con el cual le habían lavado el cerebro en su hogar. Muy en el fondo, ya no sentía ese rencor acogiendo sus vísceras, únicamente quería cerrar ese turbio bucle en el que había caído al ser flechada por un sentimiento tan despreciado y olvidado en ese mundo, porque los soldados jamás podían enamorarse.

—Pensabas llevarte a Historia, siempre lo hiciste. Así que quiero entender que necesidad tenías de engañarme a mí, prometiéndome la victoria y la libertad —habló la fémina, apretando los párpados, no lloraría delante del varón. Ella no era juez, ni verdugo, pero tampoco estaría en posición de víctima.

—Lo hice para protegerte, no hubiese soportado que te hirieran. Mis sentimientos fueron reales, en todo momento que te lo confesaba mirándote a los ojos, besándote por las noches, incluso...

—Basta —calló la joven, afligida por las memorias de esa madrugada en la que ambos se habían unido en el acto carnal para entregarse completamente y estrechar el lazo de sus almas—. No quiero más, estoy cansada.

Se volvió en sus pasos, dispuesta a marcharse de ese lugar. Sin embargo, Reiner le suplicó que le permitiera terminar las oraciones que había ordenado en ese tiempo de distancia y preparativos para la batalla. Esos irises azules, profundos y oscuros como quien no vislumbrar la luz y está sometido por la oscuridad, le pedían que no lo dejara solo en ese mundo gobernado por la contienda. Su corazón se apretó, porque parecía el semblante de un niño que anhelaba, con impetuosa añoranza, que (Nombre) se quedara y mantendría esa cordura que poco a poco iba escaseando por la aplastante soledad. Ella lo consideró, eclipsada por el halo de una misericordia que no era suyo, pero que le movió hasta estrecharlo entre sus brazos y que el hombre llorase como nunca antes lo había hecho durante su depresión.

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