Capítulo 9. El circo de George
Un hombre de unos treinta años de edad se hallaba inmerso en una actividad poco común en el cementerio municipal: observaba con mucha atención a través del lente de una videocámara colocada sobre un trípode. El foco iba dirigido hacia un conjunto de tumbas de las cientos que poblaban el extenso lugar, mientras hacía anotaciones en una libreta. Algunas personas en el camposanto, que se encontraban visitando los restos de sus seres queridos, lo veían con curiosidad y disimulo mientras dejaban flores frente a las lápidas.
El hombre se veía decepcionado, resoplaba con frustración bajo el sol inclemente del mediodía. Dejó su labor por un momento y se sentó sobre la hierba. Se secó el sudor de su frente con un pañuelo. Miró a su alrededor el ambiente que la parecía tétrico: algunos cuervos sobre las ramas secas de varios árboles marchitos graznaban y parecían mirarlo de forma analítica; la mayoría de las personas allí presentes vestían de negro, con dejos de tristeza; sobre la grama seca se apreciaban restos de flores también marchistas que por descuido caían de las manos de los visitantes. Se lamentó por un instante tener que dedicarse a aquel oficio, pero luego recuperó el ánimo y siguió con su faena hasta caída la tarde, cuando alguien vino a su encuentro.
—¡Adam! —lo llamó el padre Marcos desde la distancia.
Ambos hombres se abrazaron con palmadas en la espalda, como viejos amigos que no se veían desde hacía tiempo.
—Es extraño verte en vivo, me había acostumbrado por años a verte por videollamada —dijo Adam.
—Lo mismo digo, me hubiese gustado conocerte en mejores circunstancias —respondió Marcos, acongojado.
—¿Cómo sigue el niño?
—En muerte vegetal y acosado por esa cosa. Hasta allí intenta hacerle daño. —A Marcos se le quebró la voz—. Él niño rebotó en el colchón de los bomberos y cayó sobre el pavimento... de no ser por ese colchón, hubiese muerto en el acto. Fue inevitable, fue terrible. Les dejé agua bendita, el libro de exorcismo católico y reliquias sagradas a sus familiares para que lo protejan en el hospital, mientras hago esta diligencia. Pero me urge regresar cuanto antes a ayudarlos.
—Bueno, vayamos a nuestra misión. Aquí no hay ninguna alma que videograbar. Otro día de fracaso para este fracasado parasicólogo. ¿Me ayudas a llevar las cosas a la camioneta?
—No te menosprecies de esa forma. Si tú no te das ánimos ¿quién lo hará? —Marcos cargó una caja de cartón que estaba en el suelo junto a la videocámara.
—No lo sé, pero sí sé quién me menospreciará, ¡mi padre! —respondió Adam recogiendo la videocámara y el trípode—. Tengo todas mis esperanzas en este caso; si no, tendré que darle la razón a papá. No he visto nunca ningún demonio, fantasma, espectro, alma en pena. Esta es mi única oportunidad para tener futuro en mi carrera. Papá se avergüenza tanto, que le dice a todo el mundo que soy psicólogo.
Adam siguió hablando de su frustrada carrera como parasicólogo, mientras manejaba la camioneta vieja y destartalada, con Marcos a su lado.
—Me molesta que la única cosa que me gusta hacer en la vida, no sea un negocio rentable. Casi estoy viviendo en la ruina —dijo.
—Pero, hay otras opciones, puedes dar cursos, talleres, clases en las universidades donde se imparte la carrera...
—Eso sería reconocer que no tiene aplicación práctica. Los únicos casos a los que me han llamado, han resultado ser fraude.
Marcos sacó una botellita de agua bendita y salpicó los espejos retrovisores de la camioneta mientras Adam seguía hablando, y a éste no le extrañó lo que hacía.
—El dueño del circo estaba muy interesado en recibirnos —dijo—. Creí que sería incrédulo, y que nos llamaría locos. ¿Sabes? Yo creí que me tomabas el pelo cuando me contactaste por Internet hace un año y me contaste del caso. Creí que era un fraude para llamar la atención y hacer dinero con la publicidad, como suelen hacer muchos. Pero me llamó la atención que lo hiciste desde Italia...
—Pues, lamentablemente no lo es. Es real.
—Aún nos falta una hora por llegar.
Una hora luego, ya de noche, Adam aparcó el vehículo en un estacionamiento a unos metros de distancia frente a una enorme carpa de circo, con varios tráiler ubicados a su alrededor, al igual que otras carpas de menor tamaño. Los dos hombres bajaron, y empezaron a caminar con dificultad entre la multitud de personas que iban de un lado a otro, disfrutando de las atracciones. Junto a la carpa de circo principal se encontraban varias casetas de ladrillos cuyas puertas tenían letreros que las identificaban como baños públicos, unos para damas y otros para caballeros. Al verlas, los hombres supusieron que todo aquel terreno estaba habilitado y acondicionado para ser rentado a productores de espectáculos públicos, como conciertos, ferias, festivales, o en este caso, un circo.
Adam fue directo al baño, tenía la urgencia de ir luego de varias horas aguantando las ganas en el viaje. Cuando entró, lo primero que hizo fue rociar agua bendita en el espejo sobre el lavamos.
Al salir del cuarto de baño, notó que era muy provocativo el olor a palomitas de maíz en el ambiente. Se le antojó comer algodón de azúcar cuando los veía desfilar en las manos de los niños gordos, que iba de la mano de sus padres, pero no tenía dinero ni para una taza de café. Él y Marcos caminaron frente a una pequeña carpa con un payaso pintado en ella que sostenía lo que parecía un espejo de mano. Un letrero en la puerta la identificaba como: La casa de los espejos. Desde el exterior podían escuchar risas y carcajadas de las personas que estaban dentro disfrutando de esa atracción. Luego pasaron por la fachada de otra carpa pequeña. Ésta era negra, decorada con figuras de estrellas doradas de cinco picos y medias lunas blancas. Una vieja, que vestía una bata roja muy holgada y una pañoleta en la cabeza, estaba de pie en la entrada de la carpa, barajando un mazo de cartas. Miraba a la gente que pasaba y les ofrecía leer su futuro. Tenía una mirada entornada y una sonrisa que al padre Marcos le pareció algo maliciosa cuando se dio cuenta que ella lo estaba mirando.
—¿Hombres guapos, no quieren que les diga la fortuna?... o... —La mujer sacó una carta y la vio con una gran sonrisa en su cara, como si estuviera leyendo un chiste—. ¿No quieren saber cuándo morirán? —La mujer se carcajeó.
—No, gracias, vendremos mañana —le respondió Adam deteniéndose frente a la carpa.
La mujer miró de nuevo la carta y negó con la cabeza sin dejar de reír.
—No lo creo, a menos que sea a través de una sesión espiritista. —La carcajada hizo que se le erizara la piel a Adam.
—Eres y serás la oveja negra de la familia, Lucrecia —dijo un mujer mayor, con desdén, vestida igual que Lucrecia, que salía detrás de ella de la tienda de campaña. La mujer vio a Adam y a Marcos parados frente a la carpa que miraban a todos lados, como buscando algo—. Espantas a la gente. Lucrecia rió y se metió a la tienda.
Marcos miró a la otra mujer, y le pareció que tenía un aspecto más amistoso que Lucrecia, así que se atrevió a hablarle.
—Buenas noches, señora. Estamos buscando al dueño del circo.
—Vienen a hablar con mi hijo, el dueño del circo. —Ella sostuvo su voz, los miró de arriba abajo, se les acercó y continuó hablándoles en voz baja—. Vienen por... el payaso.
Un payaso pasó por detrás de ellos, llevando un manojo de globos, dando saltos para hacer reír a un grupo de niños que lo seguían. Caminó tan cerca que rosó la ropa de Marcos, y éste no pudo evitar estremecerse y que los vellos de los brazos se le levantaran.
—Me refiero, al alma del payaso —dijo en susurros.
—Así es —respondió Marcos con un hilo de voz.
—Les pido disculpas por mi hermana. Le predice la muerte a cada persona que pasa frente a la tienda. Yo sí tengo el don de la clarividencia. Me llamo Luz. Los llevaré con mi hijo.
Los tres entraron a un tráiler de oficina estacionado cerca de la gran carpa del circo y conversaron con Simón, el propietario, de forma larga y tendida. Allí también otra mujer regordeta, que llevaba una bata morada con adornos bordados en hilos dorados, salió de la carpa. Se presentó como Sonia, una amiga de Luz, quien también tenía los mismos dones sobrenaturales de su amiga.
—Sí, hizo una buena investigación, doctor Adam. El chico trabajó aquí ese verano, como payaso. Se suicidó colgándose del techo de la casa de los espejos —dijo el hombre gordo de unos cuarenta años—. No quisimos volver de gira a ese pueblo, porque, mucha gente de allá aún asocia esa tragedia con nuestro circo, y siempre nos va mal con la ventana de entradas. Son muy supersticiosos e impresionables. Al chico lo tratamos bien aquí, tanto así que, nos dijo que aquí fue el único lugar donde lo trataban con respeto, ¿pueden creerlo? Hasta que esos chicos, sus compañeros de clases, lo humillaron y lo golpearon. Algo que ellos le dijeron lo destrozó, y se ahorcó.
Marcos se estrujó la cara cuando un peso en sus hombros lo incomodó.
—Hace algunas semanas, comencé a tener fuertes presentimientos, pesadillas premonitorias —dijo Luz, acercándose a Marcos, y clavando su mirada en la de él—. Tengo el don de ver el alma de las personas que han fallecido, veo el alma en pena de ese chico, de George. Lo veo en sus ojos, padre. Es algo que me atormenta; pero, me atormenta por mi deseo natural de querer ayudar a quien lo necesita, pero no por remordimiento, porque yo no le debo nada a él. Ay de aquellos que sí le deben algo, porque será casi imposible de detener. Solo aquellos que lo ofendieron podrán hacer un trato con el custodio del infierno, ofreciéndole algo que le resulte mejor que lo que George le ofreció.
—¿A qué se refiere? —preguntó Adam cruzando los brazos, creyendo saber de qué se trataba, pero a la vez, queriendo estar equivocado y que la mujer le diera una respuesta diferente a la que esperaba.
—No dejen que se cobre más las ofensas de gente culpable, con el alma de gente inocente.
—Él no tiene más poder que Dios, las almas pertenece a Dios... —Marcos fue interrumpido por la Adivina.
—Dios suele permitir que el infierno haga de las suyas, porque suele usarlo como herramienta de castigo. Así que no me venga con historias de ángeles protectores de inocentes. Leí las noticias. Niños inocentes ya han sido víctimas de él. Lo veo en sus ojos, padre. Usted también tiene deudas con él. Él no perdonó ni a su propia madre, él se la llevó por haber sido una mala madre. Eso puede darles una idea de lo que él está dispuesto a hacer.
Marcos ya no dudaba de los poderes adivinatorios de la mujer. Al principio lo hizo, pero ella había demostrado saber demasiado de él como para no creerle. No llevaba su alzacuello puesto y supo que era sacerdote, lo llamaba "padre", sin haberse presentado como tal; pero, su conocimiento de la deuda que tenía con George, sobrepasaba cualquier explicación lógica. Creía tanto en sus poderes, que ni se molestó en preguntarle cómo sabía tanto de él.
—Padre... —Sonia tomó la palabra de una forma solemne y más calmada que Luz— ...mis amigos me llamaron para que los ayudara a hacerle una limpieza espiritual al circo, para alejar al alma de Bruno que está dañando su negocio. He descubierto algo muy importante, algo que va en contra de sus creencias católicas, pero es verdad.
—¿Qué es lo que él quiere? —preguntó al sacerdote olvidándose de sus preceptos religiosos que le prohibían creer en brujos y adivinadores.
—Luego de que George muriera, su alma estuvo en el purgatorio. El creador le dio la oportunidad de reencarnar en otro cuerpo, para expiar su pecado del suicidio. Tenía una prueba que cumplir: siendo George, fue una víctima, por su desventaja física ante otros; reencarnó en el cuerpo de alguien con mucha ventaja física para probarse a sí mismo si era capaz de ayudar a los más débiles, o sucumbir a la tentación de ser un victimario, como lo fueron aquellos que le hicieron daño. No pasó la prueba, y cometió peores pecados que llevaron su alma al infierno. Trabaja para el diablo, para hacer caer a sus enemigos en pecado antes de matarlos y enviarlos al infierno. Será esa su venganza contra quienes cree culpables de su miserable vida.
—¡Por Dios! ¿qué me está diciendo? La reencarnación es solo un... cuento, fantasía...
—Este es el chico, la reencarnación de George. —Sonia le mostró en su Smartphone la noticia del accidente en que murió Bruno. Marcos leyó la noticia completa.
—Pero... esto es sorprendente... —respondió Marcos—. La hija de un amigo, me contó que hace unos días, el alma de este chico ha estado perturbando a sus amigos en la escuela, y que probablemente ha matado a varios de sus compañeros de clases.
—¿Cómo se llama esa joven?
—Susan Parker, la hija del secretario de gobierno municipal, Armand Parker
—Ella es amiga de mi hija Martina —respondió Sonia sobándose la barbilla—, estudian juntas. Esto es como un círculo macabro del destino que se cierra, e involucra a mucha gente inocente.
—¿Cómo se detiene? —Añadió Adam con ansiedad.
—Él quiere que todos los culpables vivan, pero sufran viendo perder a inocentes que aman. Hagan un pacto con su maestro, un pacto que le resulte más atractivo —respondió Sonia.
—¿Quién es su maestro?
—El que tiene patas de cabrío en lugar de piernas, el custodio del infierno. —La mujer se estremeció al decirlo. No pudo evitar que su cabeza tuviese un leve espasmo nervioso, y se frotó sus brazos al helársele la sangre solo de pensar en el personaje al que se refería.
El dueño del circo pidió no hablar de eso, pues hacía algunas semanas comenzó a tener pesadillas.
—Las personas que vienen al circo dicen que ven imágenes de un payaso ahorcado en la casa de los espejos —dijo Simón—. Yo también lo he visto, pero no nos ataca. Pero en las noticias que leímos, ese hombre dice que George vestido de payaso mató a su familia. Ese hombre, Frank, ¿es su hermano, padre?
—Sí —afirmó Marcos.
Simón miró a su madre.
—¿Ves que soy buena? Y mejoro con los años —presumió Luz—. Te lo dije.
—Bueno, nosotros no le hicimos daño a él —continuó Simón—. Las imágenes que aparecen por todo el circo no se mueven, son como fotografías. Aparecen especialmente en las noches, aunque también dicen que las han visto de día...
Luz salió del tráiler mientras los hombres se quedaban hablando.
—No es el alma de él. Es un espectro, es como la fotografía de su alma —explicó Adam, haciendo alarde de su formación en parasicología—. Al morir con un gran sufrimiento, su alma dejó ese rastro. No pueden hacer más daño que solo asustar. Es algo que ni George puede controlar. Es como quien deja un fuerte perfume impregnado en el ambiente, o alguien con resfriado deja su virus que se manifiesta y lo infecta todo ¿Puede llevarnos a alguno de los lugares donde aparece?
—Los llevare a la casa de los espejos en un momento, cuando el último grupo de visitantes haya salido. El volumen de gente que viene al circo ha bajado. Si esos... espectros siguen apareciendo, mis ventas, mis finanzas se verán muy afectadas. ¿Pueden hacer algo por el alma de ese chico, y por mi negocio? La noticia ha corrido tan rápido en el pueblo, que son pocos los que ahora quieren entrar a esa atracción del circo.
—Yo no he podido hacer que esas imágenes desaparezcan, y he usado todo mi poder —dijo Sonia, al tiempo que Luz regresaba para oír las últimas frases del relato de su hijo. Tenía un pequeño cuaderno de tapa dura en sus manos.
—Haremos lo que podamos —dijo Marcos.
La mujer le entregó el cuaderno al padre Marcos. Le dijo que encontraron eso entre las cosas de George, después de que murió; era su diario. Ella les dijo que en su momento lo había abierto, pero apenas se dio cuenta de qué se trataba, no pasó de la primera página, pues sentía una energía muy negativa en él.
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Al mismo tiempo que Marcos y Adam tenían esa reunión con Sonia, Luz y su hijo, el público estaba por disfrutar de la función de los trapecistas dentro de la carpa principal. En las gradas se veían muchos asientos vacíos, sin duda poca gente había asistido. Los miembros de una familia, de muchas que asistieron, conformada por una madre, un padre y su hija de 10 años comían de una gran bolsa de palomitas de maíz, mientras veían a los trapecistas subir a las altas plataformas de más de 15 metros. La música de fanfarria anunciaba que el acto estaba por comenzar. La mujer sintió vértigo y mareo de solo mirar a la plataforma y expresó no querer ver la función. Su comprensivo marido propuso irse, pero la hija comenzó a hacer un berrinche por quedarse. La mujer le propuso permanecer allí con la niña para que pudiera ver la función, mientras ella aprovechaba de ir al baño, de lo contrario, la nena no pararía de llorar. Les propuso que entraría de nuevo cuando terminara el espectáculo de trapecistas.
Cuando la mujer salió del cubículo del baño, sintió que había vuelto a nacer, y que se había liberado de un gran peso. No volvería a comer frijoles de noche. Fue hacia el lavamos y se echó agua en la cara. Notó que el maquillaje se le había corrido un poco, y cuando se dispuso a sacar su cajita de polvo compacto de su bolso vio una imagen que le desgarró sus nervios. Una leve descarga eléctrica le envolvió su cabeza al observar en el espejo el reflejo de una presencia humana sentada en un rincón detrás de ella. Se trataba de lo que ella creía era un niño vestido de payaso, a juzgar por su baja estatura. Estaba sentado en el piso, con su espalda apoyada en la pared, sus piernas flexionadas. Su cabeza, sobre la que portaba una peluca de cabello esponjado y verde, caía sobre sus rodillas, por lo cual su cara no era visible. Sus manos abrazan sus piernas. Aquella posición le transmitió a la mujer la idea de un nene indefenso que lloraba, sobre todo cuando lo escuchó sollozar, pero la idea se borró de su mente de inmediato cuando se giró y no vio a nadie en aquel rincón. Volvió su cara hacia el espejo y la figura humana seguía allí. En ese momento, la descarga eléctrica de su cabeza bajo por su espina dorsal y se esparció por todo su cuerpo y de su boca escapó un largo alarido que sintió le desgarraba su garganta.
Ella se dirigió hacia la salida caminando de forma torpe, casi paralizada de miedo, sin poder doblar si quiera las rodillas; la debilidad que sentía en sus piernas le daba la sensación de que si lo hacía, se caería. Cuando salió del baño, había una multitud de personas a las puertas que se aproximaron a curiosear luego de escuchar el grito. Se recostó a la pared y se dejó caer apoyada en el muro, de manera lenta hasta quedar sentada en el piso. En todo momento mantuvo una mirada perdida, de ojos casi desorbitados y acuosos. Cuando su esposo e hija llegaron hasta el lugar de los hechos, ella, aún sentada en la entrada del baño, estaba temblando y llorando, con el maquillaje de sus ojos escurriéndose con lágrimas por sus mejillas. Una señora le estaba dando un vaso con agua. Al ver a su familia, la mujer se lanzó sobre ellos y los abrazó sin parar de llorar.
Simón, Adam y Marcos llegaron al sitio cuando la mujer, ya más calmada, relataba lo que vio. Su esposo se la llevó luego de que ambos expresaran su intención de no volver a ese circo nunca más, pues estaban seguros que ese lugar estaba embrujado. Ese mismo deseo comentaron la mayoría de las personas que oyeron el relato de la aterrorizada madre de familia. Sin embargo, a una pequeña minoría aquello le pareció fascinante, y algunas personas entraron al baño a ver si veían algo, para tomar fotos, videograbar y publicarlo en sus redes sociales. No vieron nada en el espejo, y con las videocámaras de sus Smartphone apuntaron a todas partes, pero nada encontraron allí.
Cuando los curiosos se retiraron, Adam trajo su videocámara y con ella entró al baño. Marcos, mientras echaba agua bendita en el espejo, le recordó que las otras personas no vieron nada con las cámaras de sus teléfonos, pero Adam aseguró que su videocámara sí podría lograrlo, pues fue fabricada en un laboratorio de parapsicología.
—A veces, las videocámaras comunes pueden fotografiar espectros, pero a veces el rastro es tan débil que solo se pueden ver con cámaras como éstas —dijo Adam mientras acomodaba la cámara sobre el trípode—. No entraré en detalles, pero esta videocámara sigue el principio de las cámaras fotográficas Kirlian, las que usan los supuestos adivinos para fotografiar las supuestas auras que nos rodean. En realidad se fotografía el campo electromagnético que toda entidad posee. Todo, cosas, animales y personas poseemos un campo electromagnético que nos rodea, producto del campo electromagnético del planeta; pero, el de animales y personas es más fuerte, porque el cerebro produce sus propias ondas eléctricas; pero además, el campo electromagnético de las personas es más fuerte, porque tenemos almas, y el alma es pura energía electromagnética. El mecanismo de la cámara Kirlian, combinado con la más alta resolución posible de una videocámara, permitirá captar lo que el ojo humano no puede.
—Miren mis brazos, y mi cabello, aquí definitivamente hay algo —dijo Sonia. Los pequeños vellos en sus brazos y sus cabellos estaban erizados cuando se paró junto al rincón, como si un gran televisor junto a ella la hubiese bombardeado con electricidad estática al encenderse.
Mientras continuaba hablando, Adam activó la cámara y la enfocó a la esquina del baño donde la mujer dijo haber visto a George. Todos vieron a través del recuadro de la pequeña pantalla de la videocámara una serie de manchas de luz roja que deberían estar en el rincón, pero que nadie podía apreciar de forma directa con sus ojos en ese lugar. Aunque el parapsicólogo deseaba encontrar lo que estaba viendo, no pudo dejar de impresionarse al observar que las manchas rojas luminosas estaban organizadas de una manera tal que forman la silueta de una persona sentada en el suelo, en la posición que la asustada mujer había descrito minutos antes.
—Esto es por lo que estuve esperando tantos años —se dijo Adam para sí mismo con un tono lento y solemne, mientras contemplaba la silueta.
Marcos, con la videocámara de su celular, grababa al mismo tiempo la imagen de la silueta captada por la videocámara de Adam, y la imagen del rincón vacío.
Luego de aquello, fueron a la Casa de los Espejos, que ahora estaba vacía. No hizo falta usar la videocámara, la imagen de George vestido de payaso estaba allí, colgado de una cuerda atada alrededor de su cuello, que estaba sujeta en lo alto de una viga. Su cuerpo se mecía frente a un espejo, pero no había ningún reflejo en él.
La figura estaba muy bien definida, parecía que podía tocarse. Adam se atrevió a hacerlo, quiso posar su mano en el enorme zapato de payaso del pie que colgaba en el aire, pero lo traspasó como si estuviese hecho de luz, tal cual holograma, y fue como si metiese su mano en un congelador.
A todos allí presente, les impactó ver que, a pesar del maquillaje pintoresco del rostro, se apreciaba un gesto de sufrimiento en la cara de George: sus ojos abiertos y entornados sin brillo de vida, cejas muy levantadas que revelaban miedo, su boca abierta y la lengua sobresaliente de ella. Se conmovieron tanto, que los ojos de todos se tornaron vidriosos.
La imagen se fue desvaneciendo como si fuera una silueta de humo. Fue entonces que Adam volvió a hacer uso de su videocámara especial, y de nuevo había un cúmulo de manchas de luz roja formando un cuerpo humano en el recuadro de la pantalla.
El padre Marcos rezó una plegaria y pidió a Dios que permitiera que el alma de George descansara en paz, que dejara de atormentarse y atormentar a los que seguían con vida.
—Es la primera vez que, lo veo tan claro y definido, otras veces la imagen era borrosa, como envuelto en niebla —comentó Simón.
La conmoción y el sobrecogimiento eran totales entre los presentes. Nunca antes se habían sentido tan frágiles y vulnerables como ese momento. Coincidieron en comentar que se sentían confundidos en cuanto al verdadero sentido de la vida, que hasta ahora creyeron saber. El padre Marcos bajó la cara cuando ellos lo miraron, buscando en él una respuesta que no tenía.
Sonia y Luz tomaron un vuelo a la ciudad, mientras Adam y Marcos regresaron en el auto. Las dos mujeres se unirían al grupo de perseguidos por Bruno para hallar una forma de detenerlo.
Mientras Adam manejaba el vehículo de regreso a la ciudad, el padre Marcos había estado leyendo el diario de George en silencio. Adam quiso no tener que conducir para poder leerlo también. Evitó preguntar al sacerdote sobre el contenido del cuaderno, para que se concentrara mejor en la lectura, y encontrara algo que los ayudara. Así que, mientras el sacerdote hacía su trabajo, aprovechó para pensar en lo que debía hacer como parapsicólogo ante los últimos eventos; debía documentar cada suceso del caso, de esa manera podría comprobar y certificar los hechos como fenómenos paranormales. Si lo lograba, la parapsicología ya no sería considerada una seudo-ciencia, sino una disciplina científica respetada. Su padre tendría que tragarse sus palabras.
Un largo suspiro de Marcos hizo que Adam volcara de nuevo su atención en el cura. El religioso retiró la vista del libro y la posó en el infinito a través de la ventana del auto, con su mano derecha sobre su boca. El padre Marcos estaba consciente que era irrespetuoso y nada ético leer el diario personal de alguien, pero también estaba claro en que la amenaza que se cernía sobre las vidas de inocentes ameritaba que se violara todo precepto moral para poder salvarlas.
—Adam, oye esto: "Escribir me hace sentir que tengo un amigo a quien le cuentos mis cosas, y que me escucha con atención, sin yo temer que él esté pensando en lo ridículo de mi estatura, en la desgracia de mi situación, en lo afortunado que es por no haberle pasado a él. El circo es la escuela donde siempre debí ir, y no al laberinto de monstruos que ha sido la secundaria, donde he sido la víctima a quien le han destrozado el alma, juzgándome y burlándose por algo de lo que no tengo culpa alguna. Odio verme al espejo. Maldigo a los espejos. Me recuerda lo que siempre seré. Él vino a mí anoche. Me propuso un pacto que acepté; Luz Bella; me pidió que en adelante lo llame maestro.
—¡Luz Bella! —Simón suspiró profundo—. Sonia nos describió... todo lo que le ocurre al alma al morir... que es casi como si pudiera verlo... ¿crees que sea así?
—De acuerdo a lo que aprendí en mis clases de teología, de todo lo que aprendí con los estudios de la biblia, con todo esto que está ocurriendo... sinceramente... ya no sé qué creer, y estoy siendo hereje al decirlo —respondió Marcos, con mucho pesar y vergüenza—. Satán mantiene a las almas en el fuego eterno del infierno, avivando las llamas por siempre, mientras se burla de quienes se queman en ellas, sin consumirse nunca. Las chantajea para que trabajen para él, a cambio de aliviar sus torturas. El valle de los tres caminos... la reencarnación como forma de pasar una prueba para limpiar el alma...
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Armand colocó un pequeño crucifijo en la pared, sobre la cabecera de la cama donde Bobby yacía acostado, conectado a un monitor cardíaco, y a un respirador artificial. Lo puso allí con la ayuda de un clavo de acero que clavó aunque las autoridades de la clínica habían protestado. El crucifijo era apenas uno de muchos que estaban colgados en las paredes por toda la habitación. Un rosario también estaba puesto sobre el cuerpo del infante. Unas diez botellitas de vidrio reposaban vacías sobre una mesita de noche.
Carol, la madre de Bobby, destapó una nueva botella y comenzó a esparcir agua bendita sobre el cuerpo del niño, mientras susurraba una plegaria, y las lágrimas bajaban por sus mejillas.
Armand se recostó a la ventana y miró por ella hacia el cielo.
—¿Ahora si crees en él, papá? —le preguntó Susan colocando su mano sobre el hombro del secretario de gobierno. Su padre no respondió y solo le devolvió una mirada cargada de lágrimas contenidas a punto de desbordarse.
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La mañana de ese domingo, Drake había estado en casa de Martina. El muchacho insistió en que ella debía preparar un embrujo para evitar que el señor Morton asistiera al colegio para aplicar la prueba de física que seguramente muchos reprobarían. Un malestar estomacal que lo alejara de la escuela por lo menos una o dos semanas, era todo lo que pedía, sobre todo ahora que no podían concentrarse en otra cosa que no fuera la amenaza de Bruno. A ella la pareció increíble que el chico le preocupara pasar ese examen, ahora cuando un alma del infierno los persigue, y están bajo amenaza de muerte. Drake le aseguro que no espera morir, que vivirá, vencerá a Bruno, pero luego es probable que lo espere una materia reprobada para el verano y sin auto. No está dispuesto a eso.
Martina le aclaró que ahora que está en riesgo de morir no hará ningún conjuro, y que le daba igual si su madre se entera que es lesbiana. Drake le preguntó si estaba segura que la muerte era peor que el rechazo de su madre. La chica dudó y al final cedió. Le dio una lista de elementos que necesitaría para el conjuro. De inmediato, él llamó por teléfono a cada uno de sus amigos que habían acordado días atrás participar en ese conjuro, y pasó por la casa de cada uno de ellos recogiendo dinero para comprarlos. Los ingredientes era: Tierra de cementerio obtenida de noche en luna llena, mechones de cabello del señor Morton; un muñeco de cera vudú; diez velones negros, un líquido en una botella llamado sangre de diablo, una vasija de barro, una botella de licor, alfileres, y un sapo. Todos los ingredientes podían ser comprados o conseguidos con facilidad, excepto los mechones del cabello del señor Morton.
Era evidente el grupo no podía arrancarle los cabellos en la escuela. Los chicos no podían creerlo cuando el mismo Drake les propuso entrar a la casa del hombre, a escondidas, debían hacerlo ese mismo domingo. Pero ninguno del grupo estuvo dispuesto a colaborar en ello, excepto Roberto.
Drake supo que el señor Morton iba todos los domingos en la tarde a un pequeño supermercado, cerca de la casa del maestro, a comprar provisiones de la semana. Su prima Luisa trabaja allí como cajera y se lo había informado hace tiempo. Ese mismo domingo era el momento ideal. Ella les avisaría a su teléfono cuando el hombre terminara sus compras, para que pudieran salir antes de que regresara a casa.
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Ese domingo en la tarde, mientras Simón, acompañado del padre Marcos, había conducido su vehículo para salir de la ciudad hasta el circo donde una vez trabajó George, Roberto conducía su vehículo, acompañado por Drake, rumbo a la casa del señor Morton.
—Mejor dejo al auto aquí, no creo que sea conveniente estacionarlo frente a la casa del señor Morton, alguien podría identificarlo —dijo Roberto desacelerando su carro.
—Bien pensado —dijo Drake a su lado—. Aunque no creo que algún vecino nos cache. Las casas están muy separadas en este vecindario.
Roberto estacionó el vehículo detrás de una valla publicitaria que tenía la imagen de un refresco, y ésta le sirvió de escondite. Bajaron del carro y caminaron por la calle de calzada muy agrietada con gran cantidad de baches.
Roberto envió un mensaje vía correo electrónico a través de su smartphone y luego se lo guardó en su chaqueta. Tenía una gran sonrisa y un leve rubor, gracias a lo cual Drake adivinó de qué se trataba.
—Otra vez usando la cuenta incógnita de "el enamorado secreto". Te debe haber salido una hernia en tu cerebro al esforzarte en pensar un nombre tan original.
—Puede que no sea un nombre original, pero el poema que le acabo de enviar a Emilia sí que lo es.
—Bueno, reconozco que tus poemas gustan mucho a las chicas, tienes a Emilia enamorada.
El vecindario era de bajo nivel social y económico a juzgar por el mal estado de las aceras, que se encontraban agrietadas, los postes de luz con los faroles rotos, y basura por doquier y las fachadas de las casas con su pintura escarapelada. Había pocos árboles. Las casas estaban distanciadas unos veinte metros unas de otras y el ambiente que predominaba era el de soledad. En aquel momento habían muy pocos transeúntes, un par de ancianos que caminaban cojeando y encorvados a paso lento, y un pordiosero buscando en un bote de basura. El viento soplaba levantado restos de papeles y polvo que bañó la cara de Roberto y Drake.
Los dos muchachos siguieron caminando a lo largo de la calle principal y de muy en vez en vez circulaba algún vehículo.
—Aquí es la casa —dijo Roberto—. Aquí fue donde lo vimos entrar aquella vez ¿recuerdas?
—Sí, mi prima me dice que el viejo acaba de entrar al supermercado —respondió, mientras revisaba su teléfono—. Tenemos mucho tiempo.
Ambos chicos miraron la fachada de la casa. Era un inmueble de dos plantas, con su pintura caída y muros agrietados. El techo era machihembrado y su madera se veía raída y comida por las termitas. En el terreno frente a la casa había un par de árboles secos, sus ramas parecían largos y tétricos brazos con dedos esqueléticos queriendo tomar amenazantes a alguien por el cuello. A través de las ventanas de vidrio cerradas se veían las cortinas sucias, rasgadas, y más allá, solo oscuridad.
Ellos giraron a ver a todos lados para descartar que alguien los estuviera viendo.
—Este lugar es patético. Busquemos los fulanos mechones de cabello en el baño, y salgamos de aquí cuanto antes —dijo Drake.
—Creo que es mejor que tratemos de entrar por la parte trasera —propuso Roberto.
Caminaron hacia la cerca de madera muy podrida que demarcaba los linderos de la propiedad del señor Morton. Drake abrió la puerta de la verja, floja en sus bisagras, casi a punto de caerse. Fueron hasta la puerta trasera de la casa. Subieron los tres escalones de madera para llegar al porche, y las tablas liberaban un terrible crujido cuando la pisaban. Drake introdujo en la cerradura de la puerta una horquilla para el cabello que le había pedido a Lucy. Luego de unos instantes de esfuerzo, logró que el cerrojo cediera.
—¡Éxito! —dijo triunfal.
Drake abrió la puerta y ésta desprendió un agudo rechinar que les hizo temblar la dentadura. Entraron con paso vacilante. Estaban ahora en una sombría cocina, la única iluminación era la luz del sol que se filtraba por las cortinas viejas y rotas. Parecía que aquel recinto no había sido usado en años. Había polvo por todos lados, y las telarañas adornaban la parte superior de las paredes. La pintura de los muros estaba escamada y sucia. El piso estaba cubierto de manchas pegajosas, sobre el cual las chiripas iban y venían por todos lados. Un olor intenso a humedad penetraba por sus fosas nasales, y un leve aumento de temperatura los arropó apenas cruzaron la puerta, pese a que el ambiente afuera era muy frío.
Creyeron que se habían equivocado de casa hasta que vieron la fotografía del señor Morton, con otra mujer, en un portarretratos en la sala igual de sucia que la cocina. El hombre lucía como veinte años más joven. Ninguno de los dos sonreía en la imagen, el semblante de ambos era más bien de pesar.
Roberto se sacudió una cucaracha que le había subido por su pantalón y la sensación de asco lo hizo percibir un fuerte corrientazo en su espalda. Los dos chicos subieron las escaleras en búsqueda del baño y al fin lo hallaron. El olor a excremento los mareó y por poco vomitaron pese a que el retrete estaba vacío. El lugar no era nada adecuado para hacer necesidades fisiológicas; manchas negras y polvo se mantenían sobre las baldosas. Fueron hasta la coladera de la ducha y allí encontraron una mata de cabellos grises. Valiéndose de unos guantes de hule, Drake tomó los cabellos con un asco expresado en una mueca en su rostro, y los metió en una bolsa plástica.
Ya con la misión cumplida se dispusieron a dejar de forma inmediata la casa. Bajaron las escaleras con rapidez, para salir de aquel basurero antes que pudieran contraer una infección. Cuando tocaron el piso algo los hizo detenerse en su huida. Había una luz que se filtraba a través del resquicio de una puerta ubicada bajo las escaleras. En un primer momento pensaron que se trataba de la entrada de una alacena. La intensidad de la luz parpadeaba, como si se tratara de luces de fuego.
Roberto y Drake estuvieron de acuerdo en asomarse para echar un vistazo, no podían resistir la curiosidad. El maestro Morton siempre les había parecido un hombre extraño, lleno de secretos y habían querido saber más sobre él, pues nadie conocía de su misteriosa vida personal. Tal vez descubriendo algún secreto, ellos podrían usarlo a su favor para chantajear al hombre, en caso de necesitarlo; guardar el secreto a cambio de aprobarles la materia, por ejemplo, y así evitarse tener que llegar a acciones tan drásticas e inauditas como la magia negra. El picaporte de la puerta estaba engrasado de una masa pastosa negra. Drake se puso de nuevo uno de los guantes en la mano derecha y abrió la puerta de manera muy lenta. Al mirar en su interior advirtieron que se trataba de la entrada a un sótano y no una alacena.
Junto a la puerta había unas escaleras que conducían hacia abajo. La luz amarilla pulsante inundaba el lugar y su emisor provenía de un lugar del sótano que no era visible desde el rellano de la escalera.
Roberto y Drake no quisieron reconocer el uno al otro que tenían cierto temor, y que querían irse de inmediato. En vez de eso, presumieron de un valor del que carecían en aquel momento, y, simulando gallardía para no parecer cobarde ante el otro, bajaron las escaleras. Al tocar el piso caminaron despacio por aquel basurero subterráneo de escombros y cachivaches, telarañas y ratas que les rosaban los zapatos. El chillido de los roedores les crispaban los nervios. A medida que se acercaban al armario el calor se hacía mayor.
Al llegar al final de la escalera, se conmocionaron y estremecieron al ver de qué se trataba todo. Un montón de velones negros colocados sobre el piso, frente a una estrella de cinco picos invertida, de gran tamaño, pintada en la pared con pintura roja. Había también, pintada, la cabeza de una cabra superpuesta sobre la imagen de la estrella, de manera que los cuernos coincidieran con los dos picos superiores de la estrella.
Los chicos notaron, sobre una silla, una túnica blanca provista de una capucha. La capucha tenía dos agujeros, al parecer, para permitir la visibilidad cuando éste cubriera toda la cabeza
Unos gritos como lastimeros bramidos que desgarraban la garganta y cuerdas vocales del emisor, y que estaban envueltos en ahogados gimoteos. Parecía tratarse de una mujer. Roberto y Drake sintieron que los gritos escalaban por sus espinas dorsales en forma de una corriente de aire helado que los hizo estremecer. Los gritos de pronto experimentaron interrupciones pulsares, como si quien gritara estuviera teniendo fuertes temblores como espasmos. Los vellos de los brazos de ambos muchachos se erizaron como su estuvieran cerca de un gran televisor al encenderse.
—¡Vámonos! —exclamaron ambos casi al unísono, con una voz trémula que revela el miedo a flor de piel, y esta vez no les importaba que el otro supiese cuan asustados estaban.
Los dos chicos caminaron de espaldas sin dejar de mirar al armario, y mientras lo hacían, los gritos se iban incrementando y multiplicando; ahora parecía que varias personas gritaban al mismo tiempo. Roberto tropezó con el primer escalón. Se levantó con rapidez. Él y Drake corrieron escaleras arribas y salieron por la puerta de la cocina.
*******
La noche de ese domingo fue diferente para la familia Parker. Solían pasar la última noche del fin de semana disfrutando alguna película familiar, en la sala de estar de su acogedora casa. Ahora lo pasan en el clínica, junto a la cama de su pequeño hijo, con el sonido del monitor cardiaco que tantos los atormentaba; les angustiaba la idea de que en cualquier momento pudiera dejar de emitir su tono pulsante.
Carol rompió en llanto al pensar que no podía proteger a su hijo, así como no pudo evitar que aquella desgracia le ocurriera. Armand la rodeó con sus brazos. Cuando Susan iba a unirse a ellos en el abrazo, la puerta se abrió sola de forma muy lenta. Vieron en el umbral una figura infrahumana. En un principio pensaron que se trataba de un gigantesco buitre negro de un metro de altura, pues estaba cubierto de plumas negras, parado sobre sus dos grandes patas de ave que terminaban en afiladas garras como arpones. Pero su cabeza era la de un hombre de piel muy negra como papel chamuscado. Sus ojos eran rojos, como si sus glóbulos oculares estuvieran rotos y llenos de sangre. Además tenían un semblante de ira intensa. Era calvo y su cuero cabelludo también tenía una coloración negra de aspecto carbonizado. Dos pequeños y delgados brazos, del mismo aspecto y color que la piel de su cabeza, terminaban en un par de manos de dedos alargados y huesudos con uñas afiladas.
Los tres se abrazaron, se preguntaron que podía ser aquella cosa. ¿Se trataba de George con otra forma más horrible para atemorizarlos más?
La criatura dio un par de pasos de forma lenta hacia ellos, sin quitarles la vista de encima. Armand se puso frente a la cama donde reposaba Bobby para protegerlo, aunque estaba temeroso de que cualquier movimiento brusco de su parte hiciera enojar a aquella entidad. El ser abrió su boca, mostró unos amarillos dientes afilados como fauces de piraña y lanzó un débil gruñido. Cuando estuvo a punto de dar un tercer paso, Carol echó el contenido del frasco de agua bendita frente a la criatura. La figura se detuvo y ahora su gesto de ira cambió una mueca de tristeza y sufrimiento. Con sus manos de dedos agarrotados se cubrió su cara y emitió gemidos y sollozos humanos mientras temblaba. Armand, Susan y Carol se sintieron inmersos en un aire frío que los paralizó, no sabía si moverse o hablar. Olieron un olor intenso a excremento humano que los hizo taparse la nariz, y supieron que el origen de la hediondez era aquella cosa cuando vieron que un enjambre de moscas verdes la cubría. La figura se destapó la cara y un rostro deforme por quemaduras los miró y les sonrió de forma sardónica. Carecía de nariz, con los huecos de sus fosas nasales al descubierto.
Aquello, sea lo que fuere, lanzó un agudo chillido sin quitar la vista de la cama de Bobby. Salió corriendo muy rápido sobre sus pies y manos, emulando a un animal a cuatro patas. La rapidez con que corría era la de un ratón perseguido por un gato. Para sorpresa de todos, la figura caminó sobre la pared también a cuatro patas, desafiando la gravedad, el muro parecía un piso para él. Pero lo más inaudito fue cuando corrió de cabeza por el techo, de un lado a otro con gran velocidad. Corría de derecha a izquierda, en todas direcciones. La aterrada familia la seguía con su vista hasta empezar a sentir mareos. Carol trató de lanzarse agua bendita pero los chorros no le alcanzaban en el techo.
Armand se quitó su chaqueta de cuero y con ella intentó alcanzar a aquella entidad para golpearla, mientras le lanzaba maldiciones, pero no lo logró.
—El... libro... del... padre... Marcos —tartamudeó Susan y caminó de forma torpe a la mesita de noche, como si sus piernas fueron bloques de hielo y abrió la gaveta, de la cual extrajo, con sus manos sacudiéndose de nervios, un libro que estaba ya abierto.
Su madre se acercó a Susan, y ambas comenzaron a leer en voz alta y al unísono un texto del libro, justo cuando la criatura en el techo se detuvo sobre la cama de Bobby:
—"Te expulsamos de nosotros, quien quiera que seas, espíritus sucios, todos los poderes satánicos, todos los invasores infernales, todas las legiones malvadas, asambleas y sectas; en el Nombre y por el poder de Nuestro Señor Jesucristo, por la Preciosa Sangre del Divino Cordero. Serpiente, no te atreverás más a dañar a la raza humana. El Dios Más Alto te ordena".
Mientras leían con voz temblorosa y ahogada se sentaron en la cama de Bobby y lo abrazaron para protegerlo, colocando el libro sobre su pecho sin apoyarlo sobre éste, y con cuidado de no mover la maraña de cables que se conectaban a él. Una baba verde hedionda cayó sobre las páginas del libro cuando la criatura abrió la boca. Se horrorizaron al pensar que le pudo caer al niño sobre el pecho.
—"Dios el Padre te ordena, Dios el Hijo te ordena, el Espíritu Santo te ordena, Cristo, La Palabra de Dios Encarnada, te ordena" —continuaron recitando madre e hijas aquellas oraciones, reprimiendo con todas sus fuerzas las ganas de llorar, y soportando la horrible sensación de corrientazos eléctricos circulando por su columna vertebral.
Aquella cosa tenía la vista clavada en Bobby. Sus ojos estaban entrecerrados, había subido sus hombros, parecía estar agarrando impulso con sus patas traseras para brincar. A Susan le recordó la posición de un gato a punto de atacar al saltar sobre un ratón. Esperaba lo peor.
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