Capítulo 8. Plan de vuelo
—¿Por qué nunca hablaron de esos amigos, papá? —preguntó Susan, luego de que todos salieran del auto estacionado frente a la casa parroquial, y empezaran a caminar hacia ella.
—Marcos y Frank... bueno, suelen suceder cosas por los que los amigos se distancian. No preguntes más —respondió con un tono de leve enojo, que fue suficiente para que Susan no preguntara más.
Cuando Armand y su familia estaban por tocar la puerta de la casa parroquial, un taxi se detuvo junto al carro del hombre. De él bajó Roger. Estaba muy acelerado y pálido, respiraba agitado.
Armand le preguntó acerca de la explosión de su casa, y Roger le respondió que venía llegando de la estación de policía declarando sobre el caso. Le confesó que mintió cuando le dijo a las autoridades que probablemente el incidente se debió a una fuga de gas; pues la verdad era otra, y se la explicaría dentro de la casa parroquial.
El padre Marcos, que los había visto llegar por la ventana, abrió la puerta antes de que alguien tocara. Mientras el saludaba con un abrazo a sus padres, ella lo miraba mientras un estremecimiento de alegría la envolvía. Le parecía casi irreal que el sacerdote que tanto admiraba, cuyo blog leía y comentaba siempre, estuviese ahora frente a ella, y saber que él era viejo a amigo de sus padres era todavía más sorprendente. De pronto tuvo sentimientos familiares hacia él, como si se tratara de un pariente muy querido al que tenía años sin ver.
Cuando Armand le presentó a su hija, Marcos le tendió la mano, y ambos se vieron a los ojos por un rato que a Vicky, asomado a la puerta, le pareció largo y molesto cuando vio el gesto.
Susan se presentó como su fan número uno.
—¡Ah! Eres la Susan que siempre comenta mi blog. Esta es tremenda casualidad, o causalidad de Dios, como prefiero llamarla.
—Sí, padre —respondió con emoción—. Hace como un mes que descubrí su blog. No había tenido tiempo de comentar sobre eso con mis padres, de ser así, me hubiese dado cuenta de que usted era amigo de la familia.
A Vicky le hubiese gustado conocer ese blog antes, así tendría algo de qué hablar con el sacerdote.
*******
—En el baño no hay espejo —le dijo sorprendida Bárbara a Carol cuando salía del baño, mientras ésta última aguardaba su turno afuera, en el pasillo.
—Bueno, Bárbara, estamos en una casa parroquial, no en un salón de belleza —respondió jocosa.
—¿Me prestas tu polvo compacto? Olvidé el mío, me polvearé la nariz aquí afuera para que entres ya. Tengo la cara muy grasosa.
Carol vio la regordeta cara de Bárbara, redonda y de mejillas muy abultadas. Se sintió mal porque lo primero que le vino a la mente fue la cara de un cerdo. Sacó la cajita del polvo compacto de su cartera y se lo dio a la mujer.
—Date prisa, ya estamos todos. Por fin Marcos nos dirá de qué se trata todo esto —dijo Bárbara pasándose la mopa del polvo compacto por la nariz, mientras se veía al espejo y Carol entraba al baño. Luego se guardó la cajita de polvo compacto en su cartera.
********
—Entonces te hiciste sacerdote —le dijo Armand a Marcos en tono de burla, reunidos todos en la sala de estar de la casa parroquial—. ¿Qué te pasó? ¿Querías usar vestido? Sé que en la escuela no tenías suerte con las mujeres, pero algo pescabas, una que otra fea. Recuerdo que, además de cabeza de fósforo, te llamábamos "super héroe", porque solo te caían monstruos. —Armand fue el único que se rió de lo que dijo—. Pero ahora cambiaste, eres un galán, recapacita, estás a tiempo.
—Armand, gracias por tu preocupación, pero... de eso me preocupo yo, y créeme, estoy feliz así —respondió Marcos. Se giró a ver a Roger y a Lorena, quienes se encontraban sentado en unas sillas, algo apartados de ellos, con sus pensamientos inmersos en la explosión de la casa. Marcos caminó hacia la pareja de esposos, y dejó a Jaime y a Armand hablando. Escuchó de forma clara cuando Jaime le susurró a éste último que respetara su condición de sacerdote.
Roger le expresó a Marcos su preocupación debido a que el seguro contra accidentes de su casa seguramente no cubriría lo sucedido, pues la causa de la explosión no podrá ser determinada. El seguro, por ende, tampoco cubriría los daños que sufrió la casa del vecino durante el estallido, por lo que deberá pedir un préstamo al banco. Marcos le reiteró que podía quedarse con su familia en la casa parroquial o en la casa de su abuela el tiempo que necesitaran.
En otra parte de la sala de estar, los miembros más jóvenes de las familias compartían impresiones de lo que estaba sucediendo, aunque ellos aún no lo entendían. Sentados en su sofá, Vicky y Leonard se negaban a contar lo sucedido, y se miraron a la cara cuando Susan y Junior les preguntaron qué había ocurrido en su casa. Un avión de papel impactó en la frente de Junior y el tema de conversación fue alterado. Bobby corrió a buscar su juguete improvisado que había caído en las manos del chico obeso.
—¡Ten cuidado, pudo haberme dado en un ojo!
—Lo siento, estoy practicando para cuando me toque volar —el niño tomó el avión y volvió a lanzarlo por todo el salón.
—Esta mañana, luego del funeral de Daniel, solo quería llegar a casa y meterme en la cama, y no salir de mi habitación en todo el día. Seguramente en el cementerio todos decían que yo soy la culpable, ¿verdad? —le preguntó Vicky a Susan.
—No te sientas así. Yo no conocí muy bien a Daniel, pero estoy segura que no era capaz de suicidarse —respondió.
—¿Qué quieres decir? —preguntó, irguiéndose en la silla, para acercarse a Susan—, sugieres que alguien lo mató y simuló un suicidio.
—No lo sé, quiero decir, es todo muy confuso.
—Eres amiga de Samanta, el papá de su novio es el teniente de la policía, ¿puedes averiguar algo?...
En el momento en que Vicky vio venir a Marcos hacia ellos, se olvidó de Daniel, tomó una biblia que había sobre una mesita, la abrió, se sentó en el sofá y simuló estar leyéndola.
—¡Qué bien que la juventud se interese por las sagradas escrituras! —dijo con satisfacción el sacerdote.
—Claro, siempre leo la biblia todos los días —dijo sonriendo.
—¿Y qué libro de biblia estás leyendo? —El padre Marcos se asomó a las páginas, miró, y luego se retiró su vista.
—Pues... éste... usted sabe... —respondió con evidente inseguridad y tartamudeando, viéndolo a los ojos—. El evangelio de San Gabriel, San José...
Marcos hizo un aparente esfuerzo por contener una sonrisa. Cambió en seguida el tema. Le reiteró a Vicky y a Leonard su oferta de quedarse allí o en casa de su abuela mientras lograban conseguir una casa permanente. El sacerdote volvió a reunirse con Armand, Jaime, y Roger.
—Ay, hermanita, ¡qué mal estás! —comentó Leonard asomándose a las páginas de la biblia que aún tenía abierta.
—¿De qué hablas? —preguntó Vicky.
—Hasta un loco como yo sabe que no existe tal cosa como los evangelios de San Gabriel y San José. Y la próxima vez que quieras simular leer la biblia, por lo menos no la tengas al revés.
Vicky giró su vista a la biblia y vio con vergüenza que la tenía invertida.
—Oh... Dios... mío. —Vicky cerró la biblia de golpe—. Nunca más voy a poder ver al padre Marcos a la cara.
El Smartphone de Susan sonó. Revisó su herramienta de mensajería instantánea. Se trataba de Martina, quien le escribía para recordarle que fuera a buscar su amuleto conjurado para la protección contra entes sobrenaturales. Tapó la pantalla de su teléfono cuando Marcos pasó junto a ella. Le daría vergüenza que el sacerdote se diera que cuenta que estaba recurriendo a métodos de ocultismo para solucionar sus problemas, aunque se tratara de protegerse. Sabía que lo que Marcos le diría, era que debía acudir a Dios. Sin embargo, la supuesta alma en pena de Bruno no la había molestado a ella. La chica era consciente que nunca provocó en Bruno ningún rencor.
Las personas allí presentes vieron algo que las hizo conmover. Bobby estaba de rodillas orando en voz baja frente a un crucifijo colgado en la pared. Como habían estado hablando, no se habían percatado que el niño llevaba rato haciéndolo, y alcanzaron a verlo en sus últimos segundos. Sus oraciones, con los ojos cerrados y en susurros, eran ininteligibles.
—Amén. —Bobby se persignó.
Lo presentes se miraron sonriendo. Armand, Carol y Marcos se acercaron.
—¿Qué le pedias a Dios, hijo? —le preguntó Marcos
—No le pedía nada, le daba las gracias de que estamos aquí todos los amigos reunidos —respondió.
—Nuestro Bobby es un ángel —dijo Susan y lo cargó en sus brazos y lo llenó de besos—. ¿Verdad papá?
—Lo estás consintiendo mucho al igual que Carol, va a crecer siendo un "ñoño" si son exageradamente amoroso con él. Tiene que empezar a jugar fútbol, ser más fuerte de carácter —insistió Armand.
Marcos, Jaime, Roger y Armand continuaron el tema de conversación que los había reunido allí.
—Suponemos que esta reunión es para hablar acerca de Jack, y sobre su fuga —dijo Armand—. Pero poco podemos hacer, más allá de contribuir a pagar los gastos de su defensa...
—No, no —respondió Marcos—. Él no se fugó.
La puerta se abrió y entraron Bárbara y Carol.
—Perdón la tardanza —se excusó Bárbara—. No ando muy bien del estómago. —La mujer se sobó su voluminosa barriga.
—Bien, ya podemos empezar la reunión —se apresuró Marcos—. Ya todos suponen bien de qué se trata, y por eso, la reunión no puede comenzar si no está presente la causa que la originó. —Marcos caminó hasta una puerta dentro de la sala de estar, que conducía a una especie de oficina dentro del recinto. Al abrirla, Jack hizo acto de presencia ante la conmoción de todos.
Los miembros del grupo de amigos se miraron unos a otros, no sabían cómo reaccionar. Jack se dio cuenta, no estaba seguro si esa era la reacción que esperaba de los que él pensaba que eran sus amigos, o si hubiese querido que se le lanzaran encima a abrazarlo. Sintió entonces rabia de que ésta no hubiese sido la actitud que tomaron, que ni siquiera dijeran algo. Él tuvo que decir la primera palabra de la conversación.
—No he matado a nadie ¿me creen?
El grupo se volvió a mirar entre ellos.
—El problema no es creerte o no, obvio que sí te creemos. El problema es que todo te acusa —dijo Armand—. Y al estar aquí, nos involucras, nos haces tus cómplices. Eres prófugo.
—Armand, ¡Basta! No seas tan patán. No encuentro la palabra para describir tu actitud —dijo Roger caminando hasta Jack, para luego ponerle la mano en su hombro en señal de apoyo.
—Se trata de que ahora tenemos familias por cuyo bienestar debemos velar —replicó Armand.
—Dejemos que Jack nos explique por lo menos, Armand —dijo Jaime—, no lo juzgues.
—Jack, supongo que si nos hiciste venir aquí, es porque quieres nuestro apoyo —continuó Lorena—. Durante tu juicio, no quisiste que te visitáramos en la cárcel ¿por qué nos buscas ahora? ¿Y en qué te podemos ayudar?
Jack se insufló fuerzas con una larga y profunda inhalación de aire.
—Escúchenme bien... antes de dar una opinión. Yo no me fugué de la cárcel, algo hizo que saliera de ella.
—¿Algo? ¿o alguien? —preguntó Armand.
—Algo maligno, algo del más allá.
—¿No te estarás refiriendo a tu historia del payaso que contaste en la audiencia de ayer, verdad? —añadió Jaime—. Los medios de comunicación la difundieron, siguen tu caso con gran atención. Dijeron que era una estrategia de tu parte para fingir insania mental y lograr atenuar los cargos, y reducir la pena, pero, ¿por qué lo dijiste en realidad?
—No mentí, y no lo usé como estrategia de defensa. —Jack resopló ofuscado y se sintió peor cuando vio que Armand y Jaime revolearon sus pupilas, que quedaron ocultas casi en su totalidad por unos segundos bajos sus párpados superiores, mostrando en mayor medida sus globos oculares. Bárbara y Carol también lo miraron con desdén, aunque trataron de disimularlo.
—Yo sé que es cierto, créanle, créanme a mí —dijo Roger—. Lo que pasó en nuestra casa fue obra de él, de George. Él ha vuelto, y casi nos mata.
—Yo también lo he visto —dijo Marcos.
Armand, Carol, Bárbara y Jaime se mostraron reticentes a creerles, pero la incredulidad duró muy poco. Cuando Armand estaba desestimando en voz alta lo dicho por Jack, la cartera que Bárbara llevaba colgada de su hombro empezó a sacudirse de manera brusca, como si una manada de gatos salvajes estuviese peleándose dentro de ella. La cartera, antes liviana, comenzó a ganar peso, como si le introdujeran cosas de gran tamaño.
La mujer lanzó por instinto su bolso contra el piso. La tapa de la cartera se abrió en el momento en que algo comenzaba a salir: cuerpos alargados y escamosos se arrastraban ondulando a gran velocidad por el suelo. Era impresionante la rapidez con la que se deslizaban, como veloces roedores. Todas las serpientes que iban emergiendo de la pequeña cartera tenían anillos de colores rojo, amarillo, violeta y azul alrededor de sus largas anatomías. Eran de variados tamaños y especies: cascabeles, pitón, cobras reales, boas, y enormes anacondas.
Aunque las personas allí veían la gran cantidad de serpientes saliendo del bolso de la mujer, no podían concebir aquello, sencillamente resultaba inaceptable. Los gritos llenaron el ambiente. Los reptiles no paraban de salir, eran cientos y cientos. Se regaron por todo el piso y cubrieron hasta último rincón.
Carol fue la primera en subirse a la mesa cuando una cobra se le acercó a sus pies. Lorena le siguió y ambas ayudaron a Bárbara a trepar luego que ella rogara por ayuda, y con mucho esfuerzo lo lograron.
Armand tomó una silla y con sus patas intentó golpear a las serpientes para ahuyentarlas, pero solo lograba enfurecerlas y que se lanzaran contra él. Una de las cobras clavó sus colmillos en una de las patas y la arrancó un pedazo de madera. El ataque por fin intimidó a Armand y saltó a la mesa, seguido de Roger, Marcos, Jaime y Jack.
Los chicos tuvieron que subirse a otra mesa más pequeña separados de sus padres, al no poder unirse a ellos debido a la gran cantidad de serpientes que cubrían el piso y les impedía el paso.
—¡Susan, protege a Bobby! —le gritó Carol desde su mesa.
—¿Bobby? ¡¿No está contigo?!
—¡¿Qué?! ¡Dios! ¡¿Dónde está Bobby?! —gritó Carol sollozando.
Todos sobre las mesas miraron en diferentes direcciones buscando al pequeño. A la mujer se le helaron las piernas en el momento en que vio que el cuerpo de unas de las serpientes anacondas estaba abultado por algo que se había tragado, algo pequeño que le pareció del tamaño de un niño. La serpiente parecía un largo cordel con un gran nudo en el centro
—¡Dios, no! ¡Vean allá! —gritó descontrolada señalando a la anaconda.
Armand hizo el intento para lanzarse al piso sobre las serpientes para llegar a la anaconda, pero Jaime, Jack y Marcos lo detuvieron y forcejearon con él para evitar que se les zafara de las manos. El bulto dentro de la anaconda comenzó a moverse. La serpiente abrió la boca y el bulto se fue deslizando desde el centro de su cuerpo, poco a poco, hasta recorrer toda la longitud y llegar a su cuello. Era desagradable para los demás ver como su piel escamosa se expandía y contraría para dar paso a aquello. Llegó al cuello del reptil y el animal abrió la boca más allá de lo que era posible, y una masa envuelta en baba verde fue expulsada de forma súbita al piso.
—¡Sorpresa! —exclamó George sonriente, luego de caer sentado.
Carol se desmayó en los brazos de Armand al ver al payaso ser escupido por la serpiente, envuelto en sustancia gelatinosa
—Oh perdón los asuste ¿Creyeron que yo era Bobby? —El payaso se carcajeó ante las miradas de pánico de sus víctimas, mientras que con sus manos se quitaba la baba de su traje de payaso, como si se tratara de un poco de polvo.
—¡¿Dónde está Bobby?!, payaso de mierda, o lo que seas —exigió Armand.
—En estos momentos debe estar llegando al último piso del campanario de la iglesia de enfrente, pero no se preocupen, no subió a pie, le dio una ayudadita.
—George, sé que en el pasado fuimos crueles contigo... —Marcos le extendió mano temblorosa—. Pero, podemos cambiar las cosas para mejor.
George caminó hacia Marcos, pisando a las serpientes que se arrastraban por todas direcciones, pero las serpientes de colores no le hacían daño. Al llegar frente a la mesa donde estaba subido el sacerdote, George extendió su mano y replegó todos sus dedos, menos el dedo medio. El payaso volvió a carcajearse.
—Bobby volará hoy. Vengan a verlo a la torre del campanario.
La anaconda abrió de nuevos sus fauces, George dobló su pequeño cuerpo y entró por la boca del animal. Su cuerpo en el cuello del reptil de nuevo formó un bulto que se movió en dirección a la cola, pero se fue reduciendo de tamaño hasta desaparecer en el centro del reptil. Entonces las serpientes volvieron a entrar una a una en la cartera de Bárbara en el piso, con la misma rapidez con que habían salido. En pocos minutos el lugar estuvo fuera de peligro.
—¿Dónde está Bobby? —Armand bajó de la mesa con su esposa en brazos y la acostó en un sofá.
—Pero Dios mío ¿qué fue eso que pasó? —preguntó Bárbara tocándose su temblorosas rodillas sin atreverse a bajar de la mesa,—¿Qué mierda pasó?
—¿Tienes un espejo en tu bolso? —le preguntó Marcos
—Sí, el espejo de la caja de polvo compacto que me prestó Carol.
Marcos corrió hasta el bolso, lo abrió, sacó el cajetín del polvo compacto, lo abrió y extrajo el espejo de él. Lo arrojó contra el piso y se rompió en pedazos.
—Eso... era George, a quien maltratamos tanto que lo llevamos al suicidio —comentó Jack bufando.
Vicky bajó corriendo de la mesa y se lanzó en los brazos de Roger y Lorena. Susan corrió al sofá donde Carol estaba recobrando el conocimiento.
Marcos abrió las cortinas de la ventana de la sala de estar, y se asomó a la calle. En la acera del frente había una gran cantidad de personas mirando hacia arriba.
—Es una niño, se va a lanzar, llamen a los bomberos —le escuchó decir a la gente.
—Hay que ir al campanario de la iglesia —dijo Marcos corriendo hacia la puerta.
—Quédate con tu madre, Susan —le dijo Armand corriendo detrás de Marcos, seguido por Jaime, Leonard y Junior.
Jack fue con ellos, sin importarle su condición de prófugo de la justicia.
Salieron a la calle, Armand corrió abriéndose paso entre la multitud que miraba horrorizada hacia arriba. Desde la distancia vieron a un niño parado en el alfeizar de una de las cuatros ventanas del campanario, que tenía por sus cuatro lados. El niño estaba en el medio de la ventana de tres aberturas divididas por dos columnillas. Con sus manos se aferraba a éstas.
—No puede ser Bobby, ¿cómo llegó ahí tan rápido? —se dijo Armand en voz alta intentando negarse que su hijo estuviese en semejante peligro—. Es como un piso quince.
—Sí, sí puede ser, y lo es —dijo Jack.
—¡Vamos! —gritó Marcos y corrió hacia la puerta abierta de la iglesia. Jack, Armand, Leonard, Jaime y Junior lo siguieron. Armand corrió con más ahínco y se puso de primero.
Una corriente de aire helada los recibió cuando entraron a la nave central de templo. Marcos señaló a la izquierda donde se ubicaba la larga escalera de caracol de madera que conducía a la cúspide del campanario. Una vista desde abajo hacia arriba la hacía ver como infinita. Los adultos comenzaron a subir los primeros escalones, pero Leonard y Junior, que iban atrás, se percataron de algo que los perturbó dentro de la iglesia: las imágenes sagradas que decoraban el interior del templo habían sido profanadas; había una escultura de cristo crucificado, a escala natural hecha de bronce, colgada detrás del altar. El rostro de esta imagen había sido pintada de blanco, con la boca y la nariz maquilladas en rojo, y el bordo de los ojos en color azul. En la misma situación se encontraba una escultura de la virgen María, y otra de San José.
Los nervios invadieron a Jaime como un hormigueo en su estómago, misma sensación que Leonard experimentó a lo largo de todo su espinazo. Leonardo conminó a Junior a subir las escaleras para alcanzar a sus padres, pero cuando él puso el pie en el primer escalón, la madera de éste se resquebrajó, como si algo muy pesado le hubiese caído encima. El escalón se rompió sin ninguna explicación, y sus pedazos cayeron el piso. Igual situación ocurrió con el segundo escalón, el tercero, el cuarto. Era como si alguien muy pesado estuviese subiendo los escalones, y su peso los estuviese echando abajo.
—¡Papá, cuidado! —gritó Leonard alejándose de la escalera cuando los pedazos de madera iban cayendo.
Roger y los otros se asomaron por encima de la baranda, y vieron los escalones debajo de ellos que iban cayendo uno a uno. Tuvo la sensación de que algo invisible los perseguía, con intención de hacerlos caer al vacío. Los hombres apuraron el paso en su correr.
***********
Bobby se mareó cuando observó hacia abajo y se aferró a la columnilla de la ventana. Había mucha gente en la calle viéndolo a la altura de veinte metros donde se encontraba. Desde arriba las personas le parecían como hormigas multicolores. El niño escuchó la sirena de los bomberos a la distancia. El viento frío lo envolvió y le recorrió todo el cuerpo.
—¿Qué tal si lo dejamos para otro día? —le preguntó a Bobby a George parado junto a él sobre el alfeizar.
—Tiene que ser hoy, Bobby, o tu padre te obligará a entrar a ese terrible equipo de fútbol. Demuéstrale que tienes poderes mágicos —le respondió el payaso—. Mira, si yo puedo hacerlo, tú también.
El payaso dio un paso adelante hacía el vacío y empezó a flotar por al aire por unos segundos, como si fuera un globo. Luego regresó a la ventana.
—Pero a ti no te salieron alas.
—Pero a ti sí te saldrán, te lo prometo. —George sonreía en todo momento con un semblante y tono amistoso.
En el estómago de niño había un gran vacío, luego se llenó de una sensación de abejas zumbando, y luego se volvió a vaciar.
—Hazlo, Bobby, o me enojaré y no volveré a jugar contigo. —El tono de George cambió a molesto y firme, y al niño le recordó a su padre cuando se enojaba.
Escucharon en la entrada al campanario ruidos de madera rompiéndose y gritos de personas.
—¡Bobby, Bobby! —exclamó una voz.
—Es papá. —El niño reconoció la voz.
—Es tu padre, viene a regañarte, tal vez esta vez te pegue, suena muy enojado. Hazlo de una vez.
El niño puso un pie sobre el vacío y asomó su cuerpo más allá de la ventana. La gente en la calle empezó a gritar y lo conminaba a que no saltara. Bobby vio el camión de los bomberos estacionado. Unos oficiales sostuvieron una lona de salvamento en la base de la torre del campanario, y otros entraron a la iglesia con la intención de subir a la torre, pero se encontraron la escalera destruida.
Armand y los demás llegaron al campanario. Bobby notó que el rostro de su padre estaba muy enrojecido y sus ojos muy abiertos. Respiraba muy agitado, como un toro a punto de embestir con furia a un torero. Le pareció muy enojado, tuvo miedo. La campana comenzó a sonar por si sola repetidas veces, e hizo aturdir los tímpanos de los allí presentes, incluyendo a Bobby. Armand corrió hacia él, y Bobby caminó al vacío.
—¡Bobby, no! ¡No! ¡No! ¡No! ¡No! —los gritos del hombre, se fundieron con los gritos de Bobby y los de la muchedumbre en la calle.
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