Bajo tierra

Durante la noche que cobijaba este mundo, Brandr comenzó a soñar. Estaba en la casa del viejo que lo aceptó como si de su nieto se tratase, además de brindar a este jovenazo, un techo al que podría llamar hogar. El chico, so riente y con un brillo de inocencia en su mirada, rodeó con sus brazos al mayor. Lo llamó su abuelo,, y el hombre respondió feliz abrazando al chico de la lanza.

Si algo era del agrado y felicidad de Brandr, eran los momentos en los que el anciano le contaba historias del funcionamiento del valle, y también sobre las distintas aldeas y pueblos que lo rodeaban.

Tiempo atrás, y con ayuda del mayor, supo de un lugar peculiar en el que necesitaría encontrar el cuerpo de un escarabajo sin vida, pero uno de una dureza singular a los demás.

El resto ya era algo que dependía completamente de Gerardo, ya que Brandr confió a él un insecto que había encontrado días atrás. Y entonces, despertó finalmente.

—Buenos días, bello durmiente —dijo el muchacho del mundo real a modo de broma.

—¡Buenos días, hermanote! —expresó el chico de traje blanco con un semblante repleto de alegría.

—¡Buen día, dormilón! —comunicó Linda, mostrando una cálida sonrisa con la que dio la bienvenida a Brandr.

La noche anterior, ella y su amigo habían sido testigos de las pesadillas más recientes que tuvo el muchachito del mundo de fantasía. Consternados, llegaron a creer que tal vez tenía recuerdos que podrían pertenecer a su autor.

Se habían hecho la promesa de hablar más del tema en caso de que el propio Brandr no lo hiciera. El aludido, pro su parte, sabía que ellos tenían los ojos bien puestos en él, además de que el recibimiento al despertar le pareció una situación singular, algo que el maltrato de Gerardo y los gritos de Linda faltó.

—Me da miedito que hoy se están comportando medio raro conmigo —mencionó el chavalito al caminar juntos a los otros dos—. ¿Todavía tienes contigo ese escarabajo extra tieso, Gerardo?

»Creo que estamos por llegar al lugar al que quería mostrar para ustedes.

El joven moreno mostró el insecto muerto que le fue dado días atrás. No estaba muy contento de guardar aquella sin vida en su pantalón, pero, decidió confiar en su amigo de este universo peculiar. De todas maneras, tenía la duda sobre eso que encontrarían con dicho elemento que tenía bajo su control.

Con el corazón palpitando con fuerza y determinación, y a pesar de la incertidumbre, Brandr deseaba encontrar las respuestas en aquel sitio. Tenía mucha fe en las historias que el abuelo le contó cuando lo acogió en su casa. Quería, además, ser de utilidad para Linda y Gerardo, aunque ellos tuvieran que dejarlo.

—¿Nos extrañarás cuándo no estemos más aquí? —cuestionó la chica, apoyando su mano en el hombro del pibito.

—¡No quiero que me dejen! —confesó el muchacho, sollozando y corriendo hasta aferrarse a Gerardo—. ¡Yo no quiero que me olviden!

»¡No quiero volver a sentirme solo! ¡No entiendo porque ahora siento esto!

»¡Me duele! —chilló con emociones tan intensas que lo llevaron de un momento a otro al límite de un abismo del que no sabía si podría salir.

La chica se unió a los muchachos, mientras él moreno sostenía al más joven.

—Nosotros tampoco queremos dejarte —dijo la chica—. Pero si llega a suceder, puedes estar contento que que haremos algo, aunque sea lo más minimo para dar con tu creador.

»Tampoco te vamos a olvidar de la noche a la mañana.

—Brandr, que llegásemos a conocerte fue algo único —pronunció Gerardo—. Cuando papá enfermó, yo no quería perderlo, pero recuerdo que el dijo que «las cosas en la vida pasan por una razón».

»Pensar en ello me sigue poniendo triste, pero creo que me dejó la lección sobre la fragilidad de la vida, y la incertidumbre del futuro.

El moreno tragó saliva.

—Creo que acabo de escucharme desalentador —declaró—. Lo que quiero decir, es que no te aferres a lo malo.

»Cosas buenas y otras cuantas inesperadas pueden cambiar tu vida para siempre, como fue conocerte a ti y volver a tener a mi lado a una buena amiga.

El corazón de la chica se enterneció con las palabras de Gerardo. Aquel momento en el que sus palabras fueron mal percibidas ya había quedado en el pasado.

—Gracias, chicos —replicó el menor del grupo tras secar su llanto—. Si no encontramos nada que pueda ser útil es este lugar, tal vez podríamos separarnos y así cubrir otros terrenos.

Cuando los del mundo real escucharon aquello, ambos negaron con la cabeza.

—Juntos o nada —advirtió Gerardo, siendo apoyado por Linda.

Aunque Brandr no entendía del todo y seguía expresando tristeza, había algo en él que preocupaba a la joven. El chico comenzó a actuar de forma más extraña cuando fue atacado por la figura sombría, y a veces era cómo si... ¿Y si aquel ser estaba ligado al muchacho de alguna forma?

—También quiero encontrar respuestas para mí en el momento en que lleguemos a ese lugar —afirmó Brandr—. ¿Creen que soy egoísta?

—Para nada —replicó Gerardo, dando unas palmadas suaves en la nuca del otro—. Está bien querer buscar tu propio camino a la adversidad.

»¡Nosotros te apoyaremos, tontuelo!

Fue así que, juntos los tres, volvieron a avanzar unas cuantas horas más, hasta llegar al pueblo más pequeño que habían visto hasta el momento. Los pobladores, rodeados de construcciones de paja o de materiales que no parecían resistentes, veían al trio con recelo.

Los chicos gritaron cuando encontraron un grupo de velociraptores corriendo a gran velocidad hacia ellos.

—¡Ya les dijimos que somos veganos! —les recordó uno de esos dinosaurios del grupo—. ¡Nosotros no comemos cochinadas!

Mientras el sol de mediodía se ocultaba detrás de una nube, Gerardo y Linda se disculparon con aquellos animales que atacaron un maizal, mientras Brandr pidió a uno de ellos algo de fruta fresca para comer, y el dinosaurio, de manera cortés, se la obsequió.

Y mientras ese chico se alejaba para devorar lo que le fue regalado, el mismo animal que dio los frutos se acercó a los del mundo real.

—Ese chico, lo conozco de antes, y ahora se ve diferente —mencionó el dinosaurio vegano—. Siempre actuaba de manera gentil y a veces un poco infantil.

»Creo que su autor podría ser un niño, y muchas veces los infantes de su mundo tienden a dejar a sus personajes relegados a este valle por la eternidad.

»Había otros personajes de su misma historia que desaparecieron de un momento a otro, lo que me hace sospechar de que fueron eliminados de toda existencia.

Para Gerardo, aquello podría tener mucho sentido, especialmente cuando el pibito había hecho mención de que no recordaba su pasado, ni a otros de su mismo origen.

Bocabajo, y terminando el último gajo de una mandarina, Brandr dio con un agujero que llamó particularmente su atención. Parecía ser aquello que debía encontrar.

—¡Chicos, vengan aquí! —chilló el pibe de tarjeta blanco.

La aludida dupla llegó de inmediato, encontrando un hueco en una pared en el que se podía colocar un objeto en forma de escarabajo.

—¿Crees poder ponerlo dentro, Gerardo? —preguntó Brandr, agachado y con un porte tan serio que parecía ser otra persona.

Según lo que Linda notó, este tenía la mirada puesta sobre el agujero en la pared.

—Voy a intentar ponerlo con toda calma —replicó el moreno.

«Esta conversación de puso incómoda de repente», meditó la chica que los acompañaba.

El muchacho tomó su escarabajo todo muerto y tieso, logrando introducirlo en el lugar. Pasaron tres segundos, nada ocurrió. Brandr se disculpó, con los ojos llorosos y preso de una profunda decepción , cuando de pronto, algo ocurrió debajo de todos ellos. El suelo debajo de ellos se abría de poco en poco. Unos escalones se alzaron cuesta abajo a los pies de nuestros viajeros.

Sorprendidos los tres, tomaron una decisión cuando Brandr dio el primer paso hacia el frente.

—Hay que explorar el lugar que apareció para nosotros —dijo, siendo acompañado de una mueca alegre.

«Sus ojos dicen otra cosa. ¿Arrepentimiento, tal vez», juzgó Linda.

Y ahora sí, juntos, y también revueltos, ya que Gerardo tropezó, provocando que cayeran, descendieron hasta llegar a la parte inferior. Por dentro, el lugar era una enorme biblioteca escondida repleta de estantes llenos de libros y mesas con colecciones de estos objetos esparcidos por doquier.

—¿Qué es exactamente lo que buscamos aquí? —cuestionó Linda, llena de curiosidad.

—Aquí hay registros de todos los personajes de todas las obras creadas en su mundo — contestó el bien vestido—. También debe existir al menos una copia de cada una de nuestras historias en las que nosotros, los seres que habitamos este valle, existimos.

»Quiero, deseo... poder encontrar más de mi origen, para al menos encontrar otros personajes de mi historia de origen.

»Al mismo tiempo, podemos buscar la dirección, pueblos, y ciudades en los que habitan los suyos.

Brandr omitió que sus amigos podrían sobreescribir el cuento incompleto que les pertenecía desde su copia de seguridad. No quería que lo abandonaran tan pronto.

La culpa lo inundó, pero no estaba listo para quedarse solo. No ahora que tenía pendientes muchas cosas en la cabeza.

La pesadilla de quedar atrapados en un mundo extraño parecía estar cerca de terminar para el par del mundo real. Fue así que los chicos comenzaron su tour dentro de la biblioteca escondida bajo tierra. Linda buscaba la copia de esa historia que escribió junto a Gerardo antes de la discusión que los separó: Brandr, hacía eso mismo con algo que le hiciera ruido, pues no podía recordar el título de su historia de origen: por último, Gerardo investigaba las direcciones de sus personajes.

Además del ogro y el lobo, había una princesa, un caballero y un búho. Aunque también podía recordar a un viejo sabio.

[...]

Un par de días después.

—¡Lo encontré! —anunció Linda, llena de felicidad por terminar tras una exhaustiva investigación.

—¡Yo también di con algo! —exclamó Gerardo con unos ojos tan brillantes que llamaron la atención de la chica.

El moreno logro dar con la dirección en la que vivían dos de sus personajes en una lista de varios pergaminos en los que hurgó por días. Ellos se encontraban en la capital, pero, también el joven pudo dar con algo más de información. Brandr era un habitante más de la capital. Su cuento de origen se llamaba: El Príncipe De La Lanza De La Alegría, empero, cuándo el muchacho vio el nombre del autor se congeló al instante.

—¿Qué sucede, Gerardo? —interrogó Linda, para luego darse cuenta de lo que dejó petrificado a su compañero.

—El nombre real de Jefe-Sama es Yamamoto Takeru —dijo el chico mientras Brandr dormía abrazando un cuento infantil.

Un mar de emociones inundó al moreno. Si bien, podrían existir varios sujetos con el mismo nombre, el susodicho podría tratarse de su profesor de lenguas al que conocían desde la infancia.

—¿Qué les pasa, chicos? —cuestionó Brandr a sus amigos, tras despertar y ver a los otros dos clavados en la lectura de un pergamino.

—Na-nada —mintió el otro—. Alguien dibujó cosas obscenas aquí, y no debes de mirar esto, porque estás chiquito.

»Bueno, no tanto, pero, como alguien mayor a ti, te lo prohíbo.

—Aunque estábamos planeando ayudarte a encontrar información de tu historia, ya que Gerardo y yo dimos con información útil para nosotros —dijo Linda, interrumpiendo al moreno.

Y así, el trío pasó un par de días más sumergido en la investigación, hasta que dieron con lo que parecía ser un cuento. Era demasiado ligero y sin muchas páginas, cuando de pronto, Brandr lo abrió. El resultado no era lo que quería.

Páginas parecían haber sido arrancadas, y casi toda la historia estaba marcada con la tinta negra de un plumón negro permanente.

Para Brandr, aquello era señal de que su historia fue borrada. Lo único visible era la primera palabra, siendo el nombre del pibito bien vestido, además de una ilustración suya. Con trazos que parecían haber sido dibujados por un infante, Brandr no encontró mucha similitud a su aspecto al respecto de la imagen.

—¿Jefe-Sama quería mandarme por siempre al olvido? —se cuestionó un decaído Brandr—. ¿Por qué?

»¿Por qué haría eso?

Ocultó su rostro entre las piernas y sus brazos.

—Debe de haber una razón por la que al menos dejó tu nombre escrito —comunicó Linda, tratando de calmar un poco a su amigo—. Seguramente lo deja porque algo de ti le gustaba mucho.

—Linda tiene razón —afirmó Gerardo—. Al escribir, ponemos parte de nosotros; nuestros sueños, nuestras metas y deseos.

»Parte de nuestra alma se impregna dentro de ustedes, las creaciones de nuestras mentes.

—No lo digan por tratar de hacerme sentir mejor —reclamó el de traje blanco—. Ya nada tiene sentido para mí.

»Tal vez soy detestable para mí creador. Ya no importa.

»Estoy solo. No tengo compañeros, ni amigos. Nunca tendré un final.

Brandr se levantó, llegando a comentar que cumpliría con su promesa de acompañar a sus acompañantes hasta el final, para que ellos pudieran regresar a casa. Los liberó de su petición de encontrar a su autor en el mundo real.

—Brandr, todavía hay esperanzas —declaró Gerardo—. Es posible que Linda y yo conozcamos a tu creador.

»En el directorio que leí, vi su nombre.

—De ser así, nosotros podemos investigar más, y así pedirle que vuelva a escribir. —mencionó Linda, ya que era algo que no podían ocultar a quién necesitaba de su ayuda.

—¿De qué me serviría? —demandó el chico de traje blanco—. Ahora soy lo único que queda de mi cuento.

—Eres lo único, sí —expresó el joven del mundo humano, sintiendo pena por el otro—. Que no hayas sido borrado por completo, significa algo.

»Ya te dije las palabras de mi padre al enfermar: «Todo sucede por una razón».

»Encontrarte tal vez ayude a que tú autor retome la inscripción en el mundo del que Linda y yo venimos.

—Y aunque creas que perdiste todo, nos tienes a nosotros —manifestó Linda, ofreciendo una mano y una sonrisa—. Somos tus amigos, y siempre tendrás un lugar en nuestros corazones.

Gerardo había avanzado hasta el chico para darle un abrazo.

—Me alegro mucho de haberte conocido, Brandr —expresó el moreno—. Parece que después de todo, podrías ser tú la creación de un viejo amigo.

»No me di cuenta desde el principio, pero la calidez y locura que transmites, es parecida a la de Takeru.

El muchacho recordó a un jovencito de rasgos asiáticos con el que solía jugar cuando era niño. El hijo del profesor de lenguas era inquieto, pero muy alegre y enérgico.

Se había convertido en su único amigo varón, ya que otros lo molestaban por ser amigo de una niña.

«A esa edad, las chicas parecen una molestia para los chicos, pero desde siempre, algo en Linda me hizo quererla mucho», pensó el moreno.

Su corazón se llenó de sensaciones indescriptibles cuando trajo a la memoria el primer almuerzo que compartieron a la tierna edad de seis años.

Aunque eran unos emparedados muy sencillos, intercambiaron la mitad de estos, prometiendo ser amigos por siempre.

De pronto, la lanza de Brandr comenzó a brillar, emitiendo una sensación similar a la de ese abrazo para los allí presentes.

Linda sostenía el cuento de Brandr en sus manos. La hoja con el dibujo cayó y de repente, pudo ver una leyenda escrita en en la parte trasera a la cara de la ilustración.

«Una lanza que se vuelve una espada con el calor de una familia».

El arma cambió de forma.

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