Arco 1: Bienvenidos al Valle de la creatividad
Sería el primer año de prepa. Todo parecía normal, o al menos eso era lo que Linda quería pensar. Ella, con el corazón acelerado a mil por hora, sentía que no encontraba nada adecuado de ropa para ponerse en su primer día de clases. Buscaba en un frenesí entre sus blusas, pantalones, e incluso alguna que otra panti algo sexy.
Desde la cocina, su madre, una mujer de tez aperlada, cabello en colo avellana y un traje amarillento, estaba cansada de tener que esperar por ella, por lo que decidió ir a buscar a su «pequeña monstruo».
En cuanto a la chica, ella poseía unos ojos color miel; su cabello, lacio y castaño, además de que le llegaba unos cinco centímetros por debajo de los hombros. Tenía una nariz pequeña y labios delgados, pero bien definidos de manera natural. Su rostro reflejaba la inquietud de una jovencita que queria verse hermosa en todo momento.
—¡A esa escuela vas a ir de uniforme y no de otra forma! —proclamó la madre de la chica con fastidio—. ¡No necesitas pasar horas y horas haciendo un desastre en tu guardarropa!
—¡No me gusta este horrible uniforme de chica de anime, mamá! —protestó la muchacha.
Su madre no iba a ceder ante sus caprichos, por lo que subió a la habitación para obligarla a usar el uniforme de la institución que la misma joven había decidido escoger para continuar sus estudios.
—¡Pues te recuerdo que tú quisiste ir a esa escuela, niña! —exclamó su progenitora en un son de ardiente furia.
[...]
Lejos de allí, y en un vecindario bastante amplio, se encontraba Gerardo, un chico algo alto; el tono de su piel, morena clara: el cabello, negro, y bueno, a pesar de que se lo arreglaba constantemente, era rebelde; sus ojos, en un color marrón oscuro; su vestimenta, solía ser informal, aunque ese día tenía que usar su uniforme nuevo que era una especie de camisa oscura de mangas cortas sobre una remera, imitando el gakuran, ya asistiría a un colegio hispano-japonés, siendo que todo uniforme era bastante similar a los usados en el país asiático.
—No estoy de acuerdo con esto, pero ni modo. —gruñó Gerardo—. ¡Esta cosa me va a matar del calor!
«Pero al menos voy a aprender más cosas, y espero que me encuentre con un viejo amigo al que no he visto de hace tiempo», pensó. Sus ojos brillaban con el deseo de encontrar a alguien.
—No tienes derecho a quejarte del uniforme. —replicó el padrastro del chico—. Después de todo, te la pasas viendo horas y horas de tus «monos chinos» en tus tiempos libres. Se te va a quemar el cerebro.
»¡Y te recuerdo que no te tardes mucho en salir, jovencito!
—Odio la escuela —dijo el muchacho en voz baja para no ser escuchado por su familia—. Especialmente a ese sujeto con el que se casó mi madre —susurró.
Y cerca de media hora después, tanto la chica como el muchacho habían llegado, por azares del destino, al mismo tiempo, al mismo colegio, y pisando el suelo cercano al otro.
—¡No puede ser! —gritaron los dos al unísono, tras verse las caras después de mucho tiempo de no saber el uno del otro.
«¿Tan mala suerte tengo como para dar con ella?», meditó Gerardo.
«¿En verdad es él?», se cuestionó internamente Linda.
Cerca de seis años atrás, los dos fueron muy buenos amigos, y eran bastante cercanos. Les gustaba juntarse a escribir cuentos cortos que regalaban a los profesores de la primaria a la que asistieron en su infancia; sin embargo, un día, ambos dos tuvieron una discusión que nunca pudieron resolver, haciendo que dejaran incompleta la última historia que habían comenzado.
Terminada la primaria, no se habían vuelto a ver o dirigir la palabra hasta justo este momento. Coincidir de nuevo era algo realmente inesperado para los dos jóvenes. Y entonces, tras un silencio incómodo, el timbre sonó, haciéndo saber a este par que debían apurarse para entrar al salones de clases.
«Espero que no me toque el mismo salón», pensó cabizbajo el moreno.
«¿Acaso todavía no puede superar aquello?», reflexionó Linda.
[...]
Tras observar con detenimiento al sospecho par, el chico de traje blanco quedó boquiabierto al notar que un portal al mundo de los escritores era abierto. No sabía las intenciones de esos dos que iban a cruzarlo, pero algo debía hacer para evitar una desgracia al mundo en el que vivía.
[...]
Linda y Gerardo se fulminaban con la mirada en el camino al salón de clases. Algunos de sus compañeros no podían parar de admirar el curioso espectáculo que ambos ofrecían, y entonces, ocurrió aquello que ninguno deseaba. Para mala suerte de ambos, asistirían al mismo palacio de aprendizajes como ocurrió en la primaria.
Linda comenzó a tener recuerdos de cuando conoció a Gerardo en el jardín de infancia. Fue desde ese momento en el que surgió una amistad entre los dos. Por su parte, el chico recordaba que en la primaria había una biblioteca a la que les gustaba entrar a escondidas. Fue así que comenzó el pasatiempo de ambos por escribir, uno que ambos podían recordar con cariño.
Ya en clase, uno de los compañeros de ambos notó que el muchacho observaba de forma constante a la fémina.
—¿Ya le clavaste el ojo a esa chica? —cuestionó este para el moreno, cuyo rostro mostró rubor en las mejillas.
—No, pero la conozco de un lado —declaró, viendo en otra dirección.
Los mismo pasó con algunas camaradas de ella, ya que no paraba de voltear a ver a Gerardo
Los dos negaron de inmediato con movimientos de cabeza. Y entonces, llegó el profesor de lenguas. Este era otro viejo conocido de estos dos. El profesor Hiro, un hombre de raíces japonesas, usando un chaleco verde sobre una camisa blanca, unos pantalones negros y un calzado que hacía juego con sus pantalones, debía tener el triple de la edad de este par, considerando que ellos tenían quince años casi recién cumplidos.
El hombre era de tez apiñonada; el cabello, negro, corto, desfilado y con patillas largas; los ojos, rasgados y oscuros, además de que portaba gafas
El compañero del muchacho soltó una risa nerviosa al notar la mirada del hombre.
El profesor Hiro notó también a esos dos conocidos suyos también, recordando viejos tiempos en los que solían pasar mucho tiempo juntos. A su mente vinieron antiguos momentos en los ellos hacían sus propios cuentos y los regalaban a los maestros que tuvieron en la educación primaria, y él llegaba a casa para leerlo a su hijo.
Trajo a la memoria el día que él había recogido la libreta de aquella historia incompleta de sus antiguos alumnos. Sin embargo, debía proseguir con la clase, en lugar de volver al pasado, por lo que comenzó a dar la introducción sobre el contenido del semestre y la bibliografía a consultar.
Pero como una sombra que se paseaba sin ser vista, alguien parecía estar pendiente de estos dos jóvenes, mientras estos no se daban cuenta de que había alguien que los observaba, especialmente porque estaban prestando atención a la clase de su viejo profesor. Y a su vez, una diminuta presencia más estaba atento a un archivero cercano al aula.
«Me parece que encontré a un chico y una chica que me pueden ser bastante interesantes», reflexionó un desconocido.
Una vez terminada la clase, el profesor Hiro llamó a sus dos viejos pupilos para hablar con ellos, pero estos dos se seguían enviando malas vibras tan sólo con verse a las caras.
—Me alegro de verlos nuevamente —expresó el profesor—. Disfruté mucho leyendo algunos de sus cuentos a mi hijo. Y entonces, un día, me encontré con una libreta que les pertenece.
»Parece que dejaron inconclusa esa historia desde el año que tuve que ausentarme.
El hombre abrió uno de los cajones que tenía su escritorio, sacando aquel cuaderno que pertenecía a los chicos.
Los dos voltearon en la dirección contraria para evitar el contacto visual.
«¡Lo sabía! ¿Me serán igual de útiles que el otro chico?!», comentó esa voz que no fue audible para nadie.
—A todo esto, ¿cómo se encuentra su hijo? —preguntó Gerardo a su educador.
—Supongo que me odia por no estar con él —replicó cabizbajo—. Me divorcié hace tres años. Aunque el proceso se sintió mucho más largo.
Ciertamente, el profesor mintió un poco. No quería preocupar de más a sus estudiantes. En realidad de había divorciado desde el año que dejó de dar clases.
—L-lo lamento —expresó Linda con tristeza.
—No tienes nada que lamentar —respondió su maestro—. Fui yo quien no pudo satisfacer a su esposa, y por ello me dejó por otro hombre. Ella se quedó con la custodia de mi hijo, y se mudó de ciudad hace tiempo.
»Por ahora, me encuentro hundido en mi trabajo para pagar la manutención de mi chico, y también para buscar hablar con él, aunque no me responde. Soy un perdedor.
«¡Jolín, qué ese hombre ni se ha dado cuenta del hecho!», gritó en su mente aquel extraño que vigilaba desde el archivero.
El profesor tuvo el deseo una petición para esos dos. Quería que trataran de arreglar sus diferencias, pues vivir en el pasado, no les traería nada bueno.
—Veo que ustedes dos no se llevan tan bien como antes —aseveró el hombre—. Por favor, no vivan de viejos rencores, y traten de arreglar lo que sea que haya ocurrido. Se veían tan contentos cuando trabajaban como equipo, y hoy parece que no se soportan.
Por el momento, los jóvenes no sabían qué responder. Dejaron el aula en total silencio, y algo pensativos, pero a Gerardo le dio la impresión de que el mayor sufría bastante por tener que haber revelado su separación.
Al salir, el sol abrazó sus rostros. Las clase habían terminado ya, quedando libres para volver a sus hogares.
—Oye —enunció Gerardo, llamando la atención de la chica, mientras su mente divagaba en las palabras del profesor—, ¿te gustaría ir por un helado?
La muchacha no estaba muy segura de querer hacerlo, así que negó con la cabeza.
—Fue una tonta pelea de niños lo que ocurrió —comentó el chaval, aceptando que debía avanzar en su vida—. Hicimos y dijimos tantas tonterías. Creo que el profe tiene razón: el pasado al pasado.
—Quiero irme a casa —respondió Linda, pues no estaba de humor para discutir por algo que la lastimó—. Tal vez en otra ocasión.
Gerardo estuvo de acuerdo, así que volteó a la dirección a la que debía dirigir su camino; empero, volteó atrás inmediatamente al escuchar un grito que provino de la chica.
—¿Qué es eso? —preguntó un aterrado Gerardo, al ver a un ogro de un color verdoso y de aspecto parecido al de la historia inconclusa que dejó años atrás junto a Linda.
También apareció un enorme lobo negro. Este había sido un añadido, con grandes dientes y ojos azulados. Este también le pareció muy familiar.
—Se parecen a nuestros personajes. —comentó una atónita Linda, mientras su cuerpo temblaba.
—Es como si nuestra historia incompleta viniera a robarnos nuestras almas —mencionó un tembloroso Gerardo—. Mis piernas... No me... No me responden. Quiero hacer algo... Pero... Pero... No puedo...
Hablar era difícil ante lo que sus ojos veían. Estos seres fueron villanos en su imaginación. ¿Qué propósito tendrían?
Linda también tenía problemas para moverse. Los dos parecían estar en completa desventaja, y entonces, ante ellos apareció un chico un poco más joven que ellos, portando un traje blanco muy peculiar, pues recordaba a las vestimentas de la realeza. Tenía el cabello oscuro, corto y desarreglado. Era de ojos negros, y llevaba una lanza en sus manos con la que atacó al lobo.
—¡Atrás, bestia aterradora! —advirtió el chico desconocido—. ¡Tú regresas conmigo al Valle de la Creatividad!
—¿Y eso dónde queda? —cuestionó Gerardo, acompañado de intranquilidad en su alma.
A los pocos segundos, el ogro cargó a la fuerza a Linda para llevársela con él. Ella gritaba y pedía ayuda.
—¡Ve tras ella! —pidió el jovencito del traje—. ¡Los humanos no deben cruzar nuestro mundo!
Gerardo no estaba muy seguro de dejar solo a ese pibe de buen vestir, aunque tampoco podía negarse a ayudar a Linda.
«Ella me necesita», caviló.
De esa forma, el muchacho corrió a salvar a la muchacha. El ogro abrió el portal a un mundo desconocido, y saltó, cruzando el umbral con Linda sobre su hombro derecho.
El joven de primer año de preparatoria aprovechó la oportunidad al ver el portal todavía abierto, por lo que también lo atravesó.
—¡No puede ser! —chilló el otro chico, algo sorprendido y molesto por lo que acababa de suceder—. ¡Está mal que nuestros mundos se conecten de esta manera!
El lobo, saltando de manera magistral, salto, abriendo el hocico para atacar al jovencito de cabello oscuro, y este, defendiéndose, evitó ser alcanzado por las fauces del animal, provocando un forcejeo entre este y su arma.
Y así, aquel muchacho de traje blanco usó toda su fuerza para quitarse al feroz lobo de encima con su lanza. Giró para provocarle un profundo corte en el lomo.
—¡Tengo que darme prisa! —gritó el chico, saltando también al portal.
«¡Justo al tontillo que quería encontrar!», dijo la voz del desconocido que espió anteriormente a los estudiantes de educación media superior.
[...]
Del otro lado, todo era algo peculiar. El cielo era de distintos colores. Había nubes que tomaban forma de animales, rostros, y estrellas en plena luz del sol. Estrellas aparecían, y el cielo estaba cambiante en todo momento.
Había aves y otros animales de aspecto muy extraño, cuando de pronto, algo tomó por sorpresa al moreno.
—¡Un T-Rex! —expresó Gerardo con miedo. ¿Acaso viajó al pasado?
El ogro que sostenía a Linda comenzó una pelea con el feroz lagarto, y la chica cayó, completamente ignorada por su secuestrador. Gerardo intentó ayudarla; el chico de traje se le adelantó y logró atraparla, cayendo al suelo con ella encima.
—¡Estás muy pesada! —protestó el desconocido, lo que le hizo ganador de unas bofetadas y un coscorrón de parte de Linda.
—¡Idiota! —bramó esta.
Mientras tanto, Gerardo observó que se encontraban en un valle muy extenso.
—Este es el Valle de la creatividad —anunció el jovencito de traje—. Fue creado gracias a la imaginación colectiva de los escritores de todas las épocas y naciones de todo el mundo real.
—¡¿Qué?! —preguntaron los jóvenes del mundo real.
—Este mundo es la máxima representación de las fantasías y creatividad de todos aquellos que escriben —respondió aquel jovencito con una sonrisa en el rostro—. ¡Bienvenidos al Valle de la Creatividad!
Y mientras la bienvenida era extraña para Linda y Gerardo, aquel extraño ser observaba, tal vez complacido.
«¡Al fin, todos mis queridos peones están en este mundo! ¡Hurra! ¡Viva yo!», gritó en su mente aquel ente.
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