Todo comenzó en un día normal, el unicornio estaba comiendo tranquilo unas manzanas, y las comía feliz, pero llegaron sus amigos a molestarlo.

El unicornio dijo que no pelearía con ninguno de ellos porque es demasiado feliz para pelear, el veía belleza en todo, sus amigos, que nunca le hacían caso, se fueron burlándose de el y el unicornio de la felicidad seguía feliz, a pesar de los maltratos.

El unicornio de la felicidad no quería ser maltratado pero su meta era ser feliz para toda la vida así que tenía que seguir feliz aunque el no quiera serlo. Un día sus amigos robaron una de sus manzanas que el comía para el desayuno, pero el unicornio por una extraña razón seguía feliz.

Todos esos días de maltrato el unicornio tenía que seguir feliz, porque si no lo estaba hiba a romper su promesa con el universo, el quería estar triste por lo menos una vez, pero no podía porque como ya saben, su meta era estar feliz a pesar de los maltratos que el unicornio recibía de parte de sus amigos.

Sus amigos, por otro lado, no querían ponerse metas porque sabían que sufrirían intentando cumplirlas, pero el unicornio de la felicidad era diferente, el quería seguir adelante, no quería que sus amigos lo llamaran cobarde por no cumplir su promesa, el la cumpliría cueste lo que cueste.

El sabía que en realidad no se llamaba unicornio de la felicidad, era un apodo que sus amigos le pusieron cuando el les contó que sería feliz para siempre, el podía estar triste, el quería estar triste... pero si lo hacía... habría roto su promesa.