◼ Único capitulo.
OneShot como pago al trato/ acuerdo/ negocio/ chantaje con xGeychou1
Jehiel, sé que pediste un AU. Entrenador—Alumno, pero lo siento. Cuando lo comencé, de alguna forma terminó así. Espero que te guste.
Cursiva: Pasado.
Normal: Presente.
ONE SHOT PUBLICADO EL 31/DIC/2017
RE-SUBIDO EL 12/ABRIL/2020
Disfruten~
ByeByeNya 🐾
◼
Yuri Plisetsky puede contar con los dedos de una sola mano todo aquello que más ama en el mundo. Lo que lo hace ser quien es, lo que le motiva y da felicidad. Cosas por las que es capaz de luchar, contra todo y todos, contra la soledad y la tristeza, superando obstáculos y retos para lograr todos sus propósitos, cumplir sus sueños y alcanzar las metas que desee.
Potya cuenta como el pulgar. Su gata es su única amiga, siempre esperando que Yuri regrese de la escuela para jugar con él, dejando más de un rasguño y marcas de mordidas como recuerdos de sus momentos juntos. Siendo aquel cojín mullido y ronroneante que se deja apachurrar cuando las lágrimas silenciosas de su dueño son liberadas entre sueños y recuerdos dolorosos.
El dedo índice sería su abuelito, esa persona que ha estado con él en cada aspecto de vida, amándolo y protegiéndolo como un padre guía a su hijo y una madre venera a su bebé. Porque él no tiene mamá ni papá, se lo dice una y mil veces para olvidar que lo han abandonado a su suerte. Pero está bien, su abuelito está con él, Yuri no los necesita. En su pequeña familia hay amor, comprensión, apoyo y diversión.
El dedo medio es el mismísimo Yuri, porque si algo ha aprendido a tan corta edad es que debe amarse, que sí no se ama él ¿quién más va a hacerlo? Si quiere valer, debe darse un valor propio. Su abuelito y Potya lo aman sin importar cuán testarudo sea o cuántas veces olvide dejar comida en el plato antes de salir, si alguien más va a amarlo que lo haga con todos sus defectos.
El patinaje artístico es su dedo anular. Yuri adora patinar. Es liberador. Deslizarse sobre el hielo, balanceándose en las cuchillas al ritmo de la música que le gusta, los latidos de su corazón rompiendo el silencio cuando está solo. Pensando en nada más que saltos y piruetas, en la música y secuencias de pasos, en ser el mejor. Porque cuando patina siente que puede lograr cualquier cosa; se vuelve sencillo olvidar a sus padres y su abandono; siente que puede lograr ser un nieto que cause orgullo y así devolverle a Nikolai algo de lo mucho que le otorga cada día; confía en que ganará muchos patrocinadores y tendrá el dinero suficiente para comprar más juguetes para Potya, comprarle la mejor comida para gatos, esa de los comerciales que pasan por las mañanas cuando el abuelito ve el noticiero; desear se convierte en una posibilidad real al imaginarse como el mejor patinador del mundo, que su nombre sea una leyenda, que su esfuerzo sea reconocido; y también siente que puede llegar a ser amado por su dedito meñique: Yuuri Katsuki.
Yuri Plisetsky descubrió la existencia de Yuuri Katsuki por la transmisión televisiva del Grand Prix. Esa semana fue recluido en casa gracias a un resfriado y, mientras el abuelito trabajaba, él veía las competencias Junior. El japonés captó su atención como pocas cosas han logrado hacer, solamente con su secuencia de pasos y una rutina tan compleja que Yuri sólo despegó la mirada del televisor al sentir los colmillos de Potya en el brazo, intentando liberarse del abrazo estrangulador que le daba por la emoción que experimentaba. El chico de cabello negro y ojos achocolatados en la televisión era la joven promesa del patinaje y uno de los mejores en su país a tan corta edad. Yuri tuvo una nueva meta, decidió que patinaría junto a Yuuri, que sería tan bueno como Katsuki, que lo enfrentaría algún día en la misma pista.
No cree en la suerte. A sus escasos siete años ya está completamente convencido de que la suerte no existe. Confía que uno se labra su camino hacia un destino que ya está decidido, que cada ser humano ya tiene una vida escrita, esperando a ser vivida. Uno simplemente debe avanzar.
Se sabe bendecido desde que su abuelito lo rescató de servicios infantiles y no fue enviado a un orfanato cuando su padre los abandonó a él y su madre lo dejó sólo. Su buena suerte es un rasgo propio del que está orgulloso y da gracias cada día. La luz de la estrella que lo vio nacer fue la guía que lo llevó directamente al sendero de vida de su ídolo.
Desde que es capaz de mantenerse en pie sobre unas cuchillas, ha permanecido en el hielo todo el tiempo que puede tomar, utilizar y hacer suyo. Al finalizar sus clases de patinaje, una tarde de otoño, permaneció en la pista un poco más después de que todos se habían ido, aprovechando que uno de los entrenadores amigo de su abuelito —del que ha oído mucho, pero nunca ha visto en persona— estaba de visita en la ciudad con sus pupilos y deseaba ver a Nikolai, planeando encontrarse en la pista de patinaje.
Mientras el abuelito Nikolai se alejaba rumbo a la entrada del recinto para darle alcance a su colega, Yuri intentaba imitar una coreografía que había marcado en su mente con un vidrio afilado de los fragmentos de sus sueños —porque, a diferencia de todo el mundo, Yuri no cree que los sueños sean algo bonito que se puede romper si no se cuida; todo lo contrario, Yuri piensa que los deseos y sueños son algo que está hecho añicos y depende de cada persona luchar para juntar todos los pequeños pedazos y crearlo, completarlo y darle la forma que se desea. Los motivos, las heridas para lograrlo, las experiencias y la felicidad al conseguirlo son como pegamento que mantiene los fragmentos fijos y unidos—, dejando una marca profunda e indeleble: la primera rutina que le vio hacer a Yuuri en televisión.
Yuri no podía hacer gran cosa, siendo solamente un niño de siete años no contaba con la resistencia ni la fuerza necesaria para los saltos complejos, tampoco comprendía cómo el japonés hacia tales secuencias de pasos hipnóticos sin romperse una pierna; pero era el mejor en su clase de ballet.
Y así lo hizo, tomando la rutina de Yuuri, intentando copiar sus movimientos, dando su toque personal cuando un paso era demasiado difícil, agregando estiramientos, espirales y piruetas. Hubiese seguido por el resto de la tarde y toda la noche de no ser por el sonido de aplausos quebrantando el silencio y astillando la burbuja de paz en la que se había encerrado al pensar de más.
No se esperaba lo que vio al abrir los ojos, dispuesto a gritarle al intruso que se fuera, Yuuri Katsuki sonreía y aplaudía alegremente en la entrada de la pista. Ojos chocolate tras el cristal de las gafas viendo a un incrédulo Yuri, manos dejando los aplausos y labios mostrando una sonrisa tranquila que Yuri ha visto escasamente en alguna revista deportiva o una entrevista del canal de deportes.
Lo primero que pensó Plisetsky, una vez que su cerebro recordó que podía hacer más que respirar y parpadear, fue que eso debía ser un sueño porque nadie en el mundo puede tener una sonrisa como esa y ser real. Lo segundo, que el japonés se veía realmente gracioso con tantas capas de ropa encima, como una bolita de tela, abrigo, bufanda, gorro, guantes y cubre bocas colgándole del cuello. En tercer lugar se recordó que debía hacer algo, decir cualquier cosa antes de despertar, pero descartó eso al sentir el dolor del pellizco disimulado que dio a su mano.
Yuuri Katsuki, su ídolo, su ejemplo a seguir dentro del patinaje artístico, su amor platónico, y el dedito meñique de la mano con la que cuenta a sus amores, estaba ahí. Frente a él su más bella ilusión.
De ambos, no fue él quien se encargó de romper el silencio.
—¡Patinas muy bien! —El de ojos menta se estremece al escuchar la voz cantarina del moreno. ¡Lo ha halagado! ¡Y su voz es aún más suave en persona que en la televisión!
No comprende qué hace ahí. Es más, Yuri se debate entre pensar que se cayó al hielo golpeándose la cabeza y ahora está muerto, o aceptar que es real, que está vivo y el abuelito no mentía al decirle que Yakov Feltsman —el entrenador de su ídolo— era un amigo de la infancia. Eso explicaría qué hace Yuuri Katsuki en Moscú un par de meses antes que inicie la temporada.
Los labios del japonés tiemblan un poco, reduciendo la bonita sonrisa, mortificado ante el silencio del niño rubio y antes de que los pensamientos de haber sido demasiado entrometido allanen su mente, Yuri casi corre en el hielo, lanzándose directo en su dirección a gran velocidad.
— ¡Soy muy bueno! —Grita el niño, apenas asomándose por encima de la barrera protectora, encarando al adolescente con ojos fieros y brillantes sobre un sonrojo rosa adornando la blanca piel de su rostro. — ¡Seré el mejor cuando crezca y le ganaré a Katsuki-san, lo juro!
No compendió el significado de sus propias palabras hasta pasados varios segundos de silencio y sorpresa mal disimulada por parte de ambos ¡No quiso decirlo de esa forma! Aunque tampoco sabe qué, exactamente, era lo que deseaba expresar. No comprende qué tan real es la situación, pero sueño o no, mentira o verdad, fantasía o realidad, Yuuri Katsuki está frente a él. Y no encontró mejor manera que esa para decirle que lo admira tanto que su mayor anhelo es ser el mejor en el hielo y así poder compartir pista, ser amigos, estar juntos en algunas competencias. Con mucha vergüenza, recuerda haber agregado un honorífico que nada tiene que ver con el turbio inglés con el que lanzó su letanía, pero que ha escuchado en cada anime que ha visto para aprender de la cultura del japonés y ahora piensa que quizás no debió hacerle mucho caso a la idea del abuelito.
Yuri aprieta sus puños y frunce el ceño, dando pequeñas bocanadas de aire porque siente que llorará en cualquier momento, casi esperando que Yuuri de media vuelta furioso y lo deje ahí por escandaloso y grosero.
Yuuri no se va, no le grita de vuelta ni lo tacha de maleducado o amenaza con acusarlo con su abuelo. Yuuri sonríe, sincero, un poco enternecido y acomodándose los lentes que se le han realizado por el puente de la nariz.
— ¿De verdad? Lo espero con ansias. —Dice y Yuri está tan acostumbrado a que la gente a su alrededor sea tan cruel y cínica que le cuesta un poco confiar en las palabras del moreno, pero recuerda vagamente que Nikolai ha invertido mucho tiempo y saliva al intentar convencerle que no toda la gente miente, así que decide dar el beneficio de la duda a Katsuki. Porque sus ojos brillan, su sonrisa es bonita, parece una bolita de tela en tanta ropa abrigadora y aún quiere ser como Yuuri y patinar a su lado.
— ¡Sí! —Grita de nuevo, agregando una sonrisa de su escaso repertorio y que solamente utiliza para expresar la felicidad que le provoca llegar de la escuela y sentir el aroma de los pirozhkis cocinándose en el horno. No obstante, como cualquier niño caprichoso, agrega una condición que tiene mucho de exigencia y todo de promesa. — ¡Cuando yo gane serás mi entrenador!
Yuuri bien podría pensar que es un niño muy extraño, grosero, exigente y gritón, pero a Yuri no le interesa nada más que hacerlo cumplir esa nueva promesa. Y quién sabe, tal vez también quiere recibir otro halago por parte de uno de los mejores patinadores Junior y su mayor inspiración en el patinaje.
—De acuerdo... —Asiente el japonés, tan sorprendido como intrigado por el niño frente a él, aún en el hielo y sobre sus pequeños patines, gorro y guantes rojos, temblando ligeramente, apoyándose en la barrera que rodea la pista.
Ha escuchado del pequeño Yuri Plisetsky. El entrenador Yakov bufa al intentar disimular una risilla cada que su móvil suena anunciando la llegada de una nueva foto o vídeo dónde se muestra siempre al mismo niño rubio. Jugando con un gato, practicando ballet, gritando molesto, riendo con el rostro lleno de migajas de comida y patinando. Yakov Feltsman está al tanto de la vida del pequeño rubio porque es el único nieto de su mejor amigo y Nikolai no tiene con quién más compartir y presumir de los logros de Yuri. No es como que Yuuri hubiera fisgoneado sin permiso, no. Es más como que Feltsman es consciente de su curiosidad cada que lo ve disimulando una sonrisa y al final cede para mostrar el motivo.
Es como si conociera a Yuri Plisetsky desde que puso un pie sobre el hielo a los cuatro años. En su defensa, Yuuri admite que aceptó inmediatamente la invitación de Yakov a Moscú porque el niño de las fotos le causaba mucha curiosidad. Además, quería descubrir si el cabello de Yuri era dorado como el oro o claro como los rayos solares matutinos. Incluso si sus ojos eran de verdes esmeralda, azules aqua o mentolados. Incógnitas sin motivo aparente, pero que no dejan dormir por las noches.
Quería conocerlo.
Por supuesto, jamás anticipó que lo primero que le dijera fuera una declaración de guerra. Ya quiere verlo crecer y ser testigo de los premios que ganará, porque no tiene la menor duda de que ese niño logrará alzarse como el mejor del mundo.
— ¿Sabes de algún lugar por aquí cerca que venda un buen chocolate caliente?
— ¿Huh? —Plisetsky no comprende qué tiene que ver una cosa con otra. Sin embargo, con el ceño fruncido, rebusca en su cerebro la información requerida —Sí, a una cuadra bajando la calle hay una cafetería. También tienen pasteles con buen sabor, pero yo prefiero los de mi abuelo.
Yuuri sonríe ante el último punto de esa información.
—Si me llevas ahí y tomamos juntos chocolate yo aceptaré tu desafío. Gáname cuando llegues a la categoría Senior y seré tu entrenador, Yuri.
El aludido iba a sonreír, preguntar cómo sabía su nombre y sí el chocolate era su favorito, pero una ráfaga plateada lo interrumpió, marchitando un poco de su felicidad y provocando los primeros sentimientos amargos en su pecho que años después identificaría como celos. Víctor Nikiforov, el mejor en la categoría Junior, sobre Yuuri y muchos patinadores tan buenos como ellos. También pupilo de Yakov y presumiblemente uno de los mejores amigos de Yuuri Katsuki.
— ¡Yuuri! —Exclama el de cabello platinado al pasar corriendo frente a él y lanzándose sobre el japonés, tirándole al suelo ante la mirada furiosa de Yuri —¡Qué malo eres escapando así de mí! ¡Desapareciste y Yakov no me dejaba ir a buscarte!
—Vitya, ¿cuántas veces debo pedirte que dejes de hacer esto? Vamos a lastimarnos algún día.
— ¡Pero si yo jamás dejaría que algo malo te pasara, Yuuri!
El rubio debió suprimir el deseo de quitarse los patines y degollar con el filo de las cuchillas a su compatriota. Dejó de lado esos deseos asesinos cuando Yakov Feltsman hizo acto de aparición junto a su abuelito y regañó a los adolescentes en el piso. Yuuri intentando quitarse a Víctor de encima y Víctor restregando su mejilla contra la cabeza de Yuuri.
Al final de ese día, Yuri si tomó chocolate caliente con el japonés. Incluso aunque los adultos y Nikiforov fueron con ellos, se las arregló para arrancar a Yuuri de las garras de Víctor y conversar con él el resto de la tarde y la noche.
◼
El frío cala los huesos, pero a él no le molesta. Cualquier persona diría que se debe a que nació y ha crecido en ese lugar tan helado, pero se dice que nadie más que uno mismo conoce sus motivos. A Yuri no le molesta el frío porque, por mucho que los músculos se le entuman u hormigueen, los huesos le duelan y tiemble de pies a cabeza con los vellos erizados, ha sentido peores dolores.
Aquello simplemente es una prueba de que está vivo. El sufrimiento es parte de la vida.
Por ese motivo no cierra la ventana, porque el aire gélido le quema la piel y está bien; no enciende las luces de la habitación porque la mayor parte de su insomnio lo pasó a oscuras y el amanecer ya se asoma entre las montañas; tampoco se levanta para hacer nada, porque prefiere permanecer de esa forma, quietecito y calmado hasta que Yuuko venga por él y deba comenzar el día.
Desde la ventana del hotel, la ciudad de Moscú se ve tranquila y blanca por la nieve. Yuri ya casi había olvidado que así luce la mayor parte del tiempo, casi olvida su frialdad. La frialdad de las calles, de las casas, de los negocios, de los corazones de las personas.
Normal no recordarlo, después de todo él tuvo un alma rebosante de calor por mucho, muchísimo tiempo. Aunque a Yuri le hubiese gustado que fuese más tiempo del que le dieron.
De nada sirve quejarse ahora de algo que no puede cambiar.
Sin importar qué haga, pierde la imagen de lo que es y ha sido; Los instantes que suceden día a día; Los recuerdos que no lo dejan y a los que se aferra, que para él lo son todo; Las fotografías que permanecen en sus casas, hogares a los que no ha ido porque le sangra estar ahí en soledad y revivir momentos que le han marcado el alma con las mejores escenas. Yuri duerme mucho cuando está triste, y cuando despierta parece no recordar el motivo de las lágrimas que ya no derrama; Yuri ya no bebé chocolate caliente, en cambio la cafeína se ha vuelto su única opción en las cafeterías; Yuri no escucha música porque siente que todo vuelve, y que vuelva sólo es la constatación del hecho de que algo se ha ido; Yuri vive con el mundo dando vueltas poco agradables, que un día tiene los pies en la tierra y al otro le gustaría estar colgado en algún lugar. Todo es un sí o no, aquí o allá, quiero y no lo haré, arriba y abajo, no me dejes y déjame solo, todo el tiempo.
Y el tiempo de Yuri tiene un flujo diferente al de las demás personas, muy distinto del que tenía anteriormente. Avanza de manera incongruente, a veces demasiado deprisa y otras con extrema lentitud, muchas veces ni siquiera siente pasar los días pese a que transcurren semanas y podría jurar que en más de una ocasión se detiene, estancándose.
Para él, es mejor cuando sus días son programados con anterioridad, siguiendo una rutina establecida que se dedica a repasar previamente toda la noche de forma mental.
Este día Yuuko pasará a buscarlo a su habitación cerca de las siete de la mañana, desayunarán junto a los demás patinadores en el restaurant del hotel y escuchará a Mila hablando con Sala sobre los programas cortos del día anterior, entonces Otabek se cansará de intentar hacer que Yuri diga más de cinco palabras en una sola oración y le hará algún cariño disimulado a Mila. Ellos dos se pondrán románticos y la conversación cambiará de los errores y aciertos en rutinas y trajes, a lo bien que se ven el kazajo y la pelirroja juntos.
Para Yuri es un gran alivio que las conversaciones ya no se traten de él y de cómo está llevando todo. Porque ya no tiene "todo" y no sabe cómo llevar el manejo de su propia vida. Mientras dejen de verlo como algo roto, él intentará actuar con normalidad. Porque sí, está quebrado hasta el alma, pero cree que al menos puede disimular un poquito.
A las nueve de la mañana se reunirá con Víctor en la pista para el calentamiento de rigor y hacer los preparativos necesarios para su programa libre.
No sabe aún el desenlace del día, pero no quiere pensar en ello. Una vez que el tiempo transcurre tal y como lo imaginó, el presente lo ataca en los vestidores con Yuuko detrás de él, peinando su larga cabellera con intrincadas trenzas.
Y el tiempo vuelve a descontrolarse. Porque pasa de estar sentado frente a un espejo, esperando pacientemente que Yuuko termine, a estar —en un segundo para él, pero diez minutos de ataque para Yuuko— de pie con tijeras en mano y gran parte de su cabello regado a sus pies, como rayos solares muertos. Luz sin vida en el suelo.
No se disculpa, porque ha comprendido, él y todos los demás, que durante esos ataques Yuri vuelve a ser sincero. Así que suspira, entregando las tijeras a su amiga y toma asiento de nuevo, en calma, dando una explicación a lo que acaba de suceder y poco comprende.
—Lo quiero corto.
—Bien. —Responde la mujer Nishigori, porque de todos a su alrededor ella es la única que comprende lo que Yuri oculta dentro de él, y puede tratar con ese dolor. Puede intentarlo al menos.— ¿Algún corte que prefieras?
A la pregunta le sigue tensión, y Yuuko utiliza esos segundos de meditación para mantener su guardia en alerta porque su amigo rubio se ha vuelto aún más impredecible de lo que ha sido toda la vida y sus respuestas pueden no ser lo mejor para nadie. Sobre todo, no son lo mejor para él.
Sabe que hizo bien en tomar una gran bocanada de aire al ver como Yuri abría la boca para hablar. Si aquello que sale de la boca de Yuri con voz monótona y ronca le duele a ella, no puede imaginar qué sentirá el ruso. ¿Yuri se rompe por dentro? O quizá ya no puede hacerse más daño.
— ¿Recuerdas cómo lo tenía el día de mi boda, Yuuko? —Dice, serio y tono suave. Recordando. Yuuko asiente, pero no habla por miedo a lloriquear ahí mismo y romper el pacto secreto que todos han hecho sobre no llorar frente a Yuri, porque el de ojos verdes parece perder la compostura cuando alguien más se quiebra. —Me gustaría que me hicieras el mismo peinado.
Yuuko traga en un vago intento porque el corazón baje de su garganta y vuelva a su pecho, porque se le ha formado un nudo en la tráquea y le lastima. Sonríe y comienza a cortar el cabello, intentando darle forma al desastre que Yuri hizo.
El peinado de ese día, el más especial en la mente del rubio, lo hizo Yuuri Katsuki.
Yuri no quería que nadie más tocara su cabello e hiciera el peinado de su boda, nadie más que su futuro esposo.
◼
Yuri supo de la leyenda del hilo rojo del destino gracias a Yuuko Nishigori, la mejor amiga de Yuuri Katsuki.
Desde que se conocieron en Moscú ambos mantuvieron contacto y en más de una ocasión, cuando Yuuri tenía tiempo y Yuri pausaba sus entrenamientos, el ruso viajaba para ver a Yuuri en San Petersburgo o viceversa. En una de esas vacaciones Katsuki invitó a los Plisetsky a su hogar en Japón, puesto que el rubio de diez años insistía en conocer su lugar de origen.
Ahí conoció muchos aspectos de Yuuri Katsuki que jamás imaginó y que el mismo Yuuri no le diría sin insistencia previa.
Yuuri era muy gordito de niño y gracias a los genes heredados de su madre tenía tendencia a engordar con facilidad, por ello Víctor lo llamaba de vez en cuando "cerdito"; Yuuri tocaba el teclado en la escuela, así que eso explicaba su gusto por la música clásica; Yuuri inició en el patinaje artístico gracias a su profesora de ballet y amiga de su madre; Yuuri ama el platillo japonés llamado Katsudon y eso le valió un nuevo apodo por parte de Yuri; Yuuri tenía un cachorro caniche que su hermana cuidaba cuando no estaba en casa.
Yuuri Katsuki nació en Hasetsu, Kyuushu. Tiene a ambos padres y una hermana mayor, toda la ciudad lo conoce aun cuando Yuuri se niega al reconocimiento de sus fans, su ex profesora de ballet es uno de los mayores apoyos en su carrera. Y tiene a dos amigos de la infancia que se han casado apenas terminado el instituto, Yuuko y Takeshi Nishigori.
Todas las personas en la vida de Katsuki eran demasiado amables o Yuri entró y encajó en esa vida sin mucha dificultad. Sea como fuere, en esa pequeña ciudad donde muy pocos se preocupaban genuinamente por Yuuri, él encontró muchas respuestas a las incógnitas que siempre se tiene de una persona importante. Pero sobre todo, Yuri halló un lugar que realmente le gustó y una vida de la que quería formar parte.
A los 14 años y durante su visita para ver las competencias nacionales y apoyar a su Katsudon, Yuuko le contó la leyenda del hilo rojo del destino mientras esperaban en sus asientos el turno de Yuuri en la pista.
La conversación gracias a que Yuuko le confesase a Yuri su embarazo. El ruso, intrigado, le cuestionó sobre todo lo que había hecho hasta ese momento. Preguntando concretamente si no tenía algún arrepentimiento después de haberse casado tan joven y formar una familia tan pronto. Yuri maldijo en voz baja, más sorprendido que enojado, ante la respuesta de Yuuko.
—Lo cierto es que no lo pensé mucho. Takeshi es el hombre que amo y con quien quiero formar mi propia familia —Dijo la castaña, sonrisa amable iluminando su rostro, seguido de una risita apenada y divertida —Supongo que el hilo en nuestros meñiques está muy bien atado.
— ¿Hilo?
De ahí que Plisetsky descubriera la leyenda.
No admitirá que es un poco escalofriante la idea de que la mitad de tu existencia pueda pertenecer a alguien más. Sin embargo, su mente le llevó la contraria al imaginarse con la única persona que con quien se permitiría compartir el resto de su vida.
En ese tiempo conociéndose, la admiración que sentía por su Katsudon fue creciendo en su pecho a tal grado de hacerle daño. Quería decirlo, debía decirle a Yuuri lo que sentía por él. Se había escapado se sus propias prácticas y responsabilidades para viajar expresamente a ver a su amigo. Si no lo hacía en ese momento, no tendría oportunidad hasta que coincidieran en alguna cede de patinaje.
Estaba enamorado de Yuuri Katsuki. En el momento que se lo confesó a su abuelito, el mayor soltó una carcajada tan fuerte que casi se ahoga y Yuri tuvo que acercarle un vaso con agua pese a estar rojo de vergüenza. Al parecer su gran descubrimiento era obvio para todo el mundo.
Amaba que Yuuri fuese torpe la mayor parte del tiempo, pero que en la pista de hielo su destreza no tuviera comparación. Amaba sus sentimientos, esos que se leían claramente en su rostro. Amaba que en un momento actuara como el adulto de casi 23 años, y minutos después fuese como un niño. Amaba su apariencia nerd y su forma de arreglarse el cabello para las competencias. Amaba las historias que creaba con su cuerpo y la música en el hielo, de la misma forma que amaba su auténtica existencia.
La leyenda del hilo rojo dice que une a dos almas gemelas. Él no sabe de eso, pero si sabe que jamás habrá alguien en el mundo que ame a Yuuri tanto como él. Lo demostrará así deba luchar contra el mismo destino.
Sus sentimientos fueron correspondidos. Yuuri, completamente rojo y tomándolo de la mano al caminar por la costa le dijo que le gustaba. Agregó que no tenía que darle una respuesta en ese momento, que lo pensara y que debía ser desagradable que alguien mucho mayor se le declarase e iba a decir infinidad de estupideces más, de no ser porque Yuri lo calló con un beso inexperto. Fue el primer beso más doloroso de la historia, prácticamente estrelló su cara contra la de Yuuri, choque de dientes, un labio partido y el latido errático de su corazón chocándole contra las costillas.
Al despedirse en el aeropuerto, Yuuri le confesó que Yuuko fuese boca floja a decirle que Yuri había quedado maravillado con la leyenda famosa de su país.
Le regaló un juego de anillos pequeños, de acero inoxidable y con una piedra roja en medio. Ambos Yuris los colaron en el dedo meñique del otro.
Compartieron un beso más suave ésta vez, con Yuuri guiando y Yuri aprendiendo. Después de un corto adiós el rubio dio media vuelta, entrando al pasillo que lo llevaría al avión. Acomodado en su asiento envío un último mensaje antes de apagar el teléfono móvil y esperara a que pájaro de hierro despegara.
[De: Yurio.
Para: Katsudon.
Desde que era pequeño, mi dedo meñique tenía tu nombre.]
◼
Puede sentir la mirada azul de Víctor inspeccionando su rostro, buscando indicios de la demencia que carcomía su mente cuando recordaba lo miserable que era su vida.
Yuri no le dio el gusto de verlo mal, porque si mostraba debilidad frente al platinado, éste comenzaría su cháchara interminable sobre lo mal que le hacía aferrarse al pasado.
Víctor lo ve como a un hermano pequeño, Yuuri se lo dijo muchísimas veces y por ello no golpeaba en la cara al de ojos azules cuando no cerraba la boca.
No aferrarse al pasado se dice más fácil de lo que se puede lograr. El pasado es todo lo que Yuri quiere. Que vuelva, que esos momentos vuelvan.
Que él regrese.
—Bien, Yurio, tú eres el siguiente. Tu programa corto fue el primero, si haces a la perfección el programa libre ganarás el oro. No hay duda.
Por supuesto que lo haré, piensa.
Era el mejor, el número uno, el rey del hielo desde que desbancara al mismísimo Víctor Nikiforov como leyenda del patinaje artístico. Con sólo quince años ganó el oro en su debut como senior y desde entonces hasta los 21 años no había nadie que pudiese igualarlo. Era talentoso y tenía al mejor entrenador. Su cerdito lo tomó como pupilo al retirarse y lo llevó de la mano hasta lo más alto.
Eran el mejor equipo. Yuri Plisetsky era el orgullo de su nación, de su abuelo, de sus amigos, de su esposo.
Hasta que perdió aquello que más amaba y desaparición por un año.
A Víctor le sorprendió ver a Yuri después de tanto tiempo. El rubio que tocaba su puerta después de no dar señales de vida en meses, no era el chico jovial que le había arrebatado el título mundial en su adolescencia. Era simplemente un despojo de lo que fuese el tigre de hielo.
Era un gato perdido, una persona rota.
Víctor no pudo negarse a su pedido porque lo entrenara, no después de ver que todo lo que había en esos pozos verdes vacíos que antes habían sido los ojos de un guerrero, ahora no era más que suplica. Pedía ayuda a gritos.
— ¿Estás listo? —El mayor no obtuvo respuesta por parte del campeón mundial. Lo siguió hasta la entrada de la pista en cuanto llamaron su nombre y tomó una gran bocanada de aire al verlo acariciando los anillos en su mano derecha. Los que pertenecían a Yuuri los tiene colgando en el cuello. Asintiendo a más instrucciones de Víctor, Yuri se aleja para tomar su lugar en el centro del hielo, animado por los gritos de sus fans y el público que esperaba ansioso el regreso del tigre.
Iluso, Nikiforov fue muy iluso al creer que Yuri le pedía entrenarlo porque quería regresar a su vida cotidiana. Porque quería seguir adelante.
No hay un camino hacia adelante que Yuri Plisetsky desee tomar, no sin su esposo a su lado, como ha sido siempre.
Víctor ya no sabe qué hacer para que el rubio deje de lastimarse. Ya no tiene la más mínima idea de hacer entender a Yuri que su cerdito no volverá, porque lo sabe y es esa seguridad lo que le impide avanzar. Yuri prefiere aferrarse a sus recuerdos que considerar vivir sin Katsuki.
—Por favor, no te lo lleves, Yuuri... —Suplica el de ojos azules.
◼
Yuuri le hizo esperar hasta cumplir los 18 años para hacerle el amor por primera vez.
En su relación no había nada que Yuri pudiera pedir que Yuuri no le diera ya. Había cumplido su promesa, después que Yuri ganará el oro en el GPF de sus quince años, dejándolo a él con la plata ya Víctor con el bronce, Yuuri anuncio tanto su retiro como su deseo de entrenar a Yuri Plisetsky.
El japonés fue un coach firme y dedicado por completo a su pupilo. Era atento y explicaba con paciencia sin dejarse intimidar por el mal humor de Yurio.
También tenía reglas en la pista de patinaje, no besos, no arrumacos, todo netamente profesional. Eso hasta que decidieron mudarse a Hasetsu, vivir en el Onsen Yutopia y hacer de la pista de patinaje Ice Castle su cede se entrenamiento.
Un entrenador firme y decido a convertirlo en el mejor patinador que el mundo hubiera conocido. Un novio amable y dedicado, mimándolo y complaciendo cualquier capricho que tuviera. No obstante, también tenía su lado tenebroso cuando se molestaba y Yuri debía aprender a ceder y pedir perdón si era su culpa.
También era molesto y tierno que se preocupara tanto por él. Qué lo abrigara bien para que no pescase un resfriado, olvidando completamente que venía de uno de los países más helados del mundo; Que descansara apropiadamente y se alimentase bien para tener fuerzas suficientes. Y los celos fueron otro descubrimiento interesante, Yuuri Katsuki de verdad era muy posesivo con él. Discreto, claro, capaz de hacer cenizas a quien se atreviera a mirar con deseo al rubio.
Sus vidas estaban tan complementadas y se pertenecían el uno al otro a tal grado que pensaban en los dos como uno sólo, que vieron como una buena idea casarse.
Fue durante el Skate de Canadá. Leroy los había invitado a permanecer en su hogar a ellos y más patinadores después de la competencia. Y en su recorrido por la ciudad Yuri recordó que en ese país los matrimonios entre personas del mismo sexo no eran nada extraño. Leroy contactó a un par de conocidos y en su última noche en ese lugar, Yuri y Yuuri se casaron. Con JJ, Isabella, Otabek y Mila como testigos.
Regresaron a Japón casados, con votos de amor y la promesa de una vida entera para disfrutarla juntos.
El anillo en sus dedos meñiques tenía compañía en el dedo anular. De oro blanco y rubíes decorando la alianza.
La viva prueba de su amor. En la mano izquierda de Yuuri y en la derecha de Yuri. Juraron amarse cada día por el resto de sus vidas.
Duró tan poco.
◼
Yuuri solía decir que las emociones de Yuri eran herméticas, pero a la vez profundas. Con eso en mente, desde que se hizo su entrenador le pidió que el escogiera la música de sus rutinas. Después de todo era él quien mostraría una historia con sus elecciones. Confiaba en que los sentimientos del rubio despertaban con la música que más le gustaba.
Le dijo a Víctor que él decidiría todo en su rutina, lo único que pedía del mayor de ojos azules era su compañía y sus instrucciones para un salto o una secuencia.
Tenía ésta rutina en la haciendo ruido en su mente durante los meses que duró su exilio autoimpuesto y cuando no pudo más pensó que debía ejecutarla para terminar con esa tortura. Entonces pensó en lo que Yuuri querría, en todo el tiempo que invirtió en convertirlo en el mejor patinador. Si iba a retirarse, al menos que su última competencia fuese un homenaje a aquel que más amaba y lo abandonó.
El sonido armónico de las teclas del piano llega a sus oídos, dándole inicio a su rutina con una secuencia de pasos. Intenta mostrar su desesperación con cada vuelta, extendiendo las manos, como si buscase algo que había estado ahí pero ya no puede tocar, ni ver.
Su primer salto es una combinación de un Axel triple y un salchow doble y la imagen de Yuuri le viene a la mente. Lo ve, de pie junto a Víctor. Lentes sobre el puente de la nariz, cabello despeinado y expresión maravillada, como siempre que lo veía practicando.
Quiere gritarle. Reclamar y acusarlo de mentiroso. Preguntarle por qué, por qué si sabía que sus vidas eran tan frágiles le prometió estar con él para siempre, caminar a su lado en la senda de la vida. Yuuri ya no está y Yuri ya no avanza, no quiere esa vida.
Ejecuta un espiral con la espalda arqueada, pie izquierdo sobre su cabeza, sostenido con ambas manos y se disculpa quedito en algún rincón de su mente. Le dice a Yuuri que lo lamenta, que sabe que no es su culpa, pero que duele. El dolor lo está matando y él se deja, le permite carcomerlo desde el corazón. El mundo es tan cruel y frío sin él que no le pide que vuelva, sino que espere. Que encuentre salvación en donde sea que esté y lo espere. Pronto estarán juntos.
Un Toe Loop cuádruple, seguido de una pirueta de ángel y los ojos verdes se llenan empañan en lágrimas después de meses sin llorar. Le fue arrebatado. La vida fue arrebatada de un ser tan bueno y noble como su Katsudon. La vida lo dejó sólo a él con la muerte de Yuuri.
Lo recuerda siempre. Yuuri está con él en sus sueños. Lo acompaña en cada momento del día. Lo ve sonriendo para él dentro y fuera del hielo.
Pirueta baja con una mano elevada y Yuri se siente un poco mal por sus amigos. Sabe que ellos han estado preocupados por él durante ese último año. Yuuko y Víctor esperan pacientemente a que se recupere. A que olvide.
¿Cómo pueden pedirle eso? Renunciar a Yuuri, a su recuerdo. Abandonar las memorias de su corazón y cuerpo. No puede, no quiere. Cuando le piden que piense más en él y menos en su esposo, cree que ya no pertenece a ese lugar. Qué está con completos desconocidos y de esa manera sólo añora más a su cerdito.
Cuando cierra los ojos, aún ve a Yuuri con tal claridad que es como si nunca se hubiera ido. Al despertar el hechizo se rompe y el rostro de su esposo se vuelve borroso para él. Desearía tanto poder dormir siempre y volver a ver a Yuuri.
Yuuri, su Yuuri. Su cerdito, su Katsudon favorito. Perdido, su cuerpo extraviado en las profundidades del océano.
La canción llega a su clímax. Un Flip cuádruple, un Axel triple, un Loop sencillo. Y una nueva secuencia de pasos. Un Lutz cuádruple y los aplausos del público le duelen, suenan tan similares a las gotas de lluvia cayendo al mar.
¿Aún está Yuuri en ese lugar? ¿Nadando entre arrecifes de colores y peces exóticos?
De verdad quiere encontrar a Yuuri. Verlo y abrazarlo. Le pediría perdón por todo, por no obedecer sus instrucciones y por comerse sus dulces. Irían al cine para ver todas la comedias románticas que tanto le gustan, una por cada vez que Yuri lo arrastraba a ver películas de terror. Lo besaría mucho más, le haría el amor hasta el amanecer y le diría Te amo hasta quedarse sin voz.
No importa con quién esté Yuri, con sus amigos, con su familia. Se siente solo, los días siempre son fríos y las noches lo lastiman.
Quiere ir a casa. Quiere ir a casa con Yuuri. Pero Yuuri no estará sin importar cuántas veces abra la puerta.
La música termina y él está de rodillas, manos en el pecho, ojos sin dejar fluir sus lágrimas. El público aplaude y gruta su nombre, peluches de gatos y cerdos cayendo a su alrededor.
Que ya acabe, súplica al aire, reverenciando a su público. Que esto ya termine.
◼
Yuuri tuvo que dejar a Yuri cuatro días antes de las nacionales en Rusia. Había viajado al frío país con una semana de anticipación, pero una llamada urgente al móvil del japonés le urgió a volver.
Hiroko Katsuki estaba enferma. Siendo una mujer muy sana, la preocupación por su delicado estado de salud fue por demás alarmante. Yuri quería estar con su suegra también, pero su esposo lo convenció de quedarse.
—Volveré el día de la competencia. —Le dijo esa tarde al despedirse en el aeropuerto de Moscú, y el rubio no dudaba nunca de la palabra de su esposo —Mamá estará bien y tu ganarás esa competencia.
—Dile que debe recuperarse pronto. En unos días le llevaré la medalla de oro.
—Le hará mucha ilusión. —Los labios del mayor buscaron los suaves y fríos del más bajo. Hacía mucho que decidieron dejar de preocuparse por los prejuicios de la gente, si querían un beso lo daban o robaban. Si se les antojaba un abrazo, se pegaban el uno al otro como lapas. Sin importar dónde estuvieran.
—Vuelve pronto, cerdo. —Fue lo último que le pidió y la única cosa que Yuuri no le dio.
El tigre de hielo no acudió a las nacionales rusas, en su lugar asistió al funeral de su esposo.
Un daño en el avión, una turbina explotó y el ave de hierro se rompió al caer en el océano. Justo en medio del mar de Japón y Rusia. Muchos cuerpos no fueron hallados, y algunos otros eran sólo pedazos de lo que fue, entre ellos el de su amado cerdito.
No tenía un cuerpo entero que llorar. Sólo los anillos de su matrimonio, manchados de sangre seca y escombros, casi lavados por el mar.
Dos meses después a Hiroko Katsuki le consumió la tristeza de perder a un hijo, acompañando a Yuuri a donde sea que estuviera.
Y él debió comprender todo aquello sólo. Comprender que las promesas dichas no se cumplirían y que Yuuri no volvería.
Que no envejecerán juntos. No llenarán su casa de gatos y perros. Que no podrá cortarle waffles de nuevo y Yuuri ya no preparará Katsudon. Que ya no estaría a su lado en las competencias. No escucharía su voz diciéndole lo mucho que lo ama, no sentirá el aroma de su piel es su ropa después de abrazarlo, no lo besará más, ya no le hará el amor entre cojines mullidos y sueños compartidos.
Yuuri se había ido. Y en su lugar dejó los anillos que habían enlazado sus vidas. Las dos "Y" grabadas junto a los rubíes.
Yuri no cree en la suerte. Está completamente convencido de que la suerte no existe. Confía que uno se labra su camino hacia un destino que ya está decidido, que cada ser humano ya tiene una vida escrita, esperando a ser vivida. Uno simplemente debe avanzar.
Eso pensaba. Pero aquello no significa más que el destino había ganado la contienda a la guerra que le declarase, diciéndole de ese modo que Yuuri no era para él. Esa era su vida, que poco tenía de especial. Yuri de verdad no quería seguir avanzando.
Ya no sabe cómo.
◼
Los titulares de los periódicos y noticieros al día siguiente no hablaban sobre el magnífico regreso del tigre de hielo a las pistas. La prensa amarillista ganó muchísimo dinero esa mañana.
La noticia del suicidó de Yuri Plisetsky se vendió como pan caliente en el día más frío del año.
Su cuerpo encontrado a la orilla de la playa.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top