Capítulo 2 Parte 2/7

Parpadeé varias veces con lágrimas de pena recorriendo por mi mejilla, aunque aquella intensión nunca fue la única, también era para retomar el conocimiento de mi estado crónico en este triste momento tétrico donde oía como las ruedas de la camilla rodaban con su oxidación sobre el suelo de cerámica, y ese taconear sincronizaba con el andar de ruedas.

Como la lentitud de las agujas del reloj avanzaba, tomándose su tiempo, la camilla, y empeoraba la cosa, pausándose repentinamente en los instantes de fracaso que perdía en romper el cinturón.

Veía un pasillo que se designaba a su repentino derrumbamiento en su suciedad, y su decadente estado de abandono, con un deteriorado suelo negro de cerámica que contrataba con la antigua elegancia de una pared blanca cubierta de indescifrables jeroglíficos enigmáticos sobresaliente de lo incomprensible, y en el cielorraso sobresalían lágrimas de sangre hasta concluir por su cautivadora lectura que se unían con rastros de garras. Semejante a los de un animal salvaje.

Esto parecía ser el pasillo principal del instituto, ya que había casilleros destruidos y vacíos, algunos tenían libros y otros tenían los aparatos reproductores masculinos de los animales como de los humanos, adultos y niños, componiéndose de acnés, secreción y sangre.

Su incógnito anónimo encubría aquella intrigante identidad de carácter malévolo con una máscara mitológica griega de medusa que cubría parcialmente su rostro femenil. Veía cómo minúsculas flamas de fuego brillaron en esas pupilas negras como el carbón, anhelando su brillo completar, y calmando su sed de sangre. Mandíbula desfigurada en el cual los dientes de color blanco como la pureza se encarnaba en sus labios negros inferiores, y pequeños gusanos de tierra caían de aquel hocico amorfo en dirección hacia mi boca, pero por suerte sostuve todo el tiempo la boca cerrada con la suficiente fuerza de sentir como uno de mis premolares se rompía en mil pedazos insignificantes.

Desvié la mirada aislándome de su asqueroso rostro.

Vi como en una habitación el titilar de una lámpara incandescente era la única fuente de luz de aquella tétrica habitación. Esa iluminación dejó apreciar que en su interior había una excavación en el centro del suelo de cerámica. Podría ser una profundidad suficiente para alcanzar lo que se busca, sea la reserva de agua subterránea o fluidos como el petróleo.

Ahí mismo, entre la oscuridad, un individuo inhumano se manifestó entre la escasa iluminación vestida de profesor de primaria cubierto parcialmente de sangre, sosteniendo en su mano derecha un antiguo reluciente cuchillo machete de carnicero sumergido en lágrimas de sangre, y con su mano siniestra sostenía vigorosamente aquel penoso triste anciano desnudo en donde esos estallidos de lamentos, y lágrimas de debilidad serán la única cosa valiosa que podría ver aquel psicópata antipático. Un final trágico haciendo concluir la inocente vida de un arrastrado anciano arrojado como una insignificante bolsa de desechos humanos a un simple poso sin fin, en donde su desgarrador grito de socorro penetró el interior de mi alma, haciéndome sentir débil en este fatídico día. No obstante, a continuación de ese tétrico grito, aquella psicópata mujer manifestó una pequeña risa descabella, casi idéntica a una demoníaca, como si le causaba un retorcido humor ver morir a alguien inocente.

Esas emociones fueron demasiadas sombrías para un cuerpo fatigado como es el mío en donde lo único que se exhibe ante los ojos de los inocentes es el sufrimiento inhumano de millones de personas, en cuanto un cóctel de dolencia estallo en un abismal grito ahogado de discordia esa mujer de mascarilla mitológica alzo ante el cielo un eléctrico aullido de dolor ocasionando una inagotable cascada descender desde su boca hacia mi rostro, y en eso distintos ríos se adentraron como agua del deshielo hacia mis orificios nasales, y algunos de ellos como lágrimas se adentraron en la carúncula de los ojos sumergiendo la córnea.

Sentía como el frío del invierno envolvía la oscuridad en donde mi cerebro estallo como palomitas de maíz haciéndose en el aceite hirviendo, en eso el dolor opaco su razón diciéndose arrancar violentamente de sus raíces los premolares continuando con una laguna de sangre, y como si fuese una maldita perforación (piercing) los introdujo sin compasión debajo de mi lengua específicamente en el frenillo lingual explotando en una lluvia tibia de sangre, incluso podía observar el vaho de su aliento tras la niebla extensa lo bastante espeso para ocultar el techo, como si una nube tratase de opacar el cielorraso.

Es esa la locura del diablo en donde su lengua sintió el picante del infierno, cogió el pasador superior de la camilla impulsándolas hacia delante de las puertas donde se abrieron como si tuviesen sensor de movimiento.

Estando dentro de una lúgubre asfixiante habitación quirúrgica, observo con cautela, como seguían las paredes, con su envoltorio de indescifrables jeroglíficos sobresalientes, de los incomprensibles en una sala envuelta de varios conjuntos de artículos de enfermería como por ejemplo; las mascarillas de venturi, los bisturís, las tijeras para vendas, y por lo más irrelevante y extraño una sierra de arco. Esa entidad psicópata patológica cogió la decisión de irse dejándome un recuerdo espantoso en todo su esplendor, risas y llantos tomaron su lugar. Jamás permanecería en esa camilla, termine con la decisión de inclinarme hacia adelante, estirando con vigor los brazos por encima de mi abdomen, consiguiendo así lograr desatarme de esas ataduras, y ahí concluir quitándome los cinturones de los tobillos.

Emociones malignas, sentía brotar como esporas tóxicas por la atmósfera. La única iluminación es el titilar de la lámpara de chicote. Sentía un solitario espíritu negro como carbón vagando por los pasillos interminables de esta prisión escolar; ese simple obstáculo impedía a este singular bobalicón atreverse adentrase a adentrarse en las profundidades de este recóndito instituto encantado. Sin agallas, coloqué el primer cilíndrico hierro inoxidable que encontré por el suelo empapado de sangre de esta sala quirúrgica en los espacios libres del manijon. Tenía salpicaduras de sangre dispersarse por el cuello de la camisa, irónico pensar que antes me fastidiaba una simple mancha de café.

En eso, veo un conducto de ventilación donde será la única salvación que podría tener para liberarme de las ataduras internas que me sujetan a este infierno terrenal. Hice caso a lo que tenía planeado. Me adentré por el conducto.

Estaba moviéndome por un conducto estrecho, con paredes angostas, espacio sucio y con una esencia misteriosa que me gustaría dejar en misterio, esta travesía se volvía larga e incómoda hasta llegar a una brillante luz de una ventila la cual se abrió a un camino más espacioso en cuestión el siguiente paso a discusión, más sabia que no podría dar machar atrás.

Abrí la puerta y decidí echarme un salto al suelo

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