Capítulo 2 Parte 1/7
Después de aquel repentino pensamiento entre idolologías y emociones, lo primero que contemplo al abrir los ojos fue una –AM General BRV-O- estacionada, y en el suelo, enfrente de las puertas abiertas, el cadáver putrefacto de dos individuos militares portando entre sus esqueléticos brazos unas Heckler MP5. Aunque sus torsos esmirriados marcaban la diferencia, rasgos similares a los de un humano de segunda edad, pero se diferenciaba su torso delgado, donde su caja torácica se encarnaban en la piel desgastada exponiendo el esternón, y dejando ver la desnutrición convirtiéndolos en unas criaturas humanoides, que exhibía al aire libre aquellos dientes negros como el carbón caracterizado por la putrefacción de posibles caries, o la inmunda falta de limpieza dental. Unos cuantos tejidos del mentón se les desgarraron, logrando así, que de sus mandíbulas saliera de su lugar, consiguiendo que una tarántula saliera de su repugnante boca inhumana. Sin mediar palabras, aparté la vista.
Entendía aquella mínima posibilidad que serviría para observar con cautela este panorama, ya que absorbería más detalles estratégicos de escape en esta travesía infernal. Escuchaba como el andar de las ruedas de esta camilla, y el taconear de aquella mujer, la cual me llevaba hacía una perdición, se volvían una en el silencio, convirtiéndose en los sonidos de los relámpagos. Sobre este cielo ha caído un azul púrpura, envolviendo a toda la biosfera en nitrógeno líquido, envuelto entre cinturones de cueros. Hice caso omiso hacia aquellas advertencias de escape, dejándome llevar por toda su depravación e inmoralidad.
En ese mediodía esta travesía opacaría esta cordura envolviéndome en una turbulencia de demencia, y hasta entonces incluso absorbería hasta el último insignificante detalle de este confuso ámbito en donde la certeza se vuelve duda, que esté aquí no es por ningún accidente ni una casualidad, podría ser el elegido del destino o como el insignificante auxiliar del verídico electo.
Como la interminable cantidad de pinos de un sotobosque, entre más altos son, menos luz percibía, pero ninguno me impediría observar este panorama, y en esta desolada academia la desgarradora amargura envolvía este recóndito campus entre desesperaciones y tristezas, y ninguna lágrima de armonía podría cesar este martirio tan sofocante, y la paz había desaparecido como un recuerdo lejano, y la esencia de aquellos millones de estudiantes el cual observamos día a día en nuestras miserables existencia se han manifestado justo aquí, en nuestras narices. Ni figuras sobrehumanas, celestiales o demoniacas, si no lo contrario; ese último sentimiento abundante de pecado; lujuria. Pereza. Gula. Irá. Envidia. Avaricia. Soberbia. Vicios inmorales decretados por el santo cristianismo, en donde serán expiados con el sufrir de sus profundas entrañas, gradándolo en la débil piel como en los órganos hasta portar su cargar por un largo tiempo como una enfermedad, y cuando realmente anheladas expiarlos, lo extirpas como un cáncer para mostrárselo a todo el mundo. Es esa la verdadera purificación para eliminar los abominables pecados del Diablo.
En cuanto inicie en escanear las estimulantes orillas de este amplio lúgubre instituto, en una de ellas, asombrado ante algo poco habitual, e incomprensible contemplar ver el único quisco abierto en medio de la nada, sin ningún propietario humano, solamente un inquietante escalofriante espantapájaros en donde sus botones negros parecían ser las pupilas de un ser humano, y ese relleno de paja no concluía toda la figura humana; los brazos como las piernas parecían componerse de carne humana, igual que su rostro que era una simple bolsa de supermercado amarilla amarrada a algo ondulado en donde se componía de piel humana y con una sonrisa hecha de dientes podridos, de cintura para arriba llevaba la parte superior de un desgastado sangriento uniforme militar, mientras que de la cintura para abajo se encontraba desvestido, dejando ver su miembro masculino, en donde aquel mediano pene se componía originalmente de acnés, secreción y sangre, y debajo de su aparato reproductor masculino había una sustancia, similar al semen, parecía haber eyaculado varias veces donde producía un nauseabundo hedor como el empalagoso aroma del aceite hirviendo o como el aroma de la descomposición de una fruta.
Ese sombrío maniquí jamás reflejó una sombra como el de cualquier objeto redundante; es entonces cuando aquella intrigante luz que emitía el cielo resplandeció por encima de su hombro, cegándome por unos segundos. En esa opaca inerte tienda de abundante intimidación, en donde se vendían insignificantes productos juveniles como lo son las chucherías y los mediocres magazines para preadolescentes, dos mesas; una tarea distinta. Una de ellas era para las revistas, la otra para las baratijas de dulces. Debajo de una especie de techumbre gris claro, del lado de las medianas mesas, había desgastados carteles en donde se promocionaba la comida basura. Ese quisco sobresalía como una simple tienda de periódicos.
Esta travesía concluía delante de un deteriorado gigantesco portón gris con una enorme manija plateada, en cuanto la camilla se detuvo enfrente de aquel portón se presencia ante mí aquella incógnita persona, contemplo a un oficial con un rostro esculpido en mármol reflejando una inquietante sonrisa cadente de dientes, cuando nuestras miradas se alinearon como los astros del universo sobresalían un amargo odio, vestía con un opaco uniforme táctico policial que combinaba con el color de su escasa cabellera marrón, daba la sensación de padecer alguna enfermedad mental como los trastornos depresivos, paranoicos y esquizofrénicos.
Mientras se acercaba como las agujas de un reloj hacia mí, parecía haber tenido una grave lesión en la cadera, ya que caminaba rengo como un anciano sin bastón y ante mí se había inclinado en la baranda de la camilla en donde nuestros rostros se alinearon como los astros del universo en donde su aliento era similar al hedor del excremento del ser humano, y es ahí cuando al estremecerme como un niño asustado al ver su primera película de miedo, sentí como el volumen de una náusea parecía era similar a la corpulencia de una rata recorriendo mi garganta.
Confuso, desconcertado y sin saber qué hacer, pensar o decir, introdujo esos alargados dedos con unas uñas desgastadas como si fuesen la consistencia de los naipes del Siglo XV en la boca, sintiendo su escamosa piel de serpiente hasta llegar al rebalsar de un vómito gelatinoso en donde los ríos de aquella emesis se adentraron como agua del deshielo a los orificios nasales sintiendo como humedecía mis bellos nasales.
Se echó a reír mientras se iba hacia el portón como un desquiciado paranoico, introduciéndose sus dedos humedecidos del vómito en su boca, deleitando la contextura del sabor como si fuese un empalagoso caramelo sobre su escamosa lengua.
Allí, en cuanto abrió el portón, como si fuese parte de su propiedad, hubo un gran terremoto, el sol se volvió negro; y la luna, sangre. Se hizo el silencio en el cielo, pero un gran relámpago estremeció esta dimensión, haciendo que aquel oficial con un grado de discapacidad mental se dirigía corriendo hacia incesante niebla con esa descabellada risa maquiavélica que será el único recuerdo que me quedara de él.
En la íntima alma de aquella sombría habitación se resguarda entre la lúgubre una presencia diabólica, desvié la mirada observando detenidamente el entorno siniestro, allí veía a un arrastrado anciano desnudo amarrado a una camilla con cinturones de cuero con lágrimas de debilidad derramadas por su rostro de luz, ese sollozar será el último sentimiento puro que podía contemplar. Oía el estremecedor rugido de una bestia igualando un emitido de un animal salvaje anticipando su comida. Allá sobre la oscuridad venía asechándose una figura bestial, emitiendo gruñidos, y ahogados respiros irritables. Huía de mí la quietud, y esa sensación de ansiedad cogía rumbo en mí, abriéndose en diversos caminos, empeorando mi situación. Ese súbito instante se volvió previsto, ocurriendo un caso inimaginable.
Esa bestia repleta de emociones tóxicas, emitían olas de sentimientos rencorosos, capaces de escupir veneno por cada saliva producida, de estatura enorme, de pelaje gris, torso robusto como el de un león, pero sobre todo monstruosa. Sobre él, traía sangre desparramarse por su pelaje. Señales trasparentes se percibían en su lenguaje corporal, emitiendo animadversión, aislando la empatía.
Emitíamos gritos trastornados, repletos de sentimientos acompañados por el sollozar producido por el interior de nuestras almas, pero esa pena acumulada jamás detuvo la intensa sed de sangre de aquella bestia. Oí, entre los lamentos, esa misma enigmática voz que escucho en los momentos a punto de morir.
–"Vuestro destino están en mis manos, confíen"-
Confié en él, y después de hacer ese pacto de confianza continué cerrando los ojos hasta disminuir esa tensión de pavura, y reducir esos sonidos ambiénteles experimentando un pequeño golpe en mi cráneo.
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