2: El Eco de un Nombre Perdido
El sonido del metal rasgó el silencio.
El Prisionero despertó de golpe. ¿O acaso había estado despierto todo el tiempo? Aquí nunca sabía si sus ojos estaban abiertos o cerrados.
La compuerta al pie de la puerta se deslizó con un chirrido áspero. Una mano enguantada empujó un cuenco de madera con agua y un trozo de pan antes de cerrarla de golpe.
Sin palabras. Sin miradas. Solo el mecanismo de la prisión funcionando como siempre.
El Prisionero se incorporó con esfuerzo y tomó el cuenco. Un sorbo de agua, apenas. El pan, rancio y duro como piedra. Suficiente para no morir, nunca para vivir. Sin utensilios, sin herramientas. Nada con qué escapar. Nada con qué hacerse daño.
No bastaba.
El Prisionero... No.
No más.
Un prisionero era solo un número. Una sombra en la piedra. Un prisionero desaparecía y nadie lo recordaba. Pero él... él quería ser recordado. No era solo El Prisionero.
Era una Persona.
Comió en silencio. Cada bocado se sintió como una confirmación de su existencia. Luego se obligó a ponerse de pie. Sus músculos protestaron, el hambre y la fatiga tirando de él como cadenas invisibles. Pero avanzó. Deslizó la mano por las paredes, buscando, palpando cada grieta, cada imperfección en la piedra. La puerta de hierro era impenetrable. Sus carceleros lo sabían.
No había nada útil.
Exhaló con frustración y se dejó caer contra la pared.
—¿Qué puedo hacer?
Su propia voz le sonó extraña, como si perteneciera a otro.
Intento no pensar en el otro prisionero. Ni en el día que lo sacaron de su celda. En los pasos alejándose. En la mirada vacía de sus ojos. En lo que hicieron con él después.
Pero cuanto más intentaba evitarlo, más se aferraban esos recuerdos a su mente. Tenía que irse.
Y tenía que ser pronto.
Entonces, una voz.
—No pienses en él.
La Persona se tensó de inmediato. No era su mente jugándole una trampa. No era el eco de un recuerdo. Era real.
Se enderezó lentamente, manteniendo la espalda contra la pared. Escudriñó la celda, pero la oscuridad era total. No había nadie. Solo él... ¿no?
—¿Viste al otro prisionero? —dijo de nuevo la voz. Baja. Firme. Sin la fragilidad del hambre ni el cansancio.
Era la voz de alguien que aún tenía voluntad.
—Sí. Sí, lo he visto—respondió sin dudar.
Alguien debía recordarlo.
Silencio.
—Entonces olvídalo—dijo la voz.
La Persona frunció el ceño. ¿Olvidarlo? ¿Cómo, si su imagen estaba grabada en su mente, en su piel, en el eco de las botas arrastrándolo por el pasillo?
—¿Por qué?
—Porque si no lo haces, te convertirás en él.
No sonó a advertencia. Ni a amenaza. Era un hecho.
La Persona cerró los ojos, dejando que el peso de esas palabras se asentara en su pecho. Sus dedos rozaron la piedra tras él, buscando algo.
Entonces lo sintió.
Rendijas.
Nunca les había prestado atención. No dejaban entrar la luz ni permitían ver más allá. Pero ahora que lo sabía, podía sentirlas: grietas alargadas, demasiado estrechas para un dedo, pero lo suficientemente anchas para que viajara el sonido.
Se inclinó hacia ellas, buscando algo en la negrura. Sombras dentro de sombras.
—¿Quién eres?
—Kaelor.
La Persona tragó saliva. Un nombre. Un verdadero nombre. Sólido. Inamovible.
—¿Cómo lo sabes?
Una pausa. Luego, una risa. No burlona ni cruel. Solo... desafiante.
—Porque lo elegí.
Algo en su interior se detuvo.
¿Elegir un nombre? ¿Era eso posible? El concepto le resultaba extraño. Ridículo. Y, sin embargo, ahí estaba Kaelor, pronunciándolo con la certeza de que nadie podía arrebatárselo.
La Persona tragó saliva. Un nombre elegido. Algo propio. Algo que no podían quitarle.
—¿Y el tuyo?
El silencio entre ellos se volvió pesado. La Persona intentó aferrarse a un recuerdo—una imagen, un sonido, un eco lejano—pero solo halló vacío.
No tenía nombre.
El pánico se filtró en su pecho como veneno. Buscó en su mente, desesperado por algo que lo definiera. Solo encontró sombras y fragmentos: destellos de fuego, reflejos de metal, el vértigo, el sonido de algo húmedo golpeando la puerta. Pero nada sobre su identidad.
—No lo sé —susurró.
Decirlo en voz alta lo hizo real.
Kaelor no respondió de inmediato. Por un momento, la Persona temió que se burlara. Pero no lo hizo.
—Entonces elige uno—dijo.
La Persona contuvo el aliento. No podía. No podía, porque eso significaría aceptar que no tenía uno. Que tal vez nunca lo tuvo. Era un pensamiento tan devastador que prefirió el dolor de la Inquisidora antes que enfrentarlo.
Kaelor no insistió. Solo exhaló, casi imperceptible, y con la misma firmeza de antes, dijo:
—Cuando estés listo, lo sabrás. Y nadie podrá quitártelo.
La Persona dejó que la idea de un nombre se asentara en su mente, pero no por mucho tiempo.
Había algo más importante que debía saber.
—¿Alguien ha salido de aquí antes?
La pregunta se sintió absurda apenas salió de su boca.
Kaelor tardó en responder.
—Yo seré el primero.
El pecho de la Persona se contrajo. No era la respuesta que esperaba. Pero quizá la que necesitaba.
—¿Y tú... estás seguro?
—Por supuesto que estoy seguro. He estado observando todo. A los guardias. A la Inquisidora. Hay un patrón en sus movimientos. No lo ven, no lo piensan, porque están atrapados en su rutina. En su arrogancia. Repiten las mismas órdenes. Caminan por los mismos pasillos. Hacen las mismas revisiones. No esperan que nadie intente escapar, porque nadie lo ha hecho antes.
» Pero yo lo haré.
La Persona sintió su propia respiración acortarse.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?
—Porque no hay otra opción —respondió Kaelor sin titubear—. Si me quedo aquí, muero. Así de simple. Pero si salgo... si encuentro el momento justo, la debilidad en su rutina... podré recuperar lo que me quitaron.
» Quien fui una vez.
La Persona pensó en el prisionero que no regresó. ¿Cuántos antes que él habían muerto? Kaelor no parecía dispuesto a aceptar ese destino. Se aferraba a su esperanza con garras y dientes.
—Si encontramos el momento adecuado, podemos escapar —continuó Kaelor—. No va a ser fácil. No voy a mentirte. Pero es posible.
Por primera vez, la idea de escapar no parecía imposible.
Kaelor dejó que el silencio se extendiera antes de decir:
—Vendrás conmigo.
No fue una pregunta. Fue un hecho.
La Persona tragó saliva, sintiendo un calor extraño en el pecho.
Esperanza.
—Sí.
Ambos iban a salir de ahí. Porque afuera, en algún lugar, alguien debía estar esperándolos.
Porque tenían una vida que recuperar.
Incluso si no la recordaban.
TOTAL PALABRAS CAPITULO 2: 1093
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top