PRÓLOGO

El reino de los dioses posee solo una regla: mantener informado a Zeus; señor del Olimpo, de todo lo que sucede en el universo. Para eso designo un mensajero que fuese capaz de mantenerlo en contacto con las demás deidades sin ningún tipo de contratiempo u obstáculo. Un dios imparcial y confiable que se negara a divulgar cualquier comentario sobre su trabajo, uno que aunque otros pudieran compartir sus mismas funciones solo el predominara el título de heraldo olímpico.

Y ese era Hermes.

En una de sus tantas misiones conoció a cierta mortal que le provocaba una perplejidad prodigiosa, mantuvo su cercanía a raya por un largo tiempo pero como cosas del destino siempre volvían a tropezarse en el camino del otro, despertando la curiosidad de la dama. Siendo uno de los más jóvenes del Olimpo, él supuso que no habría ningún problema si se relacionaba con la chica manteniendo en secreto el verdadero motivo de sus viajes y grande fue su sorpresa cuando una flecha invisible ante los ojos humanos lo golpeo en el corazón.

Eros lo había aprisionado a un destino cruel y no conseguía la forma de reclamárselo porque era feliz estando al lado de la jovencita.

Ese día había viajado a la Tierra para entregarle como siempre una carta de Zeus a Deméter, luego del conflicto ocurrido con el supuesto rapto de Perséfone y su boda "clandestina" con Hades, la diosa de la cosecha se mostraba reacia a las convocatorias de Zeus, ignorándolo por completo, Por lo tanto, necesitaban de un mediador que los mantuviera informado a ambos sobre cualquier decisión. Deméter nunca sintió rencor por el muchacho, hacia un trabajo estupendo en ir y venir por todos los reinos para mantener un correo exclusivo entre ellos entre otras cosas, por tal motivo siempre lo recibía con una grandiosa taza de té, panecillos recién horneados y una mueca que simulaba ser una sonrisa.

Él lo sabía, cuando su amiga; diosa de la primavera, no estaba a su lado simplemente sufría.

–He escuchado el rumor de que te has enamorado... –hablo la dama con la taza muy cerca de sus labios.

– ¿Ah sí? –una sonrisa broto de la nada, sabía que solo se lo pudo haber comentado Perséfone en su última visita– Pensé que el mensajero del Olimpo era yo.

–Ya sabes cómo somos –el sonido de la porcelana cuando toco la mesa rompió el mutismo, la agricultora había terminado su infusión– ¿Acaso Eros te odia?

La miro sorprendido al no comprender su pregunta pero luego relajo su expresión, mordisqueando el pan que tenía sobre su mano derecha.

–No lo hace, simplemente es su trabajo el formar parejas por donde menos te lo esperas.

Su aflojamiento facial era casi estoica, los ojos entristecidos de la deidad se posaron en sus dedos temblorosos, no entendía cómo podía aferrarse a la tacita sin romperla o dejarla caer.

– ¿Juntar un dios con un mortal? –fue escéptica– Se sabe que muchos dioses desahogan sus pasiones con los humanos pero de allí a algo más, no. Son simples ocurrencias de Hímeros el despertar ese tipo de pasiones pero... su hermano; el cupido, sí que lo supero.

–No estoy molesto con él –le aseguro– Nunca había sentido algo así.

–Porque nunca te habías enamorado de verdad. Existen tantos tipos de amor que al final no sabes cuál es el que realmente sientes. En cambio tú, viste su flecha. Sabes lo que eso significa.

–Estoy atado a su alma y ella a la mía... –fue franco, restándole importancia al asunto–...pero ella no es inmortal y con las condiciones que Hera demando en el Olimpo, nunca lo será.

–Entones lo sabes –lamento la dama, ella misma sufría las consecuencias de un amor inmenso, un amor que sentía hacia su hija desde su nacimiento y que fue condicionado luego de su matrimonio con Hades. Chisto molesta de solo pensarlo, sabía lo que ocurriría en menos de un siglo con aquel muchacho– Eso lo hace aún más cruel. Dime Hermes, solo por curiosidad. ¿Qué harás cuando ella fallezca?

El joven apretó el pocillo sobre sus dedos observando el restante que aún quedaba dentro, lo había estado pensando desde que sintió el dolor de aquel amor pero no lograba conjeturar ninguna respuesta.

–Para serte franco, es algo que ni yo mismo sé –dejo el objeto sobre la mesa sin terminar por completo y tomo del mostrador su corona dorada que era adornada con dos alas del mismo tono a los lados– Prefiero no pensármelo mucho. Así se dieron las cosas, mejor aprovecho nuestro poco tiempo de romance.

– ¿Iras al festival? –el chico alzo una de sus cejas, no comprendía a que se refería– Los mortales tuvieron la grandiosa idea de realizar un festejo en tu honor. Me sorprende como vas posicionándote entre ellos.

–No hago mucho en realidad, tengo la sospecha de que mi padre tiene mucho que ver en su motivación por rendirme culto –abrió la puerta y le sonrió con gratitud– Creo que iré a visitarla y me quedare a observar la fiesta. Muchas gracias por ese exquisito té...

(...y por la conversación también.)

Al salir de la morada su aspecto dejó de ser el de un dios rojizo, sus ojos se tiñeron de topacio, su cabello de castaño claro y su piel fue blanca casi bronceada. Camino hasta aquel pueblo donde residía la mujer que se había ganado su corazón de muchas maneras, las personas se veían agitadas por todas las calles, sus gestos eran de emoción debido al primer festival realizado en honor al olímpico menor, aquello lo intrigo por lo que aprovecho en dar un paseo por la zona. Habían puestos con comidas: dulces y saladas, cajones donde cada mortal iba depositando un sobre con un simple nombre; el destinario, mesas con tinteros y cestas llenas de papel, muchos pinceles y suficiente decoración con unas alas en representación a su labor.

Estaba decidido a dar otra vuelta por los alrededores antes de seguir el verdadero objetivo de su visita cuando a lo lejos contemplo la silueta de la menuda muchacha, su cabello cobrizo se encontraba trenzado por completo dejándole ver el amarre de su vestido y algunos mechones sueltos por su cara ovalada, ella al sentirse observada se dio la vuelta y quedo sorprendida de verlo parado a unos metros y aunque no sabía su identidad divina podía intuir que no era un hombre común, simplemente resaltaba entre todos los hombres que ella conocía o pudiera conocer.

– ¡Llegaste! –exclamo con efusividad, él le sonrió y se acercó tomando sus manos para dejarle un beso entre los nudillos– Pensé que tardarías más en volver.

–Eso creí pero... tuve algo que hacer por aquí cerca –le respondió con tranquilidad fingida, el solo tenerla frente de sus ojos le agitaba el pecho de una forma casi dolorosa– ¿Qué es todo esto?

–Una celebración para honrar el nombre del dios Hermes –se le veía tan inocente que casi era gracioso escucharla– ¿Has escuchado de sus milagros comerciales?

Fingió demencia.

–No, hay tantas deidades hoy en día que no he logrado renovar mis conocimientos pero si dices que es prodigioso quizás me encomiende a él en el futuro –no le agradaba conversar sobre esas cosas por lo que antes de que dijera algo más le dio un beso en los labios– ¿Y que se supone que se hace en la celebración?

–Escribes una carta y la depositas en algunos de los buzones –el hombre le prestaba atención mientras ella sacaba algo de una canasta– Escribamos la nuestra.

– ¿Con que objetivo?

–Expresaremos nuestros sentimientos al destino –le sonrió, jalándolo hasta una mesa donde había varios tipos de frascos con tinta y pinceles– Hermes se encargara de entregarlas a la persona correcta.

Él soltó una carcajada sin poder contener la gracia de aquella ocurrencia.

–Un dios no tiene tiempo para entregar recados a los mortales –fue su simple respuesta.

–Es metafórico, las cartas serán embotelladas y lanzadas al mar –la ceja del muchacho se elevó sin comprender, la dama le entrego un pincel señalándole la hoja con premura– El destino será quien responderá estás peticiones o palabras.

No quiso perseguir la contraria, escribió una carta con todo lo que pensaba al verla y la sello dentro de un sobre delgado con su apodo "Kurio", dejándolo dentro de un gran cajón de madera.

Ese día él no le escribió a un mortal como todos los demás, le dejaría sus palabras a un dios verdadero que pudiera cumplir su petición. Si es que de verdad su mensaje lograba alcanzarlo sin ningún tipo de ayuda. Luego caminaron por los alrededores y comieron un poco de lo que ofrecían en los puestos de comida, llegando finalmente al centro de la ciudad donde unas tablas habían sido colocadas a modo de banca frente de una gran fogata. Ya se imaginaba a Hestia disfrazada de humana caminando por las calles y disfrutando de aquella noche tan animada.

– ¿Cómo ha tomado tu padre nuestra unión?

–Al comienzo no le agrado la idea, dice que un verdadero hombre no propondría un matrimonio tan repentino –elevo sus hombros restándole importancia dándole una mordida a la fresa que llevaba en su mano– Pero milagrosamente lo acepto, solo le enoja el hecho de que tengas que partir por tantos meses en esos viajes de negocios.

–Tampoco quiero dejarte sola, nunca fue mi intención...

Los dedos de la chica sellaron sus labios.

–No me importa –fue sincera– Por alguna razón siento que sin ti no podría vivir, es tan complicado de explicar... también sé que ocultas algo pero no es nada que afecte nuestra unión. Quiero pensar que existe un gran vinculo que nos une no solo físicamente.

Los ojos de Hermes se llenaron de lágrimas, desconocía por completo aquella emoción que había sentido en su pecho y con el pasar de los años se dio cuenta que la intensidad solo iba en aumento, al punto de querer sacarse aquel órgano palpitante que se fermentaba en lo más profundo de su pecho. Pasaron dos décadas cuando fue consciente del significado de aquel malestar: estaba aterrado.

– ¿Cómo te encuentras? –le pregunto sentado a su lado, el aspecto jovial de la chica comenzaba a deteriorarse con los años, sobretodo en esos últimos meses– Lo siento mucho... no fue mi intención hacerte este mal... yo...

– ¿Por qué te disculpas? –cuestiono con una sonrisa, la palidez y las ojeras le daban a su hermoso rostro una expresión cansada– Este es el fruto de nuestro amor. Un amor que lleva veinte años de haber nacido en aquel camino. Kurio, estoy tan feliz...

Acariciaba su vientre abultado, si no había sacado mal su cuenta estaba próximo a nacer.

–No debí aceptar esta locura –se quejó, otros dioses tenían hijos semidioses sin problemas pero no faltaba la desgracia de algunas muertes por partos complicados– Si te sucediera algo...

–Algún día iba a suceder... –sus ojos se abrieron con sorpresa al escuchar aquella voz, hasta hacia unos minutos habían estado solos en la habitación. La chica contemplo a la mujer y su belleza la reconforto, lejos de sentir temor, dudas o celos se alegró con su presencia– Puedo darles mi ayuda pero... solo uno de los dos podrá salvarse. Conoces los requisitos, no puedo hacer nada sin ofrecer algo a cambio.

Hermes se levantó de su asiento y se inclinó sobre sus rodillas, suplicando en llanto.

–Sálvala a ella, por favor... –su ruego era desesperado.

– ¡¿Qué?! –la voz de la humana sonó ofendida, el mensajero levanto su rostro para dedicarle una mirada llena de exhortación– ¡No! ¿Para qué vivir sino podre tener entre mis manos a mi bebe?

– ¡Esa cosa te está asesinando en vida! –le reclamo, levantándose del suelo para tomarla por los hombros– Compréndelo de una vez.

–Y debes aceptarlo –le dijo con una sonrisa amable, acariciando su rostro y luego abrazándolo– Nunca me creí la historia de tu ausencia. He envejecido y tú sigues igual. ¿Tan tonta me crees? Ustedes no son humanos...

Él se aferró a su cuerpo sin importarle la visita que los observaba en silencio.

–Algún día moriré y tu volverás a este mismo punto –fue asertiva, Hermes no estaba preparado para despedirse y aquel miedo que había incrementado con los años se hizo tan salvaje que lo dejó sin aliento– Salva a nuestro hijo y amalo como lo hiciste conmigo. Reenfoca ese sentimiento que sientes por mí en él y permíteme la felicidad de darle la vida.

–No puedo... pídeme todo menos eso.

–Te amo...

Le susurro suave sobre su oído dejando que la humedad de sus ojos descendieran a modo de lágrimas.

–Por favor...

–No queda mucho tiempo –les advirtió la dama.

–Salva al bebe...

Respondió el dios sin mirar a la deidad, sin romper aquel abrazo al que deseaba darle toda su eternidad. No existía icor sobre sus venas que aceptara aquella desgracia, no la iba soltar y en sus últimos momentos de vida ella fue feliz por su decisión.

–Gracias... –le respondió con debilidad, solo hizo falta la elección para que el trato fuese sellado y ejecutado, los labios de la mortal bosquejaron una sonrisa cuando escucho los lamentos de su gran amor y el llanto de un enérgico bebe.

Una vez le había comentado sobre una antigua leyenda que decía que las personas que estaban destinadas a estar juntas aun después de la muerte se volverían a encontrar en cualquier época o lugar sin importar los infortunios y ella estaba segura de que así seria. Creía en sus palabras y antes de perder los últimos latidos de su corazón se lo recordó.

–Te amo, Kurio.

. . .


. .


.

"–Nos volveremos a encontrar mi amor."

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. . .

Los pasos de Hermes eran lentos, no tenía ni una hora desde la muerte de su amada y ya no existía nada en el mundo que lo motivara.

Ni siquiera aquel hijo por el que dio su vida.

– ¿Qué nombre le pondrás a esta belleza? –indago la diosa, sostenía a la criatura con todo el amor que se merecía mientras delineaba su nariz con cuidado.

–Ninguno –fue evasivo, le dio la espalda y cambio su rumbo hacia el camino donde la había conocido por casualidad– Déjalo tirado en algún lado, no me interesa nada que tenga que ver con ese...

– ¿Eso harás? –le acuso con dolor, aquel dios había perdido su propósito– Algún día iba a suceder, lo sabias muy bien.

– ¡Quería alargar nuestra estadía lo más que se pudiera! ¡¿Qué haré ahora con todo este amor que tengo comprimido en el pecho?!

– ¡Dárselo a tu hijo!

– ¡Esa cosa asesino a mi alma gemela! –le recordó con furia sin detener sus pasos– Ya no me queda más amor para dar.

– ¿Hermes? –escucho la voz acongojada de Eros, había sentido la energía negativa que desprendía el dios por lo que acudió a su presencia en forma de respeto – Lo siento tanto...

– ¡Todo esto es tu culpa! –le grito, corriendo hasta donde estaba para darle un golpe en la cara. Una vez que cayó al suelo se subió encima de su cuerpo para continuar con su agresión– ¡¿Qué te hice yo para merecer esto?! ¡Te odio, te odio, te odio....!

Repetía sin control, todo el asunto fue tan llamativo que hasta Zeus tuvo que intervenir o tendría mucho que explicarle a la fastidiosa de Afrodita

– ¡Detente, Hermes! –hablo con irritación el gran dios de los dioses, el nombrado tembló y se percató de lo que estaba sucediendo. Sus puños estaban llenas del líquido dorado que corría dentro de las venas de los dioses y eso lo hizo sentir mucho peor, por primera vez había perdido la razón– Me decepciona tu reacción.

–L-Lo siento...

Murmuro bajándose del cuerpo del herido dios del amor, mismo que no se defendió para que de alguna manera aliviara el padecimiento ocasionado por su decisión. Los ojos del rojizo se enfocaron en el cielo, era de mediodía y algunas nubes grises comenzaban a ocultar todo lo hermoso de la vista. Pronto llovería. Sus labios se apretaron en una mueca de desconsuelo, conteniendo en su pecho cada emoción vivida en los últimos años. Ahora comprendía un poco al dios que golpeo, recordando como en una ocasión este se había desquitado con los humanos por un mal de amor.

– ¿Ya estas más calmado? –cuestiono el olímpico, Hermes asintió con el rostro sin levantarse del suelo ni despegar sus ojos del cielo, aquel pequeño bebe comenzó a llorar de pronto ocasionándole una profunda angustia que solo pudo aliviar llevando hasta la altura de su corazón una de sus manos. Le dolía, realmente le dolía– ¿Qué te sucede ahora?

–Son como sus ojos... el cielo... –respondió entrecortadamente, Eros se sentó retirándose la sangre que obstaculizaba su vista, sintiéndose arrepentido– Esto que estoy sintiendo al ver el cielo...

Todos bajaron su vista, lo sucedido era un completo desastre.

– ¿C-Cómo se llama...? –ninguno respondió, no querían provocar otra crisis existencial en él pero Hermes se negaba a ignorar aquella emoción que gritaba desde lo más íntimo de su ser– Este sentimiento que estoy sintiendo... díganme como se llama.


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Luego de la agresión hacia el dios del amor fue llevado a un juicio divino donde fue forzado a recibir un castigo compensatorio por sus actos: Eros le haría olvidar su amor por aquella mortal y cada recuerdo presente que tuviera de ella, condenándolo a una vida sin ese sentimiento. Afrodita no se mostró conforme con la decisión, pensaba que darle el castigo del olvido era un galardón en vez de una aprensión, pero no tardó mucho en aceptarlo, era mejor evitar posibles desventuras y mantener juicioso al gran emisario.

Los ojos del joven se abrieron con dificultad después de la condena, no recordaba lo que le había sucedido ni por qué sentía un doloroso hueco en su pecho. Movió un poco su cuerpo y sintió como el dolor se incrementaba brotando de sus labios en un gemido lastimero, el que fueran dioses no los excluía de esos pesares. Trato de recordar el motivo de su deterioro y no tuvo nada a que asignárselo. Profundizo más en sus recuerdos y lo último que logro recordar fue el mensaje por parte de Zeus que entrego a Deméter, de allí nada más.

Levanto sus manos y noto moretones entre sus dedos algo que lo impresiono bastante, las deidades solían recuperarse bastante rápido por lo supuso que había sido lastimado recientemente. Los días fueron pasando con severidad, entre más tiempo transitaba dentro de aquellas sabanas menos quería levantarse de ellas. Varios dioses habían asistido al lugar para visitarlos, presentía que le ocultaban algo o que al menos sabían lo que le había ocurrido, siempre le hacían preguntas extrañas y le sonreían con pesar.

¿Qué había sucedido en su viaje a la Tierra?

Para distraer su mente de los mismos pensamientos pidió un poco de papel, unas plumas de distintos grosor y mucha tinta. Algo le inspiraba e invitaba a escribir, ironías de la vida porque era quien normalmente entregaba ese tipo de documentos a los demás y nunca se había tomado la tarea de redactar. O eso pensaba.

"A quien quiera leerlo...

Llevo en el Olimpo 120 días y mis fuerzas han sido restauradas por completo pero aún me es difícil describir por qué no quiero marcharme a cumplir mis deberes.

¿Qué es esto que siento dentro de mí?

No recuerdo lo que me sucedió y nadie parece querer explicarme, he llegado a la conclusión de que nunca lo harán. Parece ser algo muy grave y hasta he sentido el temor de descubrir a que se debe tanto misterio.

No quiero saber la respuesta aunque grita por mi atención.

¿Qué estoy haciendo y porque actuó así?

Debo seguir adelante, ya no puedo huir de mis obligaciones.

He decido reintegrarme a mis labores en unos días y tomar un poco de aire fresco. No es que no lo reciba en mi habitación a través de las ventanas pero... tengo la impresión de que el cielo me acusa de algo malo que he realizado y eso me roba el aliento.

¿Tendrá algo que ver con mi olvido?

Debo averiguarlo así no lo desee, necesito encontrar..."

Un llanto de bebe que resonó desde el exterior detuvo su escritura, fue tanto el susto que incluso el pincel se resbalo de su mano cayendo pesadamente al suelo, resonando por la silenciosa habitación. El sonido ajeno se fue alejando por el pasillo hasta el punto de desaparecer, trago con dificultad sin comprender de donde se había originario aquella reacción y extendió su mano para tomar el instrumento, obviando así el papel que estaba sobre una pequeña bandeja. El viento resoplo con fuerza moviendo las cortinas y elevando la hoja, Hermes regreso a su postura inicial con el objeto en la mano y se percató de lo sucedió.

Observo hacia la ventana apreciando como la hoja era llevada lejos por la brisa y por alguna razón todo lo que sentía se fue en aquel papel, esperaba que de alguna forma aquellas palabras fueran respondidas por el destino.

El destino es quien responderá las peticiones... –cerro sus ojos sintiendo una punzada de dolor en su cabeza y un nudo gélido en su garganta– ¿Quién me dijo eso?

Los años hicieron de sus dudas algo pasajero y para cuando menos lo espero se había acostumbrado a la soledad y a la perdida de algo que ni el mismo podía recordar. Las estaciones pasaban una por una sin ningún tipo de prisa más sin embargo para su percepción inmortal era algo tan efímero que aburría.

Su desempeño fue el mismo: cartas por aquí, mensajes por allá y almas perdidas que debía señalar el camino hacia el Inframundo.

Pero de allí no hubo nada más.

Él había escrito su último mensaje en aquel olvidado papel. 


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