CAPÍTULO IX
Luego de aquel día Irina supo que algo extraño sucedía a su alrededor y que Hermes junto a Eros no habían sido del todo sinceros con ella. ¿Una familia extensa con nombres griegos incluyendo a sus esposas e hijos? No tenía ni pies ni cabeza, inspeccionaba la mentira. Se miró al espejo y noto los surcos oscurecidos debajo de sus ojos, se veía como alguien enfermo. Tomo una cena bastante liviana y se metió debajo de sus sabanas para dormir un poco más, pensar sobre el tema la tenía agotada y no era como que podría llamar a alguien para despejar sus dudas o al menos confesar sus pensamientos o descubrimientos y así, con esa determinación finalmente descanso.
Al amanecer estuvo en el instituto navegante, era el último día.
Luego de escuchar una larga charla por parte de Aristeo y de recibir un elegante recetario comenzaron las entregas de los broches. Hestia estaba frente de todos con un gesto solemne que solo ella podía inspirar, era elegante, radiante y hermosa.
–Alexia Castillo... –iban nombrado aquellos estudiantes que habían aprobado sus criterios y ellos se levantaban de su asiento con un emocionado "si"– Iberis Nath, Dadario Molvora, Elaine Scanonne...
Todos observaron de reojo a la chica nombrada, al parecer no había escuchado su nombre porque no había alzado la vista ni se había levantado, Hestia alzo una de sus cejas con molestia y alzo la voz.
–Elaine Scanonne –la chica tuvo un respingo y se levantó de su asiento algo confundida.
–Ahhh... aquí.
–Bueno, felicitaciones por superar nuestro programa inicial –el gesto de la dama era serio y severo, estaba disgustada con la actitud que mostraba aquella chica medio humana– Tengo la esperanza de que continúen sus entrenamientos y conviertan esto en una carrera profesional de admirable valor.
– ¡Oh sí! Lo logre –dijo el chico con cabello rojizo volteándose para conversar con su grupo de amigas, los tres habían aprobado– ¿Dónde vas a trabajar Nath?
–No lo sé Dadario, quizás tome esta carrera como algo serio y antes de trabajar me dedique a pulir mis técnicas.
–Siempre tan madura... –murmuro la otra chica en medio de un coro de risas– Creo que intentaré colocar mi currículo en "The Ned".
Elaine observo como Irina se mantenía sentada en su lugar con un gesto sorprendido, no había sido nombrada a pesar de que era de las pocas que estudiaba realmente la carrera y trabajaba en un hotel dentro de esas ramas. ¿En que había fallado? Pero por supuesto, recordó el desmayo del día anterior y guardo silencio, Hestia era demasiado estricta y lo había arruinado con un descuido en su salud.
– ¿Y tú Eleane? –pregunto Dadario, ella se giró tan pronto como pudo y ladeo su rostro provocando una sonrisa en el chico– ¿Planeas trabajar con mi padre?
–Eh... bueno... no exactamente –respondió algo sonrojada– Y soy Elaine, no Eleane.
–Claro, entonces ¿Con el tío Deimos o directamente con tu padre?
–No, no... –estaba nerviosa, se le notaba y Dadario lo disfrutaba– ¿Desde cuándo dejaste de ser un niño tímido y callado?
– ¿Yo? –soltó otra risita y sus compañeras rieron a su lado sin comprender el chiste– Ya sabes, viene de familia.
No dijo nada, comprendiendo la indirecta. Desde la muerte de su madre, Elaine había dejado de ser la chica risueña adoptando una postura defensiva en contra de su padre.
–Dinos, ¿Qué harás con el broche? –continuo indagando el joven.
–Aun no me decido con nada en específico.
– ¡¿Qué?! –grito alarmado el muchacho, Hestia los observaba en silencio sin agregar nada al barullo– ¡Pero si fuiste la primera de la clase!
Señalo al pizarrón donde se había distribuido los nombres de cada graduado con los puntos asignados y su puesto dentro de la clase.
Tras salir del barco, Elaine se despidió de Irina y se marchó en su vehículo, le había ofrecido llevarla pero ella prefirió irse en su bicicleta.
Al llegar al hotel le entrego las notas certificadas de cada día a Eros y él solo arrugo su frente con asombro. No esperaba que ella fracasara.
–Ya veo... –dijo leyendo las observaciones descritas en el papel– En parte es cierto, debes cuidar tu salud. Hestia no ve factible un profesional que se descuida a si mismo porque reconoce las dificultades que se viven dentro de la cocina. Que desafortunado.
–Lamento haberte decepcionado –dijo la rubia observando hacia el suelo.
Eros sonrió con calma y relajo su postura acomodándose mejor en la silla detrás de su escritorio.
–Tampoco es para tanto, Irina. No te exijas demasiado, solo es un broche. Eso no significa que no puedes ser una gran Chef –ella le dedico una mirada algo entristecida, nunca espero poder participar en aquel programa de cursos disciplinarios que tanto prestigio le daban a sus colegas para al final salir sin ningún reconocimiento. El dios intuyo sus ideas apuntando a cambiar el tema– ¿Estás lista para la gran fiesta del año?
Irina supo que lo hacía con la intención de evitarle la incomodidad pero ella no cedería tan fácilmente.
–No cambie el tema señor Eros –él se llevó las manos a la nuca y cerro sus ojos al verse descubierto– Sé que no es importante, que puedo seguir como venía hasta ahora pero, ¿Por qué cree que todos aspiran conservar las clases de Aio Locucio?
Cupido dejo de sonreír para tomar más enserio sus palabras, aquella chica era inusual y muy perceptiva.
–Si de verdad el broche no lo es todo, ¿Por qué los de mayor rango de sus cocinas lo poseen?
–Hmmp... –la mano de Eros se posó encima de la madera de su escritorio moviendo cada dedo en un sincronizado ritmo.
–Aunque no es importante, ahora sigo siendo incapaz de alcanzar esa cima a la que aspiro –revelo con gesto agobiado, las oportunidades no solían tocar las puertas de las personas pero ella seguía perdiendo cada llamado como si no fuera capaz de escucharlos– No puedo expresar a través de mis palabras lo que siento en estos instantes...
Hermes había aparecido a un lado de la puerta y se congelo al ver la espalda de Irina y los ojos sorprendidos de Eros, había abordado al dios en un mal momento.
–No tiene sentido que llore por la leche derramada pero sé que he sido incapaz de lograr un nuevo nivel en mi profesión. Hasta Andrew pudo superar las expectativas de la señora Vesta y ahora exhibe con orgullo su broche–estaba decidida a aclarar algunas cosas y no veía que Eros quisiera negarse a escucharla, había nombrado dos cosas que nunca fueron reveladas en clases pero obviamente el dios no podía saberlo porque no estaba presente pero al aprobarlo como un hecho supo que estaba caminando por el camino correcto– No hablemos más del curso, tanto a ti como a mí nos incomoda el tema. Es lamentable que yo fallara. Por otro lado, su hija...
Detuvo sus palabras al ver la ceja alzada de Eros, Hermes había adoptado una invisibilidad para no llamar la atención de la chica sentándose a un lado de la oficina.
– ¿Mi hija?
–Aprobó siendo la primera de la clase –le sonrió con dulzura.
– ¿De qué...? –Eros mostraba un gesto confundido.
–Me parece que Elaine necesita un padre que la acompañe en estos momentos.
– ¿Elaine estuvo en las clases? –el dios se levantó rodeando el escritorio para acercarse a la chica– ¿Por qué crees que es mi hija?
–No sé cómo es posible, te ves incluso de la misma edad que ella pero lo intuí por el gran parecido –Eros ladeo el rostro– No físicamente, hablo de que su personalidad es idéntica a la tuya y... tiene tú mismo apellido.
–Ya veo... –desvió su mirada alejándose de nuevo de la chica– Entonces, ¿Es todo por hoy? Deberías regresar a la cocina.
No estaba dispuesto a difuminar ninguna duda, simplemente dejaría que ella sacara sus propias conclusiones.
–Si señor... –Irina se dio la vuelta y observo hacia un lado, exactamente hacia el lugar donde permanecía invisible el dios mensajero.
Algo estaba allí, lo podía sentir pero... no podía verlo. Solo un suspiro e ignoro aquella sensación para partir de la habitación.
–Pareces alterado, Eros –pronuncio el heraldo cuando estuvieron solos.
–Elaine ha regresado de Corea –le respondió con la misma intranquilidad que sintió cuando escucho a Irina– Y nadie me lo había dicho.
–Deimos y Fobos seguramente lo sabían –añadió sal a la herida, Eros se ladeo para contemplar la apariencia rojiza de su amigo– ¿Por qué ocultarte algo tan insignificante?
–Tú también lo sabias –le reclamo con notorio enfado– ¿Por qué mentirme de esa forma?
–No te he mentido –se defendió levantándose de su asiento– Solo no me habías preguntado, rosita.
–Cada vez te pareces más al embaucador del pasado –sentenció con desgana– Y te aseguro que el camino que has tomado no te llevara a nada bueno.
–He comenzado a tener recuerdos confusos –revelo sin deparo– Además, por algo me llamaban el dios de las mentiras y los ladrones.
Saco de su bolsillo una pequeña gema dorada y la lanzo al erote, quien al tomarla en el aire y observar su color no pudo reclamar por el artilugio, Hermes había desaparecido.
–He despertado un demonio –susurro para sí mismo, tragando en seco al comprender lo que significaba aquel objeto– Pero no hay vuelta atrás, es el destino que debe seguir para transcender y evolucionar como un dios.
–Un dios roto ya no nos servía –hablo la voz de una dama elegante con cabello rojizo que poco a poco se materializo frente del escritorio, Eros se ladeo sin sorpresa ni susto. Ya la había sentido cerca– Y veo que ese dios tiene cierto interés en una mortal.
–Así es...
– ¿Es ella?
–No, ella está muerta –le revelo colocando la piedra valiosa en uno de sus bolsillo– ¿Qué haces aquí, Hestia?
–Me ha llamado la atención que esa jovencita pueda ver a través de nuestro engaño –el dios del amor se sentó sobre su escritorio y cruzo sus brazos, esperando una explicación– Debes ir con cuidado o contarle la verdad. Es duro que confunda sus descubrimientos con locura, sobre todo si la han atado a un dios que no puede amar de nuevo.
–Yo no...
Y dejo que sus palabras se murieran dentro de su garganta, sintiendo un escalofrío aterrador rodear toda su columna vertebral.
– ¿No te habías dado cuenta? –utilizo un tono cruel al dirigirse a él– Al parecer tenemos otro dios defectuoso entre nosotros.
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Al culminar su jornada de trabajo Irina se despidió de sus ahora amigos y busco en el estacionamiento su bicicleta, justo cuando pensaba soltar el seguro una voz a su espalda la asusto al punto de creer que moriría.
Era un tono grave, muy profundo y de cierta forma oscuro.
– ¿Te he asustado, señorita Green? –ella le sonrió al percatarse de quien era y asintió apretando un poco su pecho– Lo lamento mucho, no era mi intención.
–No se preocupe señor Hefesto –le tranquilizo para que no se sintiera culpable– No pensé verlo otra vez.
–Tengo cosas pendientes por estos lados –le regreso la sonrisa con más confianza– Y quería darte un regalo por la ayuda que aquella vez.
– ¿Un regalo? No, no... –se sentía avergonzada, ni siquiera había podido entregar el dichoso cofre– Aun tengo el cofre que me pidió le entregara a Hermes. He tenido tanto trabajo que lo había olvidado por completo.
– ¿El cofre? –recordó el favor que le había encomendado soltando una carcajada que dejo algo confusa a la muchacha– Ya veo. Ya veo. Es por eso que Hermes no ha dejado de enviarme cartas pidiendo un nuevo contenedor.
– ¿Contenedor?
–No se preocupe señorita –ella asintió abochornada pidiendo disculpas por no haber cumplido con lo pedido– Ya tengo listo otro para él y debo de admitir que es mucho más espacioso que ese que te he entregado. No debes sentirte culpable, quédate con él.
– ¡Oh no! Yo no puedo...
–Si puedes, no hay ningún problema –le aseguro con una sonrisa sacando de su bolsillo un pequeño paquete de tela verde– Toma, he realizado está gargantilla para ti.
Sin sacar el objeto del interior se lo entrego casi de forma obligada, la joven algo sonrojada saco el accesorio y exclamo de la sorpresa, era un objeto precioso y refinado, mucho más vistoso que todo lo que poseía en su casa. El dije lacado en un material plateado formaba una "i" mayúscula con pequeñas incrustaciones en verde.
–Esto es... precioso.
–Me alegra que sea de tu agrado –se sintió contento de ver una sonrisa en aquel rostro– Mis manos no fueron creadas para hacer cosas tan delicadas pero siempre me...
– ¡¿Qué?! –le interrumpió con agravio– ¿Por qué dice eso? Tanto el cofre como está cadena demuestran su hermosa habilidad, sus manos son las mismas de un dios.
– ¿Eso crees? –preguntó con ironía haciéndola sonrojar por lo dicho.
–No es que yo crea en los dioses –su nerviosismo era notorio, Hefesto sintió simpatía por ella– Es decir, tienes el nombre de uno pero no significa que lo seas. Ya sabes, muchos aquí poseen títulos de dioses, digo, nombre de dioses. Es extraño pero me he acostumbrado. Yo conozco varios... últimamente vengo conociendo muchos... ehhh...
–No debes sentirte avergonzada señorita Green.
–Llámeme Irina, por favor.
–Está bien, señorita Irina... –dio un vistazo alrededor y comprendió que aquel no era el sitio para conversar– ¿Aceptarías acompañarme a un lugar? Prometo que la dejaré en su casa en horas tempranas de la noche.
– ¿Ah? C-Claro...
Y de esa forma se encontró encima de la moto del dios, aferrando sus pequeñas manos en su tosco torso, demasiado duro y marcado. Realmente la tela ocultaba muy bien sus abdominales. Si Hefesto era el dios más repulsivo de la mitología debería replantearse la idea que venía manejando esos días, quizás los nombres si fueron colocados por tradición después de todo.
Aquel hombre no era para nada feo.
Al llegar reconoció el sitio, era el mismo donde la había traído Elaine para ver el atardecer.
– ¿Viene a ver al señor Helios? –pregunto con curiosidad, Hefesto estaciono la moto y la observo sobre su hombro– Vine hace poco con una conocida.
–Veo que mi familia te ha adoptado –aseguro con buen humor, retirando su casco para bajarse de transporte y ayudarla a bajar– Pero el sol ya se ha ocultado, a estas horas él no está de guardia.
–Es cierto... –la rubia observo la oscuridad sobre ellos, el cielo estaba lleno de estrellas y una preciosa luna los vislumbraba– Entonces, ¿Visitaremos a... Selene o algo así?
La risa del dios fue contagiosa, ambos rieron con el chiste aunque tenían pensamientos distintos sobre lo dicho.
–No, no visitaremos a Selene, tampoco a Febe y mucho menos a la pequeña Artemisa –la chica le miro con ciertas mariposas en su estómago, aquello comenzaba a ponerla nerviosa.
– ¿Conoces personas con esos nombres?
– ¿Has estado leyendo sobre nosotros, no? –ella asintió algo avergonzada– Vamos arriba y te contaré una buena historia.
En silencio subieron por la torre con ayuda de la linterna del celular de la chica, Irina presentía que esa noche descubriría esa verdad que tanto ocultaban los demás, el secreto que guardaban aquellos hombres con denominaciones antiguas. Al llegar a la cima escucharon dos voces femeninas a través de la puerta, Hefesto pareció emocionado y abrió la puerta con energía.
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