CAPÍTULO II

–Ya he solucionado eso, querida.

Señalo a su espalda con una sonrisa, esa simple acción le produjo un mal presentimiento a la mujer que de inmediato ladeo su rostro para observar a los dos dioses que iban entrando,

– ¡¿Qué hacen ellos aquí?!

– ¡¿Eh?! ¡Qué ingrata resultaste! –murmuro Afrodita cruzándose de brazo– ¿Para eso me han llamado?

Hera fulmino con la mirada a su esposo.

–Ellos son nuestros testigos –respondió, sustrayéndole importancia al propósito.

– ¿Testigos de qué?

–Del nacimiento de tu hija, por supuesto –respondió Hefestos con una sutil burla en su léxico.

– ¿De qué están hablando, Zeus? –exigió saber.

–Tú me preguntaste sobre que le respondería a los demás dioses –movió sus hombros en señal de obviedad dejando aún más pasmada a la mujer– Cuando Hermes traiga a Juvenas llorarás de alegría por tener de regreso en tus brazos a tu amada hija, esa que te arrebaté luego de su nacimiento. Ellos son nuestros testigos, también convoque a quien le permitió la vida a la chica a cambio de otra.

– ¿Juvenas? ¡Querrás decir Juventas! Ni el nombre te dignas a decir bien –le regaño con fastidio– ¿Entonces, tu plan es hacerla pasar por nuestra?

–Su nombre no es de importancia pero ya vas entendiendo, por eso te amo –los dientes perfecto del dios se asomaron por su expresión galante– No podemos dejarla más tiempo en la Tierra, los dioses ya la han notado. Sus poderes van incrementando y ya casi es una señorita. Rejuveneció a su madre adoptiva, hizo lo mismo con un viejo guerrero que estaba a punto de ir a un enfrentamiento pero a este sólo le dio la juventud por un día e incluso envejeció a unos niños. ¿Cuánto tiempo más crees que podríamos ocultarla? Hermes no ha parado de traerme quejas de Apolo sobre las hazañas de esa muchachita en Roma.

– ¡Sabes que eso no va a salir bien!

Grito exasperada regresando a su trono para afirmar la derrota observando con análisis a aquellos dioses que respaldarían el engaño, luego de varios segundos soltó un gruñido de inconformidad y se pasó una de sus manos por la cabeza para evitar el creciente dolor que comenzaba a considerar.

¿Por qué Zeus disfrutaba del engaño?

Fue entonces cuando recordó la maldición de Hermes, resultaría difícil explicarle que aquella niña era su descendiente y ante la escueta idea prefirió mentalizarse la mentira.

Su adorada "hija" estaría pronto en casa.


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Los ojos de la adolescente comenzaron a evaluar a los demás presentes hasta que se enfocaron en aquel dios que la había agredido en Roma. Había cerca de doce deidades en la sala excluyéndolos a ellos dos que recién iba llegando y a los otros dos del trono por lo tanto tardo en reparar en su presencia, se encontraba reunidos en el siguiente orden: Iris, Afrodita, Hefesto, Poseidón, Ilítia, Atenea, Apolo, Artemisa, Hades, Perséfone, Eros y Ares, la chica apretó la tela del ropaje de Hermes provocando que este girara su rostro con dudas, descubriendo a quien estaba observando en menos de un segundo. Hera notó el temor en el rostro de la niña y alzo una de sus cejas, aunque quiso intervenir se obligó a recordar el por qué estaban allí.

–Bueno, a lo que vivieron... –todos los que estaban presente dirigieron su atención al supremo señor del panteón griego, él se había levantando de su lugar y señalo a la niña– Hera, allí tienes a tu hija.

Algunos abrieron sus ojos con incomprensión y otros soltaron un gemido de sorpresa.

–Te entrego a la criatura que te arranque de tu seno como castigo por tu última conspiración hacia mí –los presentes no cabían del asombro, evaluaban a la pequeña que apretaba sus manos con cierta escama– Que sirva de lección para ti y cualquier otro que disponga de su tiempo la idea de un complot. Primordialmente contigo Afrodita. No apoyes las ideas de mi mujer y de tu esposo. La próxima no seré tan benevolente con ustedes.

Los murmullos fueron cobrando fuerza al punto de que no se podía identificar ninguna frase, Hermes observaba a los dioses y luego a la chiquilla a su lado, la información entregada estaba hueca, siempre que ocurrían sucesos como los descritos por Zeus se levantaba una mesa de opinión donde se les consultaba a los demás la situación y él era el que se encargaba de cumplir los recados por lo tanto, ¿Por qué no había sido consultado ni entregado ninguna misión?

– ¿Esa niña es hija de ustedes? –pregunto Ares con los ojos muy abiertos, aún era un dios joven pero ya tenía un historial de batallas luchadas, cicatrices sanadas y un amorío culposo con la diosa del amor y la belleza.

–Sí, eso he dicho –Zeus ni siquiera le miro, estaba entretenido con el aspecto paralizado de su mujer, aquella parte de la información no se la había hecho saber exponiéndola frente a los demás en un mensaje sutil de que la había descubierto en sus últimas andadas– Afrodita, Hefesto e Ilítia pueden atestiguar lo que he dicho, ellos estuvieron el día del nacimiento y del escarmiento.

–Es cierto, yo permití el parto –dijo Ilítia observando de reojo a la muchacha– Yo estuve el día de su alumbramiento y también fui la que cumplió la condena impuesta por Zeus. Hera incumplió con su papel de esposa y quiso revelarse ante el supremo, como sanción viviría separa de su hija hasta que él lo viese conveniente.

– ¿Por qué no fuimos informados de esto? –interrumpió Hades con agotamiento, estaba enervado por estar en aquel lugar para presenciar aquel absurdo encuentro familiar– Pretendes que aceptemos esa historia cuando no fuimos consultados ni avisados en el pasado. ¿Sabes los problemas de protocolo y todos los papeleos que tuve que atender por las acciones de tu retoño? Y no te dignaste a enviarme ninguna respuesta.

–Hades... –murmuro Perséfone a su lado, tomándolo del brazo para disminuir su enojo.

– ¿Me vas a decir que te enfurece esperar unos años para recibir las almas de aquellos mortales que ella rejuveneció? –se quejó Hera con aparente molestia, bajo los escalones disminuyendo su estatura para quedar frente de la niña y abrazarla maternalmente. En parte comprendía que era lo que la chica necesitaba, se veía conmocionada y dudaba que fuera por el bullicio– ¿No estás feliz por tu hermana? Tuve que hacer un voto de silencio y callarme este sufrimiento de madre por vergüenza a mis actos pero no hubo ni un maldito día que dejara de pensar en ella –se separó del cuerpo para inclinarse al frente y alzar su rostro captando su atención– ¿Te sientes bien, Juventas?

–No, no... yo... –no sabía que decir y en un descuido ladeo su cabeza para visualizar al dios de piel rojiza que estaba a su lado dándose cuenta que cada dios tenía una apariencia distinta a la usada en el mundo humano, incluyéndola– L-Lo siento...

–No te preocupes, ve a tu ritmo. Sé que pronto podremos ponernos al día –le sonrió transmitiéndole confort.

–Otra cosa más –añadió Zeus bajando los peldaños e imitando a su esposa– Desde hoy dejaras de ser llamada por ese nombre mortal –todos prestaron atención, aquellos designios eran los más importantes para los que pertenecían al Olimpo pero en el caso de él era porque olvidaba tan extraño calificativo– Serás conocida como Hebe, diosa de la juventud, copera de los dioses y doncella de Ares; dios de la guerra.

– ¡¿Qué?! –dijeron Ares y Hera al unísono.

– ¿Por qué me dan una doncella? –se inquietó el dios acercándose hasta donde estaban sus padres– Yo no necesito una dama para mis cuidados.

–Cierto, ¿Por qué debe Jun... Hebe, ser la doncella de su hermano? –dijo la dama abrazando a la chica, le ponía nerviosa la labor impuesta para la chica pues Ares no era precisamente el dios más amable del lugar– Yo exijo tenerla para...

–No cambiare de parecer, ahórrense sus rabietas –los observo algo tosco, estaba cansado de fingir y quería dar todo por terminado– Ares vive desatando guerras en la Tierra al igual que tú, Hera. De alguien lo habrá heredado... –bufo por lo bajo queriendo resaltar de manera ruin sus conflictos con los mortales–...y siempre viene a mí con heridas, ¿O no recuerdas tu hazaña en Troya, quien crees que tuvo que reprenderlo y sanarlo? Necesita de alguien capaz de rejuvenecer su piel, sanar sus heridas y ella; querida, es la indicada para eso. ¿Alguna protesta, Hebe? Soy un dios benevolente y escucho a mis iguales.

Hades ladeo su rostro disconforme y Eros sonrió.

– ¿Eh? –todos la observaron, se sintió avergonzada y no sabía cómo responder, le dedico una mirada suplicante al dios de la guerra y se percató de las heridas recientes que poseía en el rostro sintiendo angustia en su pecho, él era su hermano y necesitaba de alguien que lo mantuviera a salvo– No, ninguna señor Zeus.

– ¿Lo ven? Ella no advierte ningún problema en eso. ¡Ah! Y por favor Hebe, llámame padre... –la sonrisa regreso al rostro del olímpico, Hera soltó un suspiro agotado y Ares flanqueo su mirada hacia una esquina del recinto, exactamente donde Afrodita apretaba sus manos enfurecida– Eso ha sido todo, pueden seguir con su rutina. Me alegra haber tenido esta amena plática con ustedes y que nada haya salido mal. Procuren no desatar el caos por favor, estoy agotado.

Al finalizar la reunión divina todos los invitados e involucrados se dispusieron a seguir con sus actividades otorgadas, nadie puso en duda lo acontecido a excepción de Hermes y Hades pero era de esperarse al ser ellos los que mantenían contacto con las almas y los acontecimientos graves del lugar.

– ¿Puedo hacerte una pregunta, Hermes? –cuestiono el señor del Inframundo, el joven había salido a los jardines a tomar un poco de aire fresco para después proseguir con sus labores por lo que no esperaba que su anhelada calma seria trasbordada por ese dios– Y perdona mi interrupción, debes estar agotado.

–No se disculpe señor Hades, no me esperaba su presencia. Pensé que ya se había marchado al Inframundo, ¿Y la señora Perséfone? –le atendió con una sonrisa observando a sus espaldas en busca de la deidad rosa, cuando no estaba en el horario empresarial del submundo solía mostrarse más informal– ¿Qué le molesta que ha decido buscarme?

–Está conversando con su hermana Atenea, pero no te busque para familiarizar, necesito que me digas si tú sabias que esa chica era la hija de esos dos –el rostro rojo del joven se mantuvo sin expresión, meditando con cuidado lo que podría o no decir– Nadie me informo de las acciones de Hera, mucho menos de su correctivo. Considero que al menos debimos ser informados para evitar cualquier amenaza o enfrentamiento con la chica y por lo visto, mis suposiciones ya ocurrieron, la chica parecía muy mal herida y solo un dios puede lastimar a otro dios de esa manera.

Hermes soltó una exhalación, le daba la razón en lo concluido.

–Tienes razón pero ni siquiera a mí me fue expuesto lo sucedido –se pasó su mano derecha por la nuca con extrañeza– Zeus es impredecible, tal vez no le tomo importancia a sus decisiones pensando que nada malo podría suceder.

– ¿Impredecible? No puedo creer que tú le llames así conociéndolo como yo. Diría más bien que es un imprudente exaltado. No apruebo sus políticas, es por eso que me mantengo al margen. De todas formas, si llegas a saber algo me informas por favor, esto me ha dejado inquieto.

El heraldo asintió con energía despidiéndose del señor de los muertos con un poco de cautela, cuando estuvo seguro de que estuvo solo de nuevo se acercó a la fuente que estaba al medio del jardín y contemplo su reflejo sobre el relieve del agua.

Juventas; ahora Hebe, se encontraba dando vueltas por los pasillos del gigantesco palacio, buscaba por cada rincón la presencia roja del que le había ayudado a llegar al lugar, cojeaba como consecuencia de su dolencia y por tal motivo debía apoyarse a las paredes y columna que se le atravesaran en el camino, podía distinguir con claridad que aquel don con el que había nacido se incrementaba y que posiblemente sería cuestión de horas para recuperarse de los golpes con menos gravedad, estuvo a punto de abandonar la idea de encontrarlo cuando visualizo al dios azulado que había estado muy silencioso en la habitación anterior y que solo había intervenido para exponer su molestia por sus acciones en el mundo mortal, este al pasar a su lado le dedico una pequeña muestra de respeto y ella intento responderla de igual forma perdiendo el equilibrio y tropezando con su pecho.

Era bastante alto.

– ¿Estas bien? –le pregunto, la joven no lo conocía pero agradecía su ayuda observándolo con un sonrojo notorio en su rostro– No deberías explorar el lugar en esa condición, sé que eres joven y sientes curiosidad pero es mejor que te recuperes y hagas luego todas las travesuras que se te ocurran.

Él le sonrió, era la expresión más sincera y magnifica que había podido apreciar después del rostro sosegado de Hermes, lo admiro en silencio no como quien se enamora sino como quien descubre algo increíble y lo desea guardar en lo más profundo de sus recuerdos. Fue en ese leve encuentro que la chica se prometió defender y apoyar las decisiones futuras de aquel señor.

– ¿De verdad te sientes bien?

La chica se despabilo y asintió con cuidado.

–Perdóneme, señor... –no recordaba su nombre y eso la avergonzó aún más desviando sus ojos hasta el piso lustrado del lugar– Señor...

–Me llamo Hades, señor del Inframundo –los ojos claros de la niña se abrieron con asombro y su pecho saltó con presura pero eso no ofendió al mayor, al contrario se sintió curioso por no presenciar la habitual repulsión que le ofrecían los demás– No pareces asustada.

–Oh, no. No lo estoy, yo no le temo a la muerte y me parece muy valeroso su trabajo con los fallecidos –le concedió acercándose a la pared para apoyarse y evitar la molestia al rey de los difuntos– Perdóneme entonces por mi descuido, no estaba jugando ni conociendo el lugar, buscaba a alguien pero creo que se ha ido.

– ¿Buscas a Hermes? Él está en el jardín –le dijo ganándose una expresión de sorpresa– No conoces a nadie en el Olimpo, solo a quien te trajo y él es muy amable con todos, lo deduje por eso. Sigue derecho por este pasillo y cruza a la derecha al final, allí localizaras el jardín y estoy seguro de que podrás encontrarlo a él también.

–Muchísimas gracias señor Hades –intento hacer otra reverencia pero él se lo impidió explicándole que por los momentos cuidara su salud, ambos se sonrieron y despidieron– Eso haré, gracias por las indicaciones. Hasta luego

–De nada pequeña Hebe, hasta luego.

El oscuro señor se quedó evaluando a la niña hasta que luego de una eternidad la perdió de vista, girándose sobre sus talones para continuar su camino de regreso a su reino.

–Que curiosa pequeña –murmuro para sí mismo– No sé si traerla al Olimpo cambie su destino.

Hebe al llegar al jardín se quedó con los labios abiertos, era maravilloso y muy hermoso, todo estaba lleno de colores y vegetación, mariposas y luces danzantes que le entregaban al sitio un aspecto angelical. Se sentía en el paraíso pero luego recordó en donde se encontraba y desecho la idea, aquello era mucho mejor que el cielo.

–Señor Hermes... –el nombrado se tensó sin siquiera voltearse.

–No me llames señor, no soy tan viejo como los demás dioses –le dijo con un poco de humor disfrazando sus verdaderas emociones– ¿Qué haces aquí?

–Lo estaba buscando para agradecerle toda su ayuda pero, ¿Cómo desea que le llame?

La joven se soltó del pilar para caminar con esfuerzo hasta donde estaba parado, él lo sopeso por varios segundos y luego la observo.

–Dime hermano, yo también soy hijo de Zeus –le dedico una sonrisa haciéndole recordar a la joven lo que había sentido cuando Hades le dedico esa misma expresión amable, ambos se parecían un poco solo que uno disfrutaba de la soledad y la formalidad mientras que el otro era revoltoso y sociable– ¿Quieres acompañarme a visitar a una diosa? Estoy seguro de que estará muy contenta de conocerte, no vive muy lejos del palacio y podrías conocer un poco el lugar.

– ¡Claro, me encantaría! –le dijo con más positivismo– Me sentía bastante abatida con todo lo sucedido, aun no sé qué realiza una copera o una doncella, eso me inquieta pero deseo aprender y ser de utilidad.

Todo el asunto la había tenido tensa y suponía que explorar la ciudadela la ayudaría a acostumbrarse a su nueva vida.

–Bien, déjame ayudarte –la tomo entre sus brazos dejándola nuevamente con su piel más colorada, él extendió aquellas alas que lo ayudaban a volar partiendo con cuidado del palacio, no tenían prisas y ella necesitaba conocer mejor el sitio– Un copero es el encargado de servir las bebidas a los dioses en los banquetes conmemorativos, no es tan difícil. Sobre las doncellas... –se atraganto con sus ideas, necesitaba ser objetivo con lo que diría y mentalizarse de que Ares no era un dios libidinoso, al menos que le atrajera la persona y por lo visto no tuvo interés por ella en el anuncio–...ellas son las que ayudan a los dioses a realizar sus quehaceres. Acomodar sus camas, arreglar sus cabellos o vestuarios, servirle sus comidas, prepararle sus baños. Ese tipo de cosas.

–Ohhh...no se escucha tan complejo –dijo ella perdida en una estructura que sobrevolaban– ¿Qué es eso?

–Una biblioteca, puedes venir cuando quieras –le sonrió y ella asintió impresionada fue entonces cuando descendieron y le señaló una enorme mansión– Hemos llegado, sería mejor que te quedes aquí abajo mientras la saludo.

– ¿Eh? ¿Por qué?

–Ya lo deducirás –sonrió con firmeza, subiendo los diez escalones que separaban la entrada de la calle, tocando la puerta con delicadeza– ¿Hola, hay alguien en casa?

Suponía que sí, cuando iban al palacio pudo verla en el balcón y el que no asistiera a la reunión solo le indicaba que había preferido mantenerse al margen de los eventos. Abrió la puerta con cuidado y observo el interior, frente de la entraba estaba un recibidor con enormes muebles, una mesa baja y una chimenea encendida, a su derecha se encontraban las escaleras que lo conducían a la habitaciones del piso superior y a su izquierda la cocina con una olla humeante que desprendía un aroma bastante conocido por él, era demasiado atrayente pero además de eso no habían rastros de la dama.

– ¿Tía Hestia?

La muchacha se sorprendió al escuchar el nombre, aquella deidad era la más venerada en la tierra por ser una deidad del hogar y las fogatas, cuando iba a preguntar para asegurarse de que no había escuchado mal un grito afectuoso emergió de la nada, observando como detrás de la puerta salía una hermosa mujer con piel morena y cabello rojizo, ojos redondeados y amarillos que abrazaban con fuerza al muchacho tirándolos a ambos sobre el suelo con un estrepitoso sonido.

– ¡Te extrañaba tanto, Hermes! Estoy preparando estofado de venado, tu favorito... –le dijo sin levantarse de su cuerpo–...porque sabía que vendrías a verme.

El dios rió complacido y la ayudo a sentarse para luego señalarle a la otra divinidad que los observaba en silencio a unos pasos más abajo, la diosa la estudio con una ceja alzada y luego regreso su atención al mensajero.

– ¿Y ella quién es...? ¿Tu novia? –su voz sonó cómplice de la travesura y ambos insinuados saltaron en su lugar, Hebe se sonrojó observando sus pies y Hermes soltó una carcajada exacerbada– ¿No es muy joven para ti, pillo?

Ella sabía de su maldición pero disfrutaba incomodarlo con ese tipo de aseveraciones, después de unos segundos de burlas se levantó del chico para bajar los escalones, él pudo al fin dejar de reír para aclarar la visita.

–Ella es mi hermana, hija de Zeus y Hera –la diosa detuvo sus pasos ladeando su cuerpo para observar al heraldo– No podemos ser lo que piensas.

– ¿Y qué tiene que ver que sea tu hermana? Zeus y Hera también lo son.

–Sí, claro... –rasco su nuca con nerviosismo– Tienes razón pero... no es mi novia. Debiste ir a la reunión para que te enteraras del asunto.

– ¿Entonces porque la trajiste?

–La traje para que la conocieras –observo a la niña y le sonrió– Vamos adentro y te cuento la historia. Además, ese estofado me tiene con hambre.

– ¡Por supuesto que sí! –regreso sus pasos pasándole por un lado al muchacho, llegando en un parpadeo a la cocina para destapar la olla y mezclar lo que había dentro– Pasen y pónganse cómodos, está es como su casa.

Hermes tomo a la chica y la ayudo a entrar, después de eso comieron un exquisito manjar y platicaron de muchas anécdotas que la pequeña desconocía en su totalidad, proezas asombrosas realizadas por ambos y otras tantas de los demás dioses, le comentaron las travesuras de Ares cuando era un niño, las lindezas de Apolo e incluso escucho con calma la historia real de Hades y Perséfone, comprendiendo los sentimientos depresivos de Deméter pero sin llegar a simpatizar con sus bruscas decisiones.

Estar con ellos era la experiencia más divertida que había tenido en toda su vida.

– ¡Oh mi querida Hebe! –dijo con emoción la diosa, abrazándola después de platicarle como había llegado al Olimpo– Desde ahora puedes venir a visitarme las veces que lo desees. Ya verás que serás muy útil, todos los dioses y humanos reconocerán tu existencia –sus ojos amarillos transmitían mucha compresión pero cuando estaba por responderle y agradecerle su hospitalidad vio como sus facciones se endurecieron y hablaba más renuentes de lo necesario– ¡Hermes! ¡Deja eso como estaba, ahora!

– ¡Si, señora! –grito el joven desde la cocina, se hallaba robando las sobras de su estofado y había sido descubierto.

– ¿Se puede saber porque estás robando en mi cocina otra vez? –respondió agitada y ofendida– ¡Y debes decirme, señorita! ¡¿Acaso me ves casada o con hijos?!

–Sí, eso... –fue lo único que pudo decir, Hebe quiso intervenir pero la mujer había desaparecido de su lado para aparecer detrás del dios y golpearlo con un rodillo de madera– ¡Ahííí! ¿Pero qué te pasa tía? ¡Hebe sigue aquí!

–Lo hiciste a propósito –le acuso la dama colocando otra sonrisa en sus labios dejando que Hermes se sobara el golpe con una expresión lastimera– Ya lo conoces, él es nuestro cartero oficial pero igual déjame advertirte que, si le dejas la comida a la mano no dudara en asaltarla y devorarla.

La diosa menor le dedico una mirada al hombre y él solo pudo desviar su rostro para evitar la incomodidad.

–Y también es mi sobrino favorito –aseguro colocando el rodillo sobre sus hombros y atrayéndolo a su pecho con su mano desocupada en un abrazo asfixiante– Hermes, cuida mucho de tu hermanita Hebe o yo te castigaré. No tendrás más estofado de venado.

La muchacha se sintió feliz al ver lo familiar que era la situación, así es como se imaginaba una familia, sin tantos rodeos o protocolos, le agradaba su tía Hestia y apreciaba con demasía a su hermano Hermes.

Luego de las presentaciones, la pequeña creció rodeada de banquetes y dioses, atendió cada herida de su hermano preparándole baños calientes con la influencia de su gracia, dedicándole a su piel la renovación necesaria para que no quedara ninguna otra cicatriz y en ocasiones colaboraba con su madre en alistar su carruaje. Comprendió que la relación de sus padres no era precisamente la conocida por los mortales y en cada discusión simplemente se quedaba de lado, técnica que le había enseñado el gran dios de la guerra.

Muchas cosas sucedieron en todos los reinos, sucesos que fueron marcando los mitos que en la actualidad se conocían. Hermes, por su parte, fue involucrado en otros acontecimientos pero ningún humano podía saber con certeza cuál era la realidad o la ficción, se le señalaron amoríos con princesas y ninfas, incluso con la propia Afrodita pero ni él mismo conseguía la lógica de los asuntos.

Con los años, esos nombres y títulos fueron dejados de lado, la intervención de la iglesia cristiana y la tecnología disminuyó sus seguidores, forzándolos a tomar otras medidas para sobrevivir. Después de una amplia evaluación, los dioses se vieron en la necesidad de vivir como mortales, armando sus propias empresas en la Tierra con ciertos portales que les permitía vigilar el reino conferido y ampliando sus conocimientos sobre el globo que había sido creado para su adoración, consiguiendo los recursos necesarios para sobrevivir a la escases de fe que se amplificaba por todos los continentes.

Zeus se dedicó a la invención política y la exploración del cielo, por lo tanto formo una empresa de aeronaves y un sistema sustentable de orden entre cada país.

Hades se encargó de los transportes terrestres creando una enorme sucursal de vehículos a cuatro ruedas con infinidad de marcas y características.

Poseidón tomo las vías marítimas estableciendo barcos lujosos con el placer de distribuirlos por todo el planeta y disfrutar de los mares en toda su extensión.

Los tres encontraron su forma de sobrevivir al igual que los demás que siguieron sus pasos con precaución.

Hera se especializo en la confección de ropa por lo tanto su forma de vivir se definía por la moda y las pasarelas, Deméter continuo en sus labores de agricultora y guardiana de las estaciones mientras que Hestia relajo sus aventuras, gracias a ellas se introdujeron los videojuegos y las caricaturas. Perséfone prefirió las artes, convirtiéndose en una gran artista del teatro y directora de las empresas de su esposo, Atenea dedico sus conocimientos a las ciencias siendo acompañada por Artemisa y algunas otras deidades.

Ares incursiono en lo militar relajando un poco su personalidad agresiva y Apolo se dedicó a la innovación de la medicina y la presentación de su música. Hebe emprendió su camino como cosmetóloga y Hermes siguió su labor como mensajero divino, inventando lo que hoy en día conocemos como la correspondencia, el fax, los correos electrónicos y las redes sociales. Afrodita prefirió fundar una revista dedicada a la belleza siendo ella misma una valiosa modelo y Hefesto estableció la arquitectura conocida en la época.

En resumen, cada dios se actualizo a como surgían los avances; por lo tanto, ninguno usaba un solo nombre y se disfrazaban de distintas formas para no atraer la curiosidad, invitándose muchas vidas para lograr sus funciones. De esa forma sobrevivieron al paso del tiempo siendo parte del mundo emético.


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– ¿Has colocado los anuncios, Hermes?

Discutían de manera profesional en una amplia sala, cada quince días el heraldo debía traer los informes de todas las deidades: contratiempos, iniciativas, todo lo relacionado con sus actitudes y por supuesto una lista actualizada de aquellos semidioses que nacían o morían y que abundaban sobre la Tierra. Los seis olímpicos escuchaban sus reportes con esmero, era fundamental estudiar y mantener al margen a cualquier ser que quisiera sobresalir, los humanos habían evolucionado su forma de pensar por lo tanto, habían dejado de existir como deidades convirtiéndose en personajes de ficción.

–Sí, señor Zeus.

Traía en un portafolio todos los currículum enviados, se lo extendió para que pudiera evaluarlo cuando tuviera mayor tiempo pero el negó con el rostro y le señalo la puerta.

–Entrégaselo a Eros, él se encargara de revisar y distribuir –el dios del amor había reforzado su fama como escritor de novelas románticas además se le entrego la responsabilidad de atender directamente aquellos casos administrativos de la empresa del Olimpo, es decir, él despedía, jubilaba y contrataba cualquier personal para los seis principales del panteón– Ahora, ya que hemos terminado las formalidades, ¿Quién planea ir a la fiesta de cumpleaños de Poseidón?

–Aún faltan unos meses, Zeus –se quejó Deméter mirando de reojo a su archienemigo mejor conocido como su yerno, Hades pudo sentir la molestia en la mujer y conocía la razón: en unos días Perséfone regresaría al Inframundo con él o mejor dicho a la compañía fundada por ellos– Yo no podré asistir porque debo vigilar que esté año no se atrase el invierno pero me encargare de hacer llegar mi regalo sin ningún tipo de contratiempo.

– ¿No iras? –sonó entristecido el dios de los mares y con ojos de borrego que sería llevado al matadero observo a la distinguida dama– Quería una velada familiar...

–Ya hiciste sentir mal a Posi –le acuso Hestia levantándose de su silla para abrazar a un lloroso hombre– Ya, ya... no llores, TODOS... estaremos allí.

La diosa de la hoguera observo con recelo a Deméter advirtiéndole que sus palabras serian cumplidas quisiera o no, provocando una risa disimulada en la diosa del matrimonio que no podía creer que aun funcionaran sus muestras de mal humor.

–Sí, si... qué más da –se rindió, esos dos eran unos expertos en hacerla sentir mal– Yo estaré en la fiesta.

Hades estuvo tentado en decir que no iría porque no le agradaba ese tipo de ambiente y reconocía que cuando expresaban que querían algo familiar eso involucraba a todo el Olimpo y otras entidades más pero había dado por hecho de que cualquier excusa que pudiera dar sería descartada. No estaba de humor para esas fastidiosas galas, de hecho nunca estaba de humor para nada que involucraran a sus hermanos y le toco quedarse callado.

¿Por qué no eran más sensatos y cultos?

No quiso pensarlo demasiado, él tampoco se llevaba la medalla al más correcto del Olimpo debido a sus decisiones y acciones.

–Les haré llegar sus invitaciones con Hermes –dijo muy alegre el acuático, el nombrado solo asintió con energía y aparente emoción– Si desean invitar a alguien más háganmelo saber.

–Dijiste que sería una velada familiar, Poseidón –intervino Hades, por primera vez Deméter le daba la razón– No involucres a los mortales está vez, es cansado y siempre sale algo mal.

–Es cierto, no hagas de esa festividad un evento social –suplico la deidad de las cosechas– De por si será un gran esfuerzo para mi tener que tolerar la presencia de algunos dioses.

Hades apoyo su cabeza sobre su mano derecha sintiendo como todas esas palabras eran dirigidas a su presencia, Hestia y Zeus supieron el significado de la indirecta.

–No serán muchas personas... –los calmó con una expresión inocente–...quizás unos dos mil invitados.

–Mierda... –balbucearon la suegra y el yerno al mismo tiempo.

– ¡Será divertido! –las risas del padre de todos los atormentaba– Los únicos humanos presentes serán los que conocen de nuestra existencia y unos pocos que nos ignoran pero son los trabajadores que se encargaran de atender a los asistentes así que no será complicado obviarlos.

Hermes observo la expresión precaria que tenían los dos menos sociables del Olimpo y se encogió de hombros sintiendo pena por ellos, sabía que no les agradaba la multitudes pero llevarle la contraria al olímpico era ganarse un castigo severo.

–Entonces me marcho, debo entregarle estos papeles a Eros y llevar otros mensajes –todos asintieron sin dejar de platicar, el chico salió de la habitación y se encontró con el dios del amor sentado en un cómodo sillón tomando una respetable taza de café y comiendo un delicado panecillo– ¡Hola, Eros!

El saludo fue amable por lo que el mencionado sonrió al ver a su amigo caminando hacia él.

– ¿Termino la reunión? –observo hasta la puerta que seguía cerrada.

–Si pero Zeus esta en modo "planificación de cumpleaños" –le contesto extendiendo una carpeta frente de su rostro– Poseidón cumple años en dos meses así que harán una fiesta a su honor. Por cierto, estos son los correos enviados para las solicitudes de trabajo.

– ¡Perfecto! –su rostro pensativo le dejó en claro que no le prestó atención– ¿Cuántos años se supone que cumplirá el pescadito?

– ¿Cuándo saldrán las otras personas de las compañías? –le cambio el tema, lo de las edades no le interesaba– No me dijeron un número así que acepte todas las que llegaron.

–Hmmmm... este año serán muchos jubilados –dijo elevando sus hombros– Eran buenos empleados pero ya tienen la edad para descansar, se lo merecen. Zeus les otorgo la jubilación por eso es necesario llenar los cargos, cuanto antes mejor. Gracias por tu trabajo, yo me encargo del resto.

–De nada, entonces nos vemos luego.

–Eh... Hermes –el joven se detuvo en el pasillo– ¿Tienes tiempo para ir a almorzar conmigo?

– ¿Me estas invitando a una cita?

El rostro del mensajero se ensombreció en un intento por aparentar repulsión y negación.

–Obviamente no –le aclaro, para ellos no era un tabú las relaciones entre el mismo sexo sino que era extraño que le hiciera ese tipo de invitación, Eros se sentía entumecido cada vez que veía la soledad que perseguía a su amigo, la culpa comenzaba a desvelarlo y deseaba corregir aquella maldición que le había otorgado junto a su madre, él le retiraría la suya por lo tanto necesitaba estar cerca de él para ayudarlo a reconocer esas pistas de atracción que seguramente no conocía o recordaba, esperando que con el tiempo logrará romper o convencer a su madre de retirar la otra cadena– No eres de mi tipo, lo siento.

Ambos soltaron una carcajada extendida y comenzaron a caminar juntos.

–Solo necesito los consejos y la compañía de alguien –aquella fue la mejor excusa que se le ocurrió.

– ¿Consejos? –le miro extrañado, dándole un leve empujón con el hombro– Si son problemas amorosos vienes con el dios equivocado, yo no tengo interés ni experiencia en eso.

– ¿Por qué lo dices así? –él sabía la respuesta pero necesitaba escuchar la explicación que le daría– Suena tan triste...

–No lo sé, simplemente no lo entiendo y no lo necesito –acomodo un mechón rebelde de su cabello detrás de una de sus orejas y sonrió– Me ahorro todo el drama que traen las relaciones y me dedico a mis cosas. El amor... no es... tan necesario.

Sus ojos se veían deprimidos, Eros lo sabía.

Podía sentir como el pecho de Hermes se paralizaba con la idea de permanecer solo por siempre, lo había aceptado porque no conocía el impulso de perseguir, necesitar o apreciar a alguien especial a excepción de Hestia y Hebe, entre ellos tres había un enlace familiar muy fuerte por lo tanto la maldición concebida no podía afectarlos. El dios del amor pasó su mano izquierda sobre los hombros de su compañero y se sintió esperanzado con su nueva misión, jalándolo al exterior del edificio con presura.

Con un poco de su ayuda estaba seguro de que podría brindarle aquello que le había sido negado algunos milenios atrás, comenzando con retirar su maldición de no ser amado, aquello dejaría confundido al heraldo por unos días pero sería necesario si quería que sin ningún tipo de intervención la segunda condenación perdiera su efectividad.

–Podrías soltarme, no me siento muy bien.

El joven lo libero de su medio abrazo cuando estuvieron fuera y cruzaron la calle sin ningún tipo de cuidado por ser poco circulada, Eros se detuvo en seco sin advertencia y sus ojos traviesos brillaron con el acontecimiento.

– ¡Cuidado!

La voz femenina urgió de sus labios, Hermes observo por una milésima de segundo una macabra sonrisa en el erotes mientras era abrazado por un calor ajeno y luego el mismo estremecimiento se convirtió en un tropezón que lo dejó en el pavimento con un ligero desconcierto siendo seguido por otros sonidos metálicos y tintineantes. Despabilo sus ojos con la sensación de que había sido arrollado y un dulce peso en su abdomen le sugirió que no estaba del todo equivocado, quiso buscar la causa del accidente pero una bestia feroz ataco su rostro con un arma húmeda y letal.

Cierto dios del amor estaría en problemas con él.


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