CAPÍTULO I
OLIMPO
PALACIO DE ZEUS
Hermes toco la puerta un poco desconcertado, cuando Zeus le encomendó aquel recado fue extremadamente serio por lo tanto supuso que algo realmente malo estaba sucediendo, recordó que había recibido unas quejas de Apolo y Artemisa sobre un "humano" que estaba llamando la atención por los alrededores y el olímpico se había reído de las anotaciones de ambos pero de la nada lo convoca en "privado" y le pide aquello. Una vez que recibió la encomienda y todas las instrucciones que debía seguir para llegar hasta su objetivo se marchó, no sin antes hacerle una última pregunta.
–Señor... ¿Por qué debo separar a ese niño de su madre?
–No hagas preguntas, Hermes. No fue para eso que te puse en ese cargo –menciono tosco bebiendo de su copa con fastidio. Hera había estado en silencio durante todo su encuentro, sentada en su trono con un gesto disconforme. Supuso que aquella criatura debía de ser algún otro hijo del dios y por eso estaba un poco enfadada y aun con todo el mal humor de la misma mantenía la curiosidad del porque ahora si iba a intervenir– ¿Aun no te has ido? Pensé que fui muy preciso con mis indicaciones.
– ¡Sí, señor! –hizo una reverencia para luego darle un vistazo a la señora del Olimpo– Con su permiso, Hera, Zeus... me retiro.
Dio la vuelta y abandono la sala del trono, activando aquel poder que materializaba en sus tobillos una especie de alas que le permitían volar a mayor velocidad, era como si estuviese desplazándose en el espacio en vez de sobrepasarlo.
Ese era el secreto de su rapidez y sigilo.
–Su existencia se mantuvo oculta para absolutamente todos los dioses –recrimino ella con un gesto enfadado– Sin embargo, aquellos que la conocen dicen que es especial y peligrosa.
–Es su esencia, para eso nació –respondió con simpleza dejando la copa a un lado de su asiento– Se ve como una humana pero es una diosa completa gracias a la sangre de Ilitia, es por eso que debe estar en el Olimpo. Podría servirte personalmente como una doncella.
– ¡Yo no quiero tomarla como a una herramienta! –soltó un bufido levantándose del sitio para confrontarlo– Si se dejó en la tierra fue para protegerla de los demás dioses. ¿Cuando comiencen a preguntar qué les dirás?
–Ya he solucionado eso, querida.
Señalo a su espalda con una sonrisa, esa simple acción le produjo un mal presentimiento a la mujer que de inmediato ladeo el rostro para observar a los dos dioses que iban entrando.
– ¡¿Qué hacen ellos aquí?!
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EN ALGÚN LUGAR DE ROMA
JURISDICCIÓN DE APOLO
Al llegar a la casa donde residía aquel chico evaluó la forma más cordial de enfrentar a los humanos, debía explicar su situación y de fallar entonces le tocaría raptarlo. Toco la puerta sin mucha atención, pensando y repasando las ideas que se formaban en su mente, podía sentir su presencia por lo tanto estaba seguro de que estaba en el lugar correcto.
– ¡Que fastidio! ¿Acaso no tienen corazón? –hablo en voz alta sin darse cuenta, como era común su mente se perdía en ocasiones con sus vagos pensamientos.
– ¿Disculpe? –los ojos claros del dios se abrieron con asombro cuando en la puerta estaba una chica con cabello cobrizo y ojos del mismo tono que el del cielo– ¿Necesita algo?
– ¿Uh...? ¡Ah! –no sabía cómo actuar porque sentía que ya la conocía pero cuando pestañeo por quinta ocasión se percató de que la mujer que tenía al frente era diferente a como la había visualizado, su cabello era castaño oscuro y sus ojos casi negros– Perdóneme... es que vengo desde lejos porque me encomendaron la tarea de...
No le dio tiempo de finalizar su explicación porque fue interrumpido por un sonido desconocido que había acontecido en el segundo piso, la mujer le hizo señas de que esperara y corrió subiendo las escaleras con cierto miedo en su expresión.
– ¡¿Juventas, estas bien?! ¿Te lastimaste?
Pudo escuchar a la perfección los jadeos de quien estaba arriba, reconocía el nombre porque era el que había estado escuchando en varias quejas en los últimos años y obviamente supo que era quien debía entregar a Zeus. ¿Era una chica? Hubo un silencio que no supo evaluar, quizás la joven se había lastimado de gravedad y él estaría en tremendos problemas, fue entonces cuando una voz más gentil broto de la nada.
– ¿Y en chico? ¿Dónde está el chico que llegó?
Se quedó congelado, ¿Lo había estado observando a través de la ventana o es que poseía clarividencia? Seguramente comprendía el porque de su presencia, fuese cual fuese la explicación estaba bastante nervioso con la situación.
– ¿De qué chico hablas, Jun? –cuestiono la otra mujer recordándose de la visita inesperada de aquel desconocido– ¡Ah, ese chico! ¡¿Le conoces?!
–No, no lo conozco pero lo he visto por la ciudad con otro hombre. ¿Dónde está?
Hermes apoyo su frente en el marco de la puerta, siempre que venía para recibir recados era precavido y utilizaba su disfraz además procuraba ser invisible para los humanos.
Estaba confirmado, ella era una deidad.
–Necesito hablar con él –le suplicaba la niña, entendía su desespero. Y sin recibir una invitación entro a la morada ascendiendo por las escaleras en absoluto silencio hasta localizar la habitación por donde provenía la conversación– Sé que él puede responderme, lo vi volar tan alto por los cielos y desaparecer entre plumas tan blancas como las propias nubes del cielo. ¡Mama, necesito hablar con él!
Cuando estuvo en la puerta intuyó porque no bajaba en su búsqueda, ella estaba gravemente herida, con moretones, raspones y cicatrices por algunas partes de sus piernas, brazos y rostro. ¿Quién le había hecho eso? ¿Era por eso que al olímpico le urgía su presencia en el reino de los dioses? Su cabello castaño claro podía ser comparado con el suyo, de no ser porque Zeus lo tenía del mismo tono pensaría que era una gran casualidad y sus ojos, azules como el cielo al medio día estaban tan abiertos en busca de una respuesta que se sintió como muchas veces lo había hecho: culpable.
También fue consiente del desastre que estaba en torno a su cuerpo: habían hojas, pinceles y un frasco de tinta derramado sobre las sabanas.
–Por favor, haz que suba –la señora la abrazo para pasar sus manos por debajo de sus brazos ayudándola a levantarse del suelo y sentándola sobre la cama– Por favor, madre, yo solo necesito saber porque soy diferente a ti y a los demás.
–No necesitas pedirlo, yo estoy aquí... –dijo finalmente ganándose la atención de ambas.
– ¿Qué hace usted aquí? Le pedí que esperara en la puerta –dijo un poco exaltada pero cuando quiso ir donde estaba para obligarlo a bajar, Juventas se sostuvo de la falda de su vestido y le miro suplicante– ¿De verdad quieres hablar con él?
–Sí, por favor madre... –sintió como su pecho se golpeaba con fuerza desde el interior, estaba asustada pero al mismo tiempo ansiosa por saber la verdad– ¿Podrías...?
–Pero... –no se veía convencida pero después de respirar profundo asintió dirigiéndose a la salida de la habitación– Estaré en el pasillo.
Al salir cerró la puerta soltando un par de lágrimas, si aquel muchacho estaba allí por lo que creía ese quizás sería su ultimo día con su hija, aquella que recibió en brazos cuando una desconocida le concedió la vista a cambio de su cuidado.
–Disculpe a mi madre, desde que ocurrieron algunos acontecimientos no confía en nadie y me mantiene aislada de los demás –le dedico una sonrisa calmada y el dios pudo palpar esa extraña sensación de nuevo, era como ver a otra persona a través de sus facciones y le resultaba demasiado incómodo.
–No te preocupes, Juventas. De todas formas he venido a contarle la razón de tus extraños dones, nadie me lo hubiera impedido –se sentó en una silla que estaba al lado de la puerta, sentía que sus piernas cederían en cualquier momento si seguía de pie– Yo soy un dios, me llamo Hermes y he venido a llevarte al Olimpo.
– ¿Un dios? ¿Por qué un dios viene por mí?
–Porque eres una... –no sabía definir si era humana o totalmente una divinidad– Eres una descendiente de los dioses.
La pálida piel de la chica se aclaró dos tonos más con la noticia, sentía que estaba teniendo algún sueño y que pronto despertaría pero aun con todo se lo estaba tomando con calma y eso era digno de admirar.
– ¿Es por eso que pude verte en la ciudad? Nadie más parecía hacerlo.
–Sí, tienes razón –otorgó la pregunta dándole una sonrisa calmada para transmitirle confianza. Aunque no llegaba a los quince años se veía que era bastante madura e inteligente– ¿Por qué estabas en el suelo?
–Por alguna razón presentí tu llegada, pude verte parado en la entrada aunque estaba aquí sentada escribiendo algunos poemas y supe de inmediato que venias por mí. Quise bajar a recibirte porque deseaba hacerte muchas preguntas pero... –se miró las manos vendadas y apretó la tela de su ropa de dormir–...sigo torpe y débil.
– ¿Qué fue lo que te sucedió?
–Aquel hombre con el que hablas las vece que te vi se dio cuenta de que los había visto la última vez y... –sintió un trabazón en la garganta– Creí que los dioses estaban para hacer el bien... en aquel momento lo confundí con un humano porque era igual de cruel que ellos.
– ¿Q-Que te hizo? –sentía que algo le ardía en el estómago, estaba molesto.
No era la primera vez que se encontraba con una víctima de violencia divina, incluso los dioses solían sufrir del mismo mal. Tenía como ejemplo el caso de Perséfone, maldecía internamente al desgraciado de Apolo por todo lo malo que la hizo pasar.
–Me golpeo hasta dejarme inconsciente. Creo que pensó que me había asesinado y por eso se marchó.
Hermes mordió su lengua sintiendo el icor llenar sus papilas gustativa, estaba seguro de que Zeus le encomendaría otro trabajo después de llevarla con él y si no lo hacía se tomaría el atrevimiento de hacerlo por su cuenta.
– ¿Te hizo algo más? –no necesitaba descripciones ni nombre, solo le entregaba recados en aquellos lados a un único dios, ella le miro con sus ojos llenos de agradecimiento y sus mejillas muy sonrojadas, negando a la pregunta en silencio– ¿Segura?
–No lo recuerdo, cuando desperté estaba en esta cama –fue sincera– Creo que no, solo tenía estás heridas. No había evidencia de nada más.
Aquello no lo convenció del todo, pensaba darle una charla al imbécil y quizás un castigo, no estaba demás cuando era necesario, En ese momento no logro imaginar la razón del porque le enfurecía tanto aquello, los dioses acostumbraban a raptar, violar y asesinar a los demás.
– ¿Quiénes son mis padres? –quiso saber sacándolo de aquella nube en la que estaba sumergido, ladeo su rostro y lo pensó por varios segundos.
No era él quien debía decírselo.
–Lo has tomado demasiado bien, creí que lo negarías y te opondrías a la idea –le revelo.
–Un día escuche a mi madre conversar con una mujer, no sé quién era pero le decía que debía cuidarme ahora que otros habían notado mi condición. Luego mi madre le pregunto sobre el paradero de mis padres pero ella solo le respondió que ninguno de los dos sabia sobre mi paradero. No quise abordar de preguntas a mi familia porque estoy muy agradecida por sus cuidados y amor pero... realmente he deseado conocer mis orígenes. Saber quién soy realmente.
El dios sintió un hormigueo en sus manos llevándolas dentro de sus bolsillos para evitar la abrumadora sensación, había subestimado a la criatura. Era además de inteligente muy intuitiva y compresiva.
–No te preocupes, Juventas. Fue tu padre quien solicito que viniera por ti.
Mintió, no sabía si era Zeus su progenitor pero conociéndolo estaba más que seguro. La chica le observo lo que posiblemente era su corona alada sintiendo como un peso se retiraba de su corazón, todas las incógnitas que se habían creado con los años serian respondidas muy pronto.
O eso creía.
– ¿Entonces, tú me llevaras con él? –asintió como única respuesta, aquella noble chica se veía tan aliviada que supuso que toda esa carga que había llevado en sus hombros en forma de preguntas habían sido respondidas pero seguramente tendría nuevas interrogativas y no quería ser él su centro de investigación– ¿Cuándo podre estar frente de él? ¿Debo cumplir algún requisito para verlo? ¿Por qué te enviaron a ti y no vino él directamente?
–Podremos irnos ahora mismo, por supuesto –fue directo, no quería posponer el viaje– Deberías cambiarte primero, le diré a... tu madre que te ayude a hacerlo. No se opondrá a tu viaje. Sobre las otras preguntas, no seré yo quien las responda. Te espero abajo.
Sus pasos parecieron pesados, la madera sonaba con cada avance resintiéndose a su peso. Al salir los ojos llorosos de la dama lo incriminaron de forma letal, el simplemente paso por su lado descendiendo por las escaleras.
–Sabes lo que debes hacer y para que he venido. No me atrases más o seré yo quien te dé problemas –se detuvo a mitad del camino para ladear su cabeza– Dime, ¿Quién te entrego a la niña?
–Me la entrego una dama muy hermosa, no sé su nombre porque nunca me lo quiso decir pero no era una humana. Era como tú –le dijo consciente del peligroso terreno que estaba pisando– Ella me dejo a la niña cuando era una recién nacida y desde entonces la he criado como si fuera mía. No pueden llevárse...
–Podemos y eso haré –la interrumpió comenzando a bajar de nuevo– No te tardes mucho y agradece que solo me pidieron que me la llevara.
Hermes se detuvo al pie en la entrada, contemplaba como el cielo iba cambiando de color con el paso de las horas, no le molestaba esperar porque sabía que debían despedirse pero sería un hipócrita si negaba que algo de aquel asunto se le hacía sospechoso. Escucho unos pasos venir desde arriba, dejando el espectáculo meteorológico para otro día, Juventas parecía tener dificultad con su andar y aquella mujer apenas y podía sostenerla en pie. Regreso sus pasos y en un parpadeo estuvo a su lado dejando desconcertadas a las dos.
La tomo entre sus brazos sin previo aviso y la pobre muchacha solo pudo sostenerse de su cuello con algo de incomodidad.
–Así será más rápido –le informo para evitar una posible malinterpretación.
– ¿Ya se irán? Quédense a cenar aunq...
–Madre...
–Ya nos marcharemos –no quiso dar ningún estivo de apoyo, no esperaría más por ellas– Se hace de noche y yo necesito regresar en el crepúsculo para guiar a las almas de aquellos que hayan perdido su rumbo.
La expresión de ambas fue de estupefacción, eso solo quería decir que era verdad que aquel hombre podía ir al Inframundo.
–Está bien... –respondió bajando la mirada– Juventas, cuídate mucho por favor.
–Eso haré, madre.
–Perdóname por ocultarte la verdad... –sollozo con pesar provocando que extendiera una de sus manos y acariciara su mejilla.
–No tengo nada que perdonar, gracias por todo el amor que me has dado –aquel momento lo sintió incomodo, escuchar ese tipo de conversación le perturbaba porque desde hacía algunos años aquel termino había dejado de tener significado para él– Sé que nadie pudo hacerlo mejor que tu... –su voz se entrecorto por un lamento reprimido– Te amo mamá...
"–Nos volveremos a encontrar mi amor."
Resonó en su cerebro una frase sin sentido que lo descoloco enseguida, la chica le miro con sobresalto al sentir como la aprisionaba contra su cuerpo.
– ¿Estás bien? –se preocupó por su gesto ensombrecido y asustado, él le miro con sorpresa y trato de sonreír– Parece que estás a punto de llorar.
–Estoy bien... –respondió haciendo aparecer aquellas alas blanquecinas por sus pies, la señora retrocedió unos pasos al interior, no por miedo sino por respeto– Gracias por cuidar de Juventas, es hora de que regrese a su verdadero hogar.
–Cuídala por favor, no me opongo a que te la lleves porque quien me la entrego me dijo que si alguien como tú venia por ella debía entregársela –le explico extendiendo sus manos hacia arriba a medida que veía como se elevaba del suelo sin producir ningún tipo de sonido o movimiento extraño– Hasta luego mi querida niña.
–Lo prometo, señora.
–Hasta pronto mami –le sonrió desde los brazos del dios– Te quiero mucho, no lo olvides.
–Nunca lo haré...
No supo si la había escuchado porque el dios había desaparecido de su campo de visión en un parpadeo.
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– ¿Cómo te encuentras? –pregunto el hombre que se encontraba sentado al lado de la mujer, el aspecto jovial de la chica comenzaba a deteriorarse con los años, sobretodo en esos últimos meses– Lo siento mucho... no fue mi intención hacerte este mal... yo...
– ¿Por qué te disculpas? –cuestiono ella con una sonrisa, la palidez y las ojeras le daban a su hermoso rostro una expresión cansada– Este es el fruto de nuestro amor. Un amor que lleva veinte años de haber nacido en aquel camino. Kurio, estoy tan feliz...
Acariciaba su vientre abultado con mucho anhelo, en vez de mostrarse abatida ante él se deslumbraba muy feliz.
–No debí aceptar esta locura –se quejó con desconsuelo– Si te sucediera algo...
–Algún día iba a suceder...
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Había tenido ese sueño en varias ocasiones pero nunca le prestó atención, no sabía quién era Kurio ni porque se veía tan desconsolado, la profundidad de aquel sentimiento que profesaban ambos le era ajena y para completar, no recordaba siquiera haber visto a la mujer.
Comenzaba a creer que aquellos sueños o recuerdos eran de alguien más y que por alguna razón podía verlos como si fuesen suyos.
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OLIMPO
Al llegar le permitió observar el paisaje, a pesar de estar acostumbrado al lugar no podía negar que su hermosura era plena y placentera, llenaba de luz todos los rincones que se erigían sobre el mármol, oro, diamante y muchas otras gemas o metales de altos costos.
Zeus era un presumido y lo dejaba ver con todo su imperio.
– ¿Qué te parece? –le pregunto curioso, los ojos de la chica se perdían entre las nubes, los arcoíris y las luces que rodeaban toda la ciudadela– Aquel es el palacio de Zeus, allí podrás responder todas tus dudas.
Podía palpar la emoción y le complacía verla feliz, no sentía ningún sentimiento hacia ella porque le era imposible pero eso no evitaba sentirse gratificado por su buen semblante y su lúcida expresión. Al menos aquel trabajo no término en desgracia y todo se había dado de una forma pacífica y cómoda.
–El mismísimo Zeus atenderá tu presencia y si estás de suerte será quien responda todas tus inquietudes –le comento mientras caminaba por las calles de oro y plata, tanta elegancia la hacían parecer parte de una fantasía. Por un balcón se asomó una pelirroja bostezando para luego contemplar como ambos se dirigían al templo de Zeus– Él mismo me dio la instrucción de traerte.
– ¿Él es mi padre? –se veía sorprendida.
–No, no sé. Discúlpame si dije que tu padre me envió pero... conociéndolo es muy probable que si –decía con una sonrisa socarrona.
Ya estaba de mejor humor porque para nadie era un secreto los amoríos del dios.
–Y si no es él, posiblemente sea de algún pariente cercano.
– ¿Zeus es tu padre, verdad? –la pregunta le saco una risotada.
–Sí, lo es. Es el padre de casi todo lo que se mueve. Te sorprenderías... –fue sincero, de pronto observo como Iris se acercaba a ellos con gesto atónito. Detrás de su andar dejaba un rastro de aurora boreal más parecido a un arcoíris– ¡Hola, he vuelto!
Le saludo con cortesía y ambas mujeres se observaron cuando se detuvo en medio de un chillido.
– ¿Es ella? –su voz parecía conmocionada– Hera estará tan feliz, iré a prepararla mentalmente... que gran noticia.
Hermes iba a preguntar el significado que tenían sus palabras pero la diosa no se tomó la tarea de evaluarlo, soltó un suspiro y continúo su trayecto.
– ¿Quién era ella?
–Era Iris, luego te iras poniendo al día –no le gustaba hablar de sus compañeros.
–Es tan hermosa...
–Y te aconsejaría mantenerte al margen –comento de forma crítica provocando que lo mirara con desconcierto– Es una mensajera, como yo. Tiene otras asignaciones pero... es de costumbre que los dioses picoteen todo lo que ven o saben.
– ¿Te refieres a que son... muy comunicativos? –formo una O perfecta con sus labios, Hermes volvió a reír.
–Algo así... ¿Qué puedes esperar? La eternidad nos aburre –la risa se perdió en el camino, Juventas estaba descubriendo algo que desconocía– Pronto lo entenderás, cuando pases tu primer siglo de vida.
Al llegar al palacio las enormes puertas fueron abiertas por dos soldados con armaduras doradas produciendo un eco en la instancia que dejaron nerviosa a la muchacha, tras caminar por otros minutos llegaron al gran salón del trono donde dos enormes dioses le observaban desde las alturas y otros más esperaban a su lado con una estatura más promedio a la de un humano.
Sintió un peso en su corazón y Hermes le animo con un movimiento de manos, bajándola sobre el suelo deslumbrante.
"–Se parece tanto a usted, señora Hera. Debe estar tan feliz, ella es tan preciosa..." –los ojos de Hera estaban llenos de lágrimas y en sus hombros de pié se encontraba Iris susurrándole, la deidad se contuvo de reír pero no podía negar de que la chica mantenía cierto parecido con su aspecto por lo tanto, sería más sencillo de explicar.
–Gracias por traerla Hermes –le dijo el dios del Olimpo, el muchacho hizo una reverencia.
–Bueno, Juventas... él es Zeus, dios primordial del reino de los dioses –Hermes le explico a la chica de forma apresurada para que no fuera a colapsar con tantas deidades juntas pero aunque quiso ser amable seguía en un estado de parálisis– Presenta tus respetos.
La chica regreso del trance e hizo una reverencia con dificultad, estaba apoyada del hombro del dios dejando a los demás presentes algo curiosos por su apariencia delicada y frágil.
– ¿Te tomo tanto tiempo traerla desde la Tierra? –la voz sensual de una mujer rompió la incomodidad– Hasta Iris pudo haberlo hecho más rápido.
–Así es, me tomó más tiempo del esperado. Ella necesitaba arreglarse, preparar sus cosas y despedirse –respondió por cortesía.
Aquella titánica mujer tenía años mostrándose enfadada con él y no conocía los motivos de su aparente ofensa.
–Ni siquiera paso un día, Afrodita –agrego el todopoderoso dando por finalizada la posible discusión– Bueno, a lo que vivieron...
Los ojos de la adolescente comenzaron a evaluar a los demás presentes hasta que se enfocaron en aquel dios que la había agredido en Roma. Había cerca de doce deidades en la sala, excluyéndolos a ellos dos y a los del trono por lo tanto tardo en reparar en su presencia, apretó la tela del traje de Hermes provocando que este girara su rostro con dudas, descubriendo a quien estaba observando en menos de un segundo.
Comenzó a impacientarse con aquel dios altanero, no se había olvidado de lo sucedido y de lo que haría para demostrar su descontento. Hera notó el temor en el rostro de la niña y alzo una de sus cejas. Aunque quiso intervenir se obligó a recordar el por qué estaban allí.
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–Ya he solucionado eso, querida.
Señalo a su espalda con una sonrisa, esa simple acción le produjo un mal presentimiento a la mujer que de inmediato ladeo su rostro para observar a los dos dioses que iban entrando,
– ¡¿Qué hacen ellos aquí?!
– ¡¿Eh?! ¡Qué ingrata resultaste! –murmuro Afrodita cruzándose de brazo– ¿Para eso me han llamado?
Hera fulmino con la mirada a su esposo.
–Ellos son nuestros testigos –respondió, sustrayéndole importancia al propósito.
– ¿Testigos de qué?
–Del nacimiento de tu hija, por supuesto –respondió Hefesto con una burla sutil en su léxico.
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