Capítulo #6: ''El Andrés de Nerys''
Fergus Besset desarrolló una condición cardíaca en la mitad de sus cuarentas, conocida como taquicardia supraventricular. Dicha condición surge porque el sistema eléctrico del corazón no funciona correctamente, causando que el latido del mismo sea irregular, es decir, genera una arritmia; esto puede ser provocado por altos niveles de estrés, agitación o inclusive ansiedad.
Y era un hombre de carácter no solo intrépido, sino también testarudo. Nunca demostraba el nivel al que podía llegar un malestar, por lo que sus episodios (en su mayoría lo más leves) pasaron desapercibidos para su familia por algunos meses; en aquel entonces, Nerys y Rae cursaban su último año en el secundario.
Una tarde, al llegar a casa después de la escuela y con su madre en el trabajo, lo habían encontrado desmayado en el piso de la cocina, sin dar indicios de ninguna respuesta. En desesperación, habían llamado a servicios de emergencias, que lograron reanimarlo y posteriormente, en el hospital, darle un diagnóstico y tratamiento adecuado.
Un susto que ni ellas ni su madre, estaban dispuestas a vivir nuevamente. Por lo que, además de instruirse todo lo que pudieron por internet con respecto a la condición de su padre y hacer un curso de reanimación; al graduarse, decidieron que estudiarían enfermería. Querían tener todas las herramientas posibles para poder cuidarlo, especialmente, a medida que el mismo se iba haciendo mayor. Y sus pasantías, las realizaron en el área de cardiológica.
Fue ahí dónde Nerys conoció a Andrés Larreta; doce años más grande que ella, el joven de ojos pardos y sonrisa encantadora, era cardiólogo.
No había sido algo que Nerys podría considerar como recíproco, al menos no al inicio. De parte de él, se refiere. Andrés no solamente era el médico encargado de la planta, también era su jefe. Así que cuando la joven de veintiún años pasaba a su alrededor, su mirada no se detenía sobre ella por mucho más que solo dos segundos.
En cambio, y por alguna extraña razón, él era todo lo que la joven de cabellos rojizos era capaz de ver. Y verán, cuando a Nerys se le mete una idea en la cabeza, no es capaz de dejarla ir con facilidad; tampoco es que alguna vez haya tenido algún tipo de personalidad tímida o introvertida.
Por el contrario, siempre irradiaba una energía que parecía traspasar las paredes lúgubres de aquella ala en donde pasaba gran parte de sus días, y, eventualmente, Andrés también comenzó a notarlo.
Primero, lo saludaba con entusiasmo cada vez que pasaba a su lado. Algunas veces, iba hacia su oficina con una taza de café o el termo para el mate y se lo colocaba a su lado. Así como también durante los almuerzos, obligaba a su hermana a sentarse en la misma mesa que aquel (en extremos opuestos, pero al menos era la misma mesa).
—Ner, ¿estás segura de lo que hacés? —le había susurrado su gemela al oído, una tarde, en uno de sus turnos — Es nuestro jefe; no parece lo más sensato buscar involucrarse con él.
Pero a Nerys no le importaba lo sensato, era más aquella que siempre iba por lo que le decía la intuición; atrapada por la aventura y el sentir.
— Nunca he estado tan segura de algo en mi vida, Ra — respondió esta, en gaélico. Su mirada fija en el de ojos pardos, que ahora, también la miraba.
La curiosidad quemaba dentro de su alma como una vela que no terminaba de encender, pero deseas que lo haga con desesperación. De forma magnética, Nerys no quería otra cosa que no fuese su cercanía. Aunque lo hubiese intentado, probablemente no hubiese sido capaz de mantener lejos.
Tal vez, si tan solo lo hubiese sabido.
Un par de meses después, en un turno nocturno en el que no había coincidido con su gemela, Nerys se encontraba sentada sola en una de las mesas de fondo en la cafetería; con una ensalada de atún a medio comer en un bol y un jugo de naranja de dudosa procedencia frente a ella. Tenía la cabeza entre sus brazos, y el cuerpo pesado: estaba cansada; ese era su segundo doble turno en los últimos tres días, así que mucho del sueño que había logrado obtener, había sido en las salas destinadas para el personal.
Entonces, lo sintió. Como una presencia que aún sin verla hizo que se le erizaran los pelos de la piel, el sonido chirriante de la silla que estaba a su lado y luego el peso de alguien caer sobre ella.
Un sonido provenientes de un par de bolsas, le hizo levantar la cabeza. Con una sonrisa que aceleró su corazón, y aquellos ojos que no hacían otra cosa sino enamorarla, Andrés había colocado un par de bolsas de McDonald's sobre la mesa; al igual que un par de altos vasos llenos del que olía y parecía ser un café traído por los dioses.
Nerys lo miró, confundida.
— Me pareció que tenía mejor pinta, que lo de la cafetería. Y ya iba a buscar algo para mi, así que traje para vos — contestó el pelinegro, mientras se encogía de hombros. Los ojos cansados de la pelirroja destellaron, mientras una sonrisa traviesa aparecía en su rostro.
Tomó una de las bolsas en sus manos y al abrirla el olor potente a las papas recién hechas mezcladas con el de la carne de la hamburguesa llenó todos sus sentidos, haciéndole agua la boca; tomó una de las papas y se la llevó a la boca.
—Pues, muchas gracias doctor; es bueno ver que tiene usted el interés de cuidar de su personal. —comentó Nerys, en un tono que pretendía relajar cualquier tensión que había el ambiente; Andrés soltó una carcajada.
—¿Ahora me tratás de usted?
Nerys asintió.
—Mil disculpas, Andrés.
—Disculpada, Nerys.
Para Andrés en un inicio fue un reto diferenciar a las gemelas; al acercarse a ellas y tener que dirigir alguna instrucción implicaba tener que preguntarles quién era quien; aunque, de igual forma pasaba si se las encontraba por separado. Pero, como bien dijo, en un inicio.
El paso de los meses y la presencia constante y en un principio molesta de la pelirroja de ojos azules que después identificó como Nerys, logró que comenzara a prestar más atención. Si, las gemelas Besset eran la viva imagen física la una de la otra, pero no podrían ser más distintas en personalidad aún si así lo quisieran. Nerys irradiaba, simplemente eso: irradiaba. Podía sentirla en lo que entraba a la habitación, con sus características bromas y esa especie de fuego en la mirada.
Especialmente cuando lo miraba.
Casi como si lo retara, casi como si... lo quisiera.
Y llegó un día entonces donde sus interacciones ya no lo incomodan tanto o en absoluto. Inclusive, se sorprendía buscándola con la mirada cada vez que entraba en la cafetería, buscando alguna oportunidad para conversar con ella. Y lo hacían; Nerys y Andrés tenían muy buenas conversaciones, de esas en las que no podías parar de reír por más que te doliera la panza.
Se hicieron buenos amigos y la parte favorita del otro del día.
El corazón de Nerys parecía llenarse de una manera en la que nunca antes había conocido; donde no importaba ni la diferencia de edad o el rol que cumplieran dentro del trabajo. Cuando estaban solos eran solo Andrés y Nerys, no existía nada más hermoso que eso.
¿Qué cosa en el amor podría no serlo?
Una tarde, Nerys había atrapado a Andrés fumándose un cigarrillo en la azotea del hospital; el sol caía sobre ellos tierno, amable. Casi como si también hubiese esperado con desesperación ese encuentro; eran alrededor de las cinco de la tarde.
La ojiazul había fruncido el ceño, puesto que no había cosa que le incomodara más, que verlo fumar. Especialmente, cuando un par de años atrás, habían perdido a un querido amigo por cáncer de pulmón y Andrés lo sabía; ella se lo había contado. Al verla, lo había desechado y puesto cara de perrito inocente, aunque sabía que la joven jamás se dejaría engañar por aquello.
El verano pesaba, se lo decían los treinta cinco grados que estaban haciendo; pero Andrés sabía que no era por eso que le temblaban las manos. No, esto tenía que ver con el ceño fruncido de Nerys, como sus brazos cruzados en el pecho.
Eso, y las ganas irremediables que tenía de besarla.
— Necesitaba sacarme el estrés — se excusó entonces el hombre de treinta y tres años; aún cuando su acompañante no había pronunciado palabra alguna — . Te puedo jurar que este el primero de la semana.
Nerys dejó escapar un suspiro.
—El punto es que no debería haber ninguno.
Inconscientemente Andrés se acercó a su dirección; con la mirada fija en sus ojos y los dedos temblorosos, pasó ambos manos alrededor de la cintura de la joven. Y por un momento, ambos sintieron perder el aliento.
Esta era una línea, una muy fina que hasta el momento habían a través de algún acuerdo silencioso decidido no cruzar, por más que murieran por hacerlo.
— Sabés que no es fácil dejarlo. —comentó este, bajando la atención de los ojos de la joven a sus labios.
— Hay muchas otras que podrías probar para distraerte — inquirió Nerys, también con la mirada fija en el hombre que le quitaba todo pensamiento. — Es más, justo en este momento tengo una mente.
— ¿Ah, si? ¿Y cuál sería esa? — el pelinegro retiró una mano de la cintura de la joven, para llevarla a su rostro; delineando con sus dedos el contorno de sus labios. —. Tengo mucha curiosidad.
— Podrías... besarme — dijo ella, con un temblor palpable en la voz. Andrés sonrió, divertido. No era común verla a la Besset en un estado de nerviosismo.
—¿Eso querés? — murmuró él acercándose aún más a ella; la mano que todavía está en su cintura afianzó más su agarre. Un hormigueo le llenaba la panza, la tensión ante lo que podría pasar a continuación lo consumía; simplemente, ya no podía mantenerse alejado de ella.
Tampoco quería hacerlo.
Nerys asintió: — Con una condición.
—¿Cuál sería? —preguntó Andrés mientras su pecho quemaba.
—Que yo me convierta en tu nueva adicción; no, es más —la joven carraspeó — ... que yo sea la única.
Nerys y Andrés quemaban, y ya no había otra forma de describirlo.
—Trato hecho, cariño. — susurró el hombre y antes de tener tiempo de procesarlo, sus labios estaban sobre los suyos.
La línea había desaparecido para siempre y con su desaparición le siguieron días, semanas, meses y luego, años. Nerys y Andrés eran el perfecto complemento el uno del otro, en constante crecimiento y búsquedas de aventuras.
Andrés se había tomado unos meses fuera del trabajo y la llevó a recorrer Asia; juntos, visitaron pequeños pueblos, conocieron diferentes culturas y personalidades. Se enamoraron perdidamente el uno del otro.
Una noche, poco antes de emprender su regreso a Buenos Aires; acostados en una cama de paja, en algún punto perdido en la India, Nerys recostaba su cabeza sobre el pecho fornido de Andrés. Quien, sin remera, parecía estar cubierto de sudor y a la joven, eso no podría importarle menos.
El calor en esa época era sofocante, es cierto; sin embargo, se transparentaba gracias a las ventanas abiertas de la cabaña y la leve brisa que entraba. La luna, perdida en algún punto del cielo iluminaba tenuemente la pequeña habitación en penumbras.
— No quiero regresar — había admitido Nerys, en voz baja. — Quiero quedarme acá, con vos, siempre.
El hombre a su lado rio suavemente, depositando un beso en su cabellera con ternura.
— Me parece, cariño, que tristemente quedarnos no es una opción. — respondió, y al escuchar a la pelirroja resoplar con frustración, continuó: — Pero, a mi ya me tienes vida, en cuerpo y el alma. Eso no cambiará nunca.
La joven se abrazó más a él, perdiéndose en su aroma, en la sensación reconfortante que solamente traía su cercanía.
—Deberíamos casarnos —comentó, con seriedad; haciendo que el hombre se incorporara un poco, para observarla como una ceja alzada. —¿Qué? —cuestionó ella nerviosa, la luz tenue permitía ver el reflejo de la intensidad de su mirada.
—¿Me acabas de pedir que me case con vos?
—Pues, así parece.
—¿Y así me lo pides? —cuestionó él, pasando una de sus manos por debajo de la camisola de Nerys, dejando leves caricias.
La joven suspiró.
—¿Y qué querías? ¿Mariachis? ¿Una cena en...? mmm.. —su intento de pelea parecía ir quedando en el olvido, cuando el hombre a su lado comienza a depositar besos en su cuello a la par de sus caricias.
— Oh, los mariachis hubiesen estado genial — comentó él en broma, entre beso y beso —. Aunque, en realidad, lo que quisiera, cariño, es que me lo pidas viéndome a los ojos.
Sus caricias se detienen, sus labios a centímetros de los suyos; sus respiraciones nerviosas y agitadas se entremezclan, mientras se miran con una intensidad que podría encender el ya pesado clima. Entonces, depositando un tierno beso en sus labios, con el corazón amenazando con salir de su pecho y el hecho de que sabía que no había nada más en este mundo en dónde esté más segura que en sus brazos, Nerys se lo concedió, preguntando: — Andrés, señor doctor, amor de mi vida y de mis sueños... ¿serías mi esposo?
Una boba sonrisa apareció en los labios del treintañero, cuyo amor por la mujer en sus brazos desborda su cuerpo entero.
— Si, cariño; por siempre y para siempre.
Faltaban un par de meses para la boda. Ya en Buenos Aires, y viviendo en un departamento de dos ambientes en el barrio de Recoleta; la pareja, planea su vida junta.
Cajas amontonadas en todos los rincones, lista para ser vaciadas en algún punto; que podría ser entre ese punto y seis en adelante, si tenían que dejárselo a ese par, que detesta desempacar.
Cansado, Andrés coloca una caja sobre la mesada de la cocina. Apoyado y con la cara sudorosa, le toma más de treinta segundos volver a recuperar el aliento, a pesar de que tan solo había tenido que subir un piso por escalera. Una tos, pesada, que lo acompañó todos los días el último mes, vuelve a hacer su aparición.
—No me gusta esa tos — comenta Nerys, quien detrás de él, llega con otra caja. La coloca al lado de la otra. —, no has parado estos últimos días. Me parece que estaría bueno que vayás a ver un médico.
— Yo soy médico. — respondió Andrés, en tono gracioso, intentado restarle importancia al asunto; Nerys frunce el ceño. — Bien, bien, prometo tomaré un turno mañana ¿Le parece bien, futura señora Larreta? — inquirió, rodeando sus brazos alrededor de su cintura, atrayéndola hacia él.
— Sos un pesado —respondió ella, pero deja caer su cabeza en su pecho —. Tienes suerte que esté perdidamente enamorada de vos. Además —agrega — , que todavía podemos adoptar el Besset en vez del Larreta.
Andrés soltó una carcajada.
—Te amo, Ner.
—Y yo a vos, cariño.
Dicen que hay que aferrarse a los buenos momentos, como si fuesen los rayos de esperanza para cuando los mismos se vean opacados por situaciones que están fuera de nuestro control. Y eso, es lo que ha tratado de hacer Nerys ante el rápido deterioro del amor de su vida.
Andrés, quien hasta hace un par de meses era la imagen de la salud intacta, se desvanecía frente a sus ojos. Como el viento, el diagnóstico del tumor maligno en el pulmón y su rápido esparcimiento había llegado arrasador; llevándose la tranquilidad de la vida que habían comenzado a construir.
En algún punto habían pasado de planear una larga vida juntos a pensar cómo hacer que las últimas semanas de vida de Andrés fueran de la mejor calidad posible; como una vela la llama de la esperanza se fue apagando de a poco, cuando, a pesar de recibir miles de opiniones diferentes y tratamientos paliativos, todos coincidían en lo mismo: era una cuestión de prolongar.
Nerys siempre fue un espíritu libre, tan parecida a su padre. No se tomaba las cosas son seriedad; era más fácil soltar. Pero acá no podía hacerlo; Nerys no podía dejar ir a Andrés.
Porque soltarlo, permitir que su presencia se convirtiera en un recuerdo; la atormentaba en lo más profundo de su alma.
—Ner, tenemos que hablar del departamento...—comentó Andrés, con voz cansada. Estaban en el hospital, el pitido constante de las máquinas a las que se encontraba conectado, enternecía los sentidos de la pelirroja.
—No quiero hablarlo —respondió, cortante. Al darse cuenta de su tono, carraspea un poco, sus ojos se centran en los de su prometido; que triste, tiene miedo de dejarla sola. —No ahora, por favor, cariño.
—No me queda mucho, lo sé, lo sabemos. Me parece que lo mejor que puedes hacer es venderlo, y con ello comprar algo para que vivas junto con Rae. Mis ahorros son todos tuyos, lo sabes ¿no es cierto? Ya lo he hablado con mi madre.
—No quiero el dinero, Andrés. Te quiero a vos. — el dolor en su voz fue el equivalente a mil cuchillos atravesando el cuerpo del hombre. No había nada que quisiera más en el mundo, que quedarse con ella. Pero no podía hacerlo.
—Cariño, vení. —dijo Andrés, levantando una mano en su dirección. Nerys, sentada en una silla a su lado, y con los ojos llenos de lágrimas se acercó con cuidado a él, quien tirando de ella, la obligó a acostarse a su lado, abrazándola con fuerza. La joven inhaló aquel aroma tan familiar, que era capaz de llevarla al lugar más seguro que existe.
Los latidos del corazón de Andrés sirvieron como arrullo para el que parecía ser un incansable llanto, mientras que en susurros le dijo cuanto la amaba. La maldición estaba por cobrar nuevamente su deuda.
Y cuando Andrés murió, una parte de Nerys se fue con él.
NA: ¡Holaa! ¿Cómo están? Ya era tiempo para que conociéramos un poco mejor a Nerys ¿no les parece? y al que fue el amor de su vida. Así tal vez, podamos entenderla un poco mejor.
¿Qué les pareció? Muchas gracias por leer :)
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