Capítulo #5: ''El viaje y un fantasma de ojos verdes''




1ero de enero del 2023. Clirthorm, Tierras Altas, Escocia.

Ha llegado el momento. El nerviosismo crece como una especie de maleza en el interior de Rae; las ramas cruzándose dentro de su pecho, sin ningún tipo de sentido. A diferencia de Nerys, que ya parece haber asimilado la situación en su totalidad. A su lado, camina con decisión, casi como si sumergirse en el que parece ha sido siempre su destino no le pesase en lo más mínimo.

Rae quisiera poder sentirse así también.

Tras pasar un par de horas en el pueblo, regresaron a casa de su abuela, donde prepararon todo lo que creían necesitar para la excursión a las ruinas. Con la noche acercándose rápidamente, se apresuraron a preparar un par de linternas de batería y unas lámparas de aceite; su abuela les comentó que esas eran más confiables en sus travesías.

También, vestidas con ropa bastante cómodas y un par de capas que su abuela les había provisto. Dijo, que era mejor si mantenían la cabeza cubierta. Que ante el ojo de un pueblo indiscreto, era mejor si podían pasar desapercibidas en su camino hacia las ruinas.

Y lo habían hecho, de color gris claro, la capa es ligera, de apariencia casi antigua. Aunque ninguna de las dos se molestó en preguntarle a su abuela en dónde las había obtenido.

Van en silencio, el único sonido que logran capturar es el de sus pasos sobre el suelo rocoso y húmedo, puesto que había estado lloviznando hasta hace un par de minutos atrás. El sol desciende silencioso entre la neblina, buscando despedirse, como diciéndoles que el momento de afrontar aquello que las acecha finalmente ha llegado.

A medida que suben por la ladera resbalosa de la pequeña montaña, las ruinas se presentan ante ellas con apariencia misteriosa; las paredes de piedras altas e imponentes, parecen perderse entre la neblina, como si la misma las abrazara. En la parte más alta, tiene dos torres, una de ellas, a su derecha, semi caída, con restos esparcidos a su alrededor, como si en algún momento hubiese sufrido algún ataque. La otra, sin embargo, yace perfecta, como si el tiempo se hubiese detenido y una hermosa terraza se desprende de ella; Rae se pierde en ese punto, por algún razón que no puede identificar; como si algún hilo cálido la atrajera con fuerza, indicándole que la ha estado esperando.

Su corazón peligra con querer salir disparado de su pecho; retumba en sus oídos con otra fuerza que no puede ser más que estridente. El aire se siente denso y cargado, como si la neblina intentara envolverla también y hacerla desaparecer entre sus sombras.

Coloca una mano en el bolsillo de la capa, donde el prendedor en forma de flor la acompaña. Aferrándose a él, como si se tratase de algo que pudiese protegerla, se obliga a seguir a sus acompañantes, que en su distracción, ya que le han adelantado algunos pasos hacia la entrada.

El suelo parece inclusive más duro en ese punto, como si fuese una parte que no hubiese sido trabajada en siglos.

Entonces, a tan solo dos pasos de la alta puerta de madera curva, lo escucha: un grito desgarrador.

Un dolor agudo, como si mil agujas le estuvieran atravesando el pecho, la derriba en el suelo húmedo. Rae cae de rodillas, las manos aferradas a su pecho, incapaz de soportar el sufrimiento.

Lágrimas caen por su rostro.

Pero... ¿qué...? Rae se siente incapaz de pensar.

A unos centímetros de ella y a punto de empujar la pesada puerta, Nerys se detiene. Lo ha sentido, como una presión latente en su pecho: su hermana está sufriendo.

Se voltea y corriendo en dirección a ella, se deja caer a su lado. Sin ningún tipo de explicación, la abraza con fuerza. A su lado, Megan las mira sin comprender.

—Rae, Rae... — la llama, Nerys, angustiada, mientras su hermana continua llorando entre sus brazos — ¿Qué pasa?

—No lo sé — responde esta; todavía con los brazos contra su pecho, todavía en un dolor que no es capaz de identificar —. El grito, el dolor, es como si me atravesara. No lo entiendo.

En ese momento otro grito retumba sus oídos, y uno desolador escapa los labios de la pelirroja.

— ¡Haz que se detenga! —ruega Rae, mientras Nerys, que experimenta un dolor similar, busca a su abuela por ayuda.

—Abuela... ¿Qué está pasando? —cuestiona Nerys, sus ojos también se llenan de lágrimas.

Megan niega con la cabeza, intentado encontrar una solución. Pero está tan confundida como ellas.

El viento azota con fuerza a su alrededor, haciendo que el gorro de las tres capas se caiga, relevando sus cabelleras. Las ramas crujen sin detenerse, y las hojas secas golpean con dureza sus rostros ahora desnudos.

Entonces sin entender exactamente el por qué, Rae exclama en alguna especie de tono ahogado: — Ya estoy acá, estoy acá. — el tono que utiliza, congela los temblorosos dedos de su hermana, que la observa, sin comprender. Aquellas palabras no van dirigidas a ninguna de las dos personas a su lado y lo sabe —. Tiene que dejar de doler, porque si no, no puedo ayudarte —continua Rae, ahora en un tono más bajo — Ya estoy acá — repite — , déjame ayudarte.

Entonces se detiene de golpe; el viento parece haber desaparecido. El dolor va cediendo de a poco, la respiración agitada de las hermanas se normaliza. Si bien el ambiente continua siendo pesado, Rae parece ir recobrando de a poco el control de todos sus sentidos.

— Se detuvo —dice en un susurro; mientras que con las piernas temblorosas y apoyada en el brazo de su hermana gemela, la ayuda a levantarse.

—¿Qué mierda acaba de pasar? —vuelve a cuestionar Nerys.

Rae niega con la cabeza: — No tengo ni idea, pero nunca en mi vida había experimentado un dolor así. Me desgarraba por dentro el corazón, no podía respirar.

— ¿Y lo que has dicho? —pregunta ahora Megan, rompiendo su silencio — ¿Qué has querido decir?

Rae vuelve a negar con la cabeza: — Tampoco lo sé. Sentí una necesidad enorme de que supiera que voy ayudarle; como si conociera en alguna parte de mí el por qué me siento así pero no puedo recordarlo.

Megan asiente, un poco confundida pero con una determinación que es palpable en cada parte de su cuerpo. Ahora más que nunca sabe, que no se ha equivocado ante lo que presentía: la respuesta ante la leyenda, ante la maldición que las atormenta está en las gemelas, está en sus nietas.

—Tenemos que entrar; sea lo que sea que haya pasado, las respuestas están dentro. Estoy segura de eso.

Rae asiente y con pasos cortos, se dirige hacia la entrada. De repente, más decidida de lo que alguna vez se ha sentido de algo en su vida. Nerys coloca una mano en su hombro, deteniéndola; no deseando que su hermana vuelva a sentir un dolor como aquel; su cuerpo tiembla al recordar la presión en el pecho.

—¿Estás segura? —los ojos de Nerys están fijos en los de su gemela; quien ahora, y para su extrañeza, sin ningún tipo de vacilación, asiente.

—Lo estoy.

— De acuerdo —concede Nerys — Si de otra no queda, vamos, entonces.

Megan empuja la pesada puerta, y las tres Besset, se pierden entre las sombras.

Rae, Nerys y Megan avanzan por los largos pasillos silenciosos, donde el eco de sus pisadas resuena en el suelo de piedra húmedo. Megan, al frente, sostiene con firmeza la linterna de aceite, su luz temblorosa danzando en las sombras que parecen cobrar vida a su alrededor. Las tres lo saben con certeza, sin embargo, ninguna se atreve a decirlo en voz alta: no están solas. Al llegar a unas escaleras en un costado, el aire que ya de por si es denso, parece cargarse de todavía más peso: tal vez, de aquellos secretos que tienen siglos sin ver la luz de sol.

No se han vuelto a escuchar lamentos, pero Rae no puede sacarse esa sensación punzante en el pecho; como si hubiese algo que necesitara recordar, pero por más que intenta no es capaz de hacerlo.

Suben las escaleras con cuidado; al hacerlo, encuentran que en el primer piso se distribuyen varias puertas, que, según piensan, deben tratarse de distintas habitaciones.

— Muchas de las habitaciones de esta ala, estaban destinados a la familia. —explica Megan, volteándose a verlas — Se cree inclusive, que alguna debe haber sido la del propio Laird.

La presión en el pecho de Rae comienza a quemar de vuelta, mientras su mirada se centra en una puerta alta en el final del pasillo, a su derecha; cubierta completamente por la oscuridad.

Sus pasos se dirigen instintivamente en esa dirección; camina a paso apresurado, como si supiese que no puede perder más tiempo. A sus espaldas, puede escuchar los pasos de las otras dos mujeres Besset, siguiéndola.

La puerta tarda en ceder, parece que la misma no ha sido abierta en un largo tiempo. Ni siquiera por su abuela, que lleva tiempo escabulléndose dentro del mismo. Al hacerlo, un olor característico a viejo y humedad les llena los sentidos. Rae tose un poco, pero se adentra en la habitación con su linterna en mano apenas puede.

Una gran cama de dosel blanco sin colchón yace en el centro, llena de telarañas y otra clase de insectos. Cuadros adornan las paredes de piedra, cuyo techo parece ser tan alto que no alcanza a verlo a primera vista. A su derecha una puerta abierta, y unas escaleras, que parecen llegar hacia algún otro sitio; una ráfaga helada se cala a través de ella. A su izquierda, un gran baúl descansa sobre la pared: de un color parecido a la arena, cubierto de polvo.

Y Rae como todo sigue sin comprender; pero hay algo que sabe con certeza: ha estado en esa habitación antes.

Acercándose al baúl, se deja caer frente a él. Con dedos temblorosos y el sentir la falta de aliento, lo abre.

La acumulación de polvo la hace toser nuevamente, antes de entender que el mismo está repleto de pergaminos: todos enrollados y parecen perfectamente organizados. Casi como si estuvieran esperando hace tiempo que alguien los encuentre.

Con cuidado, toma uno entre sus manos.

En eso, escucha la voz de su hermana a sus espaldas. Se sobresalta un poco, porque, en una especie de trance, recién entiende que ambas han entrado en la habitación junto con ella.

— Abuela...¿Por qué el Laird fue el último? ¿Por qué no vino nadie después que él? — pregunta Nerys en voz baja; su vista está fija en los cuadros colgados en la habitación. Pinturas de la misma mujer se repiten, en diferentes poses, en diferentes tiempos: de larga cabellera negra y piel tan clara como la luna, de ojos grises. Su mirada es triste pero decidida ¿De quién podría tratarse?

— Entre lo poco que sabemos; sabemos que al perder a la persona que amaba, el laird jamás volvió a casarse; así que por lo tanto jamás tuvo hijos que pudieran continuar con su legado. —explica Megan, sin poder apartar la vista de los cuadros tampoco — Cuenta la leyenda que enloqueció; hasta que finalmente perdió la vida dentro de las murallas en el castillo y los lamentos nocturnos comenzaron. Su familia, quienes no podían soportar la situación abandonaron el castillo. Y si bien se dedicaron a ayudar al pueblo, desde una pequeña casona en el centro, y jamás volvieron.

Nerys asiente, en una mezcla interna de pensamientos; intentado hallar las conexiones dentro de los hechos. Rae, todavía en el suelo, saca los pergaminos enrollados dentro del gigante baúl empolvado; intentado también encontrar una respuesta.

—Tengo una extraña sensación en el pecho —comenta Rae, sin perder de vista el baúl frente a ella — Siento como si hubiese estado acá antes.

— Pero... ¿cómo podrías? —inquiere Nerys, con voz apagada. — Si nosotras...

En eso, un golpe se escucha a sus espaldas, sobresaltándolas.

— No lo entiendo tampoco, —dice Rae, sintiéndose extrañamente relajada — Pero es acá donde vamos a encontrar las respuestas. Creo que tenemos que separarnos.

—¿Qué dices? —pregunta Megan; su nieta asiente.

—Si, yo me quedaré acá intentado ver si puedo encontrar algo en estos papeles que nos de alguna respuesta. Mientras, ustedes revisen las demás habitaciones, a ver si encuentran algo.

— Lo he hecho por años, Rae. — dice Megan, con voz pausada — Junto a su padre y no hemos encontrado nada.

—Pues —responde la aludida, con un deje de esperanza — Es la primera vez que vienes con nosotras.

Megan asiente, como si de repente hubiese sido contagiada por esa pizca de esperanza. Como si entendiera, que dejar a Rae sola en esa habitación era exactamente lo que tenía que pasar.

—Ven, Ner —le dice a su otra nieta, que no deja de intercambiar su mirada entre ellas — Revisemos la habitación de al lado.

—Pero...— Nerys titubea; con un miedo palpable en la mirada. No quiere dejar a su hermana sola, no después de lo que acaban de presenciar en la entrada.

—Estaré bien, Ner —la tranquiliza Rae, en español — Anda, tranquila. Las llamaré si surge algún problema.

Nerys asiente, aunque no muy convencida. Y un par de minutos después, Rae se encuentra completamente sola en la habitación.

Aunque no por mucho tiempo.

Los pergaminos están escritos en gaélico, y la mayoría de ellos han perdido su tinta con el tiempo, haciendo casi imposible su lectura. Rae suspira con frustración y deja caer uno de los pergaminos a su lado. Pasa ambas manos por su rostro. Sumida en pensamientos, cierra los ojos. Pero entonces, algo llama su atención: un pergamino en el fondo del baúl. 

Aunque cubierto de polvo, este no parece tan deteriorado como los demás. 

Al abrirlo, Rae pierde el aliento: está escrito en español. No solo eso; está escrito con su letra. ¿Cómo es esto posible?

Sus ojos se llenan de lágrimas, empujadas por una fuerza interior que no puede comprender. Las palabras parecen deslizarse ante ella, como si ese texto fuera el tesoro más valioso que jamás haya encontrado y pudiera desvanecerse de un momento a otro.

"No confíes en ella; no busques ahí, porque no la encontrarás. No queda mucho tiempo, y lo sabes, Rae. Usa tu intuición y sigue a tu corazón, porque te llevarán por el camino correcto."

"Sálvalo, sálvala. El reloj ya está corriendo."

De repente, la linterna deja de funcionar. Sin embargo, la habitación no queda a oscuras. Un haz de luz incandescente parece surgir detrás de ella. El ambiente se vuelve más gélido, y una brisa helada congela su rostro.

Su corazón martillea contra su pecho, pero no siente miedo; al contrario, sus hombros parecen relajarse y sus manos temblorosas sobre el pergamino, se detienen.

"Rae, Rae, Rae."

Su nombre vuelve como un susurro en el viento. En ese momento, lo sabe. Se levanta lentamente del suelo, con lágrimas aún cayendo de sus ojos.

Rae se gira y ahí está él a su derecha como una luz tenue, parado junto a las escaleras. Su cabello rubio y sus profundos ojos verdes parecen atravesarla, mientras no deja de mirarla. Aunque Rae jamás ha visto a ese hombre en su vida, hay algo en él que le resulta profundamente familiar.

La presión en su pecho se disipa, y una calidez embriagadora la envuelve: ella lo conoce.

No solo lo conoce; ella sabe su nombre.

—Edwin —susurra, un eco que el viento se lleva.

La joven olvida cómo respirar mientras la aparición le sonríe con tristeza.

"Rae, Rae, Rae."

— ¿Por qué sé tu nombre? —pregunta, con voz calma. Inconscientemente se acerca un paso hacia él.

La habitación a su alrededor parece oscurecerse todavía más, menos el pequeño espacio que ellos comparten. Como si cada paso que Rae da en dirección a Edwin, hiciera que la que en algún momento fue una luz opaca proveniente de él, brillase con más fuerza.

La aparición no se mueve, a pesar de su cercanía. La misma sonrisa triste sigue sin abandonar su rostro, están a centímetros el uno del otro. No, Edwin no está vivo, y a pesar de eso, Rae nunca se había sentido tan viva. El joven fantasma levanta una mano, y con la mirada perdida parece querer acariciar su mejilla. Su mano se detiene ahí, y ella podría jurar que puede sentirla.

No responde. Es más, no abre la boca en ningún momento. Pareciera que el viento lo hiciese por él, susurra cosas ininteligibles.

De repente, lo escuchan, una risa. De forma estridente casi macabra, parece retumbar en la habitación como canción fúnebre; Edwin retira con rapidez su mano, alejándose de ella.

La calidez desaparece y una especie de sombra parece envolverlos, los ojos de Edwin se abren en señal de desesperación.

Entonces, la ve. Parada al pie de las escalera, junto a ellos, una figura que no solo sonríe de forma maliciosa, sino que luce exactamente igual que ella. Sus ojos, igual de azules parecen brillar de manera diferente en el centro, como si hubiese una mancha roja, indicador que ya no es del todo humana. 

''Dicen que la Besset encargada de romper la maldición, debe ser una copia exacta de nuestra antepasada...''

—Te lo advertí —suelta la aparición; en un tono tan agudo que Rae tuvo que cubrirse los oídos. — No hay nada que puedas hacer; ya es muy tarde. Hay algunas maldiciones que no están hechas para romperse, pero si podemos divertirnos con ellas ¿No es cierto?

''Lamentablemente, por razones obvias, no sabemos como luce''

—¿Por qué estás haciendo esto? —pregunta Rae; su mirada fija en la que ahora está segura, es su antepasada. 

La aparición sonríe, maliciosa y en otro tono agudo, responde: — Ay, querida Rae ¿Es qué todavía no lo recuerdas?

La antepasada Besset, toma la mano de Edwin, quien parece cada vez más desesperado,  jalándolo hacia arriba por las escaleras; desapareciendo entre las sombras.

La risa se repite estruendosa, sin detenerse. El corazón de Rae se paraliza: no entiende por qué, pero sabe que no puede dejar que le haga daño. Y entonces, en un impulso que no puede controlar, echa a correr.

—¡Edwin, espera! —su voz resuena cual eco en las escaleras, quebrándose al final.

Pero él no se detiene; empujado por una fuerza que no puede continuar, continua siendo arrastrado hacia arriba. El corazón de Rae late frenéticamente, como si supiera que, si no lo sigue, lo perderá para siempre.

De nuevo.

¿Por qué se siente como si ya lo hubiese perdido antes?

Con la respiración agitada y con las lágrimas que ya parece no poder parar derramar, continua subiendo cada peldaño de piedra con determinación, tropezando un par de veces y casi cayendo al vacío debido que entre la penumbra, no nota la ausencia de uno.

Una gran abertura sin puerta se presenta ante ella, la capa, a sus espaldas, se levanta ante la brisa gélida: es una terraza. La misma en la que se había perdido observando minutos antes de ingresar a las ruinas. El suelo está húmedo, y gotas de lluvia caen sobre sobre ella con delicadeza.

Rae gira sobre sí misma, buscando frenéticamente alguna señal, algún indicio de la presencia de Edwin, pero él ya no está. En su lugar, algo capta su atención desde el rincón más lejano de la terraza.

Una figura femenina se materializa en la penumbra; pero no es la misma que se ha llevado a Edwin. La luz tenue revela un vestido antiguo, de siglos atrás. Los largos cabellos negros de la aparición ondean suavemente con la brisa, y sus ojos grises, profundos como tormentas, se clavan en Rae; un destello luminoso, parecido al que había observado en las dos apariciones previas, la rodea. Por un momento, el tiempo parece detenerse.

—¿Quién... quién eres? —susurra Rae, su voz apenas un eco del viento que sopla a su alrededor.

Antes de que la aparición pueda responder, el sonido de pasos apresurados y voces llega desde la entrada de la terraza. Nerys y Megan suben corriendo las escaleras, alarmadas por los gritos de Rae.

La risa macabra todavía hace ecos en el ambiente.

—¡Rae! —exclama Nerys, su mirada fija en su hermana antes de volverse hacia la aparición.

Al ver a la mujer de pie frente a Rae, Nerys se queda congelada. Los ojos de la aparición, fríos y sombríos, la observan en silencio. La joven siente un escalofrío recorrerle la espalda, y entonces lo entiende.

—Es ella... —murmura, más para sí misma que para los demás—. La mujer de los cuadros...

Megan, que ha llegado detrás de Nerys, también se detiene en seco. Ninguna de ellas se atreve a pronunciar una palabra más, la presencia espectral de la mujer impone un silencio absoluto.

La aparición avanza lentamente, sin hacer ruido. Sus movimientos son tan suaves que parecen irreales, como si flotara sobre el suelo de piedra. Finalmente, se detiene a solo unos metros de Rae y, con una voz eco sonante pero clara, habla:

—Tienes un año para romper la maldición. Lo intenté, pero es todo el tiempo que pude conseguirte. Esta vez tienes que hacerlo bien.

¿Está vez...?

Y entonces, la mujer emite una frase que las deja aún más desconcertadas:

—Sálvalo... Sálvala.

Las mismas palabras que Rae había leído en el pergamino, aquel con su letra. 

Rae frunce el ceño, incapaz de comprender el significado de esas palabras. Pero antes de que pueda hacer alguna pregunta, el prendedor que lleva en el bolsillo empieza a arder contra su piel. Con un jadeo ahogado, lo saca de inmediato.

En su mano, el prendedor emite destellos rojos, como si se hubiera prendido fuego por dentro: tal cual como en el sueño. Las luces se proyectan sobre sus dedos, pareciendo casi líquidas, como sangre que brota de la joya. El metal está caliente, como si la quemara, pero no lo suelta.

—¿Qué... qué está pasando? —pregunta Rae con la voz temblorosa, sus ojos fijos en el prendedor entre sus dedos.

Megan observa el prendedor con los ojos muy abiertos, pero incluso ella, con todo su conocimiento sobre la maldición, no parece tener respuestas. Nerys, por su parte, da un paso hacia adelante, observando fascinada y aterrorizada al mismo tiempo la joya y a la aparición.

—Este es su pase de vuelta a casa —susurra la aparición, su voz casi como un arrullo.

Las tres mujeres se quedan inmóviles, incapaces de procesar lo que está ocurriendo. Ninguna de ellas entiende lo que la figura está tratando de decirles. Rae mira a la mujer, buscando alguna explicación en sus ojos grises, pero no encuentra nada más que un abismo insondable.

''¿Es que todavía no lo recuerdas?''

Nerys, con el ceño fruncido, siente que la situación se descontrola, y de repente da un paso decidido hacia su hermana, hablando con firmeza:

—No me gusta esto, Rae —declara, su tono cargado de decisión y miedo entremezclados—. Tenemos que irnos. 

El aire alrededor de ellas comienza a cambiar. La neblina que hasta ahora las ha encerrado se hace más densa, formando una especie de torbellino a su alrededor; las hojas de alzan, y los árboles parecen quejarse mientras que por alguna razón, se hace más difícil respirar.

La risa proveniente de su antepasada suena con fuerza; está cerca, y no está feliz con lo que está sucediendo.

—No podré detenerla para siempre —dice la aparición de ojos grises —. Y esta será la última oportunidad; tienes que irte ahora.

—¡Rae! —grita Nerys, aferrándose a su hermana. 

El último rayo de sol se oculta finalmente detrás del horizonte, y con él, Rae, Nerys y la aparición desaparecen dentro de la nube de sombras, absorbidas por una fuerza invisible, tan repentina como imparable. Empujadas por el destino, que ya no es otra cosa más que inevitable. 

Megan, ahora sola, queda mirando el espacio vacío donde sus nietas estuvieron segundos antes. El aire está frío y vacío, y el silencio es total. Las lágrimas brotan de sus ojos cansados, y con un susurro apenas audible, dice:

—Que tengan buen viaje, mis niñas...

El viento silba una última vez, como si se despidiera. 

NA: ¡Holaaa! ¿Cómo están? Lo confieso: este capítulo me costó un montón; probablemente todavía lo relea y haya cosas para modificar. Pero, me parece que estamos más cerca de ir conociendo un poquito más de la historia de nuestros personajes.

¿Qué piensan? ¿Les va gustando?

Muchas gracias por leer :)

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