Capítulo #3: ''Ecos del pasado''

Fergus Besset era un espíritu libre. Amaba las aventuras, se sentía atraído hacia ellas como una especie de imán, lanzándose sin medirse o importarle mucho las consecuencias de hacerlo. Causándole de esta manera, muchos dolores de cabeza a su madre mientras crecía.

Nunca conoció a su padre. Según le había contado su progenitora, había muerto en un accidente de caza unos meses antes de su nacimiento. Tampoco es que a su madre le gustara mucho hablar sobre él, por mucho que durante años era un tema que le profería mucha curiosidad, tan solo recibía respuestas vagas y, tiene que admitir, algunas que le parecían no eran del todo ciertas. Es más, ni siquiera había adoptado su apellido, le había puesto Besset, al igual que ella.

Fue una buena madre. Eso es algo que el jamás pudo negar. Megan Besset siempre fue una reservada pero también decidida; dedicó su vida entera a él: desde desvelos cada vez que enfermaba, abrazos y los mejores cumpleaños. Megan siempre supo escuchar, y las sonrisas más cálidas siempre iban dirigidas a ese hijo fruto de su más grande adoración. Sin embargo, siempre hubo una chispa de tristeza en su mirada, la cual, a medida que iba creciendo iba siendo más evidente para él. Casi, como si hubiese algo dentro de ella, que se hubiese apagado hace mucho. Como si hubiese un secreto dormido en lo más profundo de su corazón, el cual fuese incapaz de compartir con nadie.

Tampoco le conoció algún interés romántico, aunque si bien es cierto, su madre solía pasar mucho tiempo escondida dentro de la casa como para tener tiempo para relacionarse con nadie.

No fue sino hasta que Fergus cumplió dieciséis años que comenzó a notar las desapariciones nocturnas de su madre, sucedía al menos cuatro veces a la semana. Volvía siempre un poco antes del alba, y se encerrada en su habitación, como si nada hubiese pasado.

Muchas noches Fergus se quedaba despierto, esperando, sentado en el sillón en la sala del estar, hasta que la veía su sombra aparecer por encima de la colina; entonces corría a encerrarse a su habitación, aliviado de su madre hubiese vuelto bien a casa.

Pero, una noche, la curiosidad hacia estos viajes nocturnos de Megan pudieron más que cualquier otra cosa. Y el joven, de siempre espíritu aventuro, decidió seguirla.

Las calles rocosas del pueblo se sentían pesadas y silenciosas; Fergus caminaba despacio, a unos metros de distancia, con miedo a ser descubierto. Él, con una linterna apagada y su madre más adelante con una lámpara de aceite, que le trasmitía alguna especie de aura fantasmal.

¿A dónde se dirigía?

Los pies de Fergus, que por lo abrupto de su decisión no se había puesto el calzado correcto, dolían a horrores. Ya llevaban veinte minutos caminando.

Es entonces cuando lo vio. Envuelto entre la pesada neblina, la oscuridad parecía querer protegerlo de cualquier mirada indiscreta. Majestuoso y enigmático, como siempre le había parecido.

Las ruinas del castillo Clirthorm.

El viento azotaba con fuerza, levantando las hojas secas del piso, creando espirales que rodeaban la estructura. Las ramas de los árboles a su alrededor crujían, con fuerza, como si se tratara de alguna advertencia. El corazón de Fergus latía con desenfreno contra su pecho, su respiración irregular y algo que parecía miedo lo hicieron detenerse de golpe a unos treinta pasos de su madre.

No es que Fergus jamás las hubiese explorado. Con sus amigos solían escaparse todas las tardes después de clases y se quedaban jugando y pretendiendo por horas; hasta que sentían el caer de la noche, se iban. Nadie visitaba las ruinas del castillo de noche, ni siquiera aquél más intrépido y valeroso. Porque la conocían, la leyenda. Como un pacto silencioso, que todos, sin excepción alguna, debían respetar.

Un pacto al que, Megan, le hizo atenerse desde que tenía memoria. Y algo que él había cumplido sin chistar, hasta ese día.

Entonces, lo escuchó. Entre el susurro del viento lo que parecía ser una especie de grito desesperado le caló hasta los huesos de manera dolorosa; desesperado y lleno de lamento, parecía no ser capaz de detenerse. Se repetía: una, y otra, y otra vez.

''Si escuchas con suma atención los lamentos de un hombre cuyo corazón está herido, enternecerá tus oídos...''.

Sus manos temblaron de forma descontrolada frente a él. Su mente, llena de un temor indescriptible le pedía que se aleje, que corriera lejos. Pero la vista de Fergus estaba clavada en su madre, quien no parece inmutarse ante los gritos y que con decisión, se encamina hacia su interior.

Megan fue tragada por las sombras y Fergus no podía permitir que fuera sola. Entonces, la siguió.

Fergus y Bethia Besset les ocultaron muchos secretos a sus hijas mientras crecían. Siempre con la fiel creencia, que al hacerlo, estaban haciendo todo en su poder para intentar protegerlas. Para alargar o intentar cambiar lo que al final descubrieron no era otra cosa más que un destino inevitable.

Al principio, cuando Fergus era tan solo un adolescente y descubrió los secretos que encubría su madre en las visitas nocturnas a las ruinas del castillo; decidió que iba ayudarla. Esto, sin saber en aquel momento que serían sus hijas las posibles destinadas a intentar romper con la maldición.

La historia es bastante compleja, a decir verdad. Y se requiere más que un primer entendimiento, porque como una telaraña, a medida que rebuscas con mayor profundidad descubres capas que antes no habías visto y entiendes el cómo cosas que antes no tenían sentido, ahora, parecen estar entrelazadas.

Hay una leyenda y hay una maldición y ambas están tan ligadas como el agua del mar y el salitre. Pensaron, que, si las alejaban, si se iban lejos del que siempre había sido su hogar, la maldición no tendría manera de hallar su camino hacia ellas.

Por eso se habían mudado hasta Buenos Aires. Sin embargo, no había funcionado.

Podían sentirlo en el ambiente, de manera constante. Especialmente a medida que fueron crecieron y despertando en ellas ciertos intereses. La adolescencia fue la época más crítica, mantenerlas alejadas de los enamoramientos y el peso de lo que vendría con ellas.

Lograron evitarlo con bastante facilidad, hasta que Andrés llegó a la vida de Nerys.

Y el sufrimiento ineludible que vino con su pérdida: tenían que hacer algo.

Tal vez podrían encontrar una manera de romper la maldición sin tener que involucrarlas. Sin que ellas tuviesen que saber y cargar con el verdadero peso de la verdad. Por eso viajaron a Escocia, a Clirthorm. Habían vuelto a casa después de décadas, para que Fergus pudiese reencontrarse con su madre y lidiar con la situación.

Megan se los había advertido: no era sensato lo que pretendían. Hay veces, que por más que queremos proteger a quienes amamos, tenemos que dejarlos lidiar con su propio destino.

Sin embargo, ellos no escucharon. Tomando el prendedor que Megan les había proporcionado, pasaron semanas intentando descifrarlo: todos y cada uno de los intentos, habían sido igual de fallidos.

Entonces el día del accidente llegó. Un día en que la pareja volvía de hablar con un experto historiador en la Universidad Edimburgo, habían encontrado un destino fatal en la subida a las Tierras Altas. Evento, que Megan cree en lo más profundo de su corazón, fue todo menos un accidente.

Megan dejó pasar un año, su corazón roto y el peso de la pérdida de su amado único hijo y su nuera, la hicieron estar en las sombras durante meses. Hasta que un día había entrado en el estudio, lugar que había usado su hijo para realizar sus investigaciones desde que era un adolescente y había encontrado la carta junto al prendedor, decidió enviarla.

Con la esperanza de que eso las traería a casa y terminaría con el martirio que ha sumido a su familia durante generaciones.

Donde el amor no representa otra cosa más que sufrimiento.

31 de diciembre de 2022. Clirthorm, Tierras Altas, Escocia.

El silencio en la casa era casi palpable, como si cada rincón estuviera conteniendo el aliento junto a ellas. Las palabras de su abuela aún resonaban en los oídos de Rae, mezclándose con el crepitar del fuego y el sonido lejano de las celebraciones dentro del pueblo.

Una maldición. Una leyenda. Una última esperanza.

¿Salvarlo?

¿Por qué nociones que no tienen ningún tipo de sentido y es la primera vez que las escucha, parecen conectarse dentro de ella de alguna manera?

Como si a pesar de que así suena, no fuese de todo una locura.

Rae se levanta lentamente del sillón y comienza a caminar alrededor de la sala, deteniéndose un par de segundos para murmurar un par de cosas ininteligibles.

—Esto es una locura... —murmura para sí misma. Se gira hacia su hermana, quien parece estar procesando la información de una manera muy diferente. Nerys no dice ni una palabra desde que la abuela menciona la leyenda. Solo mira fijamente la chimenea, los labios apretados en una línea tensa.

—¿Qué tiene que ver una estúpida leyenda con todo esto, abuela? —pregunta, ahora visiblemente alterada. Se levanta también del sillón; sus manos tiemblan ligeramente y su rostro revela una mezcla de enojo e incredulidad — ¡Nos traes hasta acá, nos hablas de una maldición y de alguien que hay que salvar de hace siglos! Una historia que ni siquiera conocemos. ¿Te das cuenta de lo absurdo que suena?

Megan la observa imperturbable. Si bien su postura es firme, no pierde la característica serenidad que la ha acompañado. 

—Es ahí, querida, donde la historia comienza —responde la anciana con voz calma, mientras observa el castillo a lo lejos; el anochecer ya se aproxima. Los rayos del sol se desvanecen lentamente, ya no tardarán en comenzar a escucharse.

Los pensamientos de Rae parecen encontrar algún sitio en común: en su infancia, muchos años atrás. Antes de irse a vivir a Argentina.

—La escuchamos, Ner —dice Rae de repente, en español—. Hace mucho... cuando vivíamos aquí, en Clirthorm. ¿No lo recuerdas? No te hagás la que no recordás. Éramos solo unas niñas, pero... no las contaron. Es más, la abuela lo hizo. Todas las noches, al arroparnos antes de ir a dormir. 

— ¿La del Laird? — pregunta Nerys, Rae asiente.

—Pero, abuela... —interviene Rae en voz baja cambiando al gaélico, volviendo su vista hacia su abuela —, la leyenda habla de una historia de amor.

Megan baja la mirada y esboza una sonrisa triste antes de contestar, como si ya hubiera esperado esa pregunta.

—Lo sé —susurra—. Y es precisamente por eso que deben entender que el amor, en esta familia, nunca ha sido algo sencillo.

— Cuéntanos, Abuela — pide Rae, mientras vuelve a sentarse en el sillón — Queremos saberlo todo.

—No me dirás que creés todo este disparate, Rae, por favor —dice Nerys, casi a los gritos, todavía en español. Pasa ambas manos por su cabeza, en señal de frustración.

—No es que lo crea, Ner... — responde esta, con voz calma, volviendo a cambiar al español — pero no puedo ignorar como todo parece cuadrar. Al final, para algo vinimos hasta acá, ¿no?

Megan sonríe mientras observa como las gemelas se ven entre ellas, como desafiantes. Hasta que finalmente Nerys asiente, resignada. Sin decir ninguna palabra, se acerca a su hermana, dejándose caer a su lado.

El fuego en la chimenea desprende sombras danzantes en las paredes. Una corriente gélida atraviesa la sala a través de una ruptura en alguna ventana. La tensión en el ambiente es palpable, lo dice los traicioneros dedos temblorosos en las tres y en sus respiraciones pesadas.

Finalmente, Megan asiente lentamente, más para si misma que para ellas. El peso de la información que la ha acompañado durante décadas finalmente dará con sus destinatarias; aquellas que pueden hacer que todo sea diferente. Se toma un momento para observar a sus nietas, sintiendo también una punzada de culpa. Ella también quisiera que las cosas pudiesen ser diferentes.

—Hay una maldición, está tejida en nuestra historia, en la leyenda que escuchamos desde niñas. Se dice que el último Laird de Clirthorm, en el siglo XVII, se enamoró profundamente de una mujer... una mujer que estaba destinada a él. Pero su amor fue trágico, lleno de dolor y pérdidas, y ese dolor no se detuvo con ellos. Desde entonces, todas las mujeres de nuestra familia han estado condenadas a vivir amores que traen consigo sufrimiento inevitable.

—Pero no entiendo, abuela —murmura Rae, con el ceño fruncido—. Si sabían todo esto... ¿por qué no nos lo contaron antes?

Megan mira las llamas acentuarse en la chimenea, una sensación familiar la acompaña; esa que la ha perseguido toda la vida: como si una presencia, imposible de ver o identificar estuviese ahí, entre ellas, observándolas. Respira hondo, antes de continuar hablando.

—No era algo que su padre quería que supieran. —explica —. Pensó que, si las mantenía lejos de Escocia, si las alejaba de las tierras de Clirthorm, podrían escapar de todo esto. Pero las raíces de la maldición son profundas, mucho más de lo que él....— su voz de quiebra — Ya era muy tarde cuando su padre finalmente entendió que esta situación lo superaba.

Nerys, que por alguna extraña razón siente una ira bullir desde lo más profundo de su corazón, levanta la vista, dirigiéndola hacia la madre de su padre.

—Pero ¿por qué nosotras, abuela? —pregunta con un tono cargado de desesperación—. ¿Por qué las Besset? ¿Qué tiene que ver nuestra familia con esa maldita leyenda?

Rae la mira, sintiendo la misma pregunta arderle en el pecho, pero fue incapaz de articularla. Voltea también a ver su abuela, esperando una respuesta.

Megan les sostuvo la mirada, y por un instante, parece haber envejecido de golpe.

—Dicen que el sufrimiento del Laird, el dolor inmenso que sintió al perder a su amada, fue culpa de una Besset —dijo finalmente, su voz temblando ligeramente—. Fue nuestra antepasada la que desató todo. La maldición no es solo una leyenda, es una deuda que ha sido transmitida a cada generación. Y solo una Besset tiene el poder de romperla.

Rae se queda paralizada, intentando procesar la magnitud de lo que acababa de escuchar. Una Besset... ¿responsable de la maldición?

—No puede ser... —susurra Nerys, todavía incrédula ante lo que escucha —. ¿Qué hizo ella? ¿Qué hizo nuestra antepasada?

Megan cierra los ojos brevemente, como si intentara recordar toda la información que maneja a la perfección.

—Hay muchas versiones de la historia, pero todas coinciden en que nuestra antepasada amaba al Laird de Clirthorm. —abre los ojos, volviendo a mirar con fijeza a sus nietas—. Su amor era tan poderoso como trágico; uno que cuentan, jamás fue correspondido. Tomó una decisión que lo condenó. Algunos dicen que fue una traición, otros que fue un sacrificio. Pero sea cual sea la verdad, esa decisión fue el origen de todo este dolor. Desde entonces, todas las mujeres de nuestra familia han pagado el precio por esa traición.

El corazón de Rae late con fuerza en su pecho, como si las palabras de su abuela resonaran cual eco en caverna. Una traición... una decisión que marcó a todas las generaciones posteriores.

—Entonces, si solo una Besset puede romper la maldición... ¿cómo lo hacemos? —pregunta, su voz apenas un murmullo, como si temiera la respuesta.

Megan se inclina hacia adelante, acercándose a ellas.

—Para romper la maldición, deben entender lo que realmente sucedió. Deben desenterrar la verdad sobre el Laird y nuestra antepasada. Tal vez...

—¿Y qué tiene que ver el prendedor en todo esto? —interrumpe Nerys, sacando del bolsillo del pantalón el prendedor en forma de flor, donde lo llevó consigo todo el viaje hasta Clirthorm —. Papá nos lo dejó con la carta, tiene que significar algo.

Megan asintió, sus ojos clavados en el prendedor, como si le provocara la misma mezcla de respeto y temor que a ellas. Todavía recuerda el día en que su madre se lo entregó, poco después de que habían vuelto a casa del funeral de su padre.

—El prendedor no es solo un accesorio. Es una llave, una conexión entre el pasado y el presente. Mentiría si dijera que sé cuál es la historia que tiene tras la maldición; he pasado años intentando averiguar...— carraspea — Sin suerte. Solo sé que ha pasado ha pasado de generación en generación, entregado a cada mujer de la familia Besset con la esperanza de que en algún momento alguna pueda romper la maldición. Dicen, que la mujer Besset encargada de romperla, tiene que ser la viva imagen de aquella que originalmente lastimó tanto al Laird. La cuestión es que por obvias razones, no sabemos cuál era la verdadera apariencia de nuestra antepasada. Por eso, pudo haberse tratado de cualquiera. Muchas lo hemos intentado por años, sin éxito. Hasta ahora el prendedor ha servido como una advertencia, un recordatorio de que la maldición sigue latente y seguirá cobrando sufrimiento si no hacemos algo para detenerla.

Rae y Nerys intercambiaron una mirada. Todo comenzaba a encajar, aunque el cuadro que se formaba era mucho más oscuro y perturbador de lo que jamás habían imaginado.

—¿Pero...cómo saber —cuestiona Rae en voz baja —. ...si somos la viva imagen de aquella mujer?

Megan suspira.

—No pueden saberlo, esa es la cuestión. Pero si no lo intentan, no sabremos si hay la posibilidad.

La habitación queda en silencio nuevamente, solo roto por el crepitar del fuego. Rae mira el prendedor en la mano de su hermana, una pequeña pero poderosa reliquia de un pasado que ahora necesita desesperadamente comprender.

Nerys, cuya incredulidad y furia no han hecho más que acumularse, no puede contenerse más. Se puso de pie bruscamente, sus ojos llenos de rabia.

—¿Qué? ¿Entonces me quieres decir que la muerte de Andrés es todo por una maldición? ¿Que yo tuviera que sufrirlo es culpa de esto? —grita, su voz quebrándose al final.

El nombre de Andrés cuelga en el aire como una herida abierta. Nerys respira agitadamente, el dolor de su pérdida tan palpable que Rae siente una punzada en su pecho. La rabia de su hermana la sacude, tal vez tan vívidamente como el día en que ocurrió. Le pesa, como siempre lo he hecho, el no poder hacer nada para mitigar su dolor.

Megan, quien está visiblemente afectada, desvía la mirada hacia el fuego, con los ojos llenos de lágrimas. Un par de minutos después, vuelve su vista nuevamente a sus nietas.

—Yo también perdí a quien amaba —dijo con una calma dolorosa—. La maldición ha reclamado a muchas en nuestra familia, Nerys. No eres la única que ha sufrido por esto.

Nerys muerde con fuerza su labio inferior, todavía temblando. Rae sabe que su hermana está a punto de derrumbarse, pero no quiere hacerlo. Es más, no va a hacerlo, no frente a ellas al menos.

La tensión continua en el ambiente por algunos minutos más, hasta que finalmente la expresión de Nerys se suaviza, volviendo prácticamente a la normalidad. Esa habilidad para recuperarse y enfocarse en la practicidad, es una que Rae siempre ha envidiado de su hermana.

Suspirando, Nerys comenta: — ¿Tienes algo de comer, abuela? No puedo seguir hablando con el estómago vacío.

Megan suelta una carcajada, mientras asintiendo se levanta de la silla y colocando una mano cariñosa sobre la espalda de Nerys, se dirigen a la cocina.

Rae queda sola en la habitación, con la vista puesta en el fuego crepitante. Una corriente fría vuelve a embargarla, mientras toma el prendedor que su hermana había dejado caer en el sillón.

Vuelve, Rae, vuelve susurra el viento, como tantas veces antes.

Rae sabe que tiene que volver.

¿Pero...a dónde?



NA: ¡Tenemos el capítulo tres! Tengo que decir que estoy disfrutando mucho darle vida a esta historia que tiene tantos años en borradores. Tardo mucho intentando unir todo los detalles, pero me parece que está resultando bien :) ¿A ustedes qué les parece?

Muchas gracias por leer :)

Nos estamos leyendo.

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