Capítulo #18: ''La dulce y tortuosa cercanía''

7 de febrero de 1615. Clirthorm, Tierras Altas, Escocia.

A Edwin le duele la cabeza. Con una punzada constante que presiona ambas sienes sin decoro.

El amanecer se cierne sobre ellos, aclarando a su paso el resbaloso camino. Sus ojos encuentran las ramas de los árboles caídos, obstaculizando su camino. Habían intentado seguir las mismas laderas que, según Kendrick, habían utilizado para el viaje, pero los derrumbes en la vertiente seguían siendo una preocupación ante el exceso de la humedad del suelo. Entonces, se han visto obligados a tomar el camino a través del pueblo.

Los murmullos se hacen evidentes a sus espaldas, al igual que el abrupto cese de las actividades en el mismo: todas las miradas— que son una mezcla entre el temor y la sorpresa — están fijas en él.

No los culpa.

El aire gélido golpea su rostro al bajar del caballo, intentado disimular su frustración. No ha pisado aquellas calles que solía visitar a menudo en mucho tiempo; y más allá de la visita esporádica al castillo de alguno de ellos, es la primera vez que lo ven en años.

Edwin es una sombra, que, aunque conscientes de su existencia, muchas veces se pierde para ellos como un recuerdo.

Trajo a tres de sus hombres de confianza con él. Los mismos que se han encargado los últimos dos años en la búsqueda de Agnes. Murdo —quien es su consejero de confianza, y en aquel entonces también lo fue para su padre — baja también del caballo, parándose a su lado. Su vista también escudriña las ramas caídas, considerando lo dificultoso que será su paso.

Al lado de este, Errol, de siempre apariencia socarrona parece comentarle algo a Kendrick, aunque este último no parece estarlo escuchando. Su vista está fija en el camino bloqueado y su mano tensa sobre la empuñadura de su espada que cuelga en su kilt.

Edwin sabe lo que está pensando; el sentir que ha fallado. A pesar de sus heridas, ha sido el primero en insistir a venir a buscarlas, sorprendiéndose de que su laird también hubiese decidido acompañarlos.

Lo que nadie parece entender es que no es como si tuviese alguna otra opción. El corazón de Edwin late con violencia sobre su pecho desde el momento que el guerrero le comentó que las había perdido, y sus recuerdos, vuelven de forma constante y estridente a su último encuentro. Aquel, en donde no solo la dejó ir en la oscuridad de la tormenta, sino que también le hizo saber que aquello no le pesaba.

Que no le importaba en lo más mínimo su seguridad.

Edwin masculla entre dientes.

Es más, le había dicho que le hacía un favor si moría en algún lugar donde sus restos no estorbaran a él o al pueblo.

Y esos hermosos ojos azules lo habían observado con una tristeza que le había calado los huesos.

Porque le importa.

Joder, Dios sabe que es cierto.

—¿Qué quiere hacer, mi laird? —cuestiona Murdo a su lado, sacándolo de sus pensamientos. Una de sus manos se posa en su hombro, en señal de apoyo. Edwin desvía la mirada del camino para centrarse en el que en algún momento fue rubio, pero cuya cabellera y barba ahora se tiñe de largas canas blancas y grises.

—Llegar a la casa Besset —responde, con pesadez. Principalmente porque no puede creer que aquellas palabras han salido de su boca —. Tenemos que saber si han podido llegar.

Murdo asiente sublime y volteándose hacia sus compañeros, quienes los observan a la espera de instrucciones, exclama:

— Ya escucharon al laird, comiencen a romper el camino de ramas caídas. Si queremos terminar antes del atardecer, mejor darnos prisa.

Diez minutos después el sonido de respiraciones pesadas y el golpeo constante de las espadas contra las ramas llenan el ambiente, alimentando el miedo a la incertidumbre dentro del joven laird.

¿Y si realmente no volvía a verla?

La simple idea lo perturba, insoportable.


—Mi laird, ya queda poco —comenta Kendrick con voz firme, interrumpiendo el silencio en el que se han visto sumidos las últimas horas. Edwin —de vuelta sobre el caballo — se da cuenta de que es cierto. El camino antes cubierto por las pesadas ramas se encuentra prácticamente despejado, y arriba en la ladera, está la casa que tuvo mucha presencia en su infancia.

Sus ojos se desvían hacia el humo saliente por la chimenea y el olor parecido al cerdo recién cocinado.

Los recuerdos son capaces de llenarnos de tormento. Especialmente aquellos que, en algún punto, nos llenaban de tonalidades más vivas.

''—¡Ed! ¿Qué haces? ¡Vamos! —grita entre risas Katherine, cuyo rostro se ha perdido en la niebla de una maldición —. Mi padre nos espera para cenar.

Luego una mano aferrándose a la suya, y la joven de quince años de ojos grises le sonríe: — Vamos, que quien quede de último le toca llevar los caballos de vuelta.''

El eco de las risas de dos mujeres a las que solía conocer lo acompañan, mientras que asintiendo continua su camino, persiguiendo los fantasmas del pasado.


Maldito.

Es lo que dicen del lugar, lo que los aldeanos comentan entre murmullos en las cenas al hablar de los Besset.

Los nudillos de Edwin se detienen en la puerta, ante las miradas confundidas de sus acompañantes. No es la costumbre, detectar en su laird aquella actitud cargada de desconfianza y tonalidades de miedo.

Y a él no le gusta sentirse vulnerable.

Entonces los tres golpes sobre la puerta de madera suenan estridentes.

La puerta no tarda mucho en abrirse, aunque en un primer momento de forma dubitativa. El ceño de Edwin se frunce al cruzarse con la combinación verde miel de un niño de no más de cinco años.

Cinco años y la melena rojiza.

Edgar, tiene que ser él.

Un suspiro escapa sus labios antes apretados, justo cuando un par de hojas secas son levantadas en el aire sobre su rostro.

''—Estoy encinta —la voz temblorosa de Katherine lo acompaña, mientras que ambos se encuentran sentados en los peldaños de entrada —. Killian no lo sabe todavía, lleva fuera un par de días.

El viento frío levanta un par de hojas secas a sus pies.

—Pero... esas son buenas noticias ¿no es cierto? — exclama el joven laird, pasando un brazo alrededor de los hombros de su amiga. Nuevamente, el recuerdo se presenta ante un rostro borroso — . Niall tendrá hermanos con los que jugar.

— Si, supongo.

—Kathy... —la llama el ojiverde — ¿Hay algo que quieras contarme? ¿Pasa algo con Killian?

La joven niega con la cabeza, pero el tono que usa a continuación perturba el corazón de Edwin.

— Aunque lo hubiera, tampoco podrías ayudarme''

Habían sido mellizos. Elsie y Edgar, y el parto por poco se lleva a Katherine junto con ellos.

El niño lo observa con un destello de temor en la mirada.

— ¿Está tu abuelo en casa? —pregunta con voz ronca. El niño asiente tembloroso —. Haz el favor de llamarlo.

El niño corre, dejando la puerta abierta a sus espaldas. Un par de minutos después, una figura alta y con paso pesado se acerca hasta ella y por primera vez en años, Edwin vuelve a ver a Jonathan Besset.

De apariencia cansada y demacrada, la cabeza de la familia Besset parece congelarse ante la imagen frente a él. El mejor amigo de su padre y una figura paterna para él lo escanea, como si se tratase de un fantasma, para finalmente vislumbrar una extraña sonrisa.

Abrazado a una de sus piernas, su nieto se mueve nervioso.

Las palabras aparecen de repente en su mente, estacándose y repitiéndose ¿Por qué tendrían ellos que pagar por los errores de su madre?

¿Por qué durante tanto tiempo... él los ha hecho pagar?

—Edwin ... mi señor, no esperábamos verlo por acá.

Había hecho un juramento a su padre muchísimos años atrás, cuando todavía era un niño.

En su lecho de muerte, su padre le hizo prometer que cuidaría de los Besset, una familia devota a su corazón. Sin contar claro está, el pobre Arthorm Clirthorm jamás pudo haber imaginado los sucesos que los años traerían.

Como aquella familia a la que profesaba tanto amor, le trajo a la suya tanto dolor.

Katherine, en realidad.

No habían pruebas que incriminaran a Jonathan Besset, que en aquel entonces ni siquiera se encontraba en el pueblo; más allá de eso, es lo que representa.

El recordatorio constante de la traición, puesto que no pueden recordar el rostro de aquella que lo conoció. Más aún después de la existencia de la maldición, ambas respectivamente.

Jonathan Besset lo había amado como un hijo, y por eso Edwin permitió que tanto él como los niños pudiesen quedarse, aunque no tenían permitido relacionarse con el pueblo —aunque estos tampoco lo han querido — , agregar también, que Edwin pensó —y todavía piensa — que si en algún punto Katherine decide regresar lo hará por sus hijos.

Así que era mejor tenerlos cerca.

—Jonathan —responde este, con una voz cargada de un filo particular —. Vengo por mis curanderas ¿están acá?

—Jamás pensé que... —murmura Jonathan, pero luego se corta, haciendo lugar para que tanto el laird como sus hombres puedan acceder al hogar —... curanderas, que curioso... si, curioso.

— ¿Pero qué...? —comienza decir Edwin, quien escudriña a su alrededor con desconfianza, pero entonces algo lo detiene.

Un sonido.

Una voz diciendo su nombre.

El dolor de cabeza de Edwin desaparece, al igual que el ruido interno que lo caracteriza y solo existe ella. No puede dejar de mirarla.

Parada junto a la mesa con una niña en brazos, la ojiazul la observa con intensidad, sus ojos lo escanean, como si no pudiese creer que lo que está viendo es real. Detrás de ella, Nerys y Niall también lo contemplan junto al borde de la escalera.

Su alivio lo recorre como un látigo, debilitando sus rodillas hasta el punto de casi caer. Apoya un brazo en Murdo para sostenerse.

Aún con las ropas manchadas de tierra, el cabello desordenado y los rastros del peligro enfrentado en su rostro, Rae es para Edwin la cosa más hermosa que ha visto en su vida. Porque está viva. Y eso lo llena tanto como lo destroza.


Mientras Edwin lucha por mantenerse en pie, Rae siente que el mundo también se tambalea bajo sus pies. Sus ojos fijos en los del ojiverde que le hace perder la cordura.

Solo quiere correr a sus brazos y pedirle que no la suelte nunca.

La sala está perdida en un silencio que es tanto incómodo como cómodo mientras lo presentes intentan entender una situación que es todo menos incompleja. Nerys da un par de pasos en dirección a su hermana gemela al percibir su nerviosismo y toma a Eilis de sus brazos. La pequeña —cuya expresiones demuestran confusión — duda uno segundos, con las manos aferradas a la ropa de la pelirroja, pero finalmente suelta su agarre, permitiendo que la lleven.

Finalmente es una voz diferente la que rompe el silencio.

—Me alegro de verlas, señoras Douglas — Kendrick comenta en voz alta, con una expresión que demuestra alivio. Su rostro cubierto de rasguños al igual que en parte de sus brazos y piernas cuelan en el corazón de las gemelas, puesto que él había querido ayudarlas.

Por un rato, intento sostenerles con fuerza antes de que el irremediable auge de la corriente por el derrumbe la arrastrara, golpeándole y haciéndole perder el conocimiento.

También es muy bueno verlo.

—Lo mismo podría decir, Kendrick —responde Nerys, con una voz cargada de emoción —. Que tolerarlo, no se ha hecho tan difícil en los últimos días.

El guerrero sonríe, pragmático.

Y la distracción les permite tanto a Edwin como a Rae reponerse.

—Es momento de irnos. —el tono repentino de Edwin pone todos en alerta, uno que no admite discusión.

Y el mundo de Rae vuelve a detenerse. Sus mirada viaja rápidamente entre los niños y el laird, quien ahora frunce el ceño y aquellos ojos cargados de debilidad, parecen haber desaparecido.

Parece inclusive enojado.

¿Irse? No puede irse, no todavía.

''No puedo dejarlos, no tan pronto''

Da un paso adelante, en dirección al jefe del clan, puesto que en este momento no puede verlo como nada más que eso. Su voz, sale con más fuerza de lo que pretende.

—Mi laird, los niños... yo no quiero, me refiero, dejarlos... —las palabras le salen torpes, vacilantes, pero cargadas de sinceridad.

Edwin pasa junto a ella sin mirarla. Ni una palabra, ni una pausa. Su tartán golpea la superficie del aire al salir, y Rae siente como si la hubieran dejado sin aliento.

Una sensación parecida a la de una patada en la panza.

¿Pero qué...?

Antes de que pueda reaccionar, siente una presencia a su lado. Es Murdo, con su semblante serio y su tono firme.

—Vamos, señora Douglas. —Sus palabras son corteses, pero tienen una autoridad innegable—. Irá usted conmigo a caballo.

Rae apenas asiente, incapaz de formular ningún pensamiento coherente. Sin embargo, sus pies parecen anclados en el piso. A unos pasos ve a Nerys intercambiar un par de palabras con Jonathan antes de dejar a su nieta en sus brazos. Luego, dándose la vuelta sigue a Kendrick y a Errol fuera de la casa.

—¡No! —grita Niall, quien corriendo hasta su encuentro, se aferra a la cintura de la ojiazul — No te vayas, Rae, por favor...

El corazón de Rae se rompe al escucharlo.

—Yo... volveré, cariño —dice con los ojos llenos de lágrimas, sabiendo que no tiene otra opción más que irse por el momento —.... lo prometo.

Pero lo ve, reflejado en el similar tono ojiazul de los ojos de su antepasado: tiene miedo.

—Niall —lo llama su abuelo, con voz calma —. Tienes que dejarla ir, y confiar hijo.

—¡No! ¡Todos siempre me dejan! —dice el menor entre lágrimas, separándome abruptamente de Rae — ¡No me mientan más! —concluye, corriendo escaleras arriba.

Y la pelirroja se pierde en el punto en cuál ha desaparecido.

—Estará bien —afirma Jonathan en un tono reconfortante, sin embargo, su mirada fija en la puerta por donde los demás han desaparecido, es sombría—. Ahora vaya, Rae. Volveremos a vernos, estoy seguro.

Y Rae lo hace, se va.

El viaje a caballo es realizado en completo silencio, al igual que el llanto de Rae. Las lágrimas caen por sus mejillas pesadas, su corazón doliendo por haber tenido que dejar a los niños tan pronto y a más aún, sin haber podido despedirse apropiadamente.

Regresará. Tiene qué.

Hay tantas preguntas, tantos... inconclusos dentro de esas paredes, y ellos la necesitan.

Y mientras esté aquí intentará ayudarlo en lo que pueda.

Su mirada se cruza con la de su hermana a su lado, quien viaja en el mismo caballo que Kendrick. Unos pasos más atrás, sobre su propio caballo Errol se encarga de trasladar a Penker y Hendell. Nerys la observa con el entrecejo fruncido, Rae sabe que puede percibir su dolor, por lo que niega con la cabeza intentado restarle importancia al asunto.

Ya hablarían de aquello luego.

Frente a ellos, Edwin cabalga con cierta rapidez, como si no pudiese esperar a llegar al castillo y volver a desaparecer entre las sombras.

''¿Pero qué actúa como si no le importara?''

— Ya estamos cerca del castillo, señora Douglas —dice la voz cálida de Murdo frente a ella, percibiendo la tensión en su cuerpo. — Debe estar muy agotada.

Rae suspira, tratando de encontrar su voz.

—Gracias —murmura, apenas audible.

Si Murdo supiera que su agotamiento no tiene nada que ver con la tormenta, sino con el peso de un par de ojos verdes que no hacen más que confundirla. Un paso hacia la cercanía, implican retroceder dos después.



La noche cae en el castillo de Clirthorm. La cena ya ha sido servida y recogida, y todos en su mayoría se encuentran acomodándose para dormir.

Todos menos Rae. Que ha esperado que su hermana caiga dormida temprano tras el agotamiento de los últimos días para poder salir de la habitación sin dar explicaciones.

Camina sigilosa por los pasillos, y el eco apenas perceptible de sus zapatos sobre el suelo rocoso es su única compañía.

Eso y su enojo. Porque sí, Rae está muy enojada.

O al menos esa es la conclusión a la que ha llegado después de varias horas de análisis. Molesta con Katherine por la situación de mierda en la que las ha puesto, enojada con Fenella y su ausencia de respuestas concretas.

Pero más que todo, furiosa con Edwin y su actitud incongruente.

Furiosa de que tenga la capacidad de descolocarla y hacerla sentir en lo más alto y de repente arrancarla hasta lo más bajo.

Iluminado su camino por la tenue luz de las lámparas de aceite, no sabe exactamente a dónde se dirige, simplemente sigue caminando.

Y caminando, y caminando hasta que sus pasos parecen detenerse en un sitio que le resulta familiar.

El aire gélido golpea su rostro, mientras observa el pequeño jardín que había atravesado siguiendo a Errol semanas atrás.

Todavía sin flores, puesto siguen en invierno. Envuelve sus brazos alrededor de su cuerpo, en busca de aliviar un poco la presión creciente dentro de su pecho.

Entonces, lo siente. Un sonido detrás de ella y antes de poder reaccionar, una mano cubriendo su boca.

El pánico inunda cada fibra de su ser por un total de dos segundos.

Dos segundos, eso le toma.

El darse cuenta de que es él.

Su respiración se agita, pero no siente miedo. Edwin baja sus dedos temblorosos acariciando su rostro con una lentitud que le supone una tortura, luego la voltea en su dirección. Sus ojos encuentran los suyos en la oscuridad.

Las manos del escocés de antaño vuelven a sus mejillas, acariciándolas, examinándolas con ternura, como si buscara algún indicio de daño, deteniéndose algunos segundos en aquellos moretones producto de los golpes al ser arrastrada en el derrumbe.

Rae lo escucha suspirar.

—¿Qué haces aquí? —pregunta Rae, tratando de mantener la voz firme.

Está enojada con él, pero más duele alejarse que permitirle que la toque. Porque Dios está de testigo cuánto quiere que la toque.

—No quise decir... lo que dije el otro día, en la sala de curaciones... yo... —empieza, su voz quebrándose en un murmullo cargado de culpa.

Rae siente que su pecho se contrae; recordando. Porque si, aquel hombre fue el que le pidió que murieran lejos, donde no pudieran incomodarlo.

Aquel que le dijo que no le importaba y a ella le rompió el corazón.

Intenta apartarse, dar un paso hacia atrás, pero Edwin es más rápido. Sus manos atrapan su cintura, deteniéndola con firmeza pero sin llegar a lastimarla.

—Déjame —dice Rae, girándose para enfrentarlo con ojos encendidos por una mezcla de enojo y vulnerabilidad—. ¿Ahora quieres hablar? Después de...

—Dulce... —susurra Edwin, su tono suave pero impregnado de desesperación, cortando las palabras de Rae como si su apodo para ella pudiera ser la única respuesta.

Y lo es.

Porque aquel apelativo es capaz de llevarla al lugar más seguro que existe, dejándola sin aliento.

''—¿Dices entonces que debo... amarlo?

Nerys niega con la cabeza, esbozando una sonrisa triste.

—Digo que ya lo haces, Rae. Y por lo que ahora sabemos, no es la primera vez''

Mierda.

¿Cómo pelear contra lo inevitable?

Rae entrecierra los ojos, perdida en su cercanía.

—No me llames así... —reclama con voz temblorosa, abriendo los ojos y encontrándose con los suyos — no tienes derecho... no después de ... lo...

—Perdóname —exclama Edwin, en un tono de que le cala el corazón — ... perdóname, Rae, por favor.

Pum, pum, pum

Pum, pum, pum

El corazón de Rae explota en una llama abrasadora contra su pecho, y sospecha audible a kilómetros a la redonda.

¿Perdonarlo...? Lo perdonó en cuanto lo vio, parado dentro de la casa de su infancia, viéndolo con ojos cargados de devoción.

¿Perdonar...? Rae intenta no... amarlo.

— Te perdono, Edwin.

—Ay, dulce... no sé qué has hecho conmigo —susurra Edwin, inclinando la frente hasta casi rozarla con la de Rae. Su voz es un ruego, un susurro cargado de una vulnerabilidad que rara vez deja ver—. No sé qué has hecho conmigo.

El suelo bajo los pies de Rae desaparece. Se aferra a los brazos del ojiverde dueño de sus pensamientos, su cercanía es el suplicio más delicioso jamás experimentado y la mezcla de sus alientos la confirmación de lo que sus corazones y cuerpos tanto ansían.

—Está bien—susurra la ojiazul —... yo también tengo miedo —concluye, intentado apaciguar su desesperación; una lágrima silenciosa cae por su mejilla.

El hombre sonríe perdido en el roce de sus labios que no llegan a besarse. Pero entonces, Rae se aparta, dejando caer su cabeza sobre su pecho, inhalando su aroma.

—No puedo —se disculpa entre lágrimas —... no todavía.

Edwin deposita un beso en cabello, embriagado en la sensación reconfortante de tenerla entre sus brazos. Diciéndole con ello que todo está bien.

—Edwin... —lo llama.

— Dime, dulce.

—¿Podrías no soltarme por un ratito?

''O por el resto de la vida''

Edwin suelta una leve risa, que retumba en el corazón de Rae, apretándola con más fuerza contra él. Luego, le susurra al oído.

— Lo que desees, dulce, soy tuyo.




NA: ¡Que yo los amo! ay, perdón ¡HOLAAA! ¿Cómo están? ¿Qué piensan? ¿Muchas emociones?

Ya estamos casi casi a media novela.

Muchas gracias por leer :)

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