Capítulo #17: ''Bucles, girasoles y un corazón roto''

6 de febrero de 1615. Clirthorm, Tierras Altas, Escocia.

A Rae siempre le ha encantado el concepto de la luz. En general, en todas sus manifestaciones. Principalmente, porque nunca ha sido una fanática de la oscuridad.

De niña, tuvo varios episodios claustrofóbicos. Por lo que jamás le gustaron espacios cerrados como los ascensores y se quedó fuera con un par de maestros en aquella excursión que habían hecho a unas cuevas cuando tenía diez años.

Entonces, abre los ojos. Y todo es oscuridad, al menos, en un inicio.

Está en el suelo; se lo dice la superficie empedrada bajo ella. El olor a musgo se mezcla con el del agua empozada. Su respiración se agita ante el punzante dolor en la parte de atrás de la cabeza... pero... ¿dónde?

Con tal de no haberse vuelto a abrir la herida...

Un haz de luz tenue llega a sus ojos, molestándola.

Y después, unos ojos grises observándola a unos pasos de distancia.

Ojos, que no le pertenecen a alguien con vida.

Rae siente su sangre congelarse, pero no tiene nada que ver con el frío o con el miedo.

No, Rae no está asustada ante la presencia fantasmal frente a ella.

Al contrario, la reconoce.

La aparición de las ruinas que las llevó al pasado así como también la mujer de los cuadros.

La mujer de largos cabellos negros camina en su dirección con elegancia, para finalmente arrodillarse a su lado.

—Hola, Rae —saluda con voz pausada; su tono es reconfortante, casi como una caricia.

La garganta de Rae está seca, por lo que cuesta un poco en salir su voz. Entonces con cuidado se incorpora, apoyada en ambas manos para mantener el equilibrio mientras se sienta. En los charcos a su alrededor, el reflejo de la luna cae majestuoso. Comprende que es la primera vez en días que puede verla con claridad.

Lo que quiere decir que ya no está nublado.

No llueve.

—Hermoso ¿no es cierto? —comenta la aparición, quien no ha dejado de mirarla —. Recuerdo que una de las cosas que más me gustaban de niña, era salir a correr al bosque después de los días de lluvia. Saltar en los charcos era mi actividad favorita.

El corazón de Rae se le escapa un latido, un nudo creciente en su garganta. A unos pasos de distancia los ve a Nerys y Niall en el suelo, sin moverse y a su lado, ambos caballos en un estado similar.

—No te preocupes —añade la de ojos grises —. Están con vida, no tardarán en despertar.

Y Rae lo ve, sus pechos subirse y bajarse levemente, como quién está sumido en un profundo sueño. Suelta una bocanada aliviada.

— Te conozco... —dice finalmente, con voz ronca. Sus ojos fijos en la aparición —.... pero no había entendido quién realmente eras hasta ahora... Fenella ¿no es cierto?

La aparición asiente; una sonrisa triste se refleja en su rostro iluminado.

—Siempre he sido... particularmente fanática de vos, Rae —comenta, en voz baja —. Tal vez por eso he pedido tantas oportunidades... para...

— No es la primera vez que tenemos esta conversación —dice Rae, pero su más que una pregunta, es una afirmación. Fenella niega con la cabeza.

—No, no es la primera vez. Cada vez que fallan en romper la maldición, el tiempo se reinicia, y....

Un escalofrío recorre a la pelirroja. El entendimiento comenzando a golpearle en una especie de cachetada.

—¿Te refieres a qué...?

Fenella la interrumpe, mientras asiente.

— El tormento comienza de nuevo—concluye la aparición, en un tono desgarrador — . Al menos para mí, que mantengo los recuerdos del ciclo anterior. Te veo cometer los mismos errores, sin poder hacer nada más para cambiarlo.

— ¿Cuántas veces hemos fallado antes? —cuestiona la joven Besset, con voz cortada.

—Este es tu tercer y último regreso, Rae. Te lo dije antes, no hay más oportunidades.

Una expresión ahogada brota de los labios de Rae, cuya información le cae como un balde de agua helada. Respira hondo un par de veces, intentado controlarse ante los ojos que empiezan a llenarse de lágrimas.

No es que no lo supiese. Desde que llegaron al siglo XVII e inclusive si se atreve pensarlo mucho antes de eso, el lugar de antaño le ha provocado alguna extraña sensación familiar. Una, que solo puede provenir de los recuerdos.

Por eso Edwin...y ella...

Mierda.

Pero... ¿tres veces?

— Es por eso... que yo... que él... ¿lo he amado y perdido?

—¿Te refieres a mi esposo? —Fenella pausa, la tristeza permeando su voz, su sonrisa amarga no logra ocultar el dolor. — Sí, cielo. La maldición siempre se asegura de cobrar su deuda antes de que puedan romperla.

Entonces eso es. Amor.

Un concepto que la ha perseguido la vida entera, y a pesar de eso jamás ha experimentado en un plano romántico.

Al menos no que ella pueda recordarlo. Como un sabor agridulce, el sentimiento de haber perdido algo jamás desaparecía.

Porque lo había hecho.

Al laird de ojos verdes, en una realidad que parece repetirse cuyo final es el fracaso.

Enamorada del esposo cuyo fantasma está arrodillado junto a ella.

¿Podría algo tratarse de algo comprensible, sencillo?

Por supuesto que no. Menos, si estamos hablando de una Besset.

El frío de la noche se cierne sobre ella. Como una manta, la envuelve pesada, como la carga de aquello que se supone deben alcanzar pero jamás han logrado.

Rae masculla alguna palabra subida de tono. Antes de darse cuenta, está llorando.

—Yo...lo...la...mento... —murmura la pelirroja entre sollozos.

— ¿Lamentarlo? —dice la aparición tras una risa. — Pero, cielo... ¡Lamentar, debería lamentarlo yo, que ya no estoy viva! —un escalofrío recorre la columna de Rae, cuando la mirada de la ojigris oscurece. — No me habría molestado en conseguirles tantas oportunidades si pensara que no son capaces de romperla.

—Pero...

—Lo que deben hacer ahora —interrumpe Fenella— ... es hallar el origen de la maldición antes de que ella los alcance. No será fácil, y con Kathy en el medio, mucho menos.

La mención de su antepasada y más en un apelativo le revuelve a Rae la panza. Pero la ojigris no parece mayormente afligida al respecto.

—¿Qué te hizo? —pregunta Rae, con voz quebrada.

Fenella suelta otra carcajada llena de amargura.

— ¡Ay, cielo, que tu apuro no te llevará a ningún lado! ¡Todo a su debido tiempo! Lo único que ahora te importa, es que debes tener cuidado. Está más cerca de lo que parece.

—¿Sabes quién....es? ¿No es cierto, Fenella? —cuestiona ahora Rae en un tono elevado; la fantasma asiente — ¿Por qué no me lo dices, entonces?

— ¿Y acaso yo no puedo tener mi parte de diversión en este retorcido juego? Katherine no es la única con el derecho —responde Fenella con un destello frío en su tono—. Después de todo el enredo, terminé muerta. Debería poder al menos elegir cómo juego esta parte.

—Dos veces antes de esta, Fenella —dice Rae, con seriedad — Es la cantidad de veces que Katherine ha ganado antes... ¿dejarás que lo haga una tercera?

Fenella niega con la cabeza, aparentemente divertida ante sus palabras.

—La última vez dijiste algo parecido, cuando te diste cuenta de que ya habían fallado... y te dije que solo había una más. Querías que soltara todo, gritaste, vos, la siempre sensata Rae, que no te hiciera pasar por esto de nuevo. Pero, lo que nunca has entendido, cielo, es que las cosas ocurren en el orden en el que tienen que ocurrir. No puedo entorpecer al destino, solo cuidar mejor mis pasos.

— ¿De qué lado estás realmente, Fenella?— pregunta Rae, sintiendo miedo por primera vez desde que abrió los ojos.

—Del lado de Edwin, claro, siempre. Y aquel que traiga a nuestra hija de vuelta a sus brazos.

—¿Sabes dónde está?

Fenella niega con la cabeza. Su brillo tenue parece oscurecerse unos segundos ante el desconocimiento del paradero de su hija.

— Solo sé que eres mi mejor opción para encontrarla, y no puedes darte el lujo de fallar otra vez.

—¿Entonces... qué debo hacer?

Por un instante el tiempo parece detenerse. Los ojos de Fenella recorren el cuerpo de Rae con alguna carga tensa, antes de centrarse nuevamente en sus ojos. Le dedica una media sonrisa que a Rae le parece trémula, como si hubiese estado esperando que hiciese esa pregunta.

Entiende entonces que es porque la ha hecho antes. La ojiazul siente una punzada en su pecho, porque presiente que no va a gustarle la respuesta.

—No lo ames. No ahora, Rae. No aún.

Las palabras se adentran en su cabeza, como un eco constante e inagotable.

Cualquier cosa menos esa. Menos la único que está por fuera de su control.

Un fuego ardiente crece dentro de su pecho, al recordar el brillo en su mirada cuando su atención recae sobre él, el temblor en su cuerpo cuando con sus dedos la acaricia, lo suave y fino del desliz en sus labios cuando la llama por aquel apelativo.

Si no ha caído en sus brazos, y pedido que jamás vuelva a soltarla es porque ninguno de los dos lo ha permitido.

Pero es una fuerza que la penetra, que la incita, que la llama de forma constante en un canto desesperado.

Una que sabe que no va a poder ignorar por mucho más tiempo.

—Yo... —Rae traga, los sentimientos pesando sobre ella

Fenella suspira, Rae se le eriza el pelo de la piel.

Ella está hablando de amar al esposo de esta mujer. Tal vez ha sido insensato soltarlo con tanta ligereza.

—Inevitablemente lo harás, cielo, lo sé. Igual que él a ti. Solo te pido que aguantes un poco más, porque si no, la maldición cobrará su deuda y él... continuará sufriendo, y todo habrá sido en vano.

Y Rae supone que si hay algún punto entre común entre lo que buscan, es exactamente ese.

— Quiero ayudarlo, ayudarte... pero todos tienen que empezar a darme más que acertijos de mierda que solo complican más todo.

—¡Ay, Rae, tu impaciencia es tan moderna! —Fenella sonríe brevemente antes de volverse seria—. Pero está bien, si tanto insistes... te daré en qué pensar: todo comenzó con mi muerte, el resultado de una venganza nacida de un corazón roto.

¿Venganza...qué...?

—Encuentra el corazón roto, Rae. Encuentra el alma adolorida que quiso vengar mi muerte.

Nerys se queja en sueños, cerca de ellas. En lo alto, una luz tenue, que ya no proviene de Fenella, comienza a asomarme.

El amanecer.

—Debo irme, cielo —dice Fenella con voz calma, con la vista puesta en el cielo —. Mi tiempo es limitado en este plano.

Una nube de niebla parece formarse a su alrededor, mientras la fantasma vuelve a sonreírle.

— ¡Ah, y Rae! —exclama, como si recordarse algo — Casi lo olvido... ¡Los girasoles! Es un buen lugar para comenzar a buscar.

Pero Rae no es capaz de decir algo más, cuando en segundos la figura fantasmal se desvanece frente a ella.

—¿Rae? — el tono de Nerys es confuso mientras coloca una mano en su cabeza. Sus ojos se encuentran, y es cuando sabe que las cosas se han complicado.

—Niall, cariño... ¿estás bien? —pregunta Nerys, quien arrodillada a su lado, lo ayuda a incorporarse.

—Si... aunque me duele un poco la cabeza —responde el aludido con los ojos entrecerrados; con el brazo herido recogido sobre su pecho y con el otro, colocándose una mano sobre la misma — ¿Qué pasó?

—El derrumbe —dice Rae de golpe, quien a unos pasos comprueba el estado de los caballos. Hendel y Penker lucen cansados, pero afortunadamente sin heridas de relevancia visibles. En un leve relincho, ambos se levantan —. Estábamos... bajando la colina ¿recuerdan? luego escuchamos el sonido de agua acumulada y...

— Nos arrastró —confirma Nerys, con el entrecejo fruncido —. Oh, Kendrick....— agrega, pensando en el escocés de antaño que ya no se encuentra en ellas.

— Espero que esté bien —comenta Niall, con voz baja. Nerys lo atrae hacia ella, abrazándolo.

—De seguro que sí — afirma ella en un tono lleno de convicción, tal vez intentando convencerse de eso también — . Kendrick es un guerrero fuerte y valiente, habrá encontrado alguna salida ¡Es más, hasta de seguro habrá ido al castillo en busca de ayuda!

Dichas palabras parecen relajar al pequeño entre sus brazos.

Y genera una puntada en el corazón de Rae, quien todavía siente las palabras de Fenella flotar en el ambiente, como si acabasen de ser pronunciadas.

Ahora llovizna. Sus alientos se ven reflejados como especie de nubes de vapor, mientras intentan recoger las pocas cosas salvables de lo que llevaban.

No están muy seguros de la hora tampoco. Pero por la altura de la luna y unos tenues diferenciaciones de colores en el cielo, saben que debe estar cerca el amanecer.

El cuerpo de las hermanas parece martillear ante el peso de los golpes producidos al haber sido arrastradas por el agua; probablemente les saldrían un par de moretones. Para su pesar, desde su llegada abrupta al siglo XVII, las heridas —en todas sus presentaciones— han sido una constante en su vida.

—Me parece que estamos.... — comienza a decir Niall, mirando a su alrededor — no sé con certeza por la oscuridad, pero esta parece la colina... que hay tras casa.

— Entonces debemos estar cerca — dice Rae con un tono cargado de alivio; acaricia el hocico de Penker, que se encuentra un poco nervioso.

— Podríamos... — la voz de Nerys es interrumpida por un sonido entre la oscuridad de los matorrales más adelante. Como aquel crujir de ramas rotas que causan las pisadas.

Entonces la tensión vuelve a su constante posición, alarmándolos. En un rápido movimiento, Nerys toma a Niall del brazo sano jalándolo a la cercanía de Rae y los caballos.

Los ruidos se sienten cada vez más cerca.

Nerys mira a su alrededor, buscando algo que les permita defenderse. En el suelo, a unos pasos de ellos, una piedra de considerable tamaño pero que es posible recoger con la mano reposa cerca de unas plantas. La pelirroja no lo cuestiona, y al tomarla la presiona con cierta fuerza contra su mano.

Y entre dientes agradece haber traído sus pantalones. Porque, aunque mojados, le permitirá huir con mayor velocidad de tener que hacerlo.

Entonces, una luz tenue proveniente de alguna lámpara de aceite hace presencia. El reflejo tras un árbol frondoso, dejando relucir una silueta humana: masculina y alta.

Y al acercarse se dan cuenta de que es un anciano, lo dice el cabello con destellos blancos y grises, así como la incipiente barba del mismo color. De tal vez unos setenta y algo de años, camina con pesadez, rengueando del pie derecho. Se detiene al percatarse de su presencia, y lo que parece ser una extraña sonrisa aparece ante él.

Levanta la lámpara cerca de sus ojos, es cuando las gemelas vislumbran tras unas agotadoras ojeras un par de ojos verdosos mezclados con la miel. Hermosos, se encargan de escudriñarlas.

—¿Quién es usted? —pregunta Nerys con determinación, aunque inclusive Rae es capaz de percibir el temblor en el fondo. No puede culparla, expuestas y lastimadas, no tienen mucho lugar en dónde esconderse.

—La misma pregunta podría hacerle yo a usted, señora —responde el hombre, con una calma que exaspera a la gemela temeraria —. Después de todo, están en mis tierras.

El hombre canoso acerca la lámpara en la dirección de los potenciales intrusos; los caballos relinchan, tal vez capaces de percibir lo pesado del ambiente. Rae contiene la respiración.

—¿Abuelo? —dice la voz sorprendida de Niall, quien se libera del agarre protector de las hermanas.

—¿Niall? —responde la voz gruesa del hombro.

—¡Abuelo! —repite el pequeño, quien corriendo los pasos que los separan, se lanza a sus brazos. — ¡Pensé que ya no volvería a verte!

El anciano rodea a Niall con sus brazos, sin soltar la lámpara, estrechándolo con fuerza.

—Y yo a ti, mi pequeño. Cuando Edgar me contó del accidente mientras casaban... y la sangre... pensé que te había perdido.

—Niall... —lo llama Rae — ¿Puedes decirnos qué está pasando?

—¡Rae, Nerys! —exclama el niño, emocionado — ¡Lo encontramos, acá, mi abuelo! ¡La casa debe estar cerca!

—¿Quiénes son, Niall? —cuestiona su abuelo, intentado escudriñar a las gemelas en la oscuridad.

—Ellas me ayudaron, abuelo —explica Niall — Nerys y Rae, convencieron al Rae de que les permitiera curarme.

—¿Eso hicieron? —pregunta el hombro, y el niño asiente repetidas veces. — Bueno, en tal caso, supongo debo agradecerles. Jonathan Besset, un placer conocerles.

Rae deja escapar un suspiro. Debe tratarse del padre de Katherine.

—Ner, probablemente quieras soltar la piedra —comenta, viendo como su hermana gemela aún examina a su recién llegado antepasado con el entrecejo fruncido —. Al menos que quieras jugar con el legado familiar — añade, en español, de manera de que sus testigos no pudiesen entenderla.

—Con Niall tenemos de sobra para que el legado perdure, pero este pibe no me pinta nada bueno, Ra.

— Ner, por favor.

—Bien —concede la última, dejando caer la piedra con la que pretendía defenderlos de vuelta al suelo húmedo.

Y además del hecho de la existencia de la luz eléctrica —y tal vez la elección de muebles—, para las gemelas Besset entrar a la casa de su infancia en un siglo diferente, no presenta el gran choque que pensaban.

La chimenea, junto a la cual se sentarán siglos en el futuro y su abuela les hablará por primera vez de la maldición se encuentra encendida. El calor las llena de forma embriagadora, un alivio para sus ropas mojadas. Alrededor de esta una larga mesa de madera con sillas se encuentran, sobre una alfombra de apariencia terciopelo con el estandarte del clan: el girasol.

''Girasoles'' . ''En un buen lugar para iniciar a buscar''.

Eso le había dicho a Fenella; Rae lo recuerda bien. Sin embargo, las mismas no se verán sino hasta dentro de un par de meses en la primavera.

¿Podrían darse lujo de esperar tanto para comenzar la búsqueda con quién sea haya creado la maldición?

Rae escucha a sus espaldas a Nerys intercambiar un par de palabras con Jonathan, y a un Niall que, emocionado, sube con premura las escaleras.

Luego el sonido de gritos infantiles. Todos cargados de emoción.

Un par de minutos más tardes el niño de melena pelirroja y ojos azules aparece en el umbral de la escalera con una niña en brazos, que entre lágrimas, parece no poder dejar de besar su mejilla.

Su cabello es largo, y al igual que el de las gemelas y su hermano, es pelirrojo. La diferencia, son sus ojos, que en vez de ser un azul intenso, se asemejan a los de su abuelo, en una mezcla entre el verde y la miel. No debe tener más de cinco años.

Entonces Rae lo nota, parado detrás de su hermano mayor, como si buscase protegerse con sus sombras, un niño de tal vez la misma edad de la otra, de ojos del mismo color y la característica melena rojiza, sonríe tímido.

No solo son los hermanos menores de Niall, también, por apariencia, se entiende que son mellizos.

—¡Rae, Nerys! —dice Niall con entusiasmo, bajando las escaleras junto a sus hermanos —. Ellos son mis hermanos, Elsie y Edgar Besset.

Rae siente una punzada en su corazón, reconocimiento del dolor que sabe que su hermana percibe. Sabe que tienen el mismo pensamiento en la cabeza, más después de haber tenido la oportunidad de conocer a Niall en los últimos días. Este extraño juego que Katherine parece tan entusiasma en continuar, dejó a tres niños huérfanos. Niños, especialmente refiriéndose a los más chicos, que no deben tener ningún recuerdo de su madre.

¿Por qué? La preguntas se acumulan en su cerebro, mientras se acerca a saludarles. Los niños, temerosos al principio, se encuentran algo reacios. Pero luego ven esa sonrisa, aquella que para Niall es la mezcla de la miel con la leche, tan dulce que las hace sentir como en casa y parecen relajarse.

—Un placer, Elsie —dice Rae, cariñosa a la niña entre los brazos del mayor — Mi nombre es Rae.

— Y el mío, Nerys —añade su hermana, agachándose frente a Edgar, que las mira con curiosidad.

— Tienen la misma cara — suelta de repente, la voz infantil de Edgar; Nerys suelta una carcajada, asintiendo.

— Es porque somos gemelas, cariño —aclara, la pelirroja — ¿sabes lo que es eso?

El niño se limita a observarla durante algunos segundos, como si intentara encontrar la respuesta correcta a la pregunta. Finalmente, asiente.

—¿Algo así como... Elsie y conmigo, verdad? —pregunta —. Nacimos al mismo tiempo.

Rae asiente, mientras que extrañamente la pequeña que no ha pronunciado palabra alguna, se lanza de los brazos de su hermano a los suyos; haciendo que Niall arquee una ceja.

—Es extraño —comenta, mientras observa como Rae acaricia la cabellera de la pequeña, abrazándola como si fuese suya —. No suele ser tan receptiva con extraños.

— Por eso no dices mucho... ¿no, mi vida? —le pregunta a Rae a la niña en sus brazos, pero la misma se limita a asentir.

—No habla —dice una voz entre rasposa y temblorosa a sus espaldas. Se voltea para encontrarse con los ojos de Jonathan Besset observar la escena con una mezcla entre la fascinación y el miedo —. Dejo de hacerlo cuando su madre desapareció —explica.

Y Rae se siente perder el aliento. Voltea para encontrarse con los ojos de Nerys, que también están cargados de tristeza. El peso de la maldición, que ya por si consideran una especie de quilombo abrasador, no deja de desentrañar capas de dolor entre sus cimientos.

Como si quien la creó hubiese sabido desde el principio exactamente lo que hacía.

Una venganza. Así se había referido el fantasma de Fenella al origen de la misma. Quien sea que lo haya creado sentía no solo un profundo resentimiento hacia Katherine, sino hacia todo lo que la rodeaba.

Incluyendo a sus hijos. Inconscientemente, Rae estrecha a la pequeña contra su pecho, aflorando un instinto maternal que hasta el momento no sabía que tenía. Deseando un imposible: que estos niños sean suyos, porque ella los hubiese querido y cuidado como se lo merecían.

Y cada vez que fallan en romper la maldición, ellos estaban destinados a sufrir de nuevo.

Mierda.

Fenella le había pedido que no lo amara a Edwin, no todavía. ¿Podría ser que entre sus acertijos, intentaba no solo salvar a su marido e hija, sino a estos niños que de no tener a su abuelo, se ven solos en el mundo?

— ¿Alguien tiene hambre? —pregunta Nerys, en voz alta, cortando de forma momentánea la tensión del ambiente. Una extraña risa atraviesa los labios de Jonathan, como si entendiera que está tratando de hacer. Los tres niños asienten, al igual que Rae —. Pues, perfecto. Señor Jonathan, si me dirige en el cómo funciona todo, me encargaré de prepararlo.

El anciano asiente, guiándola hasta la cocina.

Ha pasado todo el día, cuando las gemelas sienten que finalmente pueden relajarse. Los niños están acostados, y la suave luz de la luna se filtra como una invitada esperada por las rendijas de las ventanas. Sentadas en un par de sillas en la larga mesa de madera, ambas hermanas comparten miradas.

Rae —aprovechando que Jonathan había salido al pequeño establo a comprobar el estado de los caballos y darles algo de alimento — le comentó a su hermana lo sucedido con la aparición fantasmal de Fenella.

Pero Nerys no dice nada. Al contrario, con un par de respiraciones pesadas, parecía estar llevando su mente a toda velocidad.

—Debí habértelo contado —suelta finalmente, en castellano —. Pensé que te protegía al no hacerlo, pero fui idiota. Lo sé.

—¿De qué hablas Ner?

—De la semana que estuviste inconsciente por la lesión en tu cabeza, Ra — masculla su hermana, con voz rota —. De.. cuando te pedí que mantuvieras alejada del laird, de... Edwin, no fui completamente honesta con mis motivos.

—No te sigo, Nerys —comenta, con frustración —¿Qué mierda está pasando?

— Tenías pesadillas, te lo he comentado —comenta su hermana, con voz ausente. — Cuando caía la noche daba gritos hasta bien entrada la madrugada, nadie podía calmarte. Nadie excepto la cuarta noche, cuando lo hizo él..

—¿Qué...?

—Estaba en los jardines —explica Nerys —... junto con Ailis, cuando te escuché gritar. Sentía tu dolor, como siempre lo he sentido —carraspea un poco, sus dedos juegan nerviosos sobre la mesa con algún pedazo de madera astillada —. Pero entonces justo antes de llegar... cesó, Ra. Y es porque él estaba ahí, con vos en brazos, susurrándote cosas. Y vos... —la voz de Nerys se corta. — Vos estabas en paz, Ra. Ya no gritabas, no sentías dolor. Fue como si... Edwin era lo que necesitabas para calmar tus tormentos.

El corazón de Rae parece detenerse. El sonido de la madera crepitar con el fuego se le mezcla el pitido estridente en sus oídos.

—¿Por qué no... me lo dijiste?

—Porque tenía miedo, joder —exclama su gemela, cansada — Tengo miedo. Porque desde la primera vez que se vieron, reconozco en sus miradas lo mismo que reconocía en cuando veía Andrés: verdadero amor. Porque, la puta madre, Rae, si te enamoras del laird, vas a sufrir, porque la maldición, como bien Fenella dijo, va cobrar su endemoniada deuda. Y yo... no quería, no quiero... que tengas que sufrir lo que yo.

Los ojos de Rae están llenos de lágrimas. Sus manos, atraviesan la mesa, cayendo sobre los de su hermana, intentando tranquilizarla. Se miran trémulas, deseosas de poder cambiar un destino que no parece más que definitivo.

—Ner...

—Pero entiendo ahora que no es algo que pueda controlar — corta Nerys, sin dejar de mirarla. Al igual que su hermana, se permita llorar — . Y tampoco quiero que lo hagas, mierda. Merecés amar Rae, y amar profundamente. Ojalá hubiese sido de alguien menos... digamos involucrado con nuestra situación, pero no es algo que... podamos manejar tampoco. Entiendo lo que dice Fenella, por lo que si debes tener precaución. Pero si este destino cruel puede traerte así sea un rayito de felicidad, como aquel que tuve con Andrés... ¿quién soy yo para negártelo?

Pum pum

Pum pum

Pum pum

¿Ese martilleo apretado...es su corazón?

Rae siente que puede desmayarse. La llama abrasadora de aquellos descubrimientos la consume con fuerza, por lo que lleva una de sus manos a su pecho.

Intenta encontrar su voz, que parece haberse perdido entre la desesperación de sus contradicciones.

—¿Dices entonces que debo... amarlo?

Nerys niega con la cabeza, esbozando una sonrisa triste.

—Digo que ya lo haces, Rae. Y por lo que ahora sabemos, no es la primera vez.

— Que quilombo de mierda —comenta Rae, con los ojos llenos de angustia.

—Y lo llevo diciendo desde el inicio —responde Nerys, en el mismo tono —. Por eso tenemos que llegar al meollo de la situación antes de que la maldición vuelva a alcanzarnos. Y lo haremos, Rae, lo juro. Es el tercer y último intento, porque esta vez lo haremos bien.





NA: ¡HOLAAA! No tienen idea de la cantidad de días que tengo intentando terminar este capítulo jeje y todavía no estoy muy satisfecha, pero necesito avanzar con la trama.

¿Ustedes qué piensan? Ahora sabemos que la maldición la creó la venganza de un corazón roto.

¿De quién será?

Muchas gracias por leer :)

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