Capítulo #12: ''Promesas rotas y antiguas amistades''
Esto pasó muchos años atrás, probablemente un poco más de dos décadas. En el interior del castillo del clan Clirthorm, el sol caía acariciando con suavidad las paredes de piedra. Todos, en sus respectivas labores, se preparaban para la hora de la cena. Bueno, casi todos.
Tres niños corrían por los largos pasillos oscuros. Estaban siendo perseguidos por su institutriz, quien, cansada, ya no daba abasto tras ir constantemente tras las criaturas insolentes.
Mientras chocaban con los sirvientes, que intentaban detenerlos entre gritos (también de forma infructuosa), los niños dejaban un desastre a su paso: jarras de vino derramadas, telas caídas y un par de personas en el suelo.
Finalmente, en algún punto de los jardines, cuando ya sus piernas no les permitían mantener el ritmo, se detuvieron, dejándose caer de forma estrepitosa al suelo húmedo.
Sus respiraciones aceleradas hacían eco con sus risas. Entre bromas, celebraban haber podido burlar a la mujer de avanzada edad nuevamente.
— Una brillante idea, como siempre, Kat —dijo la niña, con los cabellos negros y los ojos grises, mientras pasaba un brazo por el hombro de su amiga.
La aludida, una niña de ocho años, con cabellera pelirroja y ojos azules, le dedicó una sonrisa de agradecimiento.
— Fue todo gracias a Edwin —comenta la pelirroja, señalando al joven ojiverde a su lado y mirándole rápidamente con un deje de diversión en la mirada—. Fue él quien logró colocar las arañas dentro del baúl de la señora Duncan.
El niño se deja caer hacia atrás sobre la tierra, mientras que con una mano hace una seña, restándole importancia al asunto.
—Entonces el rol de Fenella es igual de importante —dice, en voz baja—. Fue ella quien se encargó de distraer a señora Duncan para que yo tuviera tiempo de colocarlas.
Una sensación de regocijo llena los corazones de los tres amigos, cuya mayor afición era pasar el tiempo juntos. Y lo había sido siempre, puesto que habían crecido juntos, gracias a la amistad que sus padres compartían.
El padre de Katherine, Jonathan Besset, era hijo de una inglesa y de un escocés de Tierras Altas, además de haber sido la mano derecha del laird, Artorm Clirthorm. En su infancia, Jonathan había salvado la vida del laird, un agradecimiento que este último mantuvo hasta su muerte.
Por otro lado, la joven Fenella, había sido la hija de la dama de compañía favorita de la esposa del laird, Iliana Mclain. Con una relación tan estrecha, parecían hermanas más que cualquier otra cosa. Y algo que siempre caracterizó a la familia jefa de clan, es casi nunca hacían distinciones entre clases o personalidades. Eran personas de muy buen corazón.
Edwin, hijo menor del difunto laird y su esposa, estaba siendo preparado para asumir el mando. Este cargo lo ocupa provisionalmente su tío paterno hasta que él alcance la edad madura.
Entre lecciones y lecciones, la vida del joven de once años podía considerarse tediosa e inclusive aburrida, de no haber sido por la presencia de sus amigas.
— Podríamos decir entonces, que somos un buen equipo ¿No es cierto? — concluye Fenella, en un rápido gaélico.
— El mejor. — concede Katherine.
— Prometan que seremos amigos siempre —pidió la de ojos grises, con temblor en su voz —. No soportaría perderlos.
— Claro, vida. — aseguró Edwin, con el apelativo cariñoso que tiene para una de sus mejores amigas. — Nada y nadie podría cambiarlo jamás.
Una pizca de celos se instaló en el corazón de Katherine, quien, en su inocencia, deseaba compartir la misma complicidad que observaba entre Fenella y Edwin. Siendo ella un par de años más joven, muchas veces se sintió relegada de varias aventuras al crecer, principalmente porque su padre, en su afán de protegerla, no se las permitía. En cambio, Fenella y Edwin solían pasar muchísimo tiempo juntos, ya que, a diferencia de Katherine, que vivía en una casona en el pueblo con su familia, Fenella también vivía en el castillo junto al futuro laird.
— Amigos, por siempre. — prometió Kate, con una voz cargada de sentimiento.
Pero eran celos sanos.
Al menos en un inicio.
Todo cambió cuando ciertos sentimientos, se desarrollaron en algo más. Y quiénes eran amigas, se convirtieron en un obstáculo la una para la otra.
Uno, del que lamentablemente, tenían que deshacerse.
11 de enero de 1615. Clirthorm, Tierras Altas, Escocia.
Solo hay una cosa que Rae tiene clara.
Y es que no tiene ni puta idea de nada.
Bueno, si de algo.
Están en el año 1615 y tienen que romper una maldición.
De resto, todo lo demás parece ser un menjunje de esos para los resfriados que les hacía su madre a Nerys y a ella de chicas: un completo desastre con olor a caca.
O en este contexto, olor a estiércol.
El inicio del plan es claro: entablar relaciones en el pueblo y ver qué pueden averiguar. Cosa, que considera ha iniciado con buen pie con la interacción durante el desayuno con la joven Freya. Sin embargo, hay algo extraño en el ambiente que le genera una cierta incomodidad.
Todavía no sabe qué exactamente, pero fue una sensación que la acompañó durante el desayuno. Puede que tenga que ver con lo extraño e ilógico de toda la situación, pero ya Rae no descarta las emociones que experimenta de buenas a primeras.
Es ya media mañana y camina con paso presuroso tras su hermana quien no ha parado de conversar con la joven desde que se conocieron, parecen amigas de toda la vida, que se han reencontrado por primera vez después de muchísimo tiempo.
Cosa rara en Nerys quien en un primer momento tiende a ser desconfiada con la gente, especialmente después de la muerte de Andrés. Pero la pelirroja confía en su hermana. Sabe que todo debe formar parte del plan para intentar encontrar más información sobre la maldición. También se pregunta qué tan familiarizado está el pueblo con la misma.
Si es que si quiera saben de su existencia.
Tropieza con una mujer de mediana edad que parece llevar dos cestas pesadas con telas. Disculpándose, la ayuda a recoger como puede los retazos, quedándose algo rezagada.
Nerys, todavía muy sumergida en la conversación, no se ha dado cuenta de que su hermana no la sigue.
Es entonces cuando siente una mano sobre su hombro, deteniendo su paso con brusquedad. Una sensación desagradable parecida a un escalofrío le recorre el cuerpo, erizándole los pelos de la piel.
—Buen día, señora. — dice una voz gruesa a su espalda, en un rápido gaélico.
Una que a pesar de haberla escuchado solamente en un par de ocasiones, reconoce al instante.
Se voltea, intentando disimular al apartar la mano la grasosa y de uñas largas de su hombro.
Una sonrisa amarillenta la recibe.
Errol.
—Buen día, señor. — responde la aludida, maldiciendo internamente el leve temblor perceptible en su voz. La mujer con quien había tropezado, pasando entre ellos, desaparece caminando rápidamente por los pasillos. Mira a su alrededor, pero tanto Nerys como Freya han desaparecido del panorama.
Mierda.
El hombre de tal vez unos cuarenta años no deja de sonreír. Recorriéndola con la mirada, parece querer comerla, generándole una sensación parecida a un estrago semanal. Ni siquiera Alfred Miller con sus miradas lascivas, habían logrado hacerla sentir de esta manera.
Con muchísimo miedo.
La mirada del hombre se detiene en su cabeza, donde la herida antes punzante ya ha curado, dejando una cicatriz visible en un costado de su frente. Entonces sabe que Errol no tiene que preguntar, sabe que se trata de Rae.
¿Por qué no dice nada más?
La joven pelirroja respira hondo. Deja que el aire llene sus pulmones para después soltarlo, un par de veces, hasta que siente que su corazón que martillea con fuerza contra su pecho empieza a retomar un latido normal.
Tiene que controlarse. No puede demostrar que tiene miedo, por más que lo sienta.
Menos a personas como el hombre frente a ella; que parecen querer alimentarse de ello.
Lo entiende. Sabe que si va cumplir con la misión que injustamente se le ha impuesto, hay varias cosas en ella que tienen que cambiar en orden de poder sufrir y encontrar las respuestas que tanto ansían.
Tal como lo hace Nerys.
Entonces su mirada se endurece y el temblor en su cuerpo, aunque todavía presente, puede ser disimulado.
—¿Puedo ayudarle con algo? —añade, con un tono de relativa calma.
El hombre, que parece haber salido de una película de terror antigua, finalmente deja de sonreír. Con su mirada fija en sus ojos azules, parece meditar durante algunos segundos sobre lo que serán sus siguientes palabras.
Lo cual aumenta la desconfianza de la joven. Después de todo se trata del mismo hombre que había cacheteado a su hermana frente a la multitud y había pretendido hacer lo mismo con ella de Edwin no haber intervenido. Además de sus comentarios en lo que se traslucía con bastante claridad que no tenía ningún interés sano en ellas.
Que todavía no los tiene.
— El señor ha solicitado su presencia. —responde con voz gruesa y ronca —. Debe venir conmigo.
Al corazón de Rae se le escapa un latido.
—¿El señor? —pregunta en un hilo de voz, por lo que carraspea. — ¿Con qué motivo?
El hombre de barba blanquecina suelta una carcajada de sonora, cuyo eco parece hacer estragos en el largo pasillo.
— Eso no es de tu incumbencia, mujer. — comenta, en tono tosco. — Se acatan las órdenes del laird, y punto. Sin discusión.
—Tendría que... — Rae duda. — decirle a mi hermana... recién fue al pueblo, y...
— Calla, mujer, calla. Que me exasperas. — masculla el hombre de ojos oscuros, pasando una mano por su cabeza. Es cuando Rae lo nota, en el cinto, colgado bajo su traje, una daga afilada de unos veinte centímetros se asoma. — El laird ha pedido verla a usted, no a su hermana.
Edwin, ver...a .. Edwin.
Rae había hecho una promesa. Le había dicho a Nerys que intentaría mantenerse lo más alejada posible del laird mientras intentaba comprender ciertas situaciones; y ella no le gusta romper una promesa.
Mucho menos una hecha a su hermana gemela.
¿Pero cómo escapar de esta situación que parece querer superarla con creces?
Suelta un suspiro largo cargada de una pesadez que parece no querer abandonarla desde que toda esta situación comenzó.
Se debate entre la lealtad y la curiosidad. Porque, también mentiría si dijera que la idea de verlo no la atrae con fiereza, como una sensación creciente en su pecho de la que ya sabe, no puede deshacerse.
Además de que Nerys no está alrededor como para poder ayudarla a zafar de la situación.
Antes de darse cuenta, se encuentra asintiendo.
—Entonces, llévame con él.
Los dientes amarillos vuelven a hacer presencia con otra sonrisa torcida.
Y Rae lo sabe, que irremediablemente ha cometido un error.
Solo espera que sea uno que valga la pena.
Finalmente, Nerys se da cuenta; pero ya han pasado como veinte minutos y están en la entrada del pueblo.
Deteniéndose de golpe, voltea hacia atrás para encontrar el espacio que creía ocupaba su hermana gemela, vacío. Una sensación amarga le cubre la boca, mientras que, en un intento por ubicarla, escudriña las últimas escaleras del castillo.
Rae no está en ninguna parte.
—¿Ha pasado algo? —pregunta Freya, con el ceño ligeramente fruncido, al ver la extrañeza de su compañera.
— Rae no está —murmura esta, todavía observando sus alrededores. — No me he dado cuenta de que cuando nos separamos; voy a volver a buscarla... no puede estar lejos.
Sin esperar respuesta de su acompañante, emprende su camino de vuelta hacia el castillo a paso apresurado, sus manos temblorosas. No entiende qué pudo haber pasado.
Pero entonces, un brazo en su hombro, la detiene con cierta brusquedad.
— Estoy segura de que debe estar bien, a lo mejor simplemente no quiso seguir caminando. Es su primer día fuera de su habitación en más de una semana, debe estar cansada.
— Me lo hubiese dicho. — responde Nerys, con seguridad. — No se habría ido sin avisarme.
—Veamos... — dice la ojiazul de época. — Hagamos esto, me acompañas a buscar lo que necesito, que son un par de cosas y volvemos juntas a buscar a vuestra hermana ¿te parece? —al ver la duda todavía en los ojos de la gemela, añade — ...en el castillo, Nerys. Si no está en la habitación, probablemente se quedó conversando con alguien. No te preocupes tanto.
—Está bien — cede, aún no muy convencida. La preocupación por su hermana aún latente; pero sintiendo que lo que Freya le dice, puede ser cierto. Además, sin darse cuenta caminaban muy rápido, probablemente intentó llamarla y ella, sumergida en la conversación que llevaba, no la había escuchado. — Vamos.
El mercado del pueblo es más grande de lo que Nerys había imaginado. Distribuidos en hileras, le recordaron mucho a las ferias de campo a la que sus padres solían llevarlas de chicas a las afueras de Buenos Aires.
Pasan los siguientes treinta minutos recorriendo algunos puestos. El ambiente gélido, característico del invierno lo compensaban los grandes ollones encendidos en los pequeños puestos del mercado. Sin embargo, el olor potente a estiércol, no parece ser algo a lo que vaya a acostumbrarse fácilmente.
Aunque el barullo constante a su alrededor con el movimiento de las carretas y niños corriendo, no parece disturbarla. Especialmente, porque, vivía en una gran ciudad.
Llevan en las manos dos cestas cargadas de frutas y verduras. Además de un poco de pescado fresco, que se servirá para la familia del laird esa misma noche en la cena.
—Probablemente nosotros comeremos algo del estofado de ayer —comenta Freya, cuando salen del último puesto.
Nerys asiente, aunque con su vista clavada en un punto que llama su atención. Al final de la hilera de puestos, un camino bastante familiar parece bifurcarse por encima de una pequeña colina. Y, al final de esta, se ve las sombras de una casona de dos pisos, una hilera de humo saliendo por la improvisada chimenea.
Una casa en dónde en el futuro en el que había nacido, viviría los primeros cinco años de su vida.
La casa de su abuela en 2023, también existe acá en 1615.
Su abuela... ¿cómo estaría? Habían desaparecido en la neblina sin dejar pistas. Con la sola palabra de una aparición fantasmal, ellas, la única familia que le quedaba.
¿Sabrá que están intentado resolverlo? ¿Buscar una manera de romper la maldición y volver a su tiempo?
— ¿Estás bien? —pregunta Freya a su lado, sacando a la joven pelirroja de su ensimismamiento.
— ¿Qué? —pregunta en un hilo de voz, carraspea un poco. — Si, si... esa casa, la de encima de la ladera ¿a quién pertenece?
Por alguna razón la mirada dulce de Freya parece ensombrecerse ante su pregunta.
— ¿Ah, esa? —dice, con cierto aire de desdén. — Es la casa de los Besset.
Y Nerys, por cuestiones de segundos cree dejar de respirar.
''Tienes que reponerte'' piensa mientras siente sus manos sobre las cestas sudar ''No puedes demostrar que esa información genera algo''
''Recuerda, Nerys, haz lo que haría Rae. Las preguntas correctas en el momento correcto''
—¿Los Besset? —pregunta, intentando no denotar tanta curiosidad. — No parece ser una familia de tu agrado, —al ver la expresión de sorpresa en los ojos de la joven, añade: — por tu reacción, digo.
—No son del agrado de nadie, en general. —comenta la aludida, en el mismo tono que antes había empleado.
—¿Hay alguna razón para ello?
Freya niega con la cabeza, llena de escepticismo.
— Es verdad lo que me comentabas, no estás enterada de muchas cosas del pueblo.
— Por eso pienso que eres la persona correcta para empezar a instruirme. — dice Nerys, con una sonrisa. Su vista fija en la otra ojiazul, intentado con todas sus fuerzas, que la joven comience a soltar aquella información que tanto necesita.
Entonces Freya mira a su alrededor, como verificando que la atención de nadie estuviese sobre ellas. Luego, acercándose un poco más a ella, susurra:
— No es un tema del que solemos hablar acá en el pueblo, especialmente porque en su mayoría lo tenemos prohibido. —suspira, antes de continuar — Los Besset no son del agrado del pueblo, porque son los responsables de la muerte de nuestra señora Fenella, la esposa del laird. Además, de la desaparición de su única hija.
NA: ¡Holaaa! No tienen idea de lo mucho que costó este capítulo. Realmente espero que quedara bien y les guste c:
¿Qué les va pareciendo la historia?
Muchas gracias por leer :)
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