✨💙Capítulo I 💙✨
El viento aullaba como un lobo herido, un lamento que se filtraba por las rendijas de las ventanas del castillo y hacía vibrar las frías piedras bajo mis pies. El implacable invierno calaba hasta los huesos, y las ventiscas borraban el horizonte. El sol, una pálida promesa, apenas lograba atravesar las nubes grises. La nieve espesa, hermosa y cruel, cubría el paisaje que veía a través de los barrotes de esta tortuosa prisión que llamaban mi hogar. Aquí, el invierno siempre se sentía eterno.
Contemplaba el paisaje desde el balcón, y cada día sentía que mi corazón se convertía en hielo, en la misma frialdad implacable que detestaba en mi padre. Cada copo de nieve era un recordatorio de que me estaba convirtiendo en lo que más odiaba: un prisionero de este castillo, destinado a una vida sin propósito. Cada amanecer era una pequeña derrota, una victoria para la oscuridad que amenazaba con consumirme.
¿Cómo escaparía de estas cadenas invisibles, de este sufrimiento silencioso? Dudaba que ese día llegara alguna vez.
-¿Sigues soñando con cuentos de hadas desde tu torre, hijo? -La voz de mi padre resonó detrás de mí, despertándome bruscamente de mis pensamientos. -¿O simplemente te lamentas de tu suerte?
-Intentaba disfrutar de la vista -respondí, volviéndome para encararlo-. ¿A qué debo el honor? ¿Has decidido, por fin, que merezco algo más que estas cadenas? ¿O solo has venido a recordarme lo decepcionante que soy?
-Eres una decepción, eso es cierto. Espero que tu hermano tenga más juicio. Pero hoy, te daré una oportunidad para redimirte... a medias. Los Balerius dan una fiesta. Buscan marido para su hija. Y, te guste o no, tú eres uno de los pretendientes invitados. -Hizo una pausa, sirviéndose una copa de vino-. No me hagas quedar mal, o lamentarás haber nacido.
-En ese caso, supongo que querrás quitarme estas cadenas -dije, alzando las manos para mostrar las marcas rojas que me dejaban las ataduras-. Sería una pena arruinar tu "oportunidad de redimirme" con algo tan vulgar como la falta de libertad.
Lo vi sopesar mis palabras, la furia contenida brillando en sus ojos. Sabía que odiaba que yo lo desafiara, que pensara por mí mismo.
Se acercó a mí con pasos decididos. No retrocedí, porque ya no temía su ira. Sus "castigos" solo eran cicatrices ahora marcas en la piel que no alcanzaban mi espíritu.
-Crees que eres inteligente, ¿verdad? -dijo, su voz un susurro venenoso-. Pero no eres más que un cobarde inútil. Un simple caballero me resulta más agradable que tú.
-Entonces mátame -le espeté-. Desterrarme. Haz lo que quieras. Nunca me he sentido orgulloso de ser tu hijo, de llevar tu sangre.
Sus ojos parpadearon por un instante, mostrando una vulnerabilidad que rara vez dejaba ver. Pero luego, la máscara de frialdad volvió a caer sobre su rostro. Tomándome por sorpresa, me agarró por el cuello de la camisa y me estrelló contra la pared.
-¡Vamos, golpéame! -lo desafié, sintiendo la furia hirviendo en mis venas-. Acaba con la causa de tu deshonra.
Se quedó allí, tenso, luchando contra su propia rabia. Luego, con un movimiento brusco, me soltó y se dirigió a la puerta. Antes de salir, lanzó algo a mis pies: la llave de mis cadenas.
-Nunca he odiado que seas mi hijo -dijo en voz baja, antes de cerrar la puerta tras él.
(...)
El odio hacia él seguía corroyéndome, una sombra que amenazaba con engullirme. Al romper las cadenas, la rabia estalló, convirtiendo mi habitación en un torbellino de destrucción.
Necesitaba calmarme, demostrarme que no era el monstruo que mi padre deseaba moldear.
Después de saciar el hambre voraz acumulada en días de encierro, me lavé el hedor de la prisión y me vestí para la maldita fiesta. Pero antes, debía ver a Daer.
La puerta de su habitación, un cielo nocturno de ébano y plata, simbolizaba la distancia que nos separaba.
Dos toques. Silencio. Dos más. Estaba a punto de rendirme cuando:
-Adelante -su voz, suave pero firme, me dio permiso para entrar.
Preparé una sonrisa, una máscara de mentiras piadosas sobre mi ausencia, pero la oscuridad que reinaba en su habitación me detuvo. La ausencia del aroma a canela de su incenso había desaparecido, eso es más inquietante que cualquier grito.
Daer estaba allí, en la penumbra, su figura apenas iluminada por la tenue luz de una vela.
-¿Daer? -pregunté, sintiendo cómo la inquietud se apoderaba de mí.
Se giró lentamente, sus ojos azules reflejando una mezcla de culpa y preocupación.
-Sé dónde estabas... y no hice nada -su voz tembló, cargada de arrepentimiento.
Las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos, y eso fue suficiente para desarmarme.
-Te protegeré -le prometí, aunque en el fondo sabía que este era solo el inicio de una batalla que no podríamos ganar solos.
Una leve sonrisa apareció en su rostro, pero no alcanzó a iluminar la tristeza que lo envolvía.
-No quiero que te metas en problemas por mí.
-No puedo quedarme de brazos cruzados -respondí con firmeza-. Vamos juntos a la fiesta. Te necesito a mi lado.
(...)
Tras asegurar a Daer, partimos hacia el castillo de los Balerius. Norgla se reveló en su esplendor gélido, un reino blanco donde el invierno reinaba supremo. El castillo, enclavado en el corazón de la tierra helada, era un espejismo de cristal y plata, una fortaleza imponente que prometía tanto belleza como peligro. Los guardias, con armaduras plateadas adornadas con copos de nieve, nos dieron la bienvenida a un camino de piedra negra, bordeado por rosas cristalizadas, con espinas afiladas como dagas. Desde la distancia, el castillo se alzaba como un grifo dormido, tallado en la nieve. Ahora, de cerca, se alzaba imponente, la entrada, la boca abierta de la bestia, una advertencia silenciosa de los secretos que aguardaban en su interior.
Debo admitir que, a pesar de ser un lugar oscuro y frío, este castillo tiene un encanto que no puedo negar. Es casi como si la magia palpitara bajo cada piedra.
Nos detenemos frente a la entrada. Dos guardias levantan sus lanzas en señal de alto, y obedecemos.
Mi padre desmonta con brusquedad, seguido por mi hermano y por mí. Nuestros hombres toman las riendas mientras nos acercamos a la puerta.
-Identifíquese, mi buen señor -dice uno de los guardias con cortesía.
-Soy el rey Garber de Dark. Estos son mis hijos, Tristán y Daer. Venimos a celebrar con mi buen amigo, el rey Axbert -responde mi padre, con una autoridad que roza el desprecio.
-Pueden pasar, pero solo con sus guardias reales y su mano -responde el caballero, manteniendo la compostura.
-Sí, sí, conozco las reglas. Ahora, quítate de mi camino -dice mi padre, empujando al guardia al pasar.
Entra sin siquiera voltear. Mi hermano lo sigue, y yo hago un asentimiento silencioso a los guardias antes de entrar. Aquí dentro, el ambiente es más cálido. La decoración es refinada, con el toque inconfundible de una mujer que ha puesto su corazón en cada detalle. El techo es blanco, adornado con un candelabro gigante en forma de copo de nieve negro. Las paredes, blancas con relieves azules, reflejan la luz suave. El suelo es de un negro pulido. Jarrones en tonos de negro, blanco y azul se alzan en cada rincón, exhibiendo las rosas de cristal que vimos en el camino. Debo admitir que la decoración es hermosa y acogedora. Mientras avanzo por el pasillo, la luz brillante me alivia; sin ella, me perdería fácilmente en este laberinto. La melodía que fluye desde el salón principal, alegre pero melancólica, me guía.
El salón es un hervidero de sonrisas falsas, damas de la corte que se miden con miradas envidiosas, y príncipes engreídos, listos para ser vendidos al mejor postor. Me asfixia la hipocresía, pero me obligo a mantener la compostura. Me acerco a una de las mesas dispuestas estratégicamente, cubierta con un mantel color crema y repleta de aperitivos y bebidas.
-¿Una copa, príncipe? -pregunta una joven sirvienta de cabello castaño.
-Sí, gracias -digo, tomando la copa que me ofrece.
Su sorpresa ante mi simple agradecimiento me dice mucho de cómo se comportan los demás aquí. Ignorando su reacción, observo el salón, buscando a mi hermano.
Aquí, las flores superan en número a las de la entrada. Rosas de cristal rosa trepan por las columnas y se enredan en el candelabro con forma de árbol invertido, sus pétalos brillando bajo la luz.
Un aroma dulce llena el aire, pero ni rastro de mi prometida. A juzgar por el rostro aburrido de los otros príncipes, su retraso es generalizado.
Finalmente, distingo a mi padre y a mi hermano cerca de los anfitriones del castillo, vestidos de blanco y negro.
A medida que me acerco, puedo detallar mejor al hombre frente a mi padre. Cabello negro como la noche, estatura media aunque más alto que su esposa, ojos de un color miel intenso y una barba incipiente que enmarca una mandíbula cuadrada.
La reina, a su lado, es una visión de cabello blanco como la nieve y ojos rosados como pétalos congelados. Su belleza es innegable, pero es la calidez silenciosa con la que observa a mi hermano lo que me llama la atención.
En este salón repleto de falsedad, ellos parecen los únicos auténticos. Decido que merecen mi cortesía. Me acerco con una sonrisa genuina, decidido a no dejar que mi incomodidad arruine su velada. Pongo una mano en el hombro de mi hermano.
-Permítanme felicitarlos, todo está maravilloso. Una velada encantadora.
-Muchas gracias, príncipe. Agradezco que alguien aprecie mi esfuerzo. Es un placer conocerlo. Soy la reina Isigha -responde con amabilidad.
-El placer es mío, mi buena reina. Soy el príncipe Tristán -me presento, besando su mano-. Es un honor conocerlo, rey Axbert.
-Ya eres todo un hombre. La última vez que te vi, eras solo un niño-dice el rey sonriendo con gentileza mientras estrecha mi mano.
-Es un halago, pero no puedo decir que lo recuerde -confesé, dando un sorbo a la copa de vino por primera vez.
El dulce y fuerte trago descendió por mi garganta como una delicia. Si quería resistir la noche, debía seguir bebiendo.
-Es una pena. Pensé que se acordaría de nuestra hija. Solían jugar mucho juntos cuando eran pequeños -comentó ella, su voz impregnada de nostalgia.
Me di otro trago.
-Lamento no recordar a vuestra hija -respondí con sinceridad.
-Querido, solo eran niños. Ni siquiera nuestra pequeña lo recuerda, estoy segura. No hay nada que lamentar, príncipe -dijo Isigha con una sonrisa comprensiva.
-Ha sido grato charlar, pero si me disculpáis, debo saludar a alguien más -dije, mientras ambos asintieron y me alejé, sintiendo el vino calentarme el pecho.
Me acerqué a dos príncipes con quienes había intercambiado palabras en otras celebraciones. Estaban frente a unas escaleras imponentes, tal vez doce escalones. Ambos eran altos y musculosos. Uno tenía cabello y ojos negros; creo que se llama Din. El otro era Rigner, con cabello castaño oscuro y ojos verdes, adornados con pecas en las mejillas.
-¿También esperas a la princesa? -preguntó Rigner, con una sonrisa burlona.
-No, vine a conocer a mis competidores -bromeé, intentando aligerar la atmósfera.
-No puedes competir conmigo. La princesa caerá a mis pies -advirtió el de cabello negro, desafiándome con la mirada.
-Yo estoy comprometido; solo acompaño a mi hermano, Tristán. ¿No es así? -me estrechó la mano con amabilidad.
-Sí, soy yo. Tú eres Rigner -asentí, tratando de recordar su nombre.
-¿Me escuchaste, Tristán? Dije que la princesa es mía -me provocó.
Lo ignoré al ver a la princesa en lo alto de la escalera. Su expresión de nerviosismo y desconcierto era evidente mientras escaneaba el salón. Me hizo gracia cómo tiraba de su caballero para que la ayudara a bajar las escaleras, haciendo gestos desesperados para evitar ser presentada. No pude evitar sonreír.
-¿Eres sordo o qué? -volvió a hablar Rigner, interrumpiendo mis pensamientos.
-Calla, eres molesto -respondí sin apartar la vista de ella.
-¿Cómo dices? -insistió él.
-Parece que el sordo eres tú -me reí mientras le pasaba la copa-. Sostén esto, ¿quieres? -dejándolo atrás mientras me dirigía hacia las escaleras.
Cuanto más me acercaba, más la detallaba: su piel tan blanca como porcelana, el vestido rosa cereza sin mangas que ceñía su pequeña cintura. El escote en forma de V invitaba a mirar sus delicados pechos. Su cabello largo y ondulado era negro brillante, como una noche sin luna, con mechones blancos como la nieve de afuera. Su hermoso rostro de muñeca mostraba mejillas ligeramente sonrojadas y labios finos en forma de corazón de un rosa pálido. Sus ojos eran diferentes, exóticos y únicos, con un tono entre rosado y púrpura; realmente preciosa.
Era tan hermosa que parecía irreal; toda belleza quedaba opacada por su presencia. No podía apartar mis ojos de ella.
Me detuve frente a ella mientras el príncipe Din se presentaba, tomándola completamente por sorpresa. Ella aún no parecía notar mi presencia mientras yo estaba completamente absorto en su simple existencia.
《Despierta del hechizo》
-Un placer, soy la princesa Alegna Balerius -se presentó con una voz más dulce y melódica que había escuchado en mi vida.
Me acerqué hasta quedar frente a ella, cuidando de no incomodarla; era tan pequeña en comparación conmigo. Con la mayor delicadeza tomé su mano en una suave caricia; su calidez se sintió reconfortante en la mía. Me incliné ligeramente hacia adelante y, al rozar mis labios en su mano, le dije:
-Un placer conocerla, princesa Alegna Balerius. Soy el príncipe Tristán de Dark -dejé un suave beso en el dorso de su mano, mirándola directo a los ojos y acariciando sus dedos con mi pulgar.
• La conexión entre Tristán y Alegna solo está comenzando.
• Este capítulo fue especial para mí, ya que exploré la magia del primer encuentro. ¿Qué les pareció?
•Pero la noche apenas comienza y los secretos aún están por revelarse... ¿Qué sorpresas nos deparará el destino?
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