2. Le Dérnier Cri
El inicio de la vida después de la muerte de Marcelina comenzó, irónicamente, después de que soltara le dèrnier cri de la noche —lo cual, a su vez, era ridículo considerando que era la misma situación que cuando emergió del vientre de su madre, un paralelismo con los acontecimientos de la primera vez que puso un pie en ese mundo–.
A pesar de ser el centro de atención, su alma se había separado de su cuerpo, por lo que no había nadie que pudiera escucharla. Acostumbrada a que la gente le prestara atención con tan solo entrar a la sala, lo que más extraño volvía el asunto no era verse a sí misma muerta como cualquier otro de los testigos, sino no poder hacer nada para mantener el orden en el lugar.
Sin su liderazgo, el desfile no tardó en volverse un caos.
Los paparazzis no dejaban de tomar fotografías de la situación —¿qué otra noticia merecía estar en la portada sino esa?— y de las reacciones de los invitados, quienes a su vez estaban ocupados en tres actividades en común que Marcelina no tardó en identificar: comunicando la noticia por teléfono a alguien de su confianza, tratando de tener una mejor vista de su cadáver al pie del caballo azul o transmitiendo en vivo la noticia a sus seguidores.
En el primer grupo se encontraba Maïte LeBeau —la fille Dutoit, o «la chica Dutoit», como fue nombrada por los parisinos, la embajadora de marca más lucrativa de Dutoit y una estrella de cine en ascenso, cuya fama se había extendido a cada rincón del planeta en los últimos años—, manteniendo la serenidad característica en su rostro en todo momento, a pesar de lo que le comunicaba a la persona al otro lado de la línea:
—Te lo digo, estoy segura de que está muerta. —Su voz temblaba justo como en su escena de llanto más famosa, aquella que le había otorgado el título de larmes d'ange, o «lágrimas de ángel» en español—. Por favor, chérie, ¡soy una actriz! Puedo distinguir entre una muerte falsa y una real y esta es más real que nada.
En el segundo grupo estaban Nadège Neri y Adrièn Boissieu, escritora y fotógrafo, en ese orden, de la revista de moda más famosa de toda Francia: Douceur. Con libreta y cámara en mano respectivamente, se movían con la agilidad característica de los cazadores de noticias más formidables mientras se acercaban a la pasarela.
—¿Crees que sea parte del espectáculo? —preguntó Adrièn, aferrándose a su cámara.
—¿Te parece que lo sea? —respondió sarcásticamente Nadège, con el mismo tono que solía darle vida a sus notas—. Esto es lo más anti-Marcelina Dutoit que he presenciado en toda mi existencia. El drama nunca ha sido lo suyo.
—Yo diría que es más kitsch que dramático, pero te lo concedo —respondió Marcelina a sabiendas de que no recibiría respuesta.
Finalmente, en el último grupo se encontraba Timotheé Vaugeois —fashion journalist independiente e influencer de moda con más de dos millones de seguidores en Instagram—, quien como todo buen influencer no había dudado en difundir, aunque confundido, los eventos que habían llevado hasta ese preciso instante.
—Fue una locura. Estaba esperando que emergiera del caballo azul porque fue lo que mis fuentes me dijeron que iba a hacer, pero no lo hizo y eso fue bastante extraño. —Su voz, a comparación de la de Nadège, se encontraba temblorosa, pero lo que a Marcelina le importó es que alguien filtró los detalles de su sorpresa—. No, no creo que sea parte del espectáculo. Su hija está llorando como una magdalena y...
Timotheé tenía razón en lo que decía. En medio de la pasarela, tratando de hacerle una reanimación cardiopulmonar, se encontraba Sanne, sentada de cuchillas a pesar del bulto de su panza de embarazada, con el maquillaje corrido y el corazón latiendo tan rápido como si hubiese corrido un maratón, a pesar de los intentos de Jacques, Valentine, Benoït y Anaïs de alejarla por su propio bien.
La policía y la ambulancia llegaron al mismo tiempo a la escena, evacuando a todos los invitados del lugar y corriendo con hostilidad a la prensa, cosa que Timotheé no tardó en comunicar a sus seguidores con la promesa de mantenerlos informados conforme más información saliera a la luz.
—Señora Dutoit —llamó el detective que acababa de llegar, dirigiéndose a Sanne. Tan pronto como Marcelina lo reconoció, se alegró de estar muerta—. Soy el detective D'Ambroise. Necesito que se aleje de la escena para que los paramédicos puedan revisar a su madre.
Sanne, por supuesto, estalló, pero es que las palabras nunca fueron el fuerte de Cesaire D'Ambroise, antigüa pareja de Marcelina, a quien no veía desde el nacimiento de Dutoit.
—¡¿Revisarla?! ¡No está respirando! —Su voz se quebró en un graznido—. Necesito que hagan algo más que solo revisarla.
—He muerto, mon coeur. No hay nada que se pueda hacer.
—Por favor, ma belle, es mejor que los dejemos hacer su trabajo —dijo Jacques. Cuando tomó a Sanne del brazo, esta no se resistió. Entre Jacques y Benoït le proporcionaron el apoyo que necesitaba para sus piernas temblorosas.
Mientras los paramédicos revisaban sus signos vitales, Cesaire asignó a uno para que revisara los de Sanne para asegurarse que ella y la bebé se encontraran bien, mientras que Benoït le daba instrucciones para mantener la calma.
Apenas Sanne se estabilizó emocionalmente, Cesaire empezó a interrogar a los presentes:
—¿Cómo es que sucedió todo?
Como directora de marketing y contribuyente a la creación del caballo azul, Valentine le explicó lo que sucedió a gran detalle.
—¿Creen que el caballo pudiera haber limitado el flujo de oxígeno?
—Por supuesto que no —respondió Anaïs esta vez—, lo diseñamos considerando que estuviera lo más cómoda posible dentro de él.
—Hicieron pruebas previas al día de hoy.
—Es correcto.
—¿La señora Dutoit tenía enfermedades crónicas?
—No. Mi suegra era una mujer muy sana —respondió Jacques, pero los ojos verdes de Cesaire se enfocaron en los ojos del mismo color de Sanne.
—Lo que dice mi esposo es verdad —reafirmó—. Lleva una dieta planificada por un nutriólogo, se hace chequeos mensuales y tiene una vida activa. Sólo... Sólo se enfermó hace poco del estómago, pero nada grave.
—¿Podría entrar en detalles?
—Una infección estomacal seguida de salmonelosis, pero estaba tomando medicamentos y... —Llevó una mano a su boca tratando de amortiguar el sollozo que escapó de ella—. Es mi culpa. Yo... por mi culpa está así.
—¿Por qué es su culpa?
—Yo... Debí estar más al pendiente de sus medicamentos. Revisar que se los tomara y no sólo que me dijera que sí lo había hecho. —«No es tu culpa», pensó Marcelina. Una muerte así jamás es culpa de alguien—. No debía dejarla entrar al caballo. Debí regresarla al hospital para que la doctora en cuanto me percaté de su dolor y no administrarle la penicilina.
Un brillo de curiosidad resplandeció en los ojos de Cesaire, un brillo que Marcelina reconocía.
—¿La penicilina fue por órden médica? —Sanne asintió—. ¿Cuándo fue la última vez que se lo administró?
—Justo... justo antes de...
Sus lágrimas respondieron por ella.
—¿Me permite el envase?
—Lo tiré a la basura —replicó Jacques cuando todos enfocaron su vista en él.
—Yo lo traigo —dijo Benoït antes de desaparecer tras bambalinas.
Cualquier otra pregunta que tuviera Cesaire tuvo que aguardar. Uno de los paramédicos se acercó a ellos, llamando la atención del detective.
—¿Y bien? ¿Cuál es el veredicto?
El paramédico negó con la cabeza.
—Lo lamento. No hubo nada que pudiéramos hacer.
Y aunque nadie la podía escuchar, Marcelina terminó la frase por él:
—Está muerta.
La noticia no tardó en alcanzar cada rincón de Francia.
Si bien Timotheé Vaugeois fue el primero en dar la noticia, la revista de moda Douceur tenía las fotografías del evento circulando en papel y en línea. Además de esto, Maïte LeBeau publicó en su Instagram una fotografía posando con Marcelina cuando recién fue nombrada embajadora de marca de Dutoit, acompañada de una captura que leía: «La verdadera le fille Dutoit. Gracias por todo, Marcelina».
Lo que más llamaba la atención del público no eran las circunstancias de su muerte o las personas que tuvieron el privilegio de presenciar dicha noticia en carne propia, sino que los detalles de su repentino deceso aun no habían sido revelados.
Ni siquiera la misma Marcelina sabía a detalle lo que había acabado con su vida, por lo que cuando subieron su cuerpo a la ambulancia en compañía Jacques —puesto que Sanne seguía igual de desecha que antes—, Marcelina se subió al automóvil de Cesaire que los llevaría hasta el hospital donde le practicarían la autopsia.
—¿Una autopsia? —Había preguntado Benoït antes, tan pronto como había regresado con el envase y la aguja de la penicilina—. ¿Cree que Marcelina fue asesinada?
Los presentes ahogaron un grito.
—La autopsia sólo determinará la causa exacta de su deceso, pero no voy a mentirles: es una probabilidad que no podemos descartar, sobre todo considerando que no sufría de una enfermedad crónica.
Cesaire había entregado la evidencia a otro de los oficiales que lo acompañaba, quien se encargaría de llevarlo al laboratorio para que analizaran su contenido.
Pese a todo, Marcelina estaba segura de una cosa: lo que sea que la mató, provino de ella. Era imposible que alguien la asesinara y mucho menos que la única evidencia fuera el medicamento con el que su hija la había inyectado.
—Nunca fuiste el más listo o el más observador —confesó Marcelina a Cesaire cuando iban a mitad de camino—, de lo contrario, ya hubieras reparado en que Sanne heredó tus ojos.
Hablar sin recibir una respuesta a cambio era extraño, pero no desalentador.
—También sabrías que es imposible que ese frasco pruebe algo.
Los tres días siguientes estuvieron repletos de llamadas de paparazzis, modelos, clientes y otros relacionados para darle sus condolencias a Sanne y hostigarla para que hablara sobre lo sucedido, cosa que orilló a Jacques a desconectar los teléfonos y cambiar de número.
Las cosas no eran muy diferentes en las oficinas de Dutoit: había gente en la recepción esperando hablar con Sanne, quien estaba fungiendo como CEO en lugar de su madre, o con alguno de los diseñadores presentes al momento del deceso. Incluso las redes sociales de los modelos, principalmente de Bèlise Moineau, estaban inundadas de preguntas sobre su relación con la fundadora de Dutoit.
Fueron tres días largos en los que mientras el mundo la velaba, Marcelina se dedicaba a vagar por las calles de París, cosa que no hacía con dicha libertad desde que la empresa tomó fuerza, visitando lugares icónicos de su juventud —aquellos donde se forjó la mujer que fue hasta su último día— y regresando a casa al final del día sólo para asegurarse de que sus mininos fueran alimentados debidamente; todo en un intento por aceptar su muerte.
En uno de sus regresos a casa, escuchó la noticia que llevaba esperando desde que la subieron a la ambulancia.
—Señora Dutoit, señor LeSueur —saludó Cesaire mientras entraba al departamento de Marcelina, donde Sanne, en su duelo, se había instalado—. Ya tenemos los resultados de la autopsia.
Sanne procedió a sentarse inmediatamente, apoyando una mano sobre su estómago.
—Dígame que es lo que le pasó a mi madre.
Jacques se sentó a su lado y entrelazó sus dedos con los de Sanne.
—Su madre falleció por un edema pulmonar agudo.
—Es imposible —interfirió Sanne antes de que continuara—, mi madre nunca ha tenido problemas pulmonares.
—Es correcto —confirmó Marcelina—, aunque recuerdo haber sentido cierto dolor en el pecho antes de...
—Ma belle, lamento tener que decirlo, pero mi suegra solía ocultarte muchas cosas —comentó Jacques con cuidado, lo cual llevó a que tanto Sanne como Marcelina entrecerraran los ojos—. Tan sólo ese día te había dicho que sí se había inyectado la penicilina.
—Porque odia las inyecciones. Por eso Marie-Louise estaba encargada de administrarlas.
Cesaire retomó el tema principal.
—Los médicos encontraron agua dentro de sus pulmones sin ninguna otra complicación, excepto por su estómago, que ameritara su atención. Sin embargo, estos son los resultados de los primeros hallazgos. Durante las próximas semanas se hará un estudio a detalle para confirmar la causa de su muerte.
Minuit llegó a la sala, sentándose junto a Marcelina, aunque tras intentar llamar su atención, concluyó que su gatita no podía verla. Parecía que la conversación también era de su interés.
—Es imposible —concluyó Sanne. Permaneció unos segundos callada antes de preguntar—. ¿Qué pasó con... con el frasco de penicilina?
—Tanto el envase como la aguja siguen en revisión —aseguró el detective—, pero por el momento no han encontrado señales de que el frasco haya sido manipulado.
—Sabía que el frasco no podía contener algo, pero ¿un edema pulmonar? Eso es ridículo —comentó Marcelina mientras pasaba sus dedos por encima del pelaje de Minuit.
Podía tocar las cosas si se lo proponía, pero no sentía nada. Parecía ser lo mismo con la felina: no reparaba en las caricias que en algún momento la hacían derretirse hasta quedar profundamente dormida. Tampoco podía sostener o mover objetos. Era como si su alma percibiera el espacio, pero no pudiera manipularlo.
Una lástima, considerando lo bien que le vendría un poco de vino tinto.
—Ninguno de mis familiares ha tenido o fallecido por complicaciones pulmonares —reflexionó—, pero mi estómago no llamó la atención de los médicos.
Había perdido el hilo de la conversación entre Sanne, Cesaire y Jacques.
—¿Tú qué opinas, Minuit? —La charteaux empezó a lamer sus patas—. ¿Creíste que fallecería de esa manera?
Minuit volteó a verla en el espacio donde se encontraba, pero toda esperanza de que pudiera percibirla desapareció cuando no dudó en atravesarla al momento de bajarse del sillón.
Puesto que Sanne y Jacques discutían con Cesaire sobre el tiempo que tardarían en entregarles su cuerpo, Marcelina abandonó la sala y siguió a Minuit por al pasillo, hasta llegar a su cuarto. Encima de su cama, donde Sanne había estado acostada los últimos días, Minuit había acomodado a sus gatitos.
La cama no sucumbió ante su peso y los mininos no despertaron ante su presencia.
—Para ser honesta, no creí morir en la pasarela —comentó mientras trataba de acariciar a Céline—, y cuando menos antes de dar un anuncio tan importante.
Minuit se quedó dormida junto a sus crías.
—Un edema pulmonar...
Estaba de sobra decir que era una resolución inesperada. Había pasado la mayor parte de su vida bebiendo alcohol para sobrellevar el estrés, estresada ante la incompetencia de sus empleados y reservando visitas al médico para cuando en verdad lo necesitara.
Había una infinidad de cosas que afectaban su calidad de vida, pero ninguna de ellas fue la que la acabó.
Aunque la respuesta no la convenció, no había otra cosa que Marcelina pudiera hacer mas que preguntarse el motivo por el que su alma seguía vagando las calles de París.
¿Acaso tenía algún pendiente que resolver? ¿Ese pendiente tendría que ver con el detective en la sala de su hogar? ¿O con el anuncio que dejó inconcluso y del que solo su mejor amiga y abogada, Marielle Bourbeau, estaba al tanto?
Al ver a Minuit y a sus crías compartiendo el calor de sus cuerpecitos, llegó a una conclusión.
Era una oportunidad para conocer a su nieta.
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