02 | The arrival of royalty









⊰᯽⊱ CAPITULO DOS.
━ ❝ La llegada de la realeza ❞ ━










           — ¡Au! ¡Eso duele! — exclamó cuando su doncella tiró de su cabello con el cepillo.

— Lo siento, querida — se disculpó la mujer —, pero debo decirle que si no jugara como una pequeña salvaje, su cabello no estaría tan enredado y no tendría que tirar de él.

— ¿Y ser una aburrida como Sansa y sus amigas? — la cuestionó volteando a mirarla —. Silena, ellas solo hacen costura mientras hablan sobre príncipes y caballeros, sobre con quién desean casarse y quién es el hombre más hermoso de todo Poniente — se quejó haciendo una mueca —. Si me ponen a escoger entre eso y los tirones de cabello, escojo la segunda opción. Muchas gracias.

— Supongo que tienes un buen punto — se rio entre dientes la mujer de cabellos castaños —. Cuando tenía tu edad no podía hacer nada de eso porque me ganaría un gran problema — dijo mientras le trenzaba el cabello —. Tienes suerte de que Lord y Lady Stark no le digan nada por jugar en el lodo, trepar árboles y paredes con el pequeño Bran — mencionó. Elaena se encogió de hombros, no dándole mucha importancia —. Si tus padres estuvieran aquí, especialmente Lady Emilie le daría un infarto al ver tu estado.

— Entonces tengo suerte de que no esté —señaló.

Elaena vestía un vestido azul oscuro de manga campana que ocultan sus manos, con detalles plateados en su cuello y puños con lazos en sus antebrazos, su cabello estaba recogido en una trenza en forma de diadema con flores blancas colocadas a los lados y de su cuello colgaba su collar con el dije de un dragón de oro que tiene envuelta en su cola una piedra color verde agua. Era su mejor ropa para recibir a los visitantes que no demorarían en llegar.

— Lista, tan hermosa como siempre — la elogió Silena poniendo sus manos sobre los hombros de la niña, dándole un apretón reconfortante.

Por un momento se miró al espejo que colgaba frente a ella, su cabello se veía más blanco de lo usual, su mirada reflejaba la melancolía de la que tantas veces ha intentado deshacerse, era como si todo a su alrededor la hiciera sufrir, y a pesar de que Silena le dice que su padre también tenía aquella característica, la niña lo odiaba porque hacía que las personas constantemente le preguntaran si estaba bien.

Sí, Elaena sabía que su doncella conoció a su verdadero padre, y que ella fue la que la llevó con los Heard. Hablaban mucho de su familia, pero nunca le dijo quiénes eran o de dónde venía.
«Es demasiado peligroso, mi pequeña flor», le dice cuando preguntaba el porqué de tanto misterio. Le contaba historias increíbles, pero nunca mencionaba sus verdaderos nombres, siempre los alteraba para que ella no supiera de quiénes hablaba.

— ¿Por qué soy tan diferente? — preguntó sin dejar de ver su reflejo. Sus ojos violetas, que brillaban con confusión, son los únicos que expresan sus verdaderas emociones y muy pocas personas podían descifrarlo, solo Eddard Stark, Bran y Jon pueden hacerlo. — ¿Por qué no me parezco a nadie que haya visto antes?

— Mi pequeña señora, ser diferente, a veces es algo bueno, significa que eres especial — respondió la mayor —. Quiero que entiendas algo, Elaena; a la mayoría de las personas que son diferentes les esperan grandes cosas.

— ¿En serio? — preguntó mirándola, haciendo que la doncella asintiera con la cabeza.

— Eres hermosa tal y como eres, incluso con esa mirada triste que te persigue. Eso te hace única y las personas únicas están destinadas a hacer cosas que nadie se puede imaginar y sé que tus padres, donde sea que estén, se sienten orgullosos de ti.

— Incluso si hago algo mal, si me equivoco — se volteó de nuevo hacia el espejo, mirando su reflejo.

— Equivocarse es de humanos, mi pequeña flor — le dijo abrazándola apoyando su mejilla sobre la cabeza de la niña —, pero sí, ellos estarán orgullosos porque, mientras te des cuenta de que has hecho mal y trates de corregirte. Entonces sabrán que te convertiste en una gran mujer.

— ¿Silena, me parezco a alguno de ellos? ¿A mis verdaderos padres quiero decir? — la cuestionó.

— Te pareces a tu padre — le respondió separándose, no sin antes darle un beso sobre la cabeza — y no solo físicamente, sino también...

— ¡Ela! ¡Ela! — se abrió la puerta de la habitación interrumpiendo la conversación. Brandon Stark se detuvo mirándola con ojos abiertos, estaba completamente limpio y vestía sus mejores ropas como todos los demás, se sonrojó de vergüenza al ver que Elaena lo miraba esperando que hablara —. Vamos, quiero ver la llegada del rey desde lo alto de uno de los muros — comentó Bran, se acercó y la tomó de la mano sacándola del lugar sin esperar una respuesta. A la niña ni siquiera le dio tiempo de agradecerle a su doncella por ayudarla.

Los dos salieron al patio principal donde se podían ver a las personas, terminando los últimos detalles para la llegada de la visita. En ningún momento se detuvieron ni siquiera para mirar el alrededor. Cuando se pararon frente al muro hecho de piedra blanca que da hacia el camino por el cual los ciervos y los leones aparecerían, Bran y Elaena empezaron a escalarlo mientras sus dos cachorros ya más grandes los miraban desde el suelo. El lobo del Stark todavía no tenía un nombre, aún no sabía cómo ponerle mientras que ella le había puesto Kali a su cachorro, que significa destructora de la maldad, nombre que pensaba que le quedaba bien. Los vientos soplaban y el cielo estaba de un tono gris con débiles rayos del sol iluminando. El frío había aumentado a medida que los meses pasaban.

Al llegar a lo alto del muro, pudieron admirar el hermoso paisaje que les ofrecían las afueras de Invernalia. Los altos y grandes árboles de diversos tonos verdes rodeaban el camino hecho de piedra y tierra; el pasto brillaba como si fuera un día caluroso.

— ¡Woo!, ¡esto es hermoso! — expresó admirando el paisaje. Los pequeños cabellos que no pudieron ser recogidos se movían por el viento.

— ¿Para qué crees que viene el rey a Invernalia? — Bran le preguntó. El niño la miró observando cada detalle de su rostro, pero cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, apartó la mirada antes de que ella lo notara.

— No lo sé — se encogió de hombros.

— Escuché decir a padre que probablemente esté aquí para pedirle que sea su mano o para que una de mis hermanas se case con uno de los príncipes — comentó.

— ¡Bran! — lo regañó frunciendo el entrecejo —, escuchar conversaciones es de mala educación, especialmente si son las de Lady y Lord Stark — le dio un empujón —. No nos incumben.

De pronto se comenzó a escuchar él galopeó de los caballos a los lejos; Elaena pudo ver cómo las banderas con el sigilo de la casa Baratheon se agitaban por el viento; era una combinación de amarillo y plata. Ella nunca había visto una imagen como esa y los nervios comenzaron a invadirla por cada paso que los invitados se acercaban, haciéndola consciente de que pronto estaría frente a las personas más importantes, frente al rey.
«¿Le agradaré?, ¿Qué pensará apenas me vea?» Se cuestionó. Para ella no era un secreto, que tenía rasgos de la Antigua Valyria, los libros se lo habían dicho y sabía que en la mente del rey ellos eran sus enemigos.
Y eso la asustó.

—Dioses vaya que crecen rápido — escuchó que Lady Catelyn comentaba debajo de ellos. Elaena y Bran se miraron al darse cuenta de que probablemente estarían en problemas, empezaron a moverse para bajar del muro —. ¡Brandon! ¡Elaena! — gritó la mayor, haciendo que por instinto se movieran más rápido.

— Vimos al rey — dijo Bran en un intento de que su madre no los regañara por escalar. Elaena terminó de descender parándose frente a la señora de Invernalia —; tiene cientos de personas.

— Cuántas veces te he dicho — lo reprendió a la vez que se agachaba y limpiaba un poco de polvo que se adhirió al vestido de Elaena —, nada de escalar, ni solo ni con Elaena.

— Pero viene en camino — insistió Bran ignorando la reprimenda —. Está por llegar — se bajó del techo cubierto de paja, parándose al lado de su mejor amiga.

— Quiero que me prometan que ya no escalaran más — les pidió.

— Lo prometemos — dijeron agachando la cabeza.

— ¿Y saben qué? — se enderezó Catelyn.

— ¿Qué? — preguntó confundida la niña.

— Siempre miran sus pies cuando mienten — levantó una de sus cejas haciendo que Elaena y Bran se rieran —. Ve a buscar a tu padre, dile que el rey se acerca — ordenó mirando a su hijo. El niño corrió en búsqueda de su padre, siendo seguido por su lobo —. Elaena tú vendrás conmigo — la tomó de los hombros antes de que intentara seguir a su mejor amigo.

Elaena soltó un bufido y de mala gana siguió a la mujer hacia el patio principal, lugar donde se recibiría la caravana del rey.





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           Se encontraban esperando, organizados de tal manera que los Stark estaban al frente, posicionados de mayor a menor, junto con Elaena quien estaba de última, ya que Rickon se encontraba al lado de su madre. Detrás de ellos estaban Theon Greyjoy y Jon Snow seguidos por los demás Norteños. Los caballos se asomaron a lo lejos; eran muchos.

Los nervios invadieron de nuevo a la pequeña niña, se sentía aterrada con una opresión en el pecho, como si algo malo fuera a pasar; inconscientemente tomo la mano de Bran, quien la miro con los ojos abiertos, pero al ver el estado en que ella se encontraba le dio un apretón a su mano tratando de tranquilizarla, lo que por un momento funciono. Sus ojos se dirigieron a Lord Stark quien miraba al frente con un aire preocupado; aunque no lo demostraba, su rostro estaba inexpresivo. «Tal vez esté igual de aterrorizado que yo», pensó.

— ¿Dónde está Arya? — escuchó a Lady Catherine preguntar — ¿Sansa, dónde está tu hermana? — dijo haciendo que todos la miraran, mientras que la mencionada se encogía de hombros sin saber.

El galope se escuchaba cada vez más cerca; frente a ellos pasó una jadeante Arya con un yelmo puesto en su cabeza. Lord Stark la detuvo y, riéndose divertido, se lo quito. Luego la empujo para que se ubicara en el lugar que le correspondía.

— Quítate — le ordenó Arya a su hermano. A empujones se metió entre Sansa y Bran.

Los visitantes comenzaron a entrar como un río de oro, plata y acero bruñido por las puertas del castillo, más de trescientos, la élite de los abanderados, los caballeros, las espadas leales y los jinetes libres. Sobre ellos ondeaban una docena de estandartes dorados, agitados por el viento del norte, en los que se veía el venado coronado de los Baratheon.

Primero entró la guardia, donde pudo reconocer a Ser Jaime Lannister, de cabellos tan brillantes como el oro batido, y Sandor Clegane, con el espantoso rostro quemado a quien le llaman el perro. El muchachito alto que cabalgaba junto a él solo podía ser el príncipe heredero, quien en cuanto se detuvo dio una sonrisa arrogante en dirección a Sansa. Cuando la niña miró a la pelirroja, notó que estaba sonriendo, sonrojada.
«Ya va a empezar» se dijo así misma haciendo una mueca.

Detrás de ellos se detuvo la carroza donde venía la reina y sus otros dos hijos, finalmente apareció un hombretón corpulento, flanqueado por dos caballeros con las capas níveas de la Guardia Real, si no fuera por la corona que lleva en su cabeza Elaena no lo hubiera reconocido; el rey era todo lo contrario a lo que se imaginaba, era gordo, tanto que apenas su caballo de guerra era capaz de sostenerlo y parecía más viejo de lo normal, con una barba y cabellos enmarañados negros con una que otra cana.
Todos se inclinaron mostrando su respeto.

El rey se bajó del caballo con un rugido harto, se acercó a Eddard Stark y haciendo un gesto con su mano le ordenó que dejara de inclinarse; en cuanto el señor del norte se enderezó, los demás lo siguieron en completo silencio.

— Majestad — lo saludo.

Todo quedó en silencio, un silencio que empezaba a volverse incómodo. Elaena apretó de nuevo la mano de Bran, haciendo que este le devolviera el gesto sin dejar de mirar al frente.

— Estás gordo — comentó el rey con gran seriedad. Eddard lo miró con una ceja levantada, como diciéndole: «¿En serio?». Roberth Baratheon soltó una carcajada y estrecho a su viejo amigo en un abrazo de oso que le hizo crujir los huesos — ¡Cat! — dijo a la vez que la abrazaba como si fuera una hermana que estuvo un largo tiempo ausente.

— Majestad — asintió Lady Stark, mientras el rey le revolvía el cabello al pequeño Rickon.

— En nueve años no te he visto — se dirigió de nuevo a Lord Stark —. ¿Qué has hecho?

— Cuidando al Norte para usted, majestad. Invernalia es suyo — respondió con una sonrisa.

Elaena dejo de prestarle atención a la conversación cuando escucho cómo la puerta de la carroza se abría; la casa sobre ruedas en que había viajado la familia real, era enorme, hecho de roble y metales dorados, que remolcaban cuatro caballos de tiro, era tan ancha que apenas pudo pasar por las puertas del castillo. La reina apareció detrás de sus dos hijos pequeños, bajando con elegancia las pequeñas escalas con un ceño fruncido marcado en su rostro. «A la reina no le gusta estar aquí por lo que veo», se dio cuenta. De pronto sus melancólicos ojos violetas se encontraron con los de ella y pudo ver cómo su ceño se volvía más pronunciado y su cuerpo se tensaba bajo la capa de piel.

— ¿Qué tenemos aquí? — cuestionó el rey, haciendo que Elaena apartara la mirada de la reina, centrándose en el hombre que cada vez se acercaba a ella —. Debes ser Robb — el mencionado asintió con la cabeza, estrechándole la mano, manteniendo su recta postura —. Vaya muy hermosa — comentó en cuanto se acercó a Sansa, quien sonrió apenada —. ¿Y tu nombre es?

— Arya — contestó con seriedad la castaña.

— ¡Ah!, muéstrame tus músculos — le pidió a Bran deteniéndose frente a él. El menor apartó la mano de su mejor amiga y se los mostró con una sonrisa —, serás un buen soldado — afirmó para luego dirigir su mirada a Elaena.

Por un momento la niña vio como el rey, la miraba como si hubiera visto un fantasma, un tenso silencio se formó en el lugar y las facciones del rey parecían endurecerse, entre más tiempo la observaba; Elaena sintió miedo e inconscientemente retrocedió unos cuantos pasos; sin embargo, cuando se dio cuenta de lo que hizo su pálido rostro enrojeció de vergüenza, recompuso su postura y agacho la mirada.

— ¿Y quién eres tú? — le preguntó el rey haciendo que la niña lo mirara.

— Elaena, majestad — murmuró con timidez.

— Ela es la hija adoptiva de Lord Heard, llegó hace un año para formar una alianza entre nuestras casas — intervino rápidamente el señor de la casa —, ella es la más cercana a la edad de uno de mis hijos, así que ahora está bajo nuestra protección; es una Stark. . . — le dirigió una rápida mirada —. Majestad — añadió. El rey asintió satisfecho con la explicación, alejándose. La menor soltó un suspiro de alivio que, sin darse cuenta, estaba reteniendo.

— Él es Jaime Lannister, el hermano de la reina — señaló Arya tratando de reconocer a los guardias.

— ¿Podrías callarte, por favor? — le gruñó Sansa en tono irritado.

Todos observaron cómo la reina se acercó a los señores de la casa. En cuanto estuvo frente a Ned, le estiró la mano para que se la besara y Elaena pudo ver cuán incómodo se sentía Lord Stark al hacerlo; el hombre hincó una rodilla sobre el suelo para besar el anillo de Cersei.

— Mi reina — asintió.

— Mi reina — realizó una reverencia Catelyn.

— Llévame a la cripta, quiero presentar mis respetos — ordenó el rey a su anfitrión en cuanto terminaron las formalidades del recibimiento.

— Hemos viajado un mes, amor — la reina inició una protesta —. Seguro los muertos pueden esperar.

— ¡Ned! — lo llamó mientras le lanzaba una mirada de advertencia a su esposa, para después comenzar a alejarse.

El guardián del Norte le envió mirada de disculpa a Cersei Lannister para luego comenzó a seguir al rey. Cuando ambos señores desaparecieron, un silencio incómodo se volvió a establecer y todos se miraban sin saber que hacer o decir después de lo que acaban de presenciar.

— ¿Y el diablillo? — preguntó Arya, llamando la atención.

La reina les dio una rápida mirada, para luego darse la vuelta y acercarse a su hermano gemelo, a quien le susurro algo en el oído inaudible para los presentes. Después de unos minutos que para ella se le hicieron eternos, por fin todos pudieron volver a sus tareas normales cuando Lady Catelyn se retiró con la familia real para mostrarles sus aposentos. Elaena al ver que no tenía nada que hacer, decidió ir a las criptas, sintiendo curiosidad por saber que hablarían los dos adultos; sabía que no debería hacerlo, después de todo se mantenía diciéndole a Bran y Arya que no escucharan conversaciones ajenas, pero después de la reacción que tuvo el rey en cuanto la vio deseaba descubrir la razón de ello y la única forma de saberlo era siguiéndolo.

Elaena bajo los tortuosos peldaños de piedra de las criptas, eran estrechas, así que tenía que apoyar una de sus manos contra la pared para no caerse. Las criptas estaban iluminadas por muchas velas puestas en candelabros apoyados en el piso, iluminando una larga procesión de columnas de granito que se alejaban a pares en la oscuridad. Entre las columnas estaban los muertos, sentados en tronos de piedra contra las paredes, la espalda apoyada en los sepulcros que contenían sus restos mortales.

Las pisadas de los dos hombres resonaban sobre las piedras y despertaban ecos en la bóveda del techo mientras caminaban entre los muertos de la Casa Stark. Los señores de Invernalia contemplaban su paso. Sus efigies estaban talladas en las piedras que sellaban las tumbas, sentadas en largas hileras, con los ojos ciegos, fijos en la oscuridad eterna y con grandes lobos huargo de piedra tendidos a sus pies. Las sombras trémulas hacían que las figuras de piedra parecieran agitarse cuando los vivos pasaban ante ellas.

Según la antigua costumbre, todos los que habían sido señores de Invernalia tenían una espada larga cruzada sobre el regazo para mantener a los espíritus vengativos en sus criptas. Las más viejas se habían ido oxidando hasta reducirse a polvo hacía ya mucho tiempo, y solo quedaban unas manchas rojas allí donde el metal había descansado sobre la piedra. Elaena se preguntaba si aquello implicaba que esos fantasmas vagaban ahora libremente por el castillo. Esperaba que no. Los primeros señores de Invernalia habían sido hombres tan duros como la tierra sobre la que gobernaban. En los siglos previos a que los Señores Dragón llegaran por mar nunca habían jurado alianza a hombre alguno, y se hacían llamar los Reyes en el Norte.

—. . . Te necesito, Ned, allá en Desembarco del Rey, no aquí donde no le sirves a nadie — escuchó Elaena cuando alcanzó a los dos hombres. La niña asomó un poco su cabeza mirando como Lord Stark y Robert Baratheon estaban de pie en medio del lugar —. Lord Eddard Stark te nombraré ayudante del rey.

La niña se llevó las manos a su boca antes de que un jadeo de sorpresa se le escapara y los dos adultos la descubrieran escuchando su conversación; sintió un miedo extraño invadirla como si algo malo fuera a pasar tras ese anunció. Los hombres del norte yendo al sur solo les trae desgracias, aquello se había comprobado en muchas ocasiones, pero de nuevo nadie puede ir en contra del rey. Preocupación por el incierto destino le recorría el cuerpo.

Ned se dejó caer sobre una rodilla. La Mano del Rey era el segundo hombre más poderoso de los Siete Reinos. Hablaba con la voz del rey, tenía el mando de los ejércitos del rey, y redactaba las leyes del rey. En ocasiones incluso se sentaban en el Trono de Hierro para impartir la justicia del rey, cuando este estaba ausente, o enfermo, o indispuesto por cualquier motivo.

— Alteza — dijo —, no soy digno de tal honor.

— No trato de honrarte — gruñó Robert impaciente, pero de buen humor —. Quiero que dirijas mi reino mientras yo, bebiendo y fornicando, me abro camino a la tumba. Maldición, Ned, levántate — le palmeó a Ned el hombro y lo ayudó a ponerse de pie, aunque le costó un esfuerzo —. Me ayudaste a ganar este trono, ahora ayúdame a mantener la maldita cosa. Estamos destinados a gobernar juntos, si tu hermana viviera sería sellado con sangre, pero no es muy tarde; tengo un hijo, tú una hija. Uniremos las casas — dijo para luego comenzar a caminar de nuevo, dejando atrás a un inquieto Lord Stark.

Elaena no sabía qué pensar al presenciar tal suceso, por un momento un presentimiento oscuro y ominoso nublo su mente, sentía que en el momento en que Eddard Stark acepte ser la Mano del Rey pasaran muchas desgracias; se preocupó por aquel hombre que la había estado protegiendo.

«Porque esto me parece una mala idea» Pensó mirando cómo el Guardián del Norte se alejaba tomando la misma dirección por la que camino el rey. Después de esperar un momento los siguió, manteniéndose lo más silenciosa posible, oculta entre las sombras.

Cuando los volvió a alcanzar; se encontraban ante tres tumbas juntas con el rey, poniendo algo en la mano de una de las estatuas. Ella sabía quienes eran, el padre y los hermanos de Eddard Stark. Lord Rickard Stark, Brandon y Lyanna. Quienes murieron durante la rebelión, el Guardián del Norte estaba unos pasos atrás mirando en completo silencio con una expresión melancólica, como si estar allí le produjera muchos recuerdos dolorosos, lo que posiblemente hace.

— ¿Tenías que enterrarla en un lugar así? — dijo el rey tras un largo silencio. Los ojos se le demoraron en el rostro de Lyanna, como si pudiera devolverle la vida a la fuerza de voluntad —, debería estar en una colina con el sol y las nubes sobre ella —. Tenía la voz ronca por el dolor rememorado.

— Ella era mi hermana — dijo Ned con voz suave —. Este es su lugar.

— Su lugar era junto a mí — dijo el rey tocando la mejilla de la estatua y acariciando la piedra áspera como si esta tuviera vida —. En mis sueños lo mato cada noche.

— Está hecho majestad — le recordó Eddard —. Los Targaryen desaparecieron.

— No todos, mi amigo — lo volteo a mirar —, me han llegado noticias de que en los países libres viven dos Targaryen, los hijos menores de Aerys y ahora vengo aquí encontrándome a otro.

— Ella es solo una niña. Lord Heart dijo que se le fue entregada por una sirvienta cuando era un bebé — saltó en defensa Eddard —. No sabe quién es su familia y ninguno de nosotros lo haría si no fuera por sus rasgos.

— Su mirada melancólica es igual a la de él, sus ojos violetas, su cabello es como si viera su imagen — apretó los dientes Robert Baratheon —; como si él se me hubiera aparecido para burlarse de mí.

— Como ya le dije, majestad, Elaena no presenta ninguna amenaza, es solo una niña — defendió. La niña sintió cómo las lágrimas se formaban en sus ojos al darse cuenta de que hablaban de ella.

— Si aceptas ser mi mano, Ned, quiero que ella venga con nosotros a Desembarco del Rey — ordenó —, no me arriesgaré. . .

— No dejaré que la lastimes, Robert — se puso a la defensiva —. Puedes ser el rey, pero no dejaré que le toques un cabello. Es una inocente que no tiene culpa alguna de ser quien es, de la familia a la que pertenece. Además, ella está aquí como mi pupila, es mi deber protegerla hasta que llegue el momento de comprometerla con un buen señor del norte.

— Eddard, no me. . .

No pudiendo escuchar más, Elaena corrió hacia la salida de las criptas, teniendo cuidado de que no la descubrieran. Escuchar tantas verdades de un solo golpe fue un gran detonante, su cuerpo se sentía entumecido.
«Siempre me pregunté quién era mi familia, y ahora que lo sé, no sé qué pensar. Soy un Targaryen y todos lo sabían, ¿Lord Stark también sabe quiénes son mis padres? ¿Qué más me están ocultando? — se preguntó. Sabía que no obtendría respuestas a corto plazo, tal vez nunca lo haría — y la idea de viajar hacia la capital no me gusta, algo malo va a pasar. No quiero ir».

Corrió y corrió hasta llegar a su habitación. Una vez allí, cerró su puerta de golpe y se sentó frente al cofre, donde sus preciadas piedras cubiertas de escamas estaban guardadas. Las abrazó con fuerza como si fueran su fuente de vida y lloró derramando sus lágrimas sobre ellas.  



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