Parte 1


El último deseo

Un cuento de Facundo Caivano


Parte 1


—Deseo ser millonario. ¡Que me llueva dinero!

—Enhorabuena. Tu deseo... —chasqueó los dedos—, es mi orden.

En aquella tarde de abril del año 1679, una de las tuberías de la finca de Horacio estalló y el petróleo salió disparado al cielo, cayendo justo sobre la cara sonriente y empapada de felicidad del granjero.

Ese había sido su último deseo.

*****

—Quiero ser más guapa. ¿Entiendes lo que digo? Quiero enamorar a Joseph. ¿Puedes cumplirlo?

—Enhorabuena, claro que puedo, señorita. —El genio esbozó una sonrisita y chasqueo los dedos—. Tu deseo es mi orden.

Ese viernes por la noche de 1972, Camille apareció transformada, irradiando una nueva seguridad en su caminar y cautivando las miradas de hombres y mujeres por igual. Fue la protagonista indiscutible gracias al deseo cumplido por el genio.

*****

—¿Este es mi último deseo?

—En efecto, veo que sabes contar hasta tres —bromeó el genio.

—Bueno. En ese caso, quiero más deseos.

—Oh, no, no, no... no funciona de esa manera.

—¿Por qué no?

—Lo mencioné cuando me sacaste de la lámpara. Verás, tienes tres deseos, y tres reglas principales que seguir. La primera, ningún deseo puede perjudicar a algún individuo, por lo contrario, si puede beneficiarlo. La segunda, no puedes desear poseer un poder igual o mayor que el del genio, por lo mismo, no puedes desear que el genio diminuya o pierda sus poderes. Por último, no puedes alterar ninguna de las tres reglas ni las condiciones impartidas —explicó el genio alzando su dedo y echando una sonrisita perspicaz—. Para que quede más claro, por condiciones, se refiere a los deseos. No se pueden pedir más, pero si es posible cancelarlos.

—Oh, bueno. Lo siento. No lo había entendido.

—No pasa nada, muchacho. Entonces. ¿En qué quieres gastar tu último deseo?

—Bueno... ¿No puedo pedir que alguien se enamore de mí?

—Es un clásico. ¡Claro que puedes! —El genio chasqueó los dedos—. Enhorabuena, mi amigo. Tu deseo es mi orden.

Adam asistió a la escuela esa misma mañana con un aire renovado y se sentó junto a Jénifer, la nueva chica de la que había estado enamorado durante todo el ciclo escolar. Para antes de que el recreo finalizara, ambos ya estaban besándose apasionadamente detrás de la columna del patio principal.

*****

Así era la vida del genio: simple, pero satisfactoria. No requería de mucho más que cumplir los deseos de algunos afortunados humanos, aunque por supuesto, solo los mayores de edad. Los niños, por otro lado, eran un caso aparte. Sus deseos solían ser más extravagantes e imaginativos, y por eso se necesitaban reglas especiales para garantizar su seguridad y protección.

Debido a esto, existía un grupo especial de entes mágicos dedicados exclusivamente a los niños, y solían ir en parejas para asegurarse de que todo se cumplía de manera segura y efectiva. Aunque no siempre resultaba bien.

Cumplir los deseos de los adultos, por otro lado, era más sencillo y conciso para el genio. Muchos pedían siempre los mismos tres deseos, lo que él llamaba «la clásica tríada»: fama, dinero y amor. Resultaba sorprendente cómo ese patrón se repetía a lo largo del tiempo, desde tiempos inmemoriales hasta la actualidad.

A pesar de los avances tecnológicos y la evolución de la sociedad, estos deseos seguían siendo los más solicitados por las personas. Era como si estuvieran grabados en la mente de todos, incluso sin darse cuenta.

Por supuesto, él tenía que cumplirlos. Y no, no había trucos bajo la manga, ni nada raro. El deseo que se pedía, era el deseo que se tenía. Él no era del tipo de genio malévolo y tramposo que intentaría darle la vuelta a una buena situación. Para nada, a él le gustaba velar por la felicidad de sus «seleccionados». Así era como llamaba a aquel puñado de suertudos que tenía la dicha de frotar su lámpara.

Pero a veces, los tiempos pueden cambiar a las personas, alterando su forma de pensar y actuar. Aunque eran pocos los casos, había almas caritativas cuyo pensamiento crítico iba más allá de los deseos mundanos. Había personas que habían intentado liberar al genio de su lámpara.

Estos intentos eran raros, pero para el genio significaban mucho. En la soledad de su lámpara, había llegado a sentir una conexión especial con algunos de los humanos que solicitaban sus deseos más allá de la tríada clásica.

Como la vez que aquel chico de dieciocho intentó burlar las reglas allá por el 1874 y cambió el hábitat del genio. Durante poco más de ochenta años, en vez de encontrarse en su lámpara, estuvo metido en un reloj de arena. Por suerte, pudo conseguir pronto alguien que revirtiera ese deseo y lo volviese a su vieja, polvorienta y cálida lámpara de aceite.

Pero de nuevo, los tiempos, en ocasiones, pueden cambiar a las personas. Porque lo que pasó con el genio en 1981, cambió para siempre su modo de ejercer su peculiar profesión.

—¡Felicidades, Mary! ¡Has pedido con éxito tu primer deseo!

El genio era una figura imponente, con una altura sobrenatural que sobrepasaba los dos metros. Su forma corpórea era difícil de definir, pues su cuerpo parecía estar compuesto de vapor dorado y brillante que se retorcía y se movía constantemente. Por otro lado, su piel, translúcida como la de un fantasma, permitía vislumbrar un poco lo que tenía por detrás.

Con agilidad, hizo un chasquido de dedos y los ojos de la mujer que le contemplaba brillaron, cumpliéndose así, el deseo que le había pedido.

—¡Ya! ¡Ahora solo te quedan dos deseos! Pero déjame decirte, que el que has pedido, es hermoso. En serio. Muy poco usual y muy bello de tu parte.

Mary, con su cabello castaño y rizado, poseía una mirada dulce y unos grandes ojos que se iluminaron al escuchar esas palabras. Su rostro se llenó de una sonrisa angelical mientras sus dedos se deslizaron de manera inconsciente hacia el collar que llevaba puesto. Era un crucifijo hecho de un material dorado, rematado en todos sus extremos con pequeñas y brillantes gemas verdes.

—¡¿De verdad?! —preguntó maravillada—. ¿Ya está? ¿Has podido... hacerlo?

—Oh, no, no, no, Mary. Solo he influenciado en tu organismo para que sea capaz de procrear. ¡No voy a poner nada ahí adentro! —Echó una carcajada—. También me tomé la libertad de influenciar en el organismo de tu esposo. Un extra de mi parte. No se le digas a nadie, eh. —Guiño el ojo—. Así que ya no van a tener ningún problema.

Mary se hizo un mar de lágrimas en un segundo y su semblante se llenó de alegría.

—No tienes idea de lo agradecida que estoy...

—¡Oh, por favor! Me harás llorar... ¡Para eso estoy, querida! ¡Y todavía te quedan dos deseos! ¿No es increíble? ¡Soy increíble! Lo sé.

Mary sonrió.

—Yo... ya no quiero ningún deseo. Has cumplido lo único que necesitaba.

—¿Cómo? ¿En serio? Bueno, en ese caso, puedes pedir uno de la clásica tríada. Dinero, fama... amor no, no lo necesitas.

Ella negó sonriente.

—Así estoy muy bien. Gracias.

—¿Y tu marido qué? —insistió el genio—. ¿Quizás puedas pedir algo para él?

Mary volvió a sonreír ampliamente y se acarició el abdomen.

—Créeme. Ya hemos cumplido todo lo que él quería. Llevamos buscando un hijo por años. Esto es lo único que necesitábamos, genio... —dijo Mary. Luego, como un destello de epifanía, se le ocurrió una brillante idea—. ¿Y tú qué? ¿A ti te gustaría algo? Puedo pedir un deseo para ti, si quieres.

El genio echó una voraz y divertida carcajada.

—Ya lo han intentado, querida. No me fue muy bien estando dentro de un reloj de arena. La gente no frota los relojes de arena, solo los da vuelta. Las personas ven una lámpara como la mía, y ni siquiera lo piensan, la frotan y ya. ¡Así como te pasó a ti! ¿No has pensado que quizás saldría un genio si lo hacías?

—No te voy a mentir, sí.

—Ahí lo tienes. No me hace falta nada, Mary. ¡Pero gracias!

—Aun así, siento que debo darte algo —dijo la chica—. Quiero recompensarte por esto que has hecho por mí. Déjame ver, ¿me repites las tres reglas?

El genio sonrió con incredulidad, pero accedió. Entre ambos empezaron a repasar los requisitos de lo que un genio necesitaba para ser un genio. Uno de ellos era el efecto azaroso. El hecho de encontrar una lámpara y frotarla cumplía con ese requisito esencial para invocar al genio.

Por otro lado, entre las reglas, mientras el genio no perdiese sus dones, no había nada que le impidiese cambiar de habitáculo. Tal como ya había sucedido con la lámpara y el reloj de arena.

Luego de meditarlo, pensárselo bien y contemplando cada detalle, a Mary se le ocurrió una muy buena idea para que su mágico nuevo amigo pudiese tener más protagonismo y aventuras en su peculiar misión en el mundo.

—Será extraño. Novedoso... y extraño, en verdad —dijo él al escuchar la propuesta.

—¡Y divertido! ¿O no?

—También, sí. No puedo negarlo. Tendré mucha más libertad de andar por el mundo como se me antoje. —El genio esbozó una gran sonrisa—. ¡Muy bien, lo acepto! ¡Me gusta!

—Y los requisitos y reglas se respetan. Sigue siendo azaroso y sigues cumpliendo deseos a la gente. Aunque no sabía que se olvidarían de ti al terminar el último deseo. ¿Me pasará a mí también?

El genio asintió.

—Siempre pasa. No te preocupes.

—Qué lástima...

—Mary, soy la persona más poderosa del planeta. No admito que tengas lástima de... ¡El genio! —dijo inflando el pecho y subiendo el mentón—. Estaré bien.

—Bueno. Si tú lo dices... más te vale no enamorarte en el camino, ¿eh?

—¡Ja! Vamos, cuéntate otro. El genio no se enamora.

—Ya veremos —dijo ella, divertida—. ¡Bien! Entonces, ¿vamos al grano?

—Si todavía estuviese en el reloj de arena, lo hubiese volteado más de cien veces en esta conversación —bromeó él—. ¡Adelante, Mary! ¡Estoy listo!

Mary asintió con temple.

—Muy bien... —Le dedicó una última sonrisa—. Deseo...

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