#3: Génesis
Vhaal caminaba con paso firme a través del terreno pedregoso, atento a cualquier señal sospechosa que pudiera surgir a su alrededor. El inclemente sol que imperaba en el cielo rosáceo quemaba su cuero cabelludo rapado, pero ni el sudor que mojaba su tupida barba negra lograba alterar su concentración.
―Los días cada vez son más largos ―comentó un joven que iba a su lado.
―Es algo normal, Bemoth ―contestó el hombre―. Mantén los ojos abiertos hasta que contactemos con Asthara.
Bemoth asintió luego de lanzar un suspiro y frotó su ojo derecho, el cual estaba marcado por una línea negra horizontal que cruzaba otra vertical. El terreno baldío por el cual transitaban parecía extenderse hasta el infinito, sin más decoración que las grises rocas y algún ocasional arbusto reseco. No era un lugar al cual uno pudiera ir de manera voluntaria, ya que la sensación de desasosiego y vacio era increíblemente pesada, pero ellos tenían un importante objetivo que cumplir.
―Siempre temí esta zona, ¿sabes? ―dijo Bemoth, intentando calmar los nervios que lo invadían―. Incluso después de unirme a la Legión...
―Silencio ―ordenó Vhaal, levantando una mano para señalar una gran piedra cercana.
Se escondieron tras la roca al instante, mientras un peculiar zumbido comenzaba a escucharse en las cercanías. Luego de unos segundos, una colosal criatura metálica se deslizó por el rosáceo cielo. El gran ojo biónico que ocupaba la mayor parte de su cuerpo redondo se movía a todos lados, mientras sus azulados cilios lo impulsaban por el aire a gran velocidad.
―¿Crees que Asthara estará bien? ―preguntó Bemoth luego de que la maquina desapareciera en el horizonte.
―No subestimes a una sacerdotisa de Beqa.
Continuaron avanzando en silencio durante un tiempo más, hasta que el cielo rosáceo fue tornándose cada vez más rojo. Finalmente, cuando el firmamento quedó teñido por un profundo escarlata similar a la sangre, arribaron a una oxidada estructura metálica que destacaba en el vacío inmenso del desierto.
Ingresaron a través de una pequeña entrada y se encontraron con una lúgubre habitación sin más muebles que una mesa pegada a una de las paredes del fondo. Sobre la mesa se encontraba un pequeño objeto rectangular de plástico, del cual emergía una larga vara metálica. El inusual artículo emitía un sonido constante, similar al de agua cayendo a chorros, con leves variaciones intermitentes.
―Los estaba esperando ―siseó una voz femenina pero rasposa de entre las sombras de la estancia.
―No hay tiempo para formalidades, Asthara ―aseveró Vhaal―. Recojamos las provisiones y pongámonos en marcha.
La chica asintió y se dirigió a una esquina de la habitación, donde abrió una trampilla que llevaba a un minúsculo sótano. Vhaal y Bemoth la siguieron y entre todos comenzaron a extraer diversos paquetes y objetos que depositaban en el suelo metálico de la sala.
En medio de su faena escucharon que el ruido que emitía el artículo plástico de la mesa aumentaba el nivel de sus variaciones hasta tornarse en un ruido seco y agudo. Los tres se detuvieron al instante y se sentaron en donde estaban, completamente en silencio. Tras unos segundos, el pitido del objeto plástico fue silenciado por un zumbido que hizo vibrar toda la estructura durante unos minutos, hasta que todo regresó a la normalidad.
No comentaron nada sobre el suceso y continuaron con su labor hasta que vaciaron el sótano. Tomaron las provisiones que pudieron y salieron de la estructura, dejando abandonado el aparato plástico que continuaba emitiendo ruido líquido sin descanso. La noche había llegado y el cielo había sido invadido por una oscuridad que no era absoluta gracias al purpureo fulgor de la luna.
El frío aumentaba gradualmente, por lo que Vhaal se vio obligado a envolverse completamente en su túnica negra. Gracias su rojizo foro interior resultaba ser una prenda cálida, por lo que era más útil durante la noche que durante el día. Bemoth, por su parte, traía encima el uniforme oficial de la Legión: camisa marrón debajo de una casaca negra, junto a un pantalón y botas de la misma tonalidad oscura.
―¿No tienes frio, Asthara? ―preguntó Bemoth, mirando de reojo a su compañera.
Ella tenía un vestido blanco delgado y corto, impropio para una travesía por el desierto. Como complemento poseía una máscara de cuero negro que le cubría la nariz y la boca y se perdía tras su largo cabello color paja, símbolo distintivo de las sacerdotisas de Beqa.
―Me da igual ―espetó Asthara, acomodando su máscara―. No creo que demoremos mucho.
...
Les tomó una semana de incansable caminata arribar a un vestigio que auguraba buenos resultados. Lo consideraron un golpe de suerte, ya que sus provisiones se habían acabado por completo un día antes al descubrimiento. Por eso, al ver las estructuras derruidas que se erigían en medio del desierto, sintieron que recuperaban las fuerzas y las esperanzas.
Durante su recorrido por los deprimentes vestigios de aquella ciudad ancestral, Asthara se dedicó a tomar todo tipo de fotografías con una pequeña cámara. Vhaal y Bemoth, por otro lado, se limitaron a observar a su alrededor, maravillados de lo que veían.
―Este material... ―dijo Bemoth, pasando la mano por una de las estructuras―. Es concreto... Increíble, realmente existió.
―Sólo con esto podemos derribar la mitad de la historia oficial que el Culto ha vendido a la humanidad ―aseguró Asthara, emocionada.
―Guarden las energías ―ordenó Vhaal―. Debemos llegar hasta el final.
Los chicos asintieron y continuaron su camino. Al final de la ruinosa ciudad encontraron lo que tanto habían buscado. Algo cuya existencia sólo se conocía en base a leyendas y mitos prohibidos. Era una construcción gigantesca e imponente a pesar de su descuidado estado, que parecía elevarse a los cielos con triste majestuosidad. Asthara no perdió tiempo y sacó todas las fotos posibles de la estructura, luego de lo cual ingresaron a su interior.
Incluso con el deterioro y el abandono, aún se podía distinguir algunas pinturas maravillosas en sus paredes, junto a complejas estatuas e increíbles monumentos tirados por el piso iluminados por la luz lunar que se colaba por los ventanales rotos. Pero, sin lugar a dudas, lo más extraordinario era un objeto empotrado en la pared del fondo, compuesto por una larga línea vertical cruzada por otra línea horizontal, un poco más corta, cerca de su parte superior.
―Eso es... ―murmuró Bemoth, tocando el tatuaje de su ojo.
―Una cruz ―indicó Vhaal―. El Culto la tomó como símbolo de la Legión luego de la guerra para burlarse de sus enemigos.
―Ellos serán los burlados pronto ―aseguró Asthara, tomando más fotos.
Vhaal se acercó a la cruz, y al pie de esta halló un altar que en su momento debía haber sido dorado. Sobre este había un desgastado libro de tapa dura. El hombre, con las manos temblorosas, hojeó sus primeras páginas y ordenó a Asthara que tomara una foto de lo poco que aún se podía leer.
Repentinamente, un fuerte zumbido invadió todo el lugar, causando que parte de la construcción se resquebrajara. El temblor aumentó su potencia gradualmente, generando cada vez más destrucción.
―Envía todas las fotos a los Acólitos de Babel ―ordenó Vhaal.
Asthara asintió y manipuló su cámara. A los pocos segundos, el techo de la estructura fue arrancado de cuajo, para dar paso a la extraña máquina voladora plagada de tentáculos que habían visto antes. El ente metálico observó al grupo con su ojo cibernético, mientras el zumbido que emitía se acrecentaba hasta límites insoportables.
―¡Ya... está! ―exclamó Asthara, pasándole la cámara a Vhaal.
El hombre recibió el aparato y revisó su pantalla. Allí estaba plasmado el culmen de sus sueños y el fruto de su esperanza. Una compleja frase que lo llenaba de la más grande dicha que había podido experimentar a lo largo de su cruenta vida.
"Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y tenga potestad sobre los peces del mar, las aves de los cielos y las bestias, sobre toda la tierra y sobre todo animal que se arrastra sobre la tierra"
Ya no era un brujo de Eblis ni un ciudadano del Culto del Gran Adversario. En ese momento era un hombre. Un hombre que había hallado a su creador.
―¡Tú! ―exclamó Vhaal, señalando a la máquina del ojo―. ¡Tú no eres mi dios!
El ente emitió un zumbido aún más potente, lo que terminó destruyendo la construcción por completo, junto a todas las estructuras circundantes del exterior. La máquina se detuvo un momento, observando con su único ojo los restos pedregosos de los poco que había quedado de la desafortunada ciudad que había sufrido su ira. Sus sistemas aseguraban que no había formas de vida en el área, por lo que decidió no perder más tiempo y se perdió en el firmamento nocturno, zumbando con tranquilidad.
Pero la máquina se equivocaba.
Porque, por alguna razón milagrosa, tanto Vhaal como Bemoth y Asthara habían sobrevivido al derrumbe. Y, de forma aún más inexplicable, el enigmático libro que habían ido a buscar también resultó completamente indemne.
Palabras: 1497
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