Capitulo 24

Despertarse al lado de alguien que te hace sentir irremediablemente seguro es una de las sensaciones más satisfactorias del mundo. 

Se había despertado hacía unos veinte minutos y durante ese período de tiempo su mirada estaba perdida en la persona profundamente dormida frente a él. Todo lo malo había quedado en segundo plano, era como si a su alrededor la vida fuese extraordinaria y todo lo negativo, todo eso que daba miedo, dejara de existir por un momento. Así era como Takemichi le hacía sentir y es por ese preciso motivo por lo que no quería que el tiempo a su lado terminase nunca.

Ya era pasado el mediodía y la intensa luz solar se colaba por la ventana entreabierta. El tiempo era el fresco aunque bajo las sábanas ambos tan solo se encontrasen con la ropa interior. Ese hotel al que habían ido a parar cuando sus cuerpos no pudieron aguantar más el cansancio era lo más digno y decente que uno podría esperarse en una situación como la suya, de hecho, el hotel rondaba las tres estrellas por lo que la comodidad era absoluta y el dinero tampoco era un gran problema. 

Manjiro suspiró largo y tendido. A pesar de la paz que Takemichi le otorgaba a su lado le resultó imposible pararse a pensar en cierto momento sobre cuánto aguantaría ese chico tan perfecto a su lado. Al fin y al cabo Mikey le había dado una vida de huir y luchar por sobrevivir, de mafias persiguiéndolos por diferentes motivos y de sangre y muerte. No era justo para nadie y mucho menos para alguien tan bueno como él. Manjiro odiaba aún más su vida teniendo a Takemichi a su lado porque odiaba tener que hacerle vivir todo eso. 

Sin darse cuenta su brazo se había motivo por inercia y ahora la palma de su mano se había plantado sobre el pecho de su pareja. Bajo esta podía sentir el palpitar de su relajado corazón y se preguntó qué haría si en algún momento ese corazón dejase de latir. El simple pensamiento le causó una sensación terrible pero no se abstuvo en seguir dándole vueltas. Y entonces pensó en lo bonito que sería tener una vida normal a su lado.

Takemichi Hanagaki había entrado a su vida de manera inesperada y en un tiempo escaso se había convertido en el pilar más importante de ella. 

-Mhm... Acércate...- fue difícil entender lo que había dicho, de hecho, Mikey tuvo que inclinarse en su dirección para poder escucharlo bien. Rio al contemplar a Takemichi apretar los ojos cerrados incómodo, y una de sus manos empezó a tantear el colchón a su lado. 

-¿Cómo dices?

-Quiero mi osito de peluche -enfurruñado alcanzó a engancharlo de la cintura y tiró de él hacia su pecho. Mikey cayó sobre él y Takemichi lo aplastó con sus brazos mientras el otro reía en voz baja e intentaba escabullirse. 

-No soy un osito de peluche.

-¿Cómo que no? -abrió un solo ojo y en sus labios apareció una sonrisa torcida. Mikey se vio forzado a besarlos sin poder controlarse. Esa imagen había sido demasiado sexy para él. El beso fue húmedo y prolongado y Manjiro mordió su labio inferior con fuerza antes de separarse. Takemichi le miró con las cejas alzadas -. ¿Es que no tuviste suficiente anoche en la discoteca? 

-Nunca tengo suficiente de ti -una de sus manos se coló bajo su cuerpo y apretó una de las nalgas de Takemichi. El chico tuvo que soltar una risita al notarlo.

-Yo tampoco, qué bien que coincidamos en eso -de un rápido movimiento los hizo girar a ambos dejando el cuerpo de Manjiro pegado en el colchón bajo el suyo. El chico soltó una carcajada por el repentino movimiento y Takemichi sonrió al escucharla. Fue hipnotizador ver de nuevo esa sonrisa sincera en sus labios. La había echado muchísimo de menos -. Adoro verte sonreír -dijo sin pensar y la sonrisa de Mikey cayó en fuerza aunque sus ojos empezaron a brillar por sus palabras. Sus mejillas se tiñeron de rojo y su mirada quedó cargada de un profundo amor imposible de esconder. 

-Qué cursi, Michi. 

-Lo digo en serio, lo echaba de menos -con una de sus manos acarició su mejilla y Mikey quiso acurrucarse en ese dulce toque.

-Yo también -hubo un momento de silencio que para nada fue incómodo. Volvieron a darse un par de besos más, unas cuantas caricias inocentes y algunas palabras bonitas en susurros. 

Mikey terminó levantándose de la cama y se puso a buscar su ropa por la habitación ante la atenta mirada de su novio desde la cama. 

-Hay una cosa a la que le llevo dando vueltas un tiempo -dijo mientras sacaba una muda de calzoncillos de la mochila. Takemichi alzó las cejas curioso. 

-Ah, ¿Sí?

-Me gustaría hablar con Hina y con Chifuyu -admitió con voz suave. Sus pasos volvieron a acercarle a la cama donde tomó asiento de espaldas a Takemichi -. Me sabe mal no haber podido decirles nada en todo este tiempo. Desaparecimos de repente y ellos siempre se han preocupado por mí. Siento que estoy siendo egoísta. 

-No es egoísta huir por salvarse la vida, lo sabes perfectamente.

-Ya... -Takemichi gateó sobre la cama hasta sentarse de la misma forma a su lado. Lentamente inclinó la cabeza y la apoyó en el hombro del más bajito. Mikey sonrió tenuemente y con ese gesto entrelazó una de sus manos con la de Takemichi -. Pero aún así siento que debería hablar con ellos. Quiero hablar con ellos -clarificó.

-Bien... -Takemichi chascó la lengua y tras pensar unos segundos más continuó -, ¿Y cómo lo hacemos?

-Podríamos comprar un móvil -sugirió y Takemichi se giró a mirarlo algo preocupado. 

-Es peligroso, esa gente podría rastrear la llamada perfectamente, o no sé... No sé hasta qué punto podrían localizarnos -de pronto se sintió impaciente. La propuesta de Mikey le parecía algo arriesgada aunque al mismo tiempo quisiera complacerla. Jamás le diría que no aunque a la vez quisiera persuadirle de lo contrario. Sin embargo, el modo en que Mikey le devolvió la mirada le hizo comprender hasta qué punto su pareja era su kriptonita. Aunque se jugasen la vida estaría dispuesto a complacerle, ahí fue cuando lo tuvo claro.

-Sería solo por unos minutos, después de hablar con ellos volveríamos a deshacernos del móvil -insistió -. Además, dudo que con un móvil nuevo puedan rastrearnos, nadie va a saber que lo hemos comprado nosotros. 

-¿Acaso te sabes de memoria sus números de teléfono? -preguntó cayendo en cuenta en eso de repente. Manjiro sonrió al instante.

-Tengo el de Hina aquí -admitió sonriente y señalando su cabeza con el dedo índice. Takemichi le devolvió la sonrisa. 

-Nunca dejarás de sorprenderme. 

Después de esa charla tomaron una larga y calentita ducha juntos. Fue realmente placentero sacarse toda la suciedad y sudor del día anterior pues habían estado bebiendo y bailando sin parar hasta que salió el sol. Sin hablar de su divertido desliz en los baños públicos de la discoteca. 

Pagaron por una noche más en ese mismo hotel y salieron a las calles de la ciudad tomados de la mano. Justo habían ido a parar a una avenida bastante comercial que no solo tenía clubes y discotecas sino también tiendas y comercios. Compraron algo más de ropa para cambiarse y tomaron un rico desayuno -aunque ya era algo tarde- en una adorable cafetería del centro. 

Mientras paseaban Manjiro se sentía mucho más cómodo. Aún seguía dándole vueltas incesantemente al recuerdo del sonido del disparo, incapaz de olvidarse el ruido de una bala al romper la carne y los huesos, pero estar al lado de Takemichi le hacía sentirse mejor y, de alguna forma, evadirse de esos malos recuerdos que aún no le dejaban descansar por completo. 

De vez en cuando la imagen de Draken se repetía en su cabeza pero cada vez tenía más claro que su amigo no habría aceptado cualquier otro tipo de destino. Desde que ocurrió el desafortunado incidente con su hermana y su abuelo Draken había sido incapaz de levantar cabeza. A pesar de su corta edad había estado profundamente enamorado de Emma y sin ella su vida había sido un sinsentido infinito. Y ese aspecto no le tranquilizaba el hecho de que su amigo hubiese sido asesinado, pero le hacía recordar que probablemente Draken no se arrepentiría de sus actos. 

-Has cogido uno de los baratos, espero que funcione -estaban sentados en uno de los bancos de un bonito parque lleno de padres y niños. Los gritos y las risas se escuchaban por todas partes, los pequeños revoloteaban mientras sus padres charlaban entre ellos y sonreían al mirarlos. Hacía un día bastante agradable, ni siquiera hacía mucho frío, y los rayos del sol iluminaban todo el parque a través de las copas de los árboles. 

-¿Para qué voy a gastarme más dinero si me voy a deshacer de él después? -preguntó. Takemichi estaba concentrado e incluso la lengua asomaba entre sus labios mientras buscaba el modo de meter la pequeña tarjetita en el móvil de baja calidad que Manjiro había decidido comprar. Eran de esos estancados en los 2000. Con teclas grandes y de botones y de los que no se rompían por mucho que les tirases piedras encima. 

-Ya pero por lo menos podría haber sido táctil, yo no sé usar esto. 

-Deja de quejarte. ¿Acaso no has visto que en las pelis este tipo de teléfonos son más difíciles de rastrear?

-¿Entonces sí crees que puedan rastrearnos? -su concentración se había ido al garete. Ahora miraba a Manjiro con una clara preocupación en su asustada mirada y Mikey no pudo evitar soltar una carcajada al verle. 

-Es broma, bobo, dame eso -le arrebató el aparato de las manos y en seguida pudo meter la pequeña tarjetita. Lo encendieron y pronto estuvieron en la pantalla de inicio. Ambos se quedaron mirándola en silencio y sin saber qué hacer. Takemichi miró a Mikey de reojo. 

-Haz algo, venga. 

-Echo de menos mi iPhone -se lamentó en un susurro. 

-Deja de lloriquear, ha sido tu idea -contestó dándole un golpecito en el hombro. Mikey se quejó en voz baja y empezó a buscar entre las aplicaciones la que les dejase realizar una llamada. Al encontrarla tecleó el número de Hina y se quedó unos segundos mirando la pantalla antes de llamar. Takemichi le miró entonces y una clara curiosidad se hizo cargo de toda su expresión. 

-¿Qué pasa?

-Es que ahora no sé qué decirle, ¿Y si mejor no... llamo?

-¿Por qué dices eso? -preguntó pero la mirada de Mikey seguía reflejando esa incertidumbre tan clara. Sus manos habían empezado a temblar un poco y casi parecía estar a punto de dejar caer el teléfono. Supo de inmediato ese miedo que sentía su novio a enfrentarse a la realidad. 

-Es que... -se mordió el labio con fuerza, su mirada ahora estaba clavada sobre el suelo -, han pasado tantas cosas que... Ella misma notará lo diferente que estoy -musitó en voz muy baja. Takemichi supo al instante a lo que se refería concretamente. ¿Cómo explicarles a tus amigos que eras un asesino? ¿Que estaban persiguiéndote para matarte? Aunque todas esas cosas seguramente ya se las hubieran explicado Shinichiro e Izana era difícil enfrentarlas directamente. Y lo que estaba claro es que no sabrían de lo primero. 

-Son tus amigos, Mikey -lentamente puso una de sus manos sobre las de su pareja y el temblor en ella disminuyó considerablemente -. Ellos solo querrán saber si estás bien, el resto les dará igual y no necesitas decirlo. 

-Aún así, Michi, ella me conoce, sabrá que me pasa algo raro.

-Y si de verdad te conoce como tú dices no insistirá -apretó ligeramente el agarre en su mano y Mikey tomó la valentía suficiente para devolverle la mirada. Takemichi ya no podía soportar más esa angustia en ella, quería erradicarla por completo a pesar de ser tan sumamente complicado. 

Manjiro suspiró y volvió a mirar la pantalla del teléfono. Ahí donde el número de su amiga esperaba para ser llamado. La misma amiga que había cuidado de él durante los años que había vivido solo en Tokio recomponiéndose e intentando reconstruir su vida. Quisiera volver a esa época con Takemichi a su lado. Seguir quedando con sus amigos, enseñando ballet a niños y pagando las facturas de la casa. Ese tipo de cosas tan comunes y cotidianas. 

Y sin decir nada más marcó para llamar y se puso el teléfono en la oreja. 

Takemichi no soltó su mano y como respuesta Mikey la apretó más fuerte dando a entender que no quería que lo soltase. 

Shirai Mikami estaba enfadada. 

Que dejasen ciego de un ojo a su hermano no parecía servirle para generar en él la ira suficiente como para encontrar a alguien y deshacerse de la lacra con facilidad. Jamás había pensado algo con tanta intensidad pero ahora lo hacía; su hermano era un inútil y cada día lo demostraba con más eficacia. 

Sabía que debía ser ella quien llevase las riendas de todo y si quería que su organización se alzara como la organización número uno de Japón, aquella capaz de controlar el bajo mundo, debían finalizar la tarea que le había encomendado a Kyo. 

Los hermanos Sano eran fuertes e inteligentes, no salían de la protección de su madriguera a menos que pasara algo traumatizante en sus vidas, y tenía que matarlos si quería cumplir su objetivo. Bonten no continuaría sin ellos y solo así Zeux ocuparía su lugar. 

Pero, ¿De verdad era tan difícil matar a un crío sin experiencia en el crimen organizado? Cada día estaba más sorprendida aunque en el mal sentido de la palabra. 

En ese momento se encontraba en uno de sus vehículos. Las anteriores semanas la situación a su alrededor había estado tranquila. Era como si Bonten hubiese dejado de lado sus trabajaos diarios y cotidianos para dar lugar a otro más importante y distinto. Se hacía una ligera idea de lo que podría ser y muy a su pesar le comenzaba a agradar la idea de que el menor de los Sano la estuviese ayudando a despistar a sus hermanos mayores. 

Sentada en la parte trasera de su furgoneta sacó del bolsillo de su pantalón su teléfono móvil. Tobe, su mano derecha y sentado justo frente a ella, la miró de reojo sabiendo perfectamente a quién estaba marcando. 

-¿Sí?

-Kyo -pronunció con voz demandante y justo después de escuchar la ronca voz de su hermano a través del aparato.

-¿Para qué me llamas? Estoy ocupado, hermana.

-Estarás ocupado con cualquier otra cosa menos con el trabajo, supongo, de ser al contrario ya me habrías dado una buena noticia hace tiempo -soltó con brusquedad y escuchó un largo y tendido suspiro desde el otro lado de la línea.

-Al grano -pidió con poca paciencia y Shirai sonrió un poco. Su relación con Kyo nunca había sido muy cercana ni muy personal, trabajaban codo con codo y él había aceptado su puesto un escalón por debajo de ella porque sabía que su inteligencia era considerablemente superior y eso era importante para liderar una poderosa organización. 

-Estoy cansada de esperar Kyo, te he dado una oportunidad que se ha prolongado demasiado en el tiempo y no estoy dispuesta a esperar más por ti.

-¿A qué te refieres?

-Me refiero a que me estoy dirigiendo a un sitio y a que me va a tocar a mí hacer tu trabajo -hubo un silencio largo y después un gruñido sutil. 

-¿Qué? Me prometiste que lo haría yo.

-Me importan más los resultados que tu venganza.

-Ni siquiera sabes dónde están, no lo sabemos ninguno de los dos -entonces Shirai sonrió y su vista se posicionó sobre el copiloto del vehículo quien tenía un ordenador portátil sobre las piernas. En pantalla aparecían unas coordenadas específicas. 

-Resulta que fue útil rastrear los números de teléfono de sus amiguitos -suspiró contenta y el silencio de su hermano al otro lado le hizo continuar -. Hace unos días recibimos el aviso de una llamada.

No pudo verlo pero la mirada de Kyo se iluminó al instante. Llevaba días recorriendo casi todo el sur del país buscando algún tipo de pista útil que le llevara al paradero de esos dos. Su necesidad de matarlos ya no solo a Manjiro sino a su acompañante también era cada vez más poderosa hasta el punto de devorarle por dentro. 

Fue como si una corriente eléctrica le trepara por dentro y apretó el móvil con tanta fuerza que creyó que lo partiría en dos. 

Le daba igual que su hermana se metiera entre medias, le daba igual no salir exitoso del plan por su cuente y prácticamente le importaba todo más bien poco. Mientras fuese él quien matara al pequeño escurridizo con sus propias manos se quedaría tranquilo y a gusto.

-Pásame las coordenadas. 

 -Personalmente te recomiendo esta de aquí, es mucho más fina y pasa desapercibida más fácilmente, aunque dudo que llegues a usarla en algún momento, por supuesto -el señor de alrededor sesenta años soltó una pequeña carcajada que Manjiro correspondió con una pequeña sonrisa. El chico observaba las pequeñas y costosas navajas sobre el mostrador. Una de ellas con el mango dorado, algo más ancha y tosca, la de al lado con el mango del mismo tono que la cuchilla y siendo esta unos centímetros más larga, y la última, siendo recomendación directa de su vendedor, tenía el mango granate y la cuchilla era más corta pero afilada. 

Ya no les bastaba solo con tener la pistola que consiguieron de la guantera del Bugatti de Ran si solo uno de ellos dos iba a estar armado, el otro necesitaba al menos algo con lo que poder defenderse si se daba la situación.

-Gracias, creo que me quedaré con esta -tomó la que el señor le había recomendado y mientras él guardaba las otras dos Manjiro contempló con más detalle su nueva adquisición. 

Pagó por la navaja y antes de salir la escondió en uno de sus bolsillos. 

Takemichi se había quedado esperándolo en el hotel donde ya llevaban hospedados casi una semana. Los días habían pasado lentos pero agradables y por primera vez en semanas ambos habían podido descansar como se merecían. Hacían planes entretenidos a diario; si no era quedarse en la habitación a dormir, ver películas o tener sexo era salir a la calle a lindas cafeterías, a pasear o a algún local nocturno. Podría decirse que su vida estaba más cercana a ser normal a pesar de que sabían que eso sería momentáneo, de hecho, planeaban marcharse a otra ciudad en unos dos o tres días. 

Mientras caminaba sacó del bolsillo de su pantalón el teléfono pasado de moda que había comprado días antes y con los que continuaba en contacto con sus amigos. Había podido hablar con Hina y con Chifuyu y ambos no pararon de decirle en ningún momento que le echaban muchísimo de menos. 

Sonrió entonces cuando leyó un nuevo mensaje de su amiga en el que le deseaba pasar un bonito día. Había dicho que lo tiraría pero el hecho de poder hablar con sus amigos era revitalizante. 

-Prometiste que te desharías de él, Mikey -se quejó Takemichi desde la cama cuando lo vio aparecer por la puerta de la habitación. El aludido sonrió y se guardó el teléfono en el bolsillo. Escuchaba esa frase a diario. 

-Lo sé, lo siento, lo tiraré en cuando nos vayamos de esta ciudad, lo juro -corrió a dejarse caer sobre la cama y Takemichi sonrió al sentir el colchón botar con él encima -. Mira -sacó de su otro bolsillo la navaja que acababa de comprar y Takemichi la cogió para observarla con curiosidad. 

Mientras la contemplaba Mikey se quedó embobado con su figura. Tenía solo una toalla atada a la cintura, su piel olía bien y su pelo estaba húmedo. Acababa de darse una ducha y Mikey se mordió el labio con el pensamiento de haber podido dársela con él.

-Es bonita.

-¿La navaja? -preguntó alzando una ceja y su novio alzó los hombros. 

-Bueno, ¿Qué quieres que opine de un artilugio para rajar? -rio devolviéndosela con una sacudida. Mikey rio también y volvió a guardarla.

-Tú eres más bonito -sonriente gateó hasta acercarse a su rostro y así poder dejar un suave besito sobre sus labios. Takemichi sonrió con sinceridad también y una de sus manos acarició los mechones rubios de su pareja. Suspiró ligeramente y con una genuina mirada de admiración.

-Me encanta verte así otra vez -admitió y Mikey torció la cabeza curioso. 

-¿Así?

-Feliz; sonriendo de nuevo. Sé que te lo he dicho como cien veces esta semana pero no puedo evitarlo, lo siento.

-Oh... -Mikey volvió a acercarse lo suficiente para rozar sus labios sin llegar a besarlos aún. Desde esa posición podían apreciar mucho mejor el color de sus ojos y el aroma dulce de sus perfumes -. Eso es gracias a ti -admitió y aunque era cierto lo único de lo que no había podido deshacerse por completo era de las pesadillas. Pero esa era una historia a parte, al menos su día a día volvía a ser protagonizado por la luz gracias a Takemichi. 

-Entonces dame las gracias como es debido -ordenó con una mirada pícara. Mikey soltó una risita y antes de que su novio tirase de él para besarle se apartó. 

-¡Espera! Antes pidamos algo de comer, tengo hambre.

-Has comido hace dos horas -se quejó incorporándose sobre la cama. Ahora su espalda estaba apoyada en el cabecero y su ceño se fruncía mirando a Mikey aunque únicamente lo hacía para picarle no porque de verdad le molestara.

-¿Y qué? Tengo hambre y a juzgar por los gruñidos de tu estómago tú también -señaló su dirección y Takemichi no pudo evitar soltar una carcajada. En efecto, su tripa soltó en ese preciso momento un fuerte estruendo que no pudo pasar desapercibido. 

-Está bien pero pide algo al hotel y que lo suban a la habitación, no uses esa cosa -advirtió señalando el bolsillo en el que guardó el móvil y Mikey levantó los brazos inocentemente -. Voy a vestirme.

Dicho y hecho Takemichi se puso unos pantalones y camiseta de chándal mientras Mikey pedía unas deliciosas hamburguesas con queso y patatas y dos tartas de queso de diferentes sabores. La boca se le hacía agua solo de pensar en esos deliciosos platos. 

Se tumbaron en la cama y encendieron la televisión con la esperanza de que estuviesen echando algo entretenido por la tele. Era medio día y todo lo que echaban a esa hora eran noticias o programas de preguntas así que decidieron dejar uno de esos de fondo. 

Un rato más tarde escucharon varios golpecitos venir desde la puerta y Manjiro se levantó feliz de un salto. Corrió a ella y al abrirla se encontró con un hombre que empujaba un carrito de metal con dos bandejas. 

-¿Puedo pasar? -preguntó en voz baja y Mikey se hizo a un lado para darle espacio. 

-Déjalo en cualquier sitio, gracias -dijo sonriente y el hombre se limitó a asentir y a dejar los platos sobre una mesa escritorio en una esquina. Tardó más de la cuenta, quizás demasiado para lo que en sí era el trabajo, e incluso Mikey y Takemichi compartieron una mirada incómoda. 

Al terminar giró sobre sí mismo y volvió a tomar el carrito para empujarlo. Volvió a pasar por el lado de Mikey y antes de marcharse compartió con él una mirada que le puso los pelos de punta. Una mirada profunda e intensa que le hizo sentirse verdaderamente extraño. Une escalofrío le recorrió de pies a cabeza y se quedó embobado mirando la cicatriz que ese tipo tenía en el labio.

-Qué aproveche, caballeros -y sin esperar respuesta se marchó cerrando la puerta detrás de él. 

Mikey se quedó en pie en medio de la habitación y con la mirada perdida en el mismo lugar por el que se había marchado ese tipo. Su ceño estaba fruncido y si piel seguía de gallina. Frunció el ceño y escuchó el colchón moverse a su espalda. 

-En fin, qué bien huele -escuchó a Takemichi caminar hasta la mesa y de nuevo sus tripas volvieron a sonar. Mikey suspiró y giró hacia él -. ¿Te pasa algo?

-No, solo... -volvió a mirar hacia la puerta y posteriormente a los platos de comida sobre la mesa. No sabía por qué se sentía de esa forma de repente. Ni siquiera supo si hacía bien ignorando ese sentimiento y dejándolo a un lado. Quizás haber sospechado más de ese tipo hubiese servido para evitar un mal a futuro pero nadie podría saber nada en una situación como esa. Por lo que, haciendo caso omiso a sus instintitos, forzó una sonrisa y se acercó a su pareja -. No es nada, comamos. 

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