Capitulo 11

No pudieron permitirse cerciorarse por completo de que todos estuvieran muertos, lo dieron por hecho y desaparecieron de la casa antes de que las sirenas de policía empezaran a escucharse en la distancia.

Ni Shinichiro ni Izana fueron capaces de perdonarse lo que había pasado ese día. Cuando llegaron a la casa de su abuelo, Manjiro no estaba en la escena del crimen, por el contrario, dos cuerpos cubiertos con mantas térmicas permanecieron en el mismo sitio en el que perdieron la vida mientras los investigadores tomaban fotografías y apuntaban todos los detalles en un papel. La situación era similar al escenario de una película de terror. Cadáveres y sangre. Lo duro es que esos cadáveres no eran de gente cualquiera.

Y Shinichiro jamás había gritado tan fuerte como esa vez. Acurrucado en el suelo, gritando y sollozando y sintiendo el toque de la mano de Izana en su espalda a pesar de que él se encontraba igual de destrozado.

-¿Cómo está? -Izana preguntó apareciendo a su lado. Horas más tarde ambos hermanos se encontraban en el pasillo del hospital. Frente a ellos una ventana que daba directamente a una habitación de urgencias. Casi no se veía el pequeño cuerpo de Manjiro con la cantidad de agujas, tubos y demás elementos sanitarios que lo cubrían y lo mantenían con vida. Shinichiro observando con ojos vacíos y la mandíbula apretada por la rabia y el odio que empezaban a acumularse en su interior. Una necesidad de venganza tan grande que absorbía el resto de sus emociones por completo.

-No saben si logrará sobrevivir -su voz era casi robotizada, sin mostrar ningún tipo de emoción y tan vacía que los pelos se le pusieron de punta al escucharla. Los ojos rojos de su hermano mayor por las horas que había pasado llorando la muerte de sus familiares eran prácticamente similares a los suyos, pero Shinichiro se percibía mucho más frío que él en ese entonces, algo que rara vez ocurría -. La bala se partió en trozos al impactar contra su pecho y algunos de esos trozos le rozaron el corazón -Izana tragó saliva con fuerza y clavó la mirada en el cuerpo inmóvil de su hermano, tan pálido y tan frío que a penas parecía tener vida, de pronto todo su interior ardió en rabia al contemplarlo -. Tú encárgate de que la policía no se meta en esto -por primera vez Shinichiro giró la cabeza para observarle -, te dejo a ti ese papel.

-¿Qué harás tú? -de nuevo su mirada se ensombreció. A pesar de haber formado una organización criminal tan grande y peligrosa y de haber asesinado y torturado a tanta gente, jamás había visto ese tipo de expresión en alguien como Shinichiro. Y de no ser su hermano y no haberle conocido como lo conocía, se habría orinado en los pantalones de puro miedo.

-Voy a encontrarlos y voy a matarlos a todos, uno a uno, y no sin antes hacerles sufrir como no te imaginas.

Y así fue.

Pagaron a los mejores médicos del país para que pudieran ayudar a Manjiro a recuperarse, le dieron cantidades inmensas de dinero a la policía para que dejaran de meter las narices en el asesinato de su familia y, lo más importante, consiguieron encontrar a los responsables de sus muertes.

Ya sabían desde el primer momento quienes eran, Bonten llevaba años enemistada con Zeux, ambas organizaciones tenían repartido el territorio de Tokio para sus negocios pero una de ellas siempre había sido mucho más ambiciosa. Tras el chivatazo que les dieron la noche de la muerte de Emma y el abuelo Sano lo tenían claro. El topo que tenían infiltrado en Zeux les había advertido de las intenciones que tenían los Mikami de matar a sus hermanos antes que a ellos. Era difícil acceder a Shinichiro e Izana, así que, ¿qué mejor manera de hacerlo que matando a sus hermanitos para que se retorcieran de dolor y salieran de su madriguera?

Consiguieron deshacerse del ochenta porciento de los miembros de la organización de Zeux, los mataron después de torturar a la mayoría durante días, quizás horas, y consiguieron reducirla a cenizas. Por desgracia nunca llegaron a encontrar a los líderes, los hermanos Mikami, y eso era algo que a día de hoy aún tenían en pie.

Por suerte sí consiguieron quitarse de encima la organización.

Y Manjiro empezó a recuperarse poco a poco. Pasaron tres semanas antes de que despertara por primera vez, y dos meses antes de que pudiera sentarse apropiadamente sobre la cama. Seis en total hasta que pudo volver a ponerse en pie con ayuda de varios médicos. A penas hablaba, a penas comía, y su extrema delgadez y depresión empezaron a preocupar a sus hermanos mayores.

-Tienes que terminarte eso de una vez -demandó Izana por segunda vez en el día y con la vista pegada a la pantalla de su teléfono móvil.

Ya habían pasado nueve meses desde el incidente y esa misma tarde darían de alta a Manjiro para que pudiera regresar a casa con sus hermanos donde los mejores médicos y rehabilitadores privados seguirían trabajando con él a diario para que se recuperase por completo. Dos semanas atrás, Shinichiro e Izana habían tenido una seria y larga conversación con Manjiro sobre lo que había pasado ese día y sobre lo que era realmente su trabajo.

Y el menor de los Sano no había sido capaz de asimilar ninguna de las palabras que le dijeron. ¿Que sus hermanos eran mafiosos? ¿Que sus hermanos eran unos delincuentes? ¿Los más peligrosos del país? Claro que se abstuvieron en dar detalles sobre las muertes y torturas que acarreaban a sus espaldas pero él ya podía imaginárselo. La relación con sus hermanos mayores había empeorado desde entonces.

Tiró la cuchara al suelo cuando sintió su sangre hervir en su interior. Izana despegó la mirada del móvil para observarle con un poco de preocupación al principio.

-No comeré -susurró y la preocupación en la expresión de su hermano se tornó en una de regaño.

-Come, no me hagas repetírtelo.

-No comeré hasta morir -la contundencia en sus palabras llegó a sorprenderle como nada le había sorprendido antes. Abrió los ojos como platos al escuchar esas duras palabras.

-¿Qué has dicho? -justo en ese momento la puerta de la habitación se abrió y Shinichiro apareció tras esta con los papeles del alta ya firmados. Al entrar sintió inmediatamente la carga tan tensa del lugar y se detuvo a un lado con impaciencia.

-No comeré hasta que me muera, me quiero morir -gruñó con lágrimas contenidas en sus ojos. Pero las sentía, lo decía en serio y eso ambos hermanos pudieron sentirlo. Él de verdad quería morir y en un primer momento les costó entender por qué.

-¿Qué estás diciendo? Cada vez estás mejor, incluso los médicos dicen que podrás volver a hacer ballet.

-¡Ya no quiero hacer ballet nunca más! -lanzó el vaso de cristal al suelo de un fuerte manotazo. Debido al repentino movimiento sintió un pinchazo en el pecho que le hizo soltar un jadeo y encogerse.

-¡Manjiro! -Izana se levantó preocupado y quiso acercarse a él pero la dura mirada de su hermanito sobre la suya le hizo detenerse.

-¡Emma está muerta por vuestra culpa! ¡El abuelo está muerto por vuestra culpa! ¡Y aún seguís aquí a diario hablando de vuestros negocios, de las mierdas ilegales que vais a hacer! ¡Dejadlo de una vez! ¿¡Acaso no habéis aprendido nada!? -la cascada de lágrimas que descendía de sus ojos no hizo otra cosa que estrujarles el corazón. Shinichiro apretó el trozo de papel en su mano. No había vuelto a llorar desde ese día y no podía permitirse volver a hacerlo. Sin embargo, Izana contenía en los suyos unas lágrimas que evitaba derramar por todos los medios. Tuvo que morderse el labio para concentrarse en ello -. Si os importa un poco... Si de verdad os importa dejadlo todo... Y os perdonaré... Deshaced lo que habéis hecho y os perdonaré... -su voz se apagó en aquellas últimas palabras y lloró en silencio desde entonces.

Y aquella petición se prolongó durante años.

Manjiro volvió a casa con ellos, o más bien al edifico que tenía Bonten. Sus hermanos no querían arriesgarse a volver a dejarlo en un sitio de fácil acceso así que lo llevaron a vivir con ellos a la organización por su seguridad. No era la mejor opción de todas teniendo en cuenta la salud mental del menor pero era lo mejor que tenían en ese momento. En ese entonces aún seguían en pleno proceso de deshacerse de Zeux y las aguas estaban más revueltas que nunca.

Procuraron que Manjiro tuviera de todo. Trasladaron todas sus pertenencias a su nuevo cuarto y permitieron que se quedara en la parte más 'hogareña' de todo el edifico. En aquel entonces Mikey conoció a gran número de los hombres de sus hermanos, al menos los más cercanos y los únicos en los que confiaban ciegamente.

En sus pesadillas diarias recordaba al detalle esa fatídica noche. En su cabeza solo daba vueltas una cosa. Que la razón por la que su hermana y su abuelo estaban muertos era en lo que sus hermanos aún seguían metidos de lleno. Y se sentía solo. Durante su niñez y adolescencia se había acostumbrado a ver muy poco a sus hermanos mayores por lo que había aprendido a vivir sin ellos, en su lugar, Emma había sido su todo. Su hermana, su mejor amiga, su confidente y su razón de vivir, con quien compartía su día a día y sus pasiones.

Y ahora estaba solo.

Completamente solo.

Su primer y único intento de suicidio había sido interrumpido por Ran Haitani, uno de los hombres en los que más confiaba Shinichiro. Se rajó las muñecas de lado a lado con una cuchilla de afeitar mientras lloraba sin parar en el suelo del baño.

Ran había ido a su habitación a llevarle el almuerzo y encargarse de que se lo terminara todo. Pero cuando vio un hilo de sangre aparecer bajo la puerta del baño saltaron todas las alarmas.

Era la segunda vez que había sido internado en el hospital con su vida pendiendo de un hilo.

Dos semanas más tarde y tras la visita de varios psicólogos que solo sirvieron para diagnosticar su evidente depresión post-traumática Manjiro volvió al edificio de Bonten. Mucho más delgado y mucho más débil que anteriormente. Un año más tarde se dio cuenta de que no podía seguir allí.

Completamente recuperado del corazón se marchó. Lo hizo no sin antes pedirles a sus hermanos que dejaran Bonten, que no se marcharía si decidían llevar una vida normal con él y que solo de ese modo los perdonaría. Pero ellos se negaron.

No dejarían Bonten y solo en ese momento Manjiro tomó la equívoca idea de que esa maldita organización era mucho más importante para ellos que la vida de su familia.

Así que se marchó sin decir nada más. Ellos no lo detuvieron porque no querían encerrarlo a la fuerza. Gracias a que Zeux había desaparecido ya no temían tanto por su seguridad por lo que tomaron la decisión de aceptar lo que Manjiro quería y simplemente mantenerlo vigilado y protegido las veinticuatro horas del día por sus hombres. Quisieron darle eso al menos porque sabían en allí no era feliz y que jamás se recuperaría.

No sabían qué era lo que podría sacar a su pequeño hermano de ese pozo de oscuridad en el que se había sumergido...

Pero en ese instante y mirando a Takemichi a los ojos Mikey se dio cuenta de que la vacuna a esa oscuridad que lo atormentaba estaba ahí, frente a él y portando los ojos azules más bonitos que había visto nunca.

-Así que tus... -tras haber escuchado toda la historia Takemichi se sentía perdido. Intentaba procesar toda la información recibida y colocarla adecuadamente en sus archivos cerebrales -, dios, ni siquiera sé qué decir.

Mikey levantó las mangas de su sudadera lentamente y dejó expuestas sobre su regazo las muñecas. Ambas tenían una gruesa cicatriz blanca que destacaba incluso en la palidez de su piel.

-¿Ves? Todo lo que te he dicho es verdad -dijo con temor y Takemichi acercó la yema de sus dedos a las cicatrices que acarició con cuidado y lentitud. La rugosidad bajo su tacto le resultó dolorosa incluso a él. No le gustó saber que se había hecho tanto daño, algo un poco hipócrita teniendo en cuenta sus propias marcas que eran tan similares a esas.

-No he dicho que no lo fuera -levantó la mirada y advirtió en uno de sus ojos la humedad previa al llanto. Las caricias bajaron hasta entrelazar sus manos con las de Mikey para darles un pequeño apretón -. Gracias por contármelo Manjiro, lo siento si he sido demasiado insistente pero estoy... estoy asustado.

-Y yo siento haberte metido en esto -su tono de voz fue tembloroso. De repente el temor se instaló en su pecho con una fuerza desastrosa. Mirar a Takemichi a los ojos solo le hacía darse cuenta de lo mucho que la había cagado, que ese chico tan bueno corría peligro por su culpa. Sus hermanos y todos los que trabajaban con ellos se lo habían repetido millones de veces, que nunca podría ser completamente normal y que la gente con la que se relacionara correría peligro. Pero con él había resultado tan sencillo encandilarse que solo en ese instante se dio verdadera cuenta. Y supo de inmediato que quería mantenerlo alejado de todo su mundo, que quería cuidarlo y protegerlo, pero también cayó en cuenta de lo poco que quería alejarse y de lo imposible que era ahora.

Takemichi negó inmediatamente y sonrió, el brillo de sus ojos era apaciguador , casi hipnotizante.

-No es precisamente por mí por el que estoy asustado -elevó una de sus manos y apartó con el pulgar la lagrima rebelde que cayó de uno de sus ojos. Mikey sonrió un poco y el silencio posterior y que duró unos segundos se hizo eterno. Takemichi volvió a acariciar el dorso de sus manos y agachando la mirada hacia las mismas decidió retomar la conversación -. Entonces... No tienes pensado hablar con tus hermanos hasta que se limpien -más que una pregunta parecía un afirmación. Manjiro asintió lentamente.

-Puedo entender que no predijeran el peligro cuando empezaron pero ahora que Emma y el abuelo están muertos por todo esto no entiendo por qué siguen jugando con fuego. No soy capaz de perdonarles hasta que no destruyan eso que mató a su familia -la contundencia en sus palabras fue clara. Takemichi lo comprendió y no le quedó más remedio que asentir de acuerdo pero aún así la preocupación seguía instaurada en su interior.

Se sorprendió a sí mismo dándose cuenta de que no le había impactado demasiado la afirmación de que los Sano eran los criminales más peligrosos de Tokio, por alguna razón eso resultó evidente cuando lo llevaron hasta Shinichiro a la fuerza.

-Pero todo lo que me han dicho...

-No te preocupes -sonrió y esta vez fue él quien dio el apretón a sus manos -, destruyeron Zeux hace mucho, esa gente ya no existe, no hay peligro.

-Pero yo lo vi -dijo y su mirada expresó todo ese terror que sintió al ver la fotografía en el edificio de Bonten. La sonrisa de Manjiro desapareció de inmediato al verlo y la confusión fue evidente en su expresión.

-¿El qué?

-A ese hombre saliendo de mi edificio, el de la cicatriz en el ojo -entonces su corazón pareció detenerse de golpe. La confusión dio lugar a la sorpresa y posteriormente al horror. Manjiro recordó entonces como una imagen cinematográfica frente a sus ojos el momento en el que estalló un vaso de cristal en el rostro de uno de los asesinos de su hermana. Pudo incluso recordar a la perfección su propia carne de la palma de su mano rasgarse por los vidrios rotos. Y el grito de dolor tan grave y ensordecedor de después.

Entonces cuando su corazón volvió a latir lo hizo con muchísima más fuerza. Observó a Takemichi de un modo que al más alto le preocupó. ¿Podría ser una coincidencia? Pero, ¿lo sería acaso después de haber tenido un encuentro con sus hermanos? De repente la idea no le parecía tan descabellada, sus hermanos nunca llegaron a afirmarle que hubieran matado a los mismísimos líderes de Zeux.

¿De nuevo le habían ocultado algo?

-¿Cicatriz en el ojo? -y como una extraña casualidad el timbre del apartamento sonó de repente haciendo que ambos jóvenes dieran un brinco en sus asientos. Takemichi no respondió, soltando sus manos se puso en pie y caminó hasta la puerta. Mikey lo siguió de cerca aún con un nudo extraño instalado en la boca del estómago.

-Seguramente Chifuyu se haya vuelto a olvidar las llaves -pero automáticamente Manjiro llevó la vista a la mesita que tenían al lado de la puerta de entrada. Allí en la cestita solo estaban las llaves de Takemichi -. ¿Diga? -preguntó con el telefonillo pegado a la oreja.

En ese momento el teléfono de Mikey empezó a vibrar y en la misma pantalla apareció una llamada entrante. Supo de inmediato que era uno de los teléfonos de sus hermanos, esos que no tenía agendados porque no quería saber nada de ellos. Frunció el ceño, solían llamarle a veces pero estaban surgiendo demasiadas casualidades al mismo tiempo y algo no le daba buena espina.

-¿Un paquete? -la voz de Takemichi volvió a traerle de vuelta a tierra -, yo no he pedido nada -al observarle vio sus cejas fruncidas por la confusión -. Ahm... está bien, claro.

Colgó el telefonillo y dio media vuelta para quedar de cara a Mikey. Su vista bajó a la mano que aún sostenía el móvil sonando.

-¿No lo vas a coger?

-¿Quién era?

-El correo, al parecer alguien ha pedido un paquete para esta dirección, suben a dármelo -su tono era de indiferencia. Manjiro frunció el ceño y su teléfono dejó de vibrar. Entonces, dos segundos más tarde volvió a hacerlo y un nuevo número que desconocía apareció en la pantalla.

Esta vez, aún más extrañado si cabía, pulsó el botón de contestar justo cuando unos golpecitos en la puerta del apartamento se escucharon.

-¡MANJIRO SALID DE AHÍ! -supo de inmediato que era la voz de Sanzu, tan llena de pánico y terror que le heló la sangre al instante. Lo siguiente que hizo lo hizo por inercia, como acto reflejo y sin ser plenamente consciente de sus acciones.

Haruchiyo Akashi, o más bien conocido como Sanzu, estaba harto de los Sano.

Bien es cierto que Sanzu era conocido de igual modo como el 'perro fiel' por todos los hombres y mujeres de Bonten pues su lealtad a Shinichiro e Izana era quizás un poco enfermiza, pero nadie podría llegar a sospechar nunca que fuera un traidor. Su adoración por Shinichiro era tan grande que incluso lo consideraba su propio hermano mayor, mucho más que Takeomi quien biológicamente lo era. Llevaba con los Sano desde que crearon una pandilla de delincuentes juveniles en sus años de instituto y desde entonces les juró lealtad eterna.

Hacía cualquier cosa que le pidiesen, y eso sumado a la confianza que tanto Shinichiro como Izana habían depositado en él lo habían convertido en uno de sus administradores. Aquellos que formaban parte del círculo interno de Bonten. Eran como familia.

Quizás por esa razón fue de los pocos que habían tenido el privilegio de conocer a Manjiro y Emma Sano en su momento y por lo que Shinichiro le mandaba varios días al mes a cuidar de su hermanito ahora rebelde. Estaba harto y acostumbrado al mismo tiempo. Pero no hay que divagar demasiado, Sanzu respetaba a Manjiro tanto como a sus hermanos porque era un Sano y ya solo por ese hecho le debía lealtad a él también, al menos dejándose guiar por los valores que él mismo se había autoimpuesto.

Pero haber pasado tantos años detrás del menor de los Sano y que nada hubiera ocurrido hacían de sus días persiguiéndolo un completo aburrimiento. La mayor parte del tiempo lo pasaba en su coche y si Manjiro estaba en casa solía jugar a Candy Crush en el móvil.

Justo como en ese momento.

Quizás fue por esa razón por la que no se dio cuenta antes. Quizás por eso no fue capaz de reaccionar cuando le hicieron la emboscada. Pero a quién vamos a engañar, más bien fue un golpe de suerte.

Gracias al cielo le dio picor en el tobillo. Al agacharse el sonido del vidrio rompiéndose le hizo detenerse encorvado bajo el volante. Y lo comprendió. Él más que nadie era capaz de distinguir el sonido de un arma silenciada. Se le congeló la sangre de inmediato. Estaba muerto, eso fue lo primero que pensó antes de arrancar el coche sin incorporarse y pisar el acelerador con fuerza.

La persecución fue instantánea. Dos motos aceleraron al mismo tiempo y las calles de Tokio parecieron convertirse en una carrera ilegal y peligrosa. Al menos eso es lo que la mayoría de ciudadanos pensaron a juzgar por sus insultos y pitidos al claxon.

A partir de entonces los disparos dejaron de ser silenciosos. Los proyectiles impactaban contra los cristales de las ventanillas y fue entonces cuando maldijo infinitamente no haber escogido su coche blindado ese día.

-Hijos de puta... -gruñó mientras apretaba el volante con fuerza y pisaba el acelerador hasta alcanzar la vertiginosa velocidad de 150 kilómetros hora en plena calle comercial de Tokio. Agarró su propia pistola de la guantera y empezó a disparar a través de la ventanilla rota. Intentaba no dirigir el cañón hacia la acera donde habían personas asustadas, niños y ancianos, pero no se esmeró demasiado pues Sanzu nunca había sido una persona demasiado piadosa.

Daños colaterales, él diría algo así.

Al principio solo alcanzó a avisar a Shinichiro por su teléfono móvil. El mayor colgó de inmediato al recibir el mensaje e intuyó que lo hizo para intentar contactar con su hermano. Y justo después y solo cuando el teléfono de Manjiro dejó de estar ocupado intentó llamarlo a él.

-Cógelo, vamos... cógelo -sus nudillos estaban blancos por la presión que ejercía sobre el volante. Los bruscos giros entre calles no parecían hacer perder el equilibrio a las motos que no dejaban de perseguirle y disparar -. Joder... ¡contesta!

Entonces ocurrió. El tono dejó de repetirse cuando la llamada fue aceptada por el menor de los Sano. Y ni siquiera permitió que dijera algo pues enseguida alzó la voz y con toda la desesperación del mundo gritó.

-¡MANJIRO SALID DE AHÍ!

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