5.

Sobre las cuatro de la tarde, Marta finaliza su turno como camarera cerca de la estación de Banco de España. Desde que dejó la carrera dos meses antes de finalizarla, trabajaba en la terraza de la azotea de uno de los hoteles de moda de la ciudad. En su momento, necesitaba pagar las clases de doblaje de aquella academia polvorienta demasiado cara y la oferta de trabajo fue una solución a corto plazo.

¿Qué pensaba que seguiría trabajando en el mismo sitio cinco años después? No, claro que no. Pero a diferencia de su estricta madre, Doctorada en Derecho, que se encargaba de recordarle lo decepcionante que era su existencia todos los domingos, ella era una soñadora. Estaba convencida de que su oportunidad estaba a la vuelta de la esquina, solo que todavía no había localizado cuál era de todas las de Madrid.

Nada más cambiarse de ropa, recoge su melena rubia con la ayuda de una pinza. Es la última de su turno en salir y, por lo tanto, no queda nadie en los vestuarios.

La voz de Elisa continúa por el manos libres de su teléfono. La había llamado hacía quince minutos, de los cuales solo había hablado treinta segundos siendo generosa. Que Xavi no le pidiese matrimonio en uno de sus cuatrocientos aniversarios era el monotema de la semana.

—Llevamos cinco años, Marta. Cinco años y no es capaz de hacer una pregunta tan simple—dice Elisa bajando la voz.

Sabía que Marga, su compañera de Recursos Humanos, podía enterarse de lo sucedido y eso la convertiría en la comidilla de la oficina un tiempo.

—A lo mejor está esperando.

—¿A qué?—resopla Elisa—Lloro en todas las bodas y sabe que no soy tan sentimental. Siempre peleo por el ramo y hasta dejo catálogos de vestidos de novia por casa.

—¿No te parece poco saludable? Es decir, ya llegará. Os acabáis de mudar juntos y no hacéis nada distinto a lo que una pareja casada haría.

—Tú firmaste un contrato con Jon. ¿Cuál es la diferencia?

—Que era un capullo y Xavi no es así. Él te quiere, sois la pareja más estable que conozco. Y cada día veo más divorcios.

Marta guarda el uniforme en la taquilla número cuatro. A continuación, se sienta en uno de los banquillos del vestuario para atarse las deportivas blancas.

—Solo quiero saber adonde vamos y si es en la misma dirección.

—Solo es un anillo.

—Para mí no. No quiero pasarme toda la vida preguntándome por qué no da el paso.—dice encogiendo los hombros—Tengo que colgar, la reunión de tecnología es en cinco minutos.

—Llámame cuando salgas. Podemos ir a tomar algo, si quieres.

—Por cierto, antes de que se me olvide, me ha llamado Sebas. Llegan el jueves para la inauguración.

Marta se pone en pie recogiendo su bolso del suelo. Durante un par de segundos medita sobre la respuesta que debería dar para parecer que "le es indiferente" que el chico por el que se pilló durante cuatro años de carrera vuelva a la ciudad.

Y, en verdad estaba convencida de que era así. Pero el nudo que se había formado en su garganta decía lo contrario.

—Ah pues muy bien.

—Suena a "sigo pillada por él, pero tragaré con mis sentimientos".

—Para. Suenas igual que Milo.—dice cruzando los brazos—¿Qué me sorprendió su mensaje después de tanto tiempo? Puede, pero no había pensado en él hasta que lo envió.

—Milo vio como entraste en pánico en la cola del supermercado. No pasa nada por admitirlo. A este paso te acabará saliendo una úlcera. Me llama mi jefe, hablamos luego.

Guarda el teléfono en su bolso y saca un portafolios con varios guiones. Las primeras páginas están subrayadas de morado, anotaciones a lápiz y varios tachones. Tiene una audición en un par de días para un anuncio de telefonía, y sabía que todo lo que pudiese enriquecer su currículo era buena idea. Por lo general, la mayoría de las audiciones de doblaje eran privadas. Los actores necesitaban un agente o una buena agencia para conseguir un papel. Ese, en teoría era el trabajo de Félix hasta que rompió su contrato la semana pasada.

Hasta que consiguiera otro agente, estaba limitada a las audiciones abiertas que encontraba por redes sociales o páginas web. Mentiría si no dijese que había estado cotilleando a la influencer que le había usurpado su trabajo. Las redes sociales se llenaban de halagos para con ella y le deseaban lo mejor en esta nueva etapa de su "carrera". La influencer había publicado fotos con la agencia, una de ellas dándole la mano a Félix tras firmar el contrato.

Una parte de ella se repetía que debería dejar de intentarlo. Quizás retomar la carrera y admitir que su madre tenía razón. Sería infeliz, cierto, pero ganaría un buen sueldo.

Tras salir, y ante el calor sofocante, decide tomar el autobús hasta la casa de Milo. Tras un par de paradas, el conductor se detiene en un semáforo. Marta observa a través de la ventanilla uno de los cines más emblemáticos de la ciudad, el cine Callao. La plaza está abarrotada de transeúntes. A Marta le encantaba lo viva que estaba la ciudad a cualquier hora del día.

Al otro lado de la calle, un cartel de "Cerrado por remodelación" en las puertas de una discoteca capta su atención. No por la cantidad de andamios que rodean la fachada, sino porque aunque se empeñase en negarlo, recordaba a la perfección la última vez que estuvo ahí.

El dolor de pies por los tacones, la letra de las canciones que bailó de madrugada o la resaca a la mañana siguiente, pero, por encima de todo, la forma en la que Sebas la miró aquella noche.

Sebas.

Ni siquiera conocía su apellido por aquel entonces. Solo sabía tres cosas: que estudiaba ingeniería, que oírle reír debería ser declarado patrimonio nacional y que, tras graduarse, se marchó a Barcelona y no volvió a verle.

Marta solo tiene una regla, una que legisló aquella madrugada: nunca mirar al pasado. Así que, como a aquella profesora de baile que odiaba, decidió encerrar a Sebas en una fortaleza muy al fondo de ese músculo al que llaman corazón. Su mejor amiga se había preguntado desde entonces cuando, tal talón de Aquiles preparado para explosionar, se expondría a la luz.

*****

—¿Por qué tenemos que hacerlo ahora?—pregunta Milo.

—Porque estoy harta de ponerme esa sudadera vieja y atiborrarme a helado.—dice Marta cerrando una caja de cartón con celo—Me he cansado de juntarme con los mismos tíos a los que les importo una mierda. Y tú también deberías. Jon no va a volver y Diego tampoco así que lo tiramos todo. Terapia de choque.

Milo había invitado a Marta a merendar y ver una película. Pero tras ver una en la que la trama principal era una ruptura, su mejor amiga decidió que era el momento de actuar y deshacerse de todo aquello que les recordase a sus ex.

—Pero me encanta esta camisa.

—Diego te la regaló.—se cruza de brazos—¿Prometes no ponerte esa camisa para subir una foto a Instagram para ver si él ve tu historia?

—Pero...

—Va a la caja de deshechos.

—Vale. Es peor que cuando hiciste la dieta de la alcachofa—murmura entre dientes.

Ambos salen del apartamento. Milo cierra la puerta con la mano libre que le queda, al mismo tiempo que un veinteañero sube las escaleras hasta el tercer piso. Carga una mochila a su espalda y una bandolera en un hombro mientras charla con una vecina, la Señora Torbado alias "la Tormento" y casera de Milo.

Marta no puede evitar fijarse en la sonrisa del joven cuando se pasa la mano por su cabello corto y ondulado. Los labios de él se curvan en respuesta a algo que le ha comentado la mujer de cabello blanco y el jersey repleto de pelos de gato. Marta no sabría decir si es sincera o es un acto reflejo ante un comentario incómodo, pero hay algo en ella que parece haber despertado un cosquilleo en su estómago.

—¡Vaya, qué coincidencia tan oportuna!—dice la señora Torbado al ver a Milo—¡Camilo! Acércate, quiero presentarte al nuevo vecino.

—Es Milo, por enésima vez—dice apretando los labios.

—Eso no es lo que pone en tu contrato. Te presento a Nicolás, es el nuevo inquilino del tercero B. ¿Dónde está ese novio tuyo? Holgazaneando seguro—muestra una sonrisa irónica.

—Como le expliqué la semana pasada, Diego ya no vive aquí.

—Uy, ¿y eso por qué?

—Porque se acostó con media tripulación, el frutero y el vecino del quinto A, al parecer.

—¿Alex? Pero si está casado con una mujer. Él no es como vosotros.

—Los hombres van a lo que van Señora Torbado y da igual el sexo que les atraiga.—interviene Marta—¿No es por ello por lo que su exmarido la dejó?

—Muy perspicaz... No puedo quedarme mucho más tiempo.—saca unas llaves de su bolsillo—Aquí tienes las llaves Nicolás, estoy segura de que a Camilo no le importará acompañarte hasta tu piso. Ni tampoco a su amiga—añade con sorna.

La señora Torbado baja las escaleras, no sin antes dedicar una última mirada por encima del hombro a la joven que ha conseguido sacarle los colores.

—¿Es demasiado tarde para dar una buena impresión?—pregunta el recién llegado.

—La Señora Torbado es peculiar y muy a la vieja usanza. Me saca de quicio, pero el alquiler es barato para estar en el centro.

—¿Siempre hace tanto calor?—dice quitándose la chaqueta vaquera.

—Bienvenido a Madrid. A pesar de lo que diga esa mujer, soy Milo y ella es Marta.

—¿Vivís juntos?

—No, pero Marta suele pasarse mucho por aquí.

—Porque me llamas hasta para cambiar una bombilla. Aunque luego ceno gratis.—dice Marta con cierta satisfacción—Eras Nicolás, ¿verdad?

—Nico está bien.

Las llaves se le caen al suelo de las manos. Cuando se agacha para recogerlas, Milo aprovecha para acercarse al oído de su mejor amiga.

—Esperemos que sea el único diminutivo—susurra Milo.

Marta no puede evitar soltar un codazo en el costado de Milo. Se cubre la boca con la mano para esconder la sonrisa traviesa que se le dibuja en los labios. Una vez que Nico se reincorpora, Marta se queda mirándolo, sin poder evitar sonrojarse.

—Pues encantada Nico.

Marta baja unos escalones y, al pasar junto a él, Nico se percata del aroma cítrico de su perfume. Se apoya en la barandilla del rellano sin borrar la sonrisa de su rostro.

—Lo acaba de dejar con su novio—murmura Milo para que Marta no pueda oírle—Era un imbécil. Ya nos veremos.

*****

Buenass, ¿qué tal lleváis la semana? Espero que todo bien!! Os dejo el último capítulo publicado, espero que os guste un montón!! Os mando un abrazo virtual gigante!!

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