2.
Milo, el mejor amigo de Marta, regresa a la ciudad tras pasar unos días en el sur. Ese joven que hace unos años cerraba los bares cada fin de semana, se convirtió en el primero de su promoción en derecho. Aunque eso no hubiera sucedido de no ser por Marta.
Paga al taxista con un billete de veinte euros y seguidamente, baja del coche esperando a que el conductor saque su equipaje del maletero. A través de los auriculares inalámbricos escucha atentamente el nuevo drama de su mejor amiga.
Y recalca la palabra drama en su cabeza. Desde que la conoce, Marta tiene la atracción de un imán para el tipo de situaciones en las que olvidas cerrar el grifo al salir de casa o pierdes el pasaporte antes de un viaje.
Con la maleta a cuestas, sube las rechinantes escaleras de madera hasta el tercer piso. El audio finaliza al llegar a la puerta de su casa. Con un mensaje de voz como respuesta, Milo inicia un discurso muy parecido al de otras ocasiones: Que no la merecen, que, si vale como actriz y que su momento llegará, pero, que mientras tanto, podrían ir a tomar una cerveza.
Una vez abre la puerta, la empuja tirando de la maleta con la otra mano. Exclama un "hola" antes de cerrar, pero no obtiene respuesta.
Diego, su prometido, debería haber llegado a Barajas hace media hora. Quería sorprenderle. Últimamente, con la apertura del bar y los preparativos de la boda, casi no habían tenido tiempo para un momento a solas. Así que tenía un plan, había reservado mesa en su restaurante favorito y luego irían a escuchar música en directo en el bar donde se conocieron.
Coloca las gafas de sol, las llaves y la cartera encima de la cómoda frente a él. Peina con los dedos dos mechones rebeldes que ha visto en el espejo y, a continuación, se desabrocha un par de botones de la camisa.
Al entrar en el salón, el frescor del aire acondicionado eriza su espalda. Mira que se lo tiene avisado a Diego, que la luz no para subir día sí y día también y que deben ahorrar.
—Siempre igual—murmura.
En la mesa de centro junto al sofá, hay un par de botellines de cerveza. Lo primero que se le pasa por la cabeza es que "seguramente llegase antes y haya salido a comprar o al gimnasio a darse un baño en la piscina". No sería la primera vez.
Un ruido al fondo del pasillo le acelera el corazón.
—¿Hola? ¿Diego?
Cruza los dedos esperando que el gato de su vecina no se haya colado de nuevo. Jura que la última vez que lo vio susurró su nombre.
Arrastra los pies entre las paredes de color narciso del pasillo. Aún conservan el gotelé, al ser un piso de alquiler no se plantearon una reforma y, colgar fotos para disimularlo, parecía una buena idea.
Hay prendas de ropa en el parqué. Entre ellas, la corbata de Diego que aparece en algunas de esas fotos. A mitad de camino, distingue la voz de dos personas diferentes y el movimiento de los muelles de la cama en sintonía. La puerta del dormitorio principal está abierta y, sin pensarlo dos veces, se asoma.
Ojalá se hubiera colado ese maldito gato.
Sobre la cama, su prometido desnudo y sudoroso está encima de un desconocido que grita ignorando los niveles de contaminación acústica. Ni siquiera se percatan de que el que eligió el juego de sábanas ha entrado en escena.
—¿Diego?
Su voz lo congela al instante. Su acompañante, sin embargo, parece disfrutar de la situación. Se lleva las manos por encima de su cabeza y comienza a reírse a carcajadas.
—Milo, deberías estar en Sevilla.
Milo aprieta los puños. ¿Es que debería pedir perdón por entrar en su propia casa?
—Terminamos antes. Quería darte una sorpresa... ¿Qué es esto?
Su prometido rueda por encima del tercer hombre hasta cubrirse con la sábana. Acaba sentándose al borde de la cama. El desconocido, entonces, da una calada a uno de los cigarrillos del cenicero sobre la mesita de noche.
—Puedo explicarlo. No es lo que crees.
—¿No? Porque parece que me la estás pegando con otro en nuestra cama.
—No, a ver. Yo te quiero, pero tienes que reconocerlo, el sexo no es lo que era. Hemos entrado en la monotonía y pensé que nos vendría bien un poco de... bueno, ya sabes.
—Te has acostado con otro para salvar nuestro compromiso, ¿es eso?
—¿Ves? —mira al fumador—Es lo que te decía. Milo siempre sabe qué decir.
—¡Pero serás cabrón! —comienza a tirarle cojines que recoge del suelo—Eres un sinvergüenza, ¿Cómo has podido hacerme esto?
—Gordi, vamos. Le he hablado de tus habilidades a Angelo. Nos lo pasaremos bien.
Milo saca una maleta del armario y la abre en el suelo. Vacía varios cajones tirándolos sobre ella.
—Pensaba que habías cambiado, pero sigues siendo el mismo mentiroso, rata y manipulador de siempre. —dice arrastrando todo lo que se encuentra en el escritorio junto a la cómoda—Debí hacer caso a mi prima la de Sevilla, que quien la hace una la hace siempre.
—¿Qué haces?
—No pienso cometer el mismo error. Me da igual si duermes debajo de un puente o en el túnel de la M-30. Y, puedes llevarte las sábanas. Pienso quemarlas de todas formas.
—Espera, tiempo—le pide con el gesto de un jugador en medio de un partido—¿Y si te unes a nosotros?
Milo le da un empujón. Localiza unas tijeras en el escritorio y apunta su entrepierna con ellas.
—Fuera de mi casa o te la corto—dice abriendo y cerrándolas varias veces.
*****
No muy lejos de allí, Marta sube el ascensor hasta el quinto piso. Le da un bocado a una napolitana de chocolate que ha comprado de camino a casa. Al ver su aspecto en el espejo opta por mirar a otro lado. Si vuelve a llorar no podrá parar y la máscara de pestañas seguirá extendiéndose hasta su cuello. Su cabello rubio almendrado parece no haber visto un peine en su vida y su blusa se ha convertido en la servilleta de esa napolitana.
Al salir al rellano, la puerta de su piso está abierta. Hay un sobre a su nombre pegado con celo bajo la mirilla. Nada más despegarlo, comienza a leer la hoja de su interior.
—Marta, pensaba que hoy grababas...
Su novio aparece con una bolsa de viaje en la mano. Una cadena de hilo encerado con una piedra amatista cuelga sobre su camisa de lino. Su piso está repleto de esas piedras desde que leyó que atraían las buenas energías. Marta no se lo creía demasiado, pero ambos pagaban el alquiler y, él ya tenía suficiente con aguantar a su madre.
Cuando su novia no mira, Jon esconde un billete de avión en uno de los bolsillos de sus pantalones.
—Ha habido un cambio de planes. —dice sin dejar de leer—Te he llamado varias veces.
—No hace falta que la leas ahora—dice Jon tratando de quitársela sin éxito.
—¿Kenia? ¿Te vas a Kenia? —alza la voz.
—Me han dado el reportaje fotográfico.
—¿Y cuándo pensabas decírmelo? ¿Cuándo aterrizases en África?
—Bueno, para eso era la carta. Ya sabes que no creo que en las relaciones a distancia.
—¿Ibas a cortar conmigo con una nota?
—No, no es una nota. Son cinco párrafos y uno dedicado al sexo. —dice acercándose a ella—Vamos, Martu, no es personal. —acaricia su mejilla—Sabíamos que esta relación tenía fecha de caducidad.
—No me llames Martu. —se aparta—Acabamos de renovar el contrato de alquiler. ¡No puedo pagar este piso sola!
—Voy a perder mi vuelo.
—¿Me estás escuchando?
Jon recoge el equipaje del suelo y besa la frente de Marta antes de salir al rellano.
—Siempre guardarás un lugar especial en mi corazón. Además, podemos hacer sexo telefónico. Es muy sano. —alza el dedo índice y medio—Paz.
—¡Espero que te pierdas en la selva y no vuelvas!
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