Capítulo 71
- Minutos para el siguiente muerto -
IZAN
Tengo la constante sensación de estar sangrando. No puede ser, ya me habría quedado seco, pero la navaja se hunde tanto en mi piel que no me extrañaría pringarme la camiseta de rojo. Ni siquiera me atrevo a coger aire como es debido por si al ganar volumen me pincha, y muero. Debo tener cuidado, es algo que Elena no ve.
—¿Te gustan las flores? —interroga esta a Ubel.
—¿Perdona?
—¿Por qué te gusta el cuadro?
—Porque vale millones...
Elena cambia el peso de una pierna a la otra y se cruza de brazos.
—Creía que las flores significarían algo para ti.
—¿A qué cojones viene esto? Ponte a cavar de una puta vez.
No obedece y, terca, continúa:
—A quien sí le gustaban era a tu hermana, ¿no?
El cuchillo se inclina en un ángulo ideal para matarme.
Abro las manos lleno de impotencia mientras trato de no respirar.
Imposible. Mi ritmo cardíaco está demasiado alterado.
—No vuelvas a hablar de ella. —Se le está agotando la paciencia—. No la conociste.
—Pero vi una foto suya. Mi abuelo me la dejó junto a muchos otros retratos de los antiguos propietarios del palacio. ¿Era simpática, no? —la describe—. Posaba risueña.
—Te he dicho que dejes ese tema...
Las palpitaciones me sacuden la garganta, aunque mi corazón no es el único desbocado. Cada exhalación de Ubel es un soplo intenso, agresivo, en mi oído.
A Elena no la acobarda.
—Tenía un collar de oro, ¿verdad? Con adornos florales.
—¡Basta! ¡Ya!
—¿Por qué? —Ante el clamor del dolido, ella se crece—. ¿No te gusta que hable del colgante? ¿Acaso fue lo último que viste al asfixiarla?
Hasta Rosa, empapada en lágrimas, ha dejado de escarbar para mirar a nuestra amiga, quien definitivamente, ha perdido la cabeza.
—¿O es que fuiste capaz de estrangularla mirándola a los ojos? Seguro que sí —zanja—. Eres un puto monstruo. Un ser repugnante...
El puñal empieza a temblar ante los nervios de Alberto, lo que podría hacer que me rajara en cualquier momento.
—Yo... —La voz le flaquea—. ¡Yo no la maté!
—Tal vez no la matases tú. Pero la mataron por ti —reformula Elena—. Fuiste el culpable. Merecías que te incriminaran, ¡mereces pagar por ello!
—¡¡¡Cá-lla-te!!!
Con brutalidad, Ubel me agarra del pescuezo, sin dejar de palpar mi yugular con el afilado acero. Ha llegado el fin. Voy a morir. Estoy convencido de ello cuando este me arrastra en dirección a Elena y, a menos de un metro, aparta la navaja de mí para apuntarla.
—¡¡¡Maldita, cría!!! Voy a abrirte en canal como a... —Su mirada se pierde en el agujero, vacío, donde no hay ni rastro de ninguna caja.
Nos ha pillado.
—Seréis... —Violento, alza el arma.
Entonces una silueta sale de las sombras para bloquear el ataque.
Es Mikel. Nos ha tirado al suelo y Ubel me ha soltado. Estoy libre.
De lo que Alberto no se desprende es de la navaja.
Forcejea con Mikel y trata de encajársela en el tórax. Hace varios intentos, hasta que Elena se lo quita de encima de un fuerte palazo.
Alberto rueda por las baldosas, retorciéndose de dolor, y logra ponerse en pie. Entonces formamos una barrera y le hacemos retroceder, tambaleándose.
—Iré a por vosotros... ¡Uno a uno! —estalla—. ¡¡¡No podréis conmigo!!!
Lo que ni él, ni ninguno de nosotros prevé, es que a sus espaldas también tenga compañía: Andoni.
—Pedazo cabrón...
Ubel da media vuelta y, de un gancho, Andoni lo tumba.
El arma sale despedida, el hermano menor de los Ibarra se coloca sobre su abdomen y le asesta un puñetazo tras otro con desmesurada violencia.
—¡Andoni, para! —Me acerco.
—Te iba a rajar el puto cuello... —gruñe entre golpes.
Trataría de interponerme, pero vuelvo a estar preso.
Esta vez, por Mikel.
—¿Qué haces? ¡Suéltame!
Andoni está fuera de sí, lo va a matar.
No podemos permitir que lo haga, que cargue con ello.
—¡Mikel, suéltame! ¡Es tu hermano! ¡No dejes que te haga el trabajo sucio! —recrimino.
Sin efecto alguno. Tampoco influye en mis amigas, ambas sobrepasadas. Y consciente de que no voy a escapar, me dirijo directamente a Andoni:
—Eh, ¡escúchame! ¡Tú!
Son todo oídos sordos y su furia no cesa.
Impacto tras impacto, lo va a matar, hasta que clamo:
—¡El tío del que me enamoré no es un puto asesino!
Se detiene, alza la cabeza y nuestras miradas se cruzan.
Sí, ha funcionado.
Se me dibuja una sonrisa, sus ojos centellean y sus labios se separan en una súbita bocanada de aire, cuando Ubel, le clava una segunda daga en el abdomen. La saca llena de sangre, Andoni cae a un lado y el agresor se levanta amenazándonos con ella.
No por mucho tiempo.
Una bala le atraviesa la sien, otras dos el torso, y el cuerpo se desploma sobre un seto. Han sido Lourdes y Federico. Estos entran al laberinto, él con una escopeta y ella con la pistola.
Pero ahora me dan igual, porque ya estoy junto a Andoni.
—Eh, aguanta... —Tapono la herida, aunque es inútil.
Mis manos se bañan en sangre.
Está perdiendo mucha y muy rápido.
—Joder, joder...
Andoni se aferra a mi nuca.
—Déjalo —pide—, da igual.
—¡No! Vas a ponerte bien, ya verás.
Es difícil sonar convincente con la cara repleta de lágrimas y con Elena llamando histérica a emergencias, diciendo que nos han entrado a robar y que hay un herido grave. Ni siquiera cuenta con el cadáver de Ubel, el que Federico está envolviendo en plástico para transportarlo hacia el palacio y hacerlo desaparecer antes de que la ambulancia llegue.
—Vamos, vamos, te pondrás bien —me repito.
Andoni ya no me atiende, está perdiendo el conocimiento.
Mikel me releva y puedo ascender por el charco rojo, hasta colocarme junto al rostro. Le doy una bofetada salpicándolo con su propia sangre; y lo acaricio cuando levanta los párpados.
—Eh, ¡tú puedes! —Pego mi frente a la suya—. Hazlo por mí...
Este suelta un breve suspiro y sus labios se curvan.
No, me niego a que se despida.
—¡Andoni, no!
Pero lo hace.
Entrelaza sus dedos con los míos, una última vez, y susurra:
—Yo también te quiero, Piolín.
Miro a Mikel, cómo el horror se manifiesta en su rostro cuando ni siquiera sus enormes manos pueden bloquear la herida, por la que tanto líquido brota.
Esto no puede estar pasando.
En cuestión de segundos, Andoni cae rendido.
Y ya no hay bofetada que valga.
Porque se ha ido.
—No, no, ¡no...!
Lo abrazo y lloro en su hombro.
Ahora nadie se atreve a apartarme de él.
Pero ya es tarde.
Ya me lo han arrebatado.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top