Capítulo 65
Unos minutos después...
El palacio está a punto de despedir a tres de sus huéspedes, lo que da pie a un breve diálogo entre la dueña de la mansión y una de las invitadas. La primera, es una mujer a la que la embriaguez ha llevado a descansar en uno de los bancos de forja de la entrada. La segunda, una joven pelirroja que permanece a su lado, observándola de soslayo.
—Eh, Lourdes... ¿Se encuentra bien? —le pregunta.
—¿Sinceramente? No —confirma sus sospechas.
El causante del malestar no es el alcohol y ambas lo saben.
Por ello resoplan, afligidas, en lo que contemplan cómo los dos amigos de la chica guardan sus equipajes en un pequeño coche.
—Ellos tampoco es que derrochen felicidad —percibe la mujer.
Están introduciendo sus maletas a porrazos, en el diminuto maletero. Es evidente que tienen dificultades logísticas. Pero las testigos no intervienen, ni siquiera para salvar al pobre vehículo.
—Tienen mucha rabia contenida —añade la joven.
Las pocas arrugas del rostro de la anciana ricachona se acentúan ante una mueca de pena.
—Sí, es una lástima que os marchéis así...
—¿Con el coche roto? —vacila la dueña del vehículo.
—Con el corazón roto.
—Ya. —Vuelve los labios hacia dentro y adopta una actitud positiva—: Pero sanarán. Y usted también, Lourdes.
A la mujer le asombra que la compadezca.
—¿Acaso tú no me detestas?
—Ha perdido a dos de sus maridos en los últimos meses, paso de hacer leña del árbol caído.
—Serás la única con compasión.
—Seré especial.
La señora, que permanecía inclinada sobre su amplio bolso de cuero negro, se gira levemente hacia ella. No le sonríe, pero sus ojos muestran gratitud. Entonces la chica atisba el peculiar adorno que cuelga de la elegante bolsa.
—¿Qué es?
—Un amuleto. La patita de mi gato.
—Ay, pobre...
—Estaba muerto cuando se la quitamos.
—Lo intuía. Es solo que, yo también he conocido a una gata y no soportaría que falleciera. Rachel se llama. Me la voy a llevar conmigo, es muy cariñosa.
—Magnífico. Los felinos son un regalo de Dios.
La joven asiente.
—Coincido contigo.
Y va más allá:
—Sabe, Lourdes... Usted y yo nos parecemos mucho.
—¿Nosotras? No lo creo, querida —le chafa la comparación.
La chica digiere la negativa, sin discutir.
—¿No te ha sentado mal, no?
—Esté tranquila.
Entonces, a la viuda le asalta otro miedo:
—Acerca de todo lo que has descubierto aquí... ¿Te irás de la lengua?
—¿Yo? Qué va.
—Mejor, porque podrías arruinar a mi familia.
—Lo sé. No diré nada. —Lo cavila—. Aunque, no sé si sabe que tengo un podcast para el cual grabé un programa sobre cuadros robados; enfocándome en el de las amapolas. Lo he descartado por eso de que la pintura es la original, pero es una pena. De subirlo me llevaría al estrellato...
—Si la fama es tu objetivo, mis contactos también pueden hacerte triunfar —contraataca la mujer.
Es una gran oferta.
—Perfecto. Pues suprimiré la sección de arte si se digna a hacer de mi agente en la sombra.
—¿Agente en la sombra? Cuántos pájaros tienes en la cabeza.
—Muchos, pero no es malo tenerlos si los adiestras para que te hagan un nidito de billetes. —Se golpea una sien con el dedo índice.
La anciana exhala y cierra el acuerdo de colaborar en el dichoso podcast. Luego, les envuelve el silencio, excepto por los lejanos golpes de los dos amigos que aún juegan al tetris en el maletero.
—Igual deberías echarles una mano —propone la señora.
—Ni de coña. Saldría escaldada. Elena se las apaña solita. —Mira a su acompañante—. Sabe, tal vez usted no tenga mucho en común conmigo, pero sí con ella, con su nieta. Aunque sí se enterase de que la he llamado así me estrangularía.
Esta vez, la mujer sonríe. Apenada pero sonríe.
—Pues puede ser...
Sus delgados dedos juguetean con la peluda pata del gato, que tiene que soltar para secarse una lágrima. Se ha emocionado.
—Oh, ¿está bien?
—Sabes que no, querida.
—Ya. ¿Quiere que le traiga el vodka?
—Todavía no.
—Bien.
Absortas, las dos miran al horizonte.
Durante un par de minutos, no dicen absolutamente nada.
La escena parece haberse detenido.
Solo reanudan la conversación cuando les llega el sonido del maletero al cerrarse.
—Debería subir a por la gata —espabila la chica.
—Sí, es hora de partir.
La joven se vuelve hacia ella y no pierde la oportunidad de decir:
—Antes, quiero que sepa que yo también lamento mucho que este sea el final.
—Oh, cielo, no —manifiesta la anciana—. He pasado por muchos finales y sé que no estamos ante uno.
Con curiosidad, la chica aguarda y ella le explica:
—Nada termina si los sentimientos no mueren.
*****
Pues, después de todo... nuestros chicos se van del palacio...
Este miércoles doble actualización. Estad preparados ;)
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