Capítulo 60
ELENA
Media hora es el tiempo que ha estado Lourdes, encerrada con sus nietos y el cadáver de César. A nosotros nos ha dejado en el salón de la cabaña, bajo la vigilancia de su asistente —un hombre delgado pero fuerte llamado Federico—; y con Max, a quien tratan como si fuera un cero a la izquierda. Puede que por ello sea tan capullo.
Tras el íntimo velatorio que han improvisado, Lourdes se digna a saludarnos. A distancia. Sin el más mínimo contacto. Ni siquiera visual, ya que lleva unas gafas negras que le cubren media cara. Debo admitir que sería injusto relacionar esta frialdad a su auténtico ser. Entiendo que enterarse de que su nieta postiza y sus amigos han provocado un paro cardiaco a uno de los suyos, no es plato de buen gusto.
En un sofá con forma de «L», nos hemos reunido todos, salvo Federico. Se ha retrasado al preparar un vaso de vodka para la jefa, tan sedienta que se lo habría bebido de un trago de no ser por los comedidos llantos que la obligan a parar.
Al terminar, pide otro y Federico se lo recarga.
Apaciguada por el alcohol, al fin se dispone a arrancar.
—Tendréis muchas cuestiones.
Es tan obvio que nos mantenemos mudos.
—Todo se aclarará. Pero no voy a ser yo quien os lo explique —se escaquea.
—Pues deberías —ataco—. Qué menos que dar la cara.
Lourdes se quita las gafas, como si interpretara el reproche en el sentido literal, y se aparta un par de mechones castaños de su húmedo rostro.
—Querida..., las explicaciones te las dará tu abuelo.
Ahora sí que predomina el silencio, el que ni siquiera yo me atrevo a desafiar.
Lourdes hace un gesto de aprobación a Federico, él enciende la televisión y lanza contenido desde una tableta que llevaba en su maletín. La pantalla parpadea y en el centro, mi abuelo nos recibe. Está incómodo, pese a ser en diferido. Es una grabación.
—Hola, Elena. —Se acaricia la frente y suspira—. No sé por dónde empezar.
Sus manos temblorosas sostienen un simple folio como si se tratara de una losa pesada. En él habrá un guión, aunque tener un esquema con los puntos a citar no te garantiza desenvolverte, más cuando te diriges a tu nieta, a la que vas a presentar el mayor engaño de tu vida.
—Pequeña, te quiero —expresa antes que nada—. Debes saberlo...
¿Su estrategia consiste en apelar a la clemencia? Porque funciona. Me conmueve y he bajado la guardia, por ello me descoloca tanto la intervención de Izan:
—Es la frase que escuché en la presa...
Federico le da al pause.
—Sí —contesta Mikel—. La cosa se estaba poniendo fea, Elena ya sabía que el cuadro de las amapolas podía ser el robado y Lourdes nos mandó el vídeo por si había que ponerlo con urgencia. Andoni lo recibió y lo reprodujo lejos del grupo, no contaba con que tú estuvieses vomitando entre arbustos.
A mí todo ello no me importa. Por duro que sea no quiero distraerme. Lo único que debo hacer es prestar atención a la pantalla cuando Federico reanuda la grabación.
—Una vez he manifestado lo que siento hacia ti, mi querida nieta, puedo proceder. Si estás viendo esto, es que he fallecido. Me habría gustado hablar contigo en persona, pero ya es imposible. Aun así, te mereces conocer la verdad. Habrás averiguado muchas cosas por ti sola, lo sé. Parte del plan era dejar florecer tu faceta detectivesca, la que tanto disfruta con las tramas de Agatha Christie... Pero probablemente aún queden muchos flecos sueltos. Vamos a resolverlos.
»Si me remonto al principio de todo, está el día que Lourdes me presentó a César, un buen hombre con el que se casó años atrás y al que dejó por dos motivos. Por su dañina obsesión hacia el arte, la cual lo estaba arruinando; y porque ya no lo veía como a su amor, sino como a un hermano... Espero que no esté oyéndome.
—Descuida —vacila Rosa.
Ha logrado que el grupo entero la fulmine.
Mientras la grabación continúa:
—Enseguida, yo también me encariñé de César y sufrí cuando Lourdes me contó que estaba en bancarrota, que las subastas habían podido con él y con su patrimonio. Lo que aún no sabíamos, era que como César no estaba dispuesto a vender sus adquisiciones para saldar las deudas, se había aliado con Alberto; el descendiente varón de la familia Ubel. Alberto tenía un ayudante, Víctor, ahora bautizado como Max. Es el nombre que le pusimos al partir de cero.
»César llevó a cabo varios golpes con ellos dos. Con sus conocimientos culturales y con las artimañas de Alberto y Max, obtuvieron varias obras que empeñaron en el mercado negro. Así sacaron el dinero con el que limpiaron sus cargas financieras y se hicieron con nuevos lujos. Esto le permitió a César agrandar sus particulares galerías de arte.
»Todo fue bien en su relación de delincuencia hasta que realizaron el golpe del cuadro Flores de amapola, de Vincent Van Gogh. Para César el verdadero delito era vender dicha obra y simuló un robo fallido. Dijo haberlo perdido en plena operación. Alberto no se lo tragó y así comenzó la enemistad. Alberto quería el dinero y mandó a Max en varias ocasiones a amenazar a César. Amenazarlo de muerte, a él y a su gente.
»Entretando, Lourdes y yo teníamos otros quebraderos de cabeza. ¿El mayor de ellos? Mi pésimo estado de salud. Recurrimos a múltiples tratamientos experimentales, aunque si estás viendo esto... de poco sirvieron. Las medicinas y atención médica tenían sus costos. Millones de euros. Lourdes podía pagarlas pero su patrimonio tampoco es infinito. Tuvo que empezar a deshacerse de propiedades. Todo ello, sin yo mejorar. Los sacrificios no daban sus frutos.
»Durante una cena con César, unas copas de vino hicieron que nuestro amigo se derrumbara y nos lo contara todo acerca de sus chanchullos. Fue ese el instante en el que Lourdes supo cómo solucionar su problema y el nuestro. Matar dos pájaros de un tiro.
»Ella era la única beneficiaria de la póliza de seguro de vida de César y la prestación económica que ganaría en caso de que un siniestro le arrebatara la vida a este, sería muy generosa. Con ella César podría pagar a los prestamistas ilegales a los que había vuelto a acudir, y Lourdes y yo tendríamos más que suficiente para hacer frente a la enfermedad. Además, de fingir la pérdida de César, este se libraría de que personas como Alberto fuesen a por él. Y si algún día se investigaban los robos y salía su nombre como sospechoso, no lo arrestarían, ya que oficialmente, estaría bajo tierra.
»Para que un plan así funcionase primero debíamos encargarnos de Max, quien aún nos espiaba y rondaba a César ejerciendo de cobrador del frac, en versión mafiosa. Lo que hicimos fue reclutarlo. Sería de nuestro equipo. Max (por entonces Víctor) era un joven al que la sociedad había tratado tan mal que buscó refugio en Alberto. Este le daba cobijo, riquezas, a cambio de que trabajara para él. Era un esbirro. Pero con nosotros recuperaría la libertad, le prometimos un billete al extranjero, mucho dinero y fingir también su muerte...
Durante el monólogo nadie ha dicho nada, pero Max se remueve en su sitio.
—Evidentemente, los cabrones no cumplieron.
Tampoco hay ningún aporte al comentario y el vídeo avanza.
—La gran pregunta era, ¿cómo simular las dos pérdidas? Con la excusa del cumpleaños. César estaría invitado, y Max propondría a Alberto esta celebración como la oportunidad de vengarse y presionar para que le devolviera el cuadro; infiltrándose entre los camareros y arruinando la fiesta.
»Alberto accedió a que Max asistierá. Ya solo tendríamos que juntar a este y a César en un punto del barco, que varios testigos pudiesen corroborarlo, y hacerlos desaparecer en una explosión. Para ello, planeamos que quedaran donde supuestamente se preparaba parte del catering. Allí también estaría Mikel, el joven que se arriesgaría por ayudar a su abuela, por salvar a César, por mejorar mi salud... Por todos nosotros, él transportaría un explosivo en el interior de un carro cargado de regalos. Lo colocaría y lo detonaría con control remoto tras sacar del lugar a los protagonistas. Los sacaría del mismo modo: escondidos en dicho carro. Luego, en medio del caos, huirían con una lancha de rescate. Nadie se atrevería a acusar de nada a Mikel, un chico formal, sin antecedentes, que no ganaba nada con todo ello.
»Todo hubiese salido bien, de no ser por el tropiezo que tuvimos con los explosivos. Se activaron antes de tiempo. Max y César ni siquiera pudieron hacer el paripé de juntarse. Los que sí estábamos allí éramos Mikel y yo. Él cumpliendo con su cometido y yo metiendo las narices como persona inquieta que soy. Quería que todo saliese a la perfección y... Fallamos.
»A ambos nos ingresaron en el hospital. Mientras nos recuperábamos, Lourdes tuvo que improvisar para que el plan no se echara a perder. Unos cuantos sobornos, bastantes favores por parte de sus contactos en la policía y en la prensa, y cuando salimos, la sociedad creía que el barco al naufragar en llamas se había llevado consigo a dos personas.
»Honestamente, si yo resulté herido fue porque mi estado de salud agravó cualquier herida. Quien realmente se llevó la peor parte fue Mikel. Jamás nos perdonaremos haberle hecho partícipe de nuestros asuntos.
Dirijo la vista al hermano mayor de los Ibarra. A su derecha, Lourdes llora desconsolada al rememorar todo aquello, mientras Federico le sirve más vodka. Mikel, sin embargo, permanece sereno. Aunque por lo que advierto en sus ojos, por dentro no lo está tanto.
Lo que lo consume no son los recuerdos, sino esta situación en sí, la inquietante escena en la que estamos sumidos. Estoy convencida de que al acabar vendrá a hablar conmigo, a solas.
Entretanto, mi abuelo sigue tirando de la manta.
—Fue más duro de lo previsto, pero, sí, cobramos el seguro. El siguiente movimiento fue comprarle el palacio a Alberto, a un precio desorbitado, argumentando que César nos habló del cuadro. Dijimos que no sabíamos de su paradero, pero que pagaríamos su valor mediante la compra de la propiedad. Así nos aseguramos de que Alberto no nos volvería a molestar, sobre todo porque Lourdes le puso la condición de desaparecer del pueblo.
»A continuación, reformamos el edificio, el jardín y construimos esta cabaña en la que se alojarían los dos supuestos fallecidos. A partir del verano de 2020, el palacio se volvió nuestra guarida.
»Así, finalmente, todos estábamos a salvo. Estábamos bien. Al menos, aparentemente. Porque por dentro yo estaba destrozado. Necesitaba pedirte disculpas. Te habíamos estado dando la espalda durante mucho tiempo, porque no quería que nuestras artimañas te salpicaran. No quería implicarte. Por ello nos distanciamos. Y solo cuando las aguas se calmaron y el peligro pasó, comprendí que te merecías estar al tanto de lo sucedido.
»Entonces el problema era, cómo hacer que algo tan inverosímil fuese... creíble. Solo había una manera de hacerlo, debías descubrirlo por ti misma. Ver para creer. Como pasa con las historias de misterio, tenías que barajar decenas de opciones, algunas tan extremadamente disparatadas, que la locura de la acertada quedase reducida. Es decir, que la pudieses digerir. Así podrías creerme y, por egoísta que suene, entenderme.
»Porque otro tema a tratar era tu reacción. Si te dejabas llevar nos denunciarías, como la pequeña justiciera que siempre has demostrado ser. Por tanto, antes de tomar decisiones, debías conocer en profundidad a Lourdes y a sus nietos. Debías saber que son buena gente...
De nuevo, mi mirada se cruza con la de Mikel. La suya cada vez está más apagada, mientras que de la mía brotan chispas. Sigo sin saber cuáles son mis sentimientos, pero en este agrio batiburrillo de emociones, la ira va ganando poder.
Joder, ¿acaso mi abuelo me tenía por una marioneta?
—Delegué mi responsabilidad en el palacio. Un verano aquí, con las pistas adecuadas (cierto libro, un cuadro, algunas referencias, una carpeta con planos... y mucho teatro) te conducirían a la verdad. Otra persona ignoraría estos detalles pero tú no, porque tú sabes que las casualidades no existen. Mi papel sería supervisar y guiarte en este proceso y solo intervendría una vez habrías formado tus propias conclusiones. Esa era la idea hasta que la salud me obligó a cambiarla. Modificarla más bien: te acompañarían Mikel y Andoni. Yo solo estaría en el momento indicado. No en persona, sino mediante un vídeo. Este que estás viendo ahora.
»Sé que todo lo revelado durante estos minutos ha sido, simplemente, demasiado. Por ello quisiera resumirlo dejando claras dos cosas. La primera, nunca quisimos darte de lado, fue por tu bien. La segunda, nunca quisimos obrar mal. Tienes todo el derecho del mundo a enfadarte pero, por favor, no tomes decisiones precipitadas. Deja que toda esta información repose antes de actuar. Todo lo hicimos por salvar a César, a Max, y por salvarme a mí, a tu abuelo.
»Ahora, el final de esta historia depende de ti. De nadie más. Tú decidirás qué es lo correcto... ¿Qué haría Poirot? ¿Miss Marple? ¿Y tú? ¿Qué harás? Ojalá estuviese para verlo. Porque créeme, si la salud y las circunstancias me lo hubieran permitido, jamás me habría separado de ti, Elena... Tu abuelo te quería más que a nada y a nadie. Nunca lo olvides.
*****
Y está disponible el siguiente capítulo ;)
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