Capítulo 50


IZAN

Usansolo, 17 de julio de 2022


Me despierto con el corazón revolucionado. La culpa es de un golpe que me cuesta identificar, más con mi somnoliento cerebro. Son la una y media de la madrugada. ¿Acaso no están todos en sus camas? Estoy por activar el flash del móvil y explorar, aunque la última vez acordé no volver a hacerlo...

Sin embargo, ¿y si es el amante?

Podría pillarlo in fraganti y solo por ello merece la pena correr el riesgo. Además, el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, y uno debe ser fiel a su especie.

—Venga, va. —Me levanto.

Lo que más me extraña nada más poner un pie fuera, es que la puerta de Elena está abierta. Desde el umbral la llamo, no contesta y camino hacia la cama. Las sábanas están enredadas pero no hay ni rastro de mi amiga. Voy al servicio y también está vacío. Así que puedo concluir que ha sido ella la que me ha despertado. Saber que el chico de la pastelería está en coma le ha afectado mucho. Nos ha dicho que era un conocido de su abuelo y que hace pocos días quedaron para hablar de él. No nos lo había comentado para que no pensasemos que se trataba de una cita, porque no lo era, para temas románticos ya tiene a Mikel, con quien supongo que estará ahora.

Algo que no voy a comprobar. Ya me la jugué el otro día y aún me cuesta ignorar el recuerdo de mi ex novia aferrada a tremendo miembro. Es descomunal. Debe de ser cosa de la genética porque su hermano tampoco se queda atrás.

Y hablando de Andoni, hace tiempo que no tengo un momento íntimo con él. No es que esté enfadado pero sí que estoy descontento, y en guardia. ¿Por qué no me dice nada acerca del amante? ¿Quién es? ¿Un trabajador? ¿Rosa? Solo espero que ella no...

Mis ganas de investigar por el edificio han quedado saciadas, pero estas últimas reflexiones me han traído de vuelta el enigma del Correcaminos. Un enigma al que le dedico los siguientes minutos, mientras trato de conciliar el sueño tirado en el colchón.

Debería hacer una visita a Andoni y ponerlo entre la espada y la pared. No en el sentido sexual, que también. Sino que debería obligarlo a dejarse de mentiras y contarme toda la verdad sobre su lío secreto y la cabaña.

No obstante, sé que no lo voy a hacer, y menos a las dos de la madrugada. Soy consciente de ello, así como lo soy de que no podré conciliar el sueño. Es por ello que retomo la costumbre de espiar desde la ventana.

Está el muro, los setos que lo adornan, los cipreses al otro lado, el pedazo de fachada que queda descubierto, la ventana y... Parece que hay luz en el interior. Me froto los ojos y lo compruebo: hay luz. Me inclino sobre el umbral y atiendo, con la esperanza de ver a alguien.

—¡Joder! —Y lo he visto.

Acaba de pasar, muy fugazmente, un señor mayor en bata.

Creo que estoy hiperventilando.

Saco el móvil, abro la aplicación de cámara y activo el zoom al máximo.

Aunque con la mala calidad del teléfono y el temblor de mi pulso, a duras penas voy a hacer un retrato decente. Eso si el sujeto vuelve a mostrarse. Porque cabe la posibilidad de que no lo...

—¡El viejo! —Tiro mil fotos hasta que este se esfuma y la luz se apaga.

Después, con la frecuencia cardíaca batiendo récords, abro la galería.

No las tengo todas conmigo.

Ojalá haya algo que pueda servirme, una imagen en la que se aprecie algo más que una simple sombra borrosa.

Y contra todo pronóstico, sí que lo hay.

Lo he conseguido, tengo una foto decente.

No es una prueba de suma calidad, pero se vislumbra un pelo canoso, gafas de color marrón y bata roja. Es más que suficiente para demostrar a mis amigas que en esa cabaña vive alguien a escondidas: un hombre que encaja perfectamente con la descripción de la persona a la que despedimos semanas atrás...

—Mierda.

La euforia se desvanece, el miedo toma mi estómago y me entran sudores fríos. No es para menos. Porque ese señor, es el hombre cuya voz perseguí en la presa. Ese señor, es Gabriel.

—El abuelo de Elena está vivo.



*****

Continuará el domingo...


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