Prólogo: Paternidad, un dilema.
Clemencia no era un termino muy valorado en su tribu y menos para dos peculiares que decidieron cometer un insólito delito y no habían leyes que los respaldaran, al menos para salvar a la criatura que habían creado a partir de ese amorío y lo poco que tenía la madre para ofrecer era una herencia muy envidiada, pero para desgracia de la criatura, esa herencia no seria mas que odiada por los siguientes años.
El padre era lo de menos, un terrestre que se le concedió una fiesta por tan increíble hazaña, ya que el líder veía esto como una ventaja, nadie comprendía el dolor que emanaba en silencio, porque su mujer seria condenada.
Un elegido no podía relacionarse amorosamente con nadie mas que su propia tribu, una ley muy estricta que se mantuvo virgen.
Todas las generaciones de esta tribu que adquirían algo especial, pero que se les resultaba difícil expresarlo, por muchos llamados "Sangre Real." no era novedoso ver caminar a uno con tranquilidad, con prendas llamativas.
Los Aerios a diferencia de las otras tribus, mantenían una linear de una sola especie, esto significaba que LA elegida en esta tribu era puramente de una criatura. Lo que dolió duramente a Masita, ya que tomo la decisión de sacrificar a la hembra que había cometido un crimen poco creíble, este no estaba dispuesto a entregarla a esa turba de peculiares, enojados, sin saber si el delito cometido por ella, aria enojar a sus dioses.
Desde ese día, el verano no era algo bien visto por ellos, dicho nombre fue remplazado por Pleno, una palabra que mantenía calmado esos recuerdos.
Las creencias eran fuertes en estas tribus, pero los castigos eran moderados, poco concurrentes para estos seres tranquilos, por lo cual el nacimiento de "Suzanne" no fue para nada bueno a vista de todos, la distancia entre un peculiar común y uno de Sangre Real era incalculable. Los gladiadores tenían muchos apodos, entre ellos, guardianes del mismísimo Líder, habían recibido la orden de aprender y encerrar, lo cual dificulto el plan de escape de esos padres primerizos, la redención era una opción. Pero claro que lo intento, pero cuando descubrieron que no quedo preñada, supieron que había echo algo antes.
Ella quería llorar, en los brazos de amado.
El bosque parecía un laberinto sin fin que la mantenía en alertar, después de todo, desertar significaba correr hasta llegar al final y sentir la libertad que ella añoraba desde su nacimiento. Los troncos retorcidos, entre otras cosas la hacían sentir incomoda, la sensación de una prisión viva que crujía con cada ráfaga de viento provocada por esas tres siluetas que la seguían, saltando en las copas de los arboles con diversión, esas alas desplegadas eran negras como el azabache y brillaban con un resplandor aceitoso que les daba un aspecto antinatural.
Esas tres sombras gigantescas, aprovechaban la salida, no todo el tiempo andaban persiguiendo. Además esta caza seria especial.
Esto no era una simple caza; esto era un reclamo, una captura que debía cumplirse a toda costa. Sentía sus alas latiendo contra su espalda, listas para extenderse por completo y prender vuelo, pero el venero hacia efecto, su vientre tenia un bonito accesorio, esa daga no saldría con facilidad.
-¡Ríndete!.- Siseo uno de ellos, con una voz grave, intimidante en termino medio.
-El lago no será tu refugio, ni menos para tu pequeño bastardo.
Fue entonces que ocurrió.
Un chillido, fue emitido por una de esas tres sombras, un sonido desgarrador que hizo que todo animal que se encontraba cerca, los espantara de golpe, ella apretó los dientes queriendo morder la lengua.
Las tres figuras dejaron de seguirla y de inmediato supo que algo terrible pasaría.
De repente, sus alas se cerraron contra sus cuerpos, y cayeron en picada, el sonido del viento rasgado por su descenso era ensordecedor.
La hizo detenerse y expandir sus alas, que apenas alcanzaron el resplandor de la luna, brillaron sus plumas en un orden espectacular, no eran más que un metal afilado. Se rodeo así misma. Esperando atenta.
Antes de que pudiera gritar o incluso provocar, un rugido, que más bien era delicado y potente rompió el silencio que tanto la torturó, desde los arbustos cercanos, una majestuosa figura sumergió. El pavo real se alzó, poniéndose delante de su amada. Desplego su cola en un abanico de colores imposibles, que parecían capturar la luz de las estrellas. Sus ojos intensos y llenos de rabia, se clavaron no muy lejos de ellos.
Y de la misma oscuridad del bosque salió una de las tres figuras.
-¿Crees que un simple herrero, nos dará una pelea?
No era algo creíble que un Pavo real, adquiriera el trabajo de un herrero y menos cuando su aspecto era de admirar lo bello que podría llegar a ser uno, esa fue una de las tantas razones por las cuales la madre de "Suzanne" se enamoró de él.
Antes de que ella rogara, el pavo real se lanzo hacia el contrario y lo atacó con toda la furia de alguien que no luchaba por si mismo, sino por el amor y la vida que había procreado con su mujer. Su cola, vibrante y luminosa, se agitaba como un escudo vivo, cegando momentáneamente a sus enemigos.
Logró embestirlo, sus garras afiladas encontraron la carne, y no tuvo piedad en dañarla. Los otros dos no perdieron el tiempo, al notar que su camarada no lograría atraparlo o incluso noquearlo, atacaron desde ambos lados, obligando al pavo real a girar y batir sus plumas para esquivarlos.
- ¡Corre! ¡Luria, mi amor, vete de aquí!.- El le gritó, está vez con emergencia, mientras uno de sus contrincantes lograba sujetarlo por el cuello y lo estrellaba contra el suelo.
Ella solo logro dar un paso hacia atrás, indecisa, pero la vacilación le costó muy caro. Uno de los alados se percató de su parálisis y se lanzo sobre ella. La mujer intentó alzar vuelo, pero sus alas no lograron desplegarse del todo antes de que las garras del ser se cerrarán sobre ella.
La tiraron al piso sin piedad, cayendo de cara con quejido de dolor y fue entonces que el llanto de su bebé se hizo presente. Con un movimiento preciso y brutal el ser doblo sus alas hacia atrás.
Un crujido seco lleno el aire, y el dolor la atravesó como un rayo. Grito con todas sus fuerzas, el ser con sus garras, desgarró las uniones más frágiles de las alas, cortando tendones y rompiendo las plumas en su base.
Solo logro acostarse de lado, mientras las lágrimas bajaban por sus mejillas, sus alas rotas extendidas como un manto inútil bajo ella. Ella se aferró a su cría, temblando de dolor y rabia.
Su amado, aún atrapado, solo pudo darle un rugido lleno de desesperación, intento liberarse, pero lo sujetaron con más fuerzas. Lo que obtuvo fue, un azote contra el suelo otra vez, arrancándole plumas como castigo.
Trato de evitar, que le quitarán el bebé, ella quería conservarlo. Pero le fue arrebatado. Solo la levantaron con una fuerza fría y mecánica, al igual que el pavo real y de golpe prendieron vuelo. Dejando plumas ensangrentadas sobre la tierra.
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Lo arrojaron al suelo como si fuera un trofeo, sus plumas resplandecientes ahora apagadas, manchadas de barro y sangre. Los murmullos de la tribu se intensificaron, pero nadie se le acercó.
-Esto es poco admirable, un simple herrero logro noquear a uno de los míos.
El líder, lo miro con desdén, como si la majestuosidad del Pavo real no fuera más que una burla ante su poder. Levanto una mano y ordenó que lo llevasen a la enfermería. El líder de los Terrestres no tenía la fuerza para castigarlo, porque de alguna forma entendió su dolor.
El Aerio solo sonrió, mirando al herido rogando, pidiendo saber dónde estaba Luria, no dijo nada solo prendió vuelo en ese instante. Perdiéndose entre las nubes. Esos seres no eran muy expresivos, pero cuando uno empezaba la riña, era un completo caos.
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En los bosques que les pertenecían a los Aerios, dos gladiadores caminaban con calma, uno de ellos cargaba el cuerpo inerte de la mujer mientras que el otro tenía en brazos al bebé, que aún lloraba débilmente. Sus alas rotas colgaban sin vida, sus ojos abiertos miraban al vacío.
Finalmente llegaron al santuario, uno de los tantos que había, un lugar imponente, un círculo de rocas cubiertas de musgo, con un altar de mármol negro en el centro. Allí los esperaba el líder de los Aerios, un ser de una altura imponente, fácilmente los podría hacer picadillo. No por nada era un Cóndor.
Cuando vio el cuerpo sin vida de su "hija", su máscara de dureza se rompió por un instante. Camino lentamente hacia ella, no fue más que segundos para arrebatarle el cadáver y abrazarlo con fuerza. Sus alas cayeron al piso al igual que sus piernas y quedó arrodillado. Se arrepentía de la orden dada por su mano...pero las leyes eran claras, bueno, las que acababan de crear por si ocurría de nuevo.
Sus ojos se desviaron hacia el bebé, que ahora yacía envuelto en los brazos de un alado. El llanto había cesado, pero los ojos del pequeño, tan negros como la oscuridad y esas pupilas tan blancas como el arroz, lo observaban con una intensidad desconcertante.
Dejo con calma el cuerpo, dejándolo reposar en el pasto suave dándole un beso en la frente como una despedida. Se puso de pie, tomando al bebé en sus brazos, lo levanto hacia el cielo. Contemplándolo, no había heredado nada de la madre. Y se refería a esas protuberancias en la espalda.
-Eres un pequeño asesino, al igual que tu madre...por lo menos eres un varón.
El bosque, antes lleno de gritos y batallas, ahora estaba en completo silencio, como si incluso los pobladores respetarán la perdida.
-Killer, tal vez tengas un mejor destino...sueña con un final digno hijo mío, porque quieran o no, tu serás parte de todo esto. - Trato de sonreír, pero las lagrimas eran algo que nunca logro controlar.
Ahora tenía que criar a otro elegido, ya llevaban dos y la primera le destrozo el corazón, no podía y no quería sentir de nuevo la sensación de amor por otro ser a excepción de el. No solo lidio con el nacimiento de una mujer, si no con un no alado, como odiaba este cargo. Nadie quería tener al bebe, menos hacerse cargo de semejante cría. El solo logro arrugar su cara, aceptando este difícil trabajo.
Luego de años, se arrepintió de haberlo nombrado Killer, era cierto que lo odio en su momento, pero nunca espero el odio que su pueblo mostraría por el. Fue entonces que con cariño, se invento el nombre de "Suzanne" y lo nombro nuevamente. Pero Suzanne nunca acepto el apodo, se sentía una mujer en plenitud, bella y con una cabellera abundante, por dios, era calvo.
Donde estará Color cuando mas lo necesito, quien sabrá.
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