Mientras dormías, dijiste mi nombre: Taddeo; lo mencionaste una y otra vez.
Estoy seguro que mi nombre nunca había sonado tan bien como cuando es pronunciado por ti.
Luego dijiste aquella palabra, la más importante: Te amo.
Esa palabra bastó para que derramara lágrimas, primeramente, de felicidad, hasta que me invadió una tristeza al recordar que ya pronto no lo volveré a escuchar de tus labios.
No me volverás a repetir tantas veces que me amas como siempre lo has hecho.
Sé que no dejarás de hacerlo, pero oírte pronunciarlo vale mucho para mí. Y que lo sientas, vale mucho más.
Tú vales todo para mí.
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