3. La Guardiana

La mente de Támesis estaba demasiado abrumada, demasiado llena de pensamientos, su cuerpo demasiado saturado de sensaciones como para enfocarse solo en una. Escuchaba las palabras de la mujer con ecos porque la habitación estaba casi vacía. Notaba el rosa de las paredes tan brillante que sentía que debía parpadear mucho para tolerarlo. Los aromas eran... raros, nada que hubiera olido antes.

Eso estaba sumado con el miedo inevitable al verse amenazado con una gran vara metálica en manos de su interlocutora.

—¿Qué exactamente quiere decir eso de que te caíste del... ¡reloj!? Es absurdo.

Génesis miró los pedazos del reloj de su abuela y negó con la cabeza frenéticamente.

—Lo siento, lo siento, lo siento —murmuraba él entre dientes, su mente muy embotada para decir más.

Hubo un lapso de silencio y escuchó a la mujer tomar aire. Al hablar de nuevo, sonaba más tranquila.

—A ver... ¿Támesis, dijiste que te llamabas?

Él la miro con el gesto de un cachorro esperando ser apaleado.

—Me... me dicen Taim.

—Vale, Támesis. Necesito que me expliques qué está pasando y que lo que digas no sea una total locura.

Támesis notó dos cosas en su frase. Uno: su tono sonaba desesperado, frenético, necesitado urgentemente de una explicación lógica. Ella estaba tan asustada como él, pero lo controlaba un poco mejor... o puede que en realidad hubiera un empate. Y dos: era humana, y los humanos suelen ser demasiado racionales y cuadriculados, demasiado "si no lo veo, no lo creo" y los seres como Támesis eran una fantasía para ellos porque no pertenecían a su plano, a su versión de la realidad.

Si se sumaban esos dos factores algo era seguro: la explicación lógica y verdadera iba a ser una locura para ella a como diera lugar. Pero Támesis no podía ofrecerle nada más, no iba a mentir y a decir verdad, aunque quisiera, no se veía capaz de inventar algo para calmarla.

Tragó saliva y se dispuso a decir de nuevo lo que para ella era absurdo. No se movió de su lugar en el suelo porque temía que si hacía un movimiento demasiado brusco, la vara de metal terminase en su cabeza.

Los humanos eran violentos, todos sabían eso.

—Sé que puede ser difícil de creer, pero soy un caminante del tiempo. Pertenezco a otro plano llamado Cronalis, donde todos nos encargamos de que los relojes de tu plano humano mortal anden correctamente para que ustedes tengan existencias equilibradas y...

—Eres un ser mágico —interrumpió ella sin esconder ni un poco su burla e incredulidad.

Támesis no tenía magia en sí: los caminantes no la dominaban, Cronalis no la poseía... no de la forma que ella pensaba, pero entendía la conclusión de la humana y era más fácil decirle que sí a explicar quiénes hacían y cómo funcionaba lo que ella llamaba magia en su plano.

—Sí, más o menos.

—Y te encargas de que el tiempo corra como debe ser.

Esta vez Támesis infló el pecho, orgulloso de ser un caminante.

—Sí.

—¿Entonces por qué carajo estás acá? Algo me dice que no es normal.

El pecho de Támesis se desinfló como un globo tocado amorosamente por una aguja puntiaguda. Sintió calor en la cabeza y se preguntó si el aire del plano humano era tóxico; en Cronalis jamás se acaloraba así.

—Es que es mi primer día —dijo en un susurro.

La mujer soltó una carcajada que dejó perplejo a Támesis, no solo por la burla explícita hacia él, sino porque... sonaba bonito. En Cronalis no había ese tipo de explosiones de sentimientos, los atemporales sí se reían, sí hablaban, sí gritaban... pero nada comparado con el ímpetu y fuerza de esta humana.

Támesis sabía que los humanos eran explosivos, impredecibles, que se dejaban guiar por sus emociones muy seguido, pero saber eso de la teoría y verlo en vivo y en directo eran dos cosas muy diferentes.

—¿Tu primer día? —preguntó, riendo aún. Era una risa sin gracia, pero Támesis no sabía diferenciar entre esa y una risa de alegría, así que simplemente asumió que la humana ya estaba de buen humor—. Tengo que estar alucinando —dijo, más para sí. Luego dejó de mirarlo y siguió hablando—. Debí inhalar mucho polvo en el ático de la abuela y me metí en un viaje astral demasiado realista. Si respiro lo suficiente puedo volver y estaré tirada en el suelo de mi habitación vacía, pero en la realidad.

Típico de los humanos: buscar cualquier explicación para negar lo que tenían ante los ojos. Ver para creer, qué tontería, podían ver y aún así no creer.

—Me temo que no estás alucinando. Lo siento muchísimo, buscaré la forma de irme y volver a Cronalis y podrás seguir con tu vida normal.

—¿Dónde estamos? —preguntó entonces.

Támesis miró alrededor y su gesto mostró confusión.

—En... ¿tu casa?

Ella empezó a negar frenéticamente con la cabeza.

—¡Esta no es mi habitación o la casa de mi abuela!

La sorpresa le recorrió tan fuerte el cuerpo a Támesis, que se puso de pie de un brinco, lo que ocasionó, por supuesto, que la humana blandiera su vara con fuerza.

—¡No me hagas daño, por favor!

La humana se veía contrariada. Tenía miedo, pero a la vez se veía incómoda siendo la amenaza de la habitación.

—Solo dime qué está pasando.

—Yo pensé que era tu casa, te lo juro. Quizás si salimos y vemos la calle...

Parecía como si no se le hubiera ocurrido a la humana esa idea, pero que la considerase brillante; Támesis tenía la esperanza de que sólo estuviera confundida debido a su presencia y las circunstancias, pero que al ver la calle recordara que sí era su casa después de todo.

Sin soltar la vara, ella caminó hasta la puerta, cuidando de no darle la espalda al caminante ni un segundo. Tomó aire como si del otro lado hubiera una arena llena de leones listos para dar un espectáculo con ella, luego abrió y dio dos pasos afuera de la habitación. Támesis la siguió.

—No sé qué es acá —murmuró ella con el tono de una condena a muerte—. Esta no es mi casa.

Támesis tembló sin poder evitarlo, la angustia haciendo mella en su pecho. Ya sabía que había arruinado todo, pero si esa humana estaba en lo correcto y esa no era su casa, haberse caído de su reloj al plano mortal no había sido su único error. Algo más había hecho, algo terrible y esta pobre persona estaba involucrada con él en su metedura de pata... y lo peor de todo era que no tenía ni idea de cómo solucionarlo, porque básicamente no sabía qué estaba pasando.

Es el peor primer día de trabajo de todos los primeros días de trabajo de la historia de Cronalis, pensó Támesis con tristeza, quizás de toda la historia de todos los planos.

—Ojalá me den un premio por batir tantos récords —ironizó en un murmullo.

Génesis no lo escuchó.

Génesis había llegado a ese momento del terror mental en el que el miedo se mezcla con el delirio y todo lo imposible parece posible. La estancia que la rodeaba era pequeña comparada con la casa de su abuela: tras salir de la habitación había una sala con un par de sofás demasiado grises y austeros, como los de un hostal de mala muerte en alguna carretera en mitad de la nada. Al fondo veía una cocina que solo consistía en una nevera de menos de metro y medio de alta, un horno microondas, una estufa de dos hornillas y un gabinete cerca al techo. A la derecha se entrevía una puerta que daba a un baño... y eso era todo. Las paredes eran opacas, nada destacable, ni un solo cuadro ni adorno personal que pudiera indicar que ahí vivía alguien.

De cierto modo era un alivio: no estaba allanando propiedad privada.

—Supongamos que todo lo que has dicho es verdad... —dijo, volteando para mirar a Támesis, que se había quedado en el marco de la puerta de la habitación, mirando con temor los alrededores.

—Es verdad...

—Supongamos que sí es verdad. ¿Cómo regreso a mi casa? No me importa de dónde te caíste, ni de si vienes de Cronópolis o de un hospital psiquiátrico...

—Cronalis —corrigió.

—¡No me importa! ¿Cómo salgo de acá?

Támesis sonrió incómodo, sus cejas inclinadas a ambos lados.

—Pues... no tengo idea.

Génesis parecía querer golpearlo aunque ya no tuviera la vara en sus manos. En algún momento la dejó contra una pared al de salir de la habitación a explorar. Respiró hondo y decidió buscar la puerta principal e ir a buscar ayuda: la policía, los bomberos, un tarotista si acaso este loco era el fantasma de las navidades presentes —aunque no fuera navidad— o un psiquiatra. Alguien le ayudaría.

La calle afuera lucía familiar para Génesis, pero sin duda no era la de la casa de su abuela. Miró el lugar del que salió: era pequeño y desconocido, una casita de una planta que se mimetizaba con el ambiente, pero no le quiso dedicar más tiempo a eso, solo necesitaba huir. Cruzó el jardín, miró a lado y lado, le pareció reconocer algunas casas, pero no alcanzó a conectar los puntos antes de ver a unos metros de ella a una mujer que la miraba fijamente.

Sintió a Támesis tras ella, pero tampoco le prestó importancia a lo cerca que estaba ahora que no tenía su arma defensiva. No, ahora lo importante era esa mujer. Era rubia, con un cabello tan largo que hubiera podido apodarla en su mente Rapunzel, de no ser porque Rapunzel era una princesa dulce e inocente que transmitía bondad y no había nada dulce o inocente en la mirada de esta mujer.

Era bajita, pero compensaba la altura con unos tacones de aguja estampados de flores que Génesis consideraría una trampa mortal de tener que usarlos. Vestía como si un unicornio en acuerdo con un grupo de niños de cuatro años le hubieran aconsejado la ropa de pies a cabeza, ningún tono combinando con otro. Usaba un corset amarillo, un pantalón ajustado color verde chillón y toques de rosa, rojo y azul, puntos y rayas aquí y allá, en sus accesorios y su cabello rubio. Llevaba una chaqueta de cuero negro, lo único normal en su atuendo y un maquillaje oscuro que combinaba y que le resaltaba los ojos con una amenaza implícita. La mujer estaba a la derecha de Génesis así que ella sutilmente empezó a caminar hacia la izquierda.

Génesis pensó que de ver a esa mujer de espaldas, sí se pensaría sin duda en Rapunzel. Bastaba verle los ojos para pensar más bien en Gothel, o en el ser del infierno que le enseñó a Gother a ser malvada.

Podía ser solo paranoia y sus prejuicios, pero si algo sucedía, era mejor estar en la calle a vía libre y no metida en una casa donde podían encerrarla. Támesis empezó a caminar a su lado.

—¿A dónde vas?

Génesis no respondió, sino que miró sobre su hombro. Para su terror, la mujer había empezado a caminar hacia ellos, con el gesto serio, austero y hostil como carta de presentación en su semblante. Génesis aceleró solo un poco. Támesis también lo hizo.

Unos pasos después, miró de nuevo sobre su hombro. La mujer estaba más cerca y su paso también había acelerado imposiblemente sobre esos tacones. Génesis aceleró de a poquito dos, tres y cuatro veces. A la quinta vez iba casi trotando y al voltear, la mujer amenazante iba casi a un metro de distancia, así que Génesis empezó a correr.

Un impulso involuntario hizo que agarrase a Támesis de la mano para salvarlo del peligro, sin razonar que él era también el peligro.

—¡Corre! —gritó sin mirar atrás, agarrando con fuerza al caminante.

Támesis se dejó hacer, se aferró a la mano de Génesis e hizo carrera con ella. Génesis escuchaba los pasos entaconados y a toda carrera de su perseguidora y tuvo ganas de gritar, el miedo la atenazaba y llegó a pensar que moriría en ese lugar... aunque eso era bueno, ¿no? Si moría en un acto de delincuencia, el estado se haría cargo de su cuerpo... ¿verdad?

Estaba cansada de pensar en su muerte, pero su cabeza se encargaba de imaginar escenarios con su cadáver ante cada cosa que le estaba pasando en este momento absurdo de su existencia.

Los tacones sonaban más cerca, más cerca... estaban justo detrás suyo y entonces la mujer los propasó a toda velocidad sin mirar atrás. Génesis miró cómo la mujer corría y aunque una parte de su mente la admiraba por correr así en tacones, la otra no entendía por qué seguía de largo. ¿No iba por ella?

Entonces la mujer rubia gritó:

—¡¡¿Dónde está el peligro?!! ¡¡¿Por qué corremos??!! ¡Sabía que este plano de mortales sería mi perdición, sabía que...! —La mujer miró sobre su hombro y al ver que Génesis y Támesis se habían detenido, miró en todas direcciones antes de gritar—: ¡¿Ya no hay peligro?!

—¡Tú eres el peligro! —gritó Génesis, desbordada por todo lo ocurrido.

Recordó que tenía la mano de Támesis en la suya cuando este jaló y se puso frente a ella, como si quisiera protegerla del riesgo de morir. Génesis soltó a Támesis como si le hubiera pasado corriente, este ni se inmutó.

Entonces lo escuchó exclamar con alegría:

—¡Eres una Guardiana! ¡Has venido a salvarme!

Perfecto, otra loca del manicomio, pensó Génesis con amargura, mirando a la supuesta guardiana. ¿Guardiana de qué, en todo caso?

La mujer, ya sabiendo que no había peligro, deshizo los pasos que la separaban de Támesis y sonrió con dulzura. Ahora sí podía pasar por Rapunzel... por una un poco dark e intimidante, pero Rapunzel. Su sonrisa era sincera y alegre, tan opuesta a su seriedad amenazante que podían pasar por dos personas distintas.

La guardiana ondeó su mano a modo de saludo, aunque Génesis notó que solo miraba y sonreía a Támesis, no a ella.

También notó, con una punzada de envidia, que la Guardiana no parecía nada afectada por correr, ni respiración acelerada, ni sudor, en cambio ella se sentía desfallecer.

—Hola, Caminante Season. ¡Me llamo Minutena y fue asignada a tu caso!

Sonaba demasiado entusiasta para tener ese aspecto homicida.

Támesis no parecía notar la contrariedad porque la miraba como si fuera la respuesta a todos los males del universo.

—Qué alegría, muchas gracias por venir por mí, cometí un pequeño error y...

Minutena rió y a diferencia de la risa de Génesis, esta sí fue divertida.

—¿Pequeño? Te caíste del reloj, cruzaste al plano mortal, creaste una brecha en el tiempo alrededor de tu estación de trabajo y metiste a una insignificante humana a un viaje al pasado. ¡Pequeño! —rió de nuevo.

Génesis se encrespó.

—¡¿Qué quieres decir con "un viaje al pasado"?!

Minutena pareció notar por vez primera que Génesis estaba ahí. La miró con la cabeza un poco ladeada, perdiendo la sonrisa y reemplazándola por una mueca que podía pasar por desdén.

—Emm... ¿tú eres?

—¡Soy la insignificante humana que acabas de mencionar!

Minutena retrajo los labios, el gesto clásico de quien sabe que dijo más de la cuenta frente a la persona incorrecta.

—Uff, esto es incómodo. —Se fue acercando lentamente a Támesis hasta que pudo tomar su mano—. El Departamento de Emergencias, Errores y Riesgos de Cronalis lamenta mucho la situación, esperamos que no te cause demasiados inconvenientes, y todo eso. ¡Volveremos a ti lo más pronto posible! ¡Tu tiempo es lo más importante para nosotros! —Guiñó un ojo como si fuera un chiste.

Minutena sacó de su bolsillo lo que parecía una roca redonda y pulida. La tiró al suelo y se escuchó un grave clic como el de apertura de una cerradura. Génesis arrugó la frente.

—¿Cómo que "volveremos a ti cuando..."?

No terminó de hablar porque en un abrir y cerrar de ojos, Támesis y Minutena tomados de la mano, desaparecieron de su vista, desvaneciéndose en el aire junto a la piedra redonda. 

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