27. La Visita

Támesis era ahora un recolector.

En aquellos planos donde el tiempo de vida de los seres era moneda de cambio, agentes de Cronalis debían hacer rondas frecuentes para recolectar aquellos lapsos que no estaban en uso y que de otro modo se perderían. La economía de estos planos dependía de la labor de los recolectores, su misión era altamente respetada por aquellos beneficiados... pero era la profesión más insignificante de Cronalis y su castigo por no ser capaz de ser un caminante digno.

—Seis días, dieciocho horas y cuarenta y tres lapsos y medio —dijo Támesis a su interlocutor, que miraba el paquete que él llevaba sobre su cuerpo—. El impuesto al tiempo será descontado y pronto se le enviará lo que queda para reúso del recurso.

—¿Podrías...?

—Permítame informarle antes de que continúe que los recolectores de Cronalis no aceptamos ningún tipo de soborno a cambio de alterar las cantidades de tiempo que traemos o nos llevamos. Insinuar siquiera algún tipo de intercambio fraudulento puede tener como penalización la extracción sin aviso previo de cinco a dieciocho lapsos completos. —El ser frente a él se quedó callado unos segundos, mirándolo fijamente—. Ahora sí, cuénteme qué necesita.

—Nada, absolutamente nada. Muchas gracias, recolector. Estaremos ansiosos esperando la deducción de este cargamento.

—Se gestionará en el menor tiempo posible.

Támesis se retiró, hastiado de esa labor en que se había convertido su vida. Los días pasaban lentos y laboriosos desde que volviera del plano humano... o desde que se lo llevaran a la fuerza, más bien. No había pasado ni un minuto de su interminable tiempo en que no pensara en Génesis, en su madre, en la comida del plano humano, en la posibilidad perdida de una vida lejos de Cronalis.

Cuando Minutena lo entregó al Consejo, hubo una audiencia tan larga que Támesis supuso que incluso a los miembros pacientes y etéreos del Consejo se les hizo demorada. Todos hablaron, todos criticaron, todos quisieron castigar de forma diferente a Támesis, unos más drásticamente que otros. Luego el juicio se alargó cuando se puso sobre la mesa el nuevo hecho de que Támesis era hijo de un ladrón de reliquias y de una humana que vivió ilegal en Cronalis durante todo ese tiempo.

Parecía entonces que no solo debía expiar sus pecados, sino también los de sus padres.

Támesis suplicó que lo dejasen volver al plano humano. Para los atemporales, ser o convivir con humanos era un castigo drástico, algo deshonroso y miserable; él mismo había pensado así antes de estar ahí, antes de respirar aire de aquel lugar, de comer sus alimentos, de enamorarse. Támesis había supuesto que para el Consejo sería ese un castigo justo, pero se consideró que hacer algo que hiciera feliz al acusado, incluso si era algo ruín para ellos, no era castigo suficiente, así que lo condenaron a lo siguiente más humillante y malvado: ser un recolector.

Hasta ese momento de su vida, Támesis no había sido consciente del paso de los días ni una sola vez. Sabía a qué hora debía ir al centro de entrenamiento para caminantes, sabía qué horarios usaba para cubrir sus necesidades físicas, tan esporádicas en comparación a las humanas, pero aún con todo eso, no mantenía nunca cuenta de los días vividos.

Hasta ahora.

Desde que había regresado a Cronalis era tan consciente del tiempo que a veces sentía que los segundos le caminaban sobre la piel amenazando con comérselo poco a poco. Imaginaba esos segundos pasando también sobre la piel de Génesis en su plano y casi podía visualizar con claridad cómo la vida pasaba para ella mientras para él era un bucle estático que no le dejaba salida.

Siete meses humanos, dos semanas humanas y veintidós horas humanas habían pasado para Támesis desde aquel último día de dicha. En su memoria mitad atemporal estaban fijos, claros y nítidos los recuerdos de sus días en aquel plano, desde la primera vez en que se cayó del reloj y asustó a Génesis, hasta ese beso apasionado que compartió con ella unos segundos antes de ser obligado a irse.

Llegó a su casa harto, sintiendo una opresión en el pecho por haber llegado de trabajar y saber que en menos tiempo del que podía procesar, debía repetir el proceso de nuevo una y otra y otra vez. Ni siquiera tenía el consuelo humano de unas horas de sueño para escapar de su realidad; no, en Cronalis no se dormía, solo se descansaba... si pudiera descansar tranquilo, cosa que no había hecho desde hacía siete meses, dos semanas y veintitrés horas.

Las habitaciones de su casa se sentían vacías ahora que su madre no estaba, las sombras se veían más largas, los sonidos más llenos de ecos. Esa noche, sin embargo, se sobresaltó al entrar y ver a Minutena sentada en uno de los sillones de su sala.

No había visto a la guardiana desde que su juicio terminó y ahora la tenía frente a él. Experimentó una sensación agridulce al verla. Era bueno tener cerca una cara a la cual relacionar con ese pequeño lapso de felicidad que tuvo, pero a la vez había sido ella la que se lo arrebató y ese hecho era punzante, generaba resentimiento.

—¿Qué haces acá?

—Recolector Támesis, me alegra verte.

La palabra recolector salía de sus labios con el desdén de la vergüenza ajena. Támesis tomó aire.

—¿Qué quieres, Minutena?

—Oficialmente, nada. Extraoficialmente, pensé que te gustaría saber que tu madre se ha reunido con el traidor de tu padre en el plano humano.

Támesis soltó todo el aire de sus pulmones, sintiendo cómo su corazón intentaba acelerarse ante la noticia y fracasaba, porque en Cronalis todo era moderado, incluso los latidos del corazón.

—¿Conociste... —A Támesis casi se le va la voz— conociste a mi padre?

Minutena se encogió de hombros.

—No trato con ladrones. Pero lo vi de lejos. Es como tú, pero se ve un poco mayor. Los años en el plano humano han hecho mella en él. Aunque, de forma casi irónica, se ve de la misma edad que tu madre, que tanto se conservó al vivir acá.

Támesis estaba tan feliz de que su madre hubiera logrado su cometido de hallar a su padre, que fue capaz de pasar por alto el tono mordaz de Minutena. Pensó entonces en Génesis y decidió arriesgarse:

—¿Viste a Génesis?

Minutena lo miró fijamente, esta vez con un gesto de confusión. Támesis no comprendía que la guardiana lo observaba con una fascinación morbosa, nacida de su falta de entendimiento en los sentimientos humanos. Para Minutena era algo extraordinariamente raro ver cómo seres como Támesis o como Johha se dejaban dominar de algo tan anormal como los sentimientos. Los ojos les cambiaban, las pupilas se les dilataban, la voz subía un par de tonos. Era despreciable y fascinante.

—Sí.

—¿Cómo... cómo está? Todo este tiempo...

—Para ella han pasado dos días, no seas dramático.

Támesis se rió. No era gracioso, pero era tan extraño pensar que sus siete meses de añoranza eran solo dos días para la mujer que quería a su lado... nunca se sintió tan extranjero en Cronalis.

—¿Está con mis padres?

—En ese momento, sí.

Procesar lo que Minutena le decía le ocupaba toda la mente y solo ahora fue que notó cómo la guardiana lo miraba, como si fuera un espécimen de un planeta recién descubierto. Se sintió entonces incómodo y curioso respecto a la naturaleza de esa visita.

—¿Por qué me dices todo esto?

—La verdad no lo sé —respondió con sinceridad—. Quisiera comprender, pero no lo consigo.

—¿Comprender qué?

—El amor. Tú... tú cambias cuando hablas de esa humana. La humana cambia cuando habla de ti. Tus padres estando uno junto al otro se miran como si nada más en el mundo importase. ¿Por qué? No me cabe en la cabeza que otra persona valga lo suficiente como para perderme a mí misma. Lo encuentro fascinante. No son ustedes los primeros atemporales o los primeros humanos que veo sintiendo, pero sí son los que más intensidad han mostrado. No lo comprendo —concluyó, mirando los ojos del caminante, como si le suplicara una explicación racional. Estaba frustrada.

Támesis suspiró.

—El amor no se explica, Minutena. El amor no es una ciencia que puedes aprender en el centro de entrenamiento, no hay ninguna clase que te pueda explicar cómo funciona. El amor... está en el pecho y en la mente. Te hace sentir que todo es posible, te hace pensar que la vida tiene sentido, que los días tienen más color y que los dolores pueden doler menos. Cuando estuve con Génesis me sentí... con un propósito.

—¿Ser Caminante no era tu propósito?

—Eso pensé. Pero cuando pude imaginar una vida con ella, supe que Génesis era mi propósito. Amarla, apoyarla, descubrir el mundo juntos. Ser caminante, ser guardiana o viajero... son formas de vivir la vida, pero Génesis es una forma de vida en sí. Estar con ella me hacía sentir que podía ser una mejor versión de mí mismo.

Támesis pensó en cómo meses atrás se había preguntado cómo los humanos podían hacer algo significativo en sus cortas existencias y en cómo había descubierto que la respuesta era el amor. El amor hacía de cada día algo significativo, el amor daba el sentido que la fugacidad negaba. El amor era el motor de la existencia humana y ahora lo sabía, pero también había perdido esa posibilidad de vivirlo, así que, ¿cómo iba a ser feliz por toda la eternidad sabiendo eso y no teniendo nada?

Minutena dejó de mirarlo, intentando reflexionar sobre sus palabras. Pensaba que comprendía la teoría del mismo modo que un humano comprende a los dragones: sabe cómo son y qué hacen, pero también sabe que no existen, que son imposibles y no lograría comprenderlos si de repente ve uno frente a sí.

Minutena entendía la teoría del amor, pero no llegaba a comprender cómo dos personas podían sentirse de manera espontánea e involuntaria de la forma en que Támesis describía. Eso era lo que la conflictuaba: la falta de control. ¿Cómo podían seres como Támesis estar en paz con la idea de sentir algo sin poder decidir cómo o cuándo sentirlo? El amor era irracional, era un caos.

—Me voy —anunció, algo raro en la guardiana que solía aparecer y desaparecer sin avisar. Caminó hasta la puerta; dentro de Cronalis no era necesario usar portales, con caminar era suficiente. Al llegar al umbral, miró a Támesis—. Mañana tienes audiencia con el Consejo.

De inmediato el recolector se puso en alerta.

—¿Qué? ¿Por qué? ¿Reconsideraron mi petición de dejarme ir y...?

—No seas ridículo, no le van a conceder nada a alguien como tú.

Támesis suspiró. Ya lo sabía; sus primeros meses en Cronalis fueron de súplicas al Consejo, de insistencia total, de intentar día tras día conseguir una audiencia en que le dieran un permiso para regresar al plano humano, si no definitivamente, al menos de visita.

Rogó incansablemente hasta que amenazaron con traer a su madre a Cronalis a cambio de él a pagar la pena por su tropiezo. Ahí se detuvo; su madre estaba bien y él no podía obligarla a regresar a Cronalis y mucho menos en calidad de criminal. Támesis no estaba seguro de si el Consejo realmente estaba dispuesto a permitir que una humana pagara una sentencia de un atemporal, pero ante la duda decidió creer y desistir.

—¿Entonces?

—He propuesto otro castigo para ti, ser recolector no es suficiente para un delincuente con tus antecedentes.

—¡Pero si jamás hice nada!

—Los antecedentes de tus padres, pues.

Támesis tembló... o lo habría hecho si su corazón pudiera desbocarse en Cronalis. Ser recolector ya era lo suficientemente malo, ¿qué más podía querer Minutena de él? Era una guardiana despiadada y dedicada a hacer bien su trabajo sin importar los daños colaterales que causara. Era fría y calculadora, por eso no comprendía los sentimientos: porque no tenía.

Támesis pensó en lo injusto que era que su aspecto fuera tan inocente, tan colorido y lleno de vida... cuando estaba muerta y malvada por dentro.

—¿Qué... qué castigo?

—Audiencia mañana a primera hora.

Minutena se fue de la casa de Támesis a paso lento y tranquilo, dejándolo con la expectativa y el miedo haciendo mella en su pecho. 

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