24. El Retorno

Le tomó varios minutos centrar sus pensamientos lo suficiente para poder moverse y hacer algo consigo misma. Miró la habitación desordenada, desvalijada y por un ínfimo instante se preguntó si se había imaginado todo lo que ocurrió en los últimos días, si en realidad nunca se fue de esa habitación y solo se había caído y soñado a Támesis y a su pasado. Descartó de inmediato el pensamiento; aún sentía los labios de Támesis en los suyos, sentía el roce de su lengua con la piel del caminante, cerraba los ojos y veía su imágen tan nítida como un sueño nunca podría ser.

Se levantó del suelo, el silencio era aplastante. Su presente era terreno conocido, pero luego de estar con Támesis, era también terreno triste y solitario. Ahí no tenía a nadie. Estaba sin empleo, sin gato, sin amigos y sin su amada abuela. El vacío pegó más fuerte que antes, pero no sintió ganas de llorar; quizás ya había llorado demasiado viviendo lo imposible.

Se acercó al reloj viejo roto, el que le había traído a Támesis a la vida, el que ahora sabía era una reliquia, aunque no le quedase muy claro qué significaba eso. Razonó que ya no debía valer nada porque de otro modo los de Cronalis ya se lo habrían llevando... así como se llevaron a Támesis.

Tocó la madera rota del reloj y una punzada de dolor se instaló en su pecho. No podía pensar que tenía el corazón roto porque su tiempo con Támesis no había sido tan largo, ni sus esperanzas tan grandes como para creer que él sería un imposible más que le pasaría en la vida. El sueño de una vida con Támesis no vivió tanto en su corazón como para destrozarlo al saber que no pasaría.

Estaba solo ligeramente decepcionada. Bueno, muy decepcionada.

Con la mente en otro plano, caminó hasta la ventana y vio que ni siquiera había cambiado el momento del día del instante en que se fue. Era la misma hora, los vecinos estaban haciendo lo mismo en sus respectivas casas, el aire soplaba igual... excepto que en el jardín de su casa estaba una mujer con rostro confundido y familiar.

Génesis salió corriendo, bajó las escaleras y se dirigió al jardín. Johha se giró hacia ella de repente, con la misma sensación que Génesis la veía a ella: sorprendida, confundida y extrañada.

—¿Cómo llegaste acá? —preguntó Génesis.

Johha sacudió la cabeza.

—No lo sé. Estaba cerca del apartamento, ya iba de regreso y de repente aparecí acá. ¿Dónde está Támesis? —Empezó a andar hacia la entrada de la casa—. Pensé que ya no viajaríamos más, que la misión ya había...

Johha pensaba que seguían a mercer de Minutena. Génesis la interrumpió antes de que Johha llegara a la puerta de entrada:

—Se fue, Johha. Minutena se lo llevó. Su misión ya está cumplida.

La madre del caminante, que parecía más bien su hermana, se quedó unos segundos de más de espaldas a Génesis, su paso detenido a la mitad y, aunque Génesis no lo vio, Johha ahogó un pequeño sollozo antes de girarse. Tenía los ojos húmedos, pero no tuvo vergüenza en ello porque Génesis los tenía igual.

—Estará bien —murmuró Johha—. Sabrá desenvolverse a donde sea que lo asignen.

—Me alegra escuchar eso —respondió Génesis y era cierto. Él se merecía todo lo bueno.

Las mujeres compartieron un silencio, como si cada una internamente estuviera despidiéndose definitivamente del hombre al que más querían en ese momento. Johha fue la primera en sacudir la cabeza y hablar:

—¿Qué hacemos acá entonces? ¿Por qué te dejaron en el pasado?

Génesis arrugó la frente.

—Este es mi presente. Acá... acá vivo yo.

—¿Qué?

—¿Qué tiene de malo? ¿Por qué pones esa cara?

Johha se acercó a ella y miró alrededor como si no lo hubiera hecho antes. Levantó su mano y con el dedo apuntó la casa de la acera de enfrente.

—Yo vivo ahí... vivía ahí, crecí ahí. Creí que era el pasado, acá me crié hasta que me fui con Marcus. —Miró de nuevo a Génesis, luego a la casa de la que ella había salido—. No sé quién vivía acá entonces.

—En mi presente vivía mi abuela y así fue por... —Hizo cuentas mentales— casi cuarenta años. Que yo sepa, mi abuelo compró esta casa porque quedaba cerca de donde creció mi abuela, ella siempre estuvo en este vecindario. —Génesis oteó a su izquierda y señaló la casa de la esquina—. Allá, la casa tras el gran árbol. Ahí vivieron mis bisabuelos toda la vida, murieron hace mucho. La casa ya es de otra familia.

Mientras Génesis hablaba, Johha la observaba como si la viera por primera vez, como si apenas estuviera notando el color caoba de su cabello o la redondez de sus mejillas. Génesis se sintió intimidada con el examen que Johha le hizo y aclaró la garganta cuando vio que Johha tenía lágrimas resbalando por su mejilla.

—¿Cuál es el nombre de tu abuela?

—Ágatha, ¿por?

Johha ahogó un gemido. Sus manos temblaron y se echó a llorar.

—Ágatha Portela —sollozó Johha, esta vez no sonó a pregunta—. Eres su nieta.

—¿La conoces?

Con lágrimas, pero sonriendo, Johana asintió.

—Era mi mejor amiga. 

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