20. El miedo

Cuando Támesis despertó, vio algo sumamente irracional: Génesis estaba feliz. Era muy raro considerando el río de emociones que había vivido el día anterior, primero con Minutena, luego en su conversación con Támesis. La vio sentada en la silla del pequeño comedor aplicándose maquillaje, comiendo uvas y sonriendo. En cuanto notó que el caminante estaba despierto, le sonrió de oreja a oreja. Támesis no tuvo ni tiempo de analizar el brinco de su corazón gracias a ese gesto antes de que ella hablara:

—Buenos días, Taim.

—Buenos días... —Sonó como pregunta y su voz estaba pastosa por dormir. Aclaró la garganta—. ¿Estás... bien?

—No.

Támesis parpadeó.

—Estoy confundido.

—No estoy bien, en absoluto. Si lo pienso mucho me voy a echar a llorar todo el día, pero sé que Minutena va a venir y me va a secuestrar.

—Pero te ves... feliz.

—Finjo hasta que me lo crea —susurró entre dientes—. Alístate, vamos a salir. Tu mamá ya se fue.

—¿A dónde vamos?

—A Dulce Placer. —Támesis se quedó quieto, mirándola. No sabía a qué se refería, pero pensó que esas palabras y Génesis juntas no podían ser nada más que espectacular—. Es una pastelería. Hacen los mejores postres de la ciudad, eran mis favoritos. En mi presente ya no existe porque los dueños originales vendieron el negocio y los nuevos dueños lo llevaron a la ruina, pero he pensado que si estoy acá obligada y tu tiempo acá también es limitado, bien podría darme un gusto y dártelo a ti.

—¿Estás segura?

Como si fuera invocada por la pregunta, Minutena apareció en la sala. La guardiana miró a Génesis, ella le devolvió la mirada fija y desafiante. Hubo un largo silencio en el que solo se miraron, quizás cada una rememorando el recuerdo que habían visitado la tarde anterior. Ambas querían saber qué pensaba la otra, pero ninguna tenía intención de preguntar.

—No puedes ir a ningún lado, esto no son vacaciones —le dijo sin saludar.

—Dame un día. Solo hoy. Iré mañana voluntariamente, te lo juro.

—Esto no es negociación, lo siento, tú...

De dos zancadas Génesis llegó a Minutena. La guardiana se sobresaltó pero solo reculó medio paso. Los ojos de ambas se encontraron y Minutena vio en los de Génesis algo que solo era posible detectar a tan corta distancia: súplica y desesperación. Cuando Génesis habló, lo hizo en susurros que pretendían llegar exclusivamente a la atemporal:

—Sé a cuándo me vas a llevar. Lo sé con toda certeza y necesito tiempo. Por favor. De mujer a mujer, Minutena, dame este día. Para ti un día no es nada, para mí es la diferencia entre prepararme o romperme por completo. Sé que tienes cero interés en los sentimientos de una simple humana, pero te lo suplico de todo corazón, dame el día de hoy. Te prometo enfrentar mañana el dolor sin necesidad de que vengas a obligarme, es más ni tendrás que estar acá.

La intensidad en sus ojos aumentó cuando brillaron con humedad. Minutena no despegó la mirada, aunque su rostro mostraba una profunda indiferencia que le hizo temer a Génesis que ningún ruego fuera suficiente. Antes de perder su única oportunidad, Génesis añadió:

»Lo que viste ayer... no fue nada, fue un día feliz en comparación con lo que me espera. Por favor.

Minutena no cambió su gesto, pero sí recordó el recuerdo que visitó. No le gustaba el plano humano porque había mucha violencia sin importar a qué época viajara, desde guerras mundiales pasando por crímenes en la calle hasta maldad dentro de los hogares. Todo era dolor para los humanos porque vivían para lastimarse unos a otros. Algunos usaban excusas estúpidas como disputas territoriales, o necesidad económica... o amor.

Todas excusas, todas terribles. Minutena conocía planos hermosos sin violencia y odiaba estar en el humano que era tan opuesto, por eso quería irse cuanto antes. Pero Génesis tenía razón en algo: para Minutena, un día más o un día menos, no era nada viéndolo con perspectiva. Y si la misma Génesis admitía que esa desesperante escena que Minutena vio era algo bueno en comparación con lo que le esperaba... Minutena no quería imaginar qué podía ser.

Más por su interés personal de no visitar esa escena cuando podía esperar un día y que Génesis fuera con Támesis en lugar de con ella, Minutena decidió acceder. Sin dejar de mirar a la humana, asintió casi imperceptiblemente.

—Veinticuatro horas humanas. Ni un segundo más.

Sin más, desapareció. Génesis suspiró, se tambaleó porque esa entrada de aire se sintió como si llevaba dos horas sin respirar en absoluto. La lágrima de su párpado resbaló, pero ella la limpió sin problema, puso otra vez una sonrisa, aunque esta vez más sutil y miró a Támesis.

—¿Listo?

Dulce Placer era una cafetería diminuta. Tan pequeña, que sus tres mesas para clientes estaban en la parte exterior del local; dentro solo había una barra con dos sillas, dos largas vitrinas exhibiendo delicias y una caja para pagar. Las paredes eran color miel y el aroma dulzón del lugar conquistó de inmediato a Támesis. Génesis le dijo que pidiera lo que quisiera y él se lo tomó a pecho, ordenando más ocho postres diferentes.

Cuando llegaron a la mesa, esta quedó llena con los manjares. El caminante tomó primero el más llamativo: un merengue del tamaño de su puño con un montón de frutas de varios colores picadas encima. En el primer bocado suspiró cuando el merengue se derritió entre su lengua y su paladar.

—Estoy enamorado de esto.

Génesis rió.

—También yo. —Tomó una milhoja cuyo dulce de leche espeso la hizo cerrar los ojos de placer—. Extrañaba mucho estos sabores. ¿Y qué hacía tu papá con la reliquia?

De camino a la cafetería, Támesis le empezó a contar todo lo que su madre le había confesado la noche anterior. Támesis no sabía aún muy bien cómo procesar todo eso, pero estaba descubriendo que cada vez que le contaba otra aparte de Génesis, se sentía más ligero.

—La robó para llevarla a ella a Cronalis. Mi mamá es... humana y es difícil llevar humanos a Cronalis. Se requiere mucho poder y las veces que se ha hecho legalmente, que han sido muy pocas, el trámite y el proceso es largo, demorado y peligroso.

—¿Por qué?

—Los humanos son frágiles e impredecibles. No puedes llevar a cualquier humano a menos que hayan mil pruebas de que no destruirá Cronalis. Además en lo físico... los cuerpos humanos son delicados, un viaje entre planos puede causar... muchas cosas indeseables. Mis padres tomaron un riesgo demasiado grande.

—¿Y qué fue exactamente lo que pasó?

Támesis suspiró.

—Mi mamá dice que mi papá se cayó del reloj antes de poder usarlo como portal para él, pero que ella ya estaba en Cronalis.

—¿Tú no lo crees?

—Creo que fue más complicado que eso. En clases nos enseñan sobre las reliquias. No son relojes en sí, es decir, pueden tener la forma de un reloj humano, pero existen desde antes de que existieran los humanos en sí mismos. Aparecieron con el inicio de los tiempos. Son muy poderosos, pero es un poder que no sabemos usar. No solo yo, ningún atemporal. Es conocimiento no enseñado precisamente porque son peligrosos y porque se sabe poco de su funcionamiento. Mi padre debió saber eso porque era un caminante profesional, de modo que el riesgo era conocido.

—Pero tu madre no sabía.

Él negó con la cabeza.

—No creo, porque eso no me lo dijo, eso lo aprendí yo en mis cursos. Imagino que él nunca le contó que las reliquias eran de un poder extraño. Se arriesgó a llevarla a Cronalis, puso en peligro su vida, su integridad y por desgracia no alcanzó a volver él de regreso. Quizás la reliquia se rompió o se le acabó su poder.

—Roto no. —Dijo Génesis con la boca llena—. Dijiste que ese mismo reloj fue el que te trajo a ti; si hubiera estado roto, no habría sido posible.

—No lo había pensado. ¿De dónde lo sacaste? El reloj. La reliquia... estaba en tu casa.

—Del ático de mi abuela. No sé de dónde lo sacó ella. Si logramos regresar a mi presente y si crees que pueda servir de algo, podemos intentar averiguar más.

Támesis rió entre bocados.

—Hace unos días querías matarme y ahora quieres ayudarme.

Ella se encogió de hombros.

—Los humanos somos impredecibles —bromeó ella—. Y sentimentales.

—Me encanta eso de los humanos —replicó sin poder evitarlo—. Eres una humana fascinante.

—Soy la única humana que conoces.

—Es decir que tengo razón —concluyó. Suspiró tras unos segundos—. La idea de que mi padre haya estado acá todo este tiempo no me deja tranquilo. Que no haya manera de buscarlo, que no podamos pedir ayuda, que mi mamá haya sacrificado tanto por mí...

—Seguro no se arrepiente.

—Eso me dijo.

—Pero no le crees.

—No es eso, es que... desearía que no hubiera sufrido tanto. Se quedó en un lugar desconocido, hostil, criando a un hijo decepcionante y...

—No digas eso, Támesis. Ella te ama y no eres decepcionante.

—Sí lo soy, siempre lo he sabido. No es autocompasión, es notar lo obvio. Y más ahora con lo que sé... si se quedó en Cronalis fue para que yo fuera un atemporal digno y normal. Y nunca lo he sido, es más, arruiné mi oportunidad de fingir serlo.

Génesis le tocó la mano sobre la mesa. Él agradeció el gesto con una sonrisa.

—Es que eres mitad humano. Y tienes la mejor parte: la compasión, el cariño, la amabilidad. También la torpeza es muy humana, ¿sabes? Y equivocarte y aprender de los errores. Cuando... —Génesis tragó saliva— cuando vuelvas a Cronalis vas a conocerte más a ti mismo y dejarás de sentirte como un extraño en tu propia piel.

Támesis ladeó la sonrisa.

—Lo dijiste bien. Cronalis.

Génesis intentó disimular la sonrisa comiendo más de su postre de duraznos.

—Cronolandia —murmuró— Como sea, lo que dije es cierto.

—Te lo agradezco, Génesis. Significa mucho.

—Mereces ser feliz, Taim. Tu mamá también.

—Nunca sospeché que mamá fuera humana, nunca la imaginé capaz de emociones tan fuertes hasta anoche cuando me habló de cuánto ama a papá. E incluso a él lo dejó por mí.

—El amor de madre puede con todo.

Támesis la miró a los ojos y como quien habla del clima, dijo:

—Lamento que perdieras a tu hijo, habrías sido una madre espectacular.

A veces el llanto no es paulatino, no empieza con un nudo en la garganta, un picor tras los párpados y una sensación de frialdad en la nariz. A veces pasa de repente y sin sentido, como en ese momento el de Génesis.

Su mal llamada mejor amiga —ahora ex amiga—, su abuela y Fred eran las únicas personas que sabían de su aborto espontáneo. Una fingía que no había existido, la otra la miraba con compasión y Fred... mejor no pensar en Fred. Su pérdida era, dentro de todo, un tema tabú, incluso para ella misma. Hablar de bebés, de embarazos, de duelo, era algo que evitaba a toda costa y ahí estaba Támesis diciendo la palabra con M que la atormentaba cada noche antes de dormir.

Y no lo decía con compasión, ni con vergüenza, ni con lástima. Lo decía con cariño, con la convicción de que era cierto, tanto que él lo sentía, como que hubiera sido una buena madre. Ese lapso de dos segundos en los que obtuvo una visión humana y natural de lo que había perdido, fueron sanadores y dolorosos a partes iguales.

La muerte sucede, incluso de los seres que ni siquiera lograron nacer. El duelo es parte de la vida y hablarlo también es sanar. Dejar de estigmatizar el luto y verlo como lo que es: parte de la existencia, es parte vital para superarlo.

Támesis se alarmó al ver su llanto y se confundió al ver que de todas formas sonreía.

—Sí lo habría sido —respondió ella entre las lágrimas y un sollozo acompañado de una sonrisa—. Habría sido una excelente madre. Gracias, Taim.

—Tú también mereces ser feliz.

Génesis asintió y del lugar de donde viene la nostalgia, el dolor y los recuerdos, relató, sin pensarlo dos veces:

—Estuve sola cuando pasó. Mi abuela estaba lejos y yo no quería llamarla. Mi amiga nunca me contestó el teléfono: estaba de vacaciones y dijo que ignoró mis llamadas porque pensó que no era urgente, pero ni siquiera se disculpó. Y Fred... Fred no estuvo sino para empeorar todo. Cuando lo supe, estaba en el hospital. Lloré horas en la sala de espera. Hubo alguien, un hombre, que se me acercó y me tocó la mano. No pude ni mirarlo, estaba ausente en mi misma. Ese hombre me dijo que todo estaría bien... o eso creo. La verdad hoy en día no sé si me lo imaginé, si era tan grande mi pena que mi mente inventó a una persona que me consolara para no sentirme tan sola. Tengo ese episodio borroso, muy borroso y aún así duele mucho.

Támesis entonces unió puntos.

—Ahí es a donde te llevará Cronalis.

—Eso creo. Y tengo miedo, porque si lo veo nítidamente no podré sacarme ese momento de la mente jamás. Ni del corazón, ni del alma. ¿Cómo voy a seguir después...?

Támesis se levantó de su silla frente a Génesis y rodeó la mesa para llegar a ella. Se ubicó a su espalda y se inclinó para abrazarla desde ahí; Génesis pensó fugazmente que era una forma extraña de dar un abrazo de consuelo, pero que no importaba porque Támesis apenas estaba aprendiendo. Ella tocó los antebrazos de él, que la rodeaban por el cuello hasta el pecho.

—Vas a seguir adelante porque eres fuerte. Eres la humana más valiente que conozco y el que te conozca hace tres días y no conozca a más humanos, no afecta en nada esa afirmación. —Génesis se rió entre sus brazos. Sentía su aliento dulce en la mejilla y apreciaba esa necesidad del caminante de demostrar que estaba ahí para ella. Tan poco humano y a la vez, el ser más humano que conocía—. Estoy enamorado de cómo te ríes.

Su tono tan casual, tan indiferente y directo hacía que todo lo que decía fuera más sincero.

—No puedes enamorarte de todo.

—¿Cómo que no? ¿No escuchaste que soy mitad humano? —Génesis rió de nuevo. Támesis, desde atrás, pegó su mejilla a la de ella—. Vas a estar bien.

—¿Irás conmigo al recuerdo? ¿Puedes acompañarme?

Támesis pensó que no quería soltar nunca a Génesis. Ahí, en esa cafetería, con cuatro postres intactos y varios platos vacíos, entre lágrimas, mocos y una conversación llena de confesiones liberadoras, Támesis deseaba quedarse por siempre a su lado. De modo que sin titubeos, respondió:

—Siempre que quieras.

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