18. El Amor

Con el tiempo, Génesis se había dado cuenta de cómo un desamor te vuelve mentirosa, creativa y consciente. Mentirosa porque al contarle a los demás tu versión de la relación disfrazas los peores momentos como si nunca hubieran pasado; creativa porque los momentos malos se decoran con excusas o justificaciones que te vuelvan un poquito culpable, solo lo suficiente para no quedar como una completa ingenua; y consciente porque solo intentando ser mentirosa y creativa al recapitular una relación, era posible darse cuenta de lo mal que estuvieron tantos actos que aguantaste.

Cuando Génesis intentó decirle a Támesis lo que había revivido con Minutena usó palabras bonitas. Dijo "Fred me aconsejó" en lugar de "me hizo sentir mal por hacerlo de otra manera" cuando le habló del atuendo para el partido; le dijo "la celebración se excedió un poco" en lugar de "Fred se embriagó tanto que dejó de ser él"; usó "se puso hablador y yo estaba cansada, así que se quedó hablando solo" en lugar de "quiso violarme y yo me escondí en el baño, aterrada".

Támesis no podía saber la mentira en sus palabras, pero una fuerza instintiva en su corazón le permitió leer la verdad en los ojos de Génesis. No los detalles, por supuesto, pero en su mirada marrón estaba la tristeza, una desolación mucho más grande que lo que ella quería decir y dejaba ver. Quiso abrazarla, decirle que recordara que esto era el pasado y que ya no estaba con él en su presente, que lo que fuera que le había hecho era injusto y que ella no lo merecía.

—Perdí tanto tiempo con él —dijo ella mientras amasaba harina en un tazón. Luego miró de reojo a Támesis, que tenía la ardua misión de picar unos champiñones por primera vez en su existencia. Génesis rió con suavidad—. Tú no entiendes ese concepto, ¿verdad? "Perder el tiempo".

Támesis pensó en sus casi veinte cursos teóricos de caminante hechos en Cronalis y en cómo ni una sola vez se había puesto a pensar que el tiempo era algo limitado, algo que pudiera perderse.

—Pues no en carne propia, pero entiendo el concepto. Las vidas humanas son tan cortitas, prácticamente ustedes pierden el tiempo con todo.

—No todos. Mi abuela lo aprovechaba. Mi abuela era tan... tan vivaz. Sus aventuras eran pequeñas porque nunca fue una de esas aventureras de viajar y vivir la vida loca. No, sus aventuras eran cocinar cosas nuevas, tejer cobijas con diseños que la desafiaban, montar en bicicleta los domingos por media ciudad. Ella era feliz.

Támesis recordó entonces sus clases teóricas de "Sobre humanos y el tiempo que usan". Oh, cómo amó esas clases; los humanos eran complejos y fascinantes.

—¿Sabes qué es curioso sobre los humanos? Estadísticamente, la mayoría de personas que aprecian la vida y la viven al máximo, no lo han hecho desde siempre, sino que suelen empezar porque algo pasó y les hizo reconsiderar todo.

—Tienes razón.

—¿Qué le pasó a tu abuela?

Génesis puso sus recuerdos en movimiento. Ágatha no había tenido una vida trágica; había sido feliz. Aparte de la muerte de su esposo siendo tan joven, no vivió grandes calamidades, pero había una que, aunque ajena, la había marcado. Génesis no había pensado en eso desde su adolescencia, por eso cuando empezó a contarlo, sonaba bajito, como si fuera una memoria recubierta de polvo que había despejar lentamente, un soplido a la vez:

—Me contaba que cuando tenía menos de veinte años, tenía una mejor amiga de la infancia. Vivían en casas vecinas y como ambas eran hijas únicas, se volvieron como hermanas. Eran muy unidas, mi abue me decía que ella era su alma gemela, cumplían años el mismo día aunque mi abuela era un año mayor.

—¿Qué le pasó? —preguntó Támesis con miedo de que la respuesta fuera muerte.

—Mi abuela no lo sabe, ese fue el problema. Eran íntimas amigas hasta que ella conoció a un chico, un extranjero. Se enamoró, o eso dice mi abuela aunque su amiga era muy críptica al respecto. El caso es que sus padres no aceptaban la relación porque no había matrimonio de por medio y entonces ella se fue de la casa un día, sin más. No se despidió ni de mi abuela, ni le dijo a nadie a dónde iba.

—He visto películas donde se fugan a Las Vegas y se casan, es tan romántico.

Génesis no pensaba que casarse en un arrebato de alegría fuera romántico, pero lo dejó pasar porque no era ese el punto de la historia.

—No se llevó nada. La amiga de mi abuela, no se llevó su ropa, sus discos, sus posters, nada. Por eso creyeron que había sido secuestrada. Salió en las noticias. Mi abue me contó que la cara de su amiga estaba en los periódicos y ofrecieron recompensas, la buscaron por cielo y tierra. Nunca apareció y a los dos años las autoridades simplemente dejaron de buscarla. Mi abuela decía que dejó de sentirla... no sabía explicarlo, pero dijo que dejó de sentir en su corazón que estaba viva, así que la lloró, vivió su luto y desde entonces vivió como si la siguiente desaparecida fuera a ser ella. Yo creo que no dejó de pensar en ella hasta el día en que murió. Ojalá se hayan encontrado en donde sea que llegan las almas.

Hubo un respetuoso silencio cuando Génesis terminó de hablar. Génesis no podía imaginar lo que era perder tan de repente a alguien y al mismo tiempo no saber cómo lo perdiste. Cuando pensaba en Ágatha y en el hecho de que en su presente estaba muerta, le consolaba saber que había una lápida en la cual llorar, un lugar donde depositar las lágrimas con la esperanza de que llegaran al corazón de su abuela. Pero la amiga que ella tuvo... simplemente desapareció, no se supo más de ella o de su pareja, su posible verdugo. Fue un dolor y un peso que acompañó a Ágatha toda su larga vida.

—Me gusta esa teoría humana. La de la muerte.

Génesis sonrió y lo miró.

—¿Cuál de todas?

—Todas las que incluyen algo más allá. Me parece bonito pensar que tras gastar todo tu tiempo acá, llegas a una eternidad de felicidad en otro lado, donde están todos tus seres queridos que se fueron antes de ti. Las vidas humanas acá son cortas, pero si hay un lugar donde no acaban jamás... son teorías tan llenas de esperanza, es conmovedor.

—Si no tenemos esperanza, no tenemos nada.

—En Cronalis tenemos tiempo, pero rara vez hay esperanza. No se necesita. Allá las cosas son y punto, no tenemos que esperar a que algo pase ni anhelar que sucedan cosas. Trabajas en tu labor y ya, no aspiras a más.

—No suena tan mal. Suena seguro.

—Suena aburrido.

—¿No te gusta Cronolandia?

Támesis ni siquiera la corrigió, porque la pregunta era importante. Lo que sentía era confuso y lo que siempre había pensado del plano humano, a cada segundo parecía ser erróneo.

—Es que no conocía nada más. Ahora estoy acá y... —La miró a los ojos y se alegró de ver que ya no había tristeza abismal en ellos, al contrario, brillaban en la intimidad de la cocina mientras ambos tenían sus manos ocupadas con diferentes ingredientes—. Y es fascinante. Es tan explosivo, tan impredecible.

Lo último lo dijo mirando con un amor reverencial la comida sobre el mesón.

—Simplemente estás enamorado de comer —musitó ella, divertida y... con su propio corazón empezando a desbocarse—. No te culpo, comer es lo mejor de la vida entera.

—¿Cómo sabes que estoy enamorado de comer?

—Tus ojos se enloquecen mientras comen, es un raro placer verlo. Hay videos en internet de gente dedicándose a eso: a comer, pero verte en vivo y en directo es divertido, es... fascinante.

El tono animado y casual de Génesis no sacó sonrisas en Támesis, que la miraba más bien interesado, como si esa humana estuviera contándole los secretos más grandes del universo. Támesis se relamió los labios.

—¿Cómo saber cuando se está enamorado?

—¿De comer?

—De alguien.

Génesis desvió la mirada, perdiendo el tono jocoso.

—No sé si soy la más indicada para explicarlo, mi viaje con Minutena me ha hecho replantearme muchas cosas sobre el amor.

—¿Qué hay de Summer? Me dijiste que con ella fue un romance bonito, que te habías enamorado.

—Era un amor adolescente.

—¿Es distinto el amor adulto?

Génesis se mordió el labio, asintiendo.

—Sí. Cuando eres adolescente nada en la vida está escrito, así que puedes dedicar todo tus "¿y si?..." al amor. Es fácil soñar porque la adolescencia te hace sentir que puedes comerte al mundo y si lo haces de la mano de alguien que sientes que piensa lo mismo... es precioso. En la adultez simplemente luchas porque el mundo no te coma a ti y el amor es más trabajo que ideales.

—Amaste a Summer y fue distinto a como amaste a Fred.

—No imaginas qué tan diferente. Pero sí, la amé mucho.

—¿Y qué sentías entonces?

Génesis agradeció por primera vez el secuestro temporal que estaba viviendo porque gracias a ello tenía una imagen de Summer muy fresca en su mente, poseía una idea muy clara de lo que había sido para su corazón adolescente, de lo feliz que había sido en un lapso tan pequeñito de su historia. Sonrió con añoranza y cariño.

—Cuando la veía mi corazón latía tan fuerte, que me daba miedo se me saliera por la boca. Summer tenía esta manía de moverme los mechones de la cara tras la oreja y yo me descubrí poniendo mis mechones adrede en la cara solo para que se me acercara tanto que podía ver las pecas de sus párpados mientras me tocaba. Sentía que su mano encajaba con la mía.

»Esa es otra de las maravillas que se pierden cuando creces: el primer amor te hace sentir que todo está hecho para que estés con esa persona, que encajas con una perfección que no se puede repetir en otras dos personas del universo, pero cuando creces, notas que tu mano en realidad cabe en cualquier otra, que todos los corazones se aceleran igual, que las mariposas del estómago renacen con cualquier persona que el resto de tu cuerpo encuentre atractivo. Nada está "destinado", sino que haces que funcione porque es lo que deseas en ese momento.

Támesis escuchaba atento, ansioso por entender a los humanos... y un poco a sí mismo. Génesis decía que todos los corazones se aceleran igual al sentir atracción y quiso preguntarle si creía que eso aplicaba con los atemporales. Quiso experimentar, incluso, saliendo del apartamento y hablando con cualquier persona por una o dos horas para ver si el corazón se le aceleraba como le pasaba con Génesis.

—Es algo de este plano —dijo en cambio.

—¿El qué?

—El amor. Este tipo de amor. En otros planos hay una conexión más bien comunal, familiar, de sociedades enteras que se cuidan unos a otros, no hay mucha individualidad. Solo acá en el plano humano hay este concepto de parejas, de tener que buscar a una sola persona de entre tantos que hay para compartir tu vida. Es fascinante cómo todos lo hallan, ¿sabes? ¿En qué momento una persona decide que no va a buscar más?

—No todos lo hallan.

—Pero lo intentan. Dedican su vida a buscarlo sin saber realmente qué pasará.

—No todos dedican su vida a ello.

—Estadísticamente, es la mayoría.

Génesis rió entre dientes.

—¿Te dan estadística humana en la universidad de Cronolocos?

—Pues sí. Es desconcertante. ¿Tú lo buscas? Al amor, me refiero. Te has enamorado dos veces y... ¿hay límite de veces para intentar?

—No. No hay límite.

—¿Entonces lo buscas?

—Con el amor... tú no sientes que lo buscas, Taim, sientes que te encuentra a ti. —Génesis suspiró—. Y justo en este momento, viendo a Fred tan cerca... solo quiero esconderme y dejar de existir.

El recordatorio de la situación fue una sombra que los envolvió a ambos. Támesis no quiso preguntar más sobre sentimientos humanos y Génesis no quería pensar más en los suyos.

La escena que había visitado con Minutena, para su propia vergüenza, no era la peor que había tenido en su relación con Fred. En el camino de regreso de ese recuerdo, la mente de Génesis había sido un hervidero de pensamientos, de posibilidades, porque estaba segura de que con ese simple recuerdo no sería suficiente para regresar a su presente, de modo que Minutena la llevaría a otro, probablemente mucho peor.

Varios de esos momentos la atormentaban, pero había uno, solo uno en particular, que iba a romperla en mil pedazos si lo visitaba, y con los antecedentes de empatía que tenía ese viaje de cronos, estaba segura de que sería precisamente ese el que se vería obligada a revivir.

La masa en sus manos se resbaló de entre sus dedos, golpeó una cuchara del mesón y esta cayó al suelo, produciendo un sonido metálico al rebotar. Fue el sonido —tal vez— lo que hizo que Génesis se pusiera a llorar, ya no con rabia y ganas de sacarlo todo, ni en silencio para que nadie lo notara, sino como un grifo abierto e incontrolable.

Támesis la abrazó por instinto.

—Estás bien, Génesis. En este momento estás bien.

—Sé a dónde me va a llevar Minutena —sollozó—. Me va a obligar a verlo.

—¿A Fred de nuevo?

Génesis sorbió su nariz y enterró la cara más en el hombro de Támesis. Sacudió la cabeza, frenética.

—A mi bebé.

Támesis tardó el procesar sus palabras, más que todo porque en medio del llanto, salieron entrecortadas y no entendió bien lo que quiso decir hasta pasados unos segundos. Luego, comprendió y se alarmó.

—¿Tienes un bebé?

La sacudida del pecho de Génesis replicó en el cuerpo de Támesis cuando ella respondió:

—Debí tenerlo... pero lo perdí.

¡Muchas gracias por leer! 

Me haría muy feliz saber qué te está pareciendo la historia. No seas tímido, cuéntame ♥ ►

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