17. La Bañera
Cuando Génesis abrió los ojos, la comodidad del nido de mantas que había hecho a su alrededor ya no estaba y ahora veía con horror las paredes y el decorado de un apartamento que pensó no tener que ver jamás en su vida. Se quedó quieta mirando alrededor y cuando sus ojos aterrizaron en Minutena, su ceño se frunció hasta lo doloroso.
—Me dijiste que te obligara —dijo la guardiana con altivez.
—Pero... —Génesis tuvo que quedarse callada al ver a Fred atravesando la estancia.
El apartamento que por casi dos años compartió con Fred tenía las paredes grises. A ella nunca le gustó ese color, pero cada vez que intentaba sugerir un cambio, Fred le decía que el apartamento era suyo y que a él sí le gustaba el gris. Estaba mínimamente decorado: uno que otro lienzo impreso y colorido colgado, un florero con plantas artificiales en una esquina, un porta llaves junto a la puerta y un pequeño rascador felino para el gatito que Génesis tenía desde hacía tres años atrás.
Salvo ese rascador, el apartamento gritaba Fred y ni siquiera susurraba Génesis entre las grietas.
—¿Ya estás lista? —preguntó Fred, dirigiendo su voz al baño principal. La Génesis invisible lo miraba intentando recordar en qué momento exacto se encontraba—. ¡Apúrate! —Luego, más para sí mismo y con hastío, añadió—: Qué demoradas son las mujeres.
Génesis lo miró de pies a cabeza y entonces recordó cuándo estaba. Fred llevaba una sudadera negra de pies a cabeza, unos tenis blancos con rojo y una gorra deportiva para el sol. No se había afeitado y Génesis recordaba pensar que lucía muy apuesto así, sin embargo, viéndolo ahora desde su invisible posición, no veía ni un solo pelo en él que fuera atractivo.
Ese día era uno de los tantos en los que fueron juntos a ver partidos de fútbol en el estadio. Fred compraba entradas y con sus amigos hacían un gran grupo para ir a apoyar al equipo por el que apostaban. Las primeras veces que Génesis hizo parte de estas salidas se había sentido en las nubes porque una cosa era ser la novia de Fred y otra mejor era que todos sus amigos lo supiesen, que él la presentara con orgullo como su pareja.
No obstante, para ese punto del pasado que estaba visitando, ya no era algo bonito.
—Wow —dijo Minutena, mirando hacia la habitación.
La Génesis del pasado salió de la habitación, lista para el juego. Llevaba unos tacones de diez centímetros que le estilizaban la postura, usaba un vestido negro ajustado en la cintura y suelto de ahí hasta un poco más arriba de la rodilla. El maquillaje de su rostro lucía muy elaborado, su peinado en el punto ideal entre parecer salido de un salón de belleza y hacer notar que fue hecho en casa.
—Estoy lista —dijo Génesis, mirando con expectativa a Fred. Este la detalló de pies a cabeza y asintió satisfecho, pero no hizo comentario alguno.
—Hasta yo que no entiendo a los humanos, sé que uno de los dos está mal vestido —exclamó Minutena—. ¿Para dónde van?
La voz de Génesis sonó fría, ajena:
—Para un partido de fútbol.
—Entonces la errónea eres tú. ¿Por qué ibas tan elegante?
Génesis se mordió los labios, enojada y avergonzada. No podía decirle a Minutena que se vestía de esa manera porque la vez pasada a esa que fueron a un partido y Génesis usó su cómoda sudadera y un maquillaje y peinado mucho más acordes a la ocasión, Fred estuvo todo el rato mirando el escote y las piernas de cuanta mujer se cruzara en su camino y que cuando ella le hizo el reclamo en casa, él dijo que sus ojos no se irían a otras mujeres si Génesis se tomara la molestia de lucir atractiva para él.
—Sería bueno que mis amigos te vieran y pensaran "que guapa la mujer de Fred" y no "la mujer de Fred se ha descuidado y parece una indigente" —le había dicho.
—Él me pedía que me arreglara bien para salir con su grupo de amigos —explicó Génesis, resumiendo, sin mencionar lo más humillante.
Minutena aún así arrugó la frente.
—He estado en épocas humanas donde eso era normal, pero tengo entendido que el siglo XXI no te obliga a ser esclava de un hombre.
—No era su esclava —objetó, ofendida.
—Te pedía arreglarte como una muñeca para mostrarte a otros hombres. ¿Sabes dónde pasaba eso también? En la esclavitud.
—Las relaciones de pareja son complicadas.
Génesis no sabía por qué intentaba defender lo indefendible, pero de todas formas Minutena la ignoró cuando escuchó a Fred hablar de nuevo:
—Creo que subiste de peso, amor, hoy trata de no comer tanto.
Génesis sonrió con los labios apretados y asintió.
—Que ser humano tan despreciable —dijo Minutena—. Olvídalo, no quiero ni ver esto, avancemos este día.
Con un movimiento, el ambiente había cambiado. No el lugar, pero sí el tono, el aire, el momento. Estaban en el mismo, punto pero ya era de noche, las luces estaban apagadas y el gato de Génesis estaba echado de lado a lado en el sofá. El corazón de la Génesis invisible se aceleró.
—No...
La puerta principal se movió un poco y se escuchaba del otro lado el trajinar de alguien intentando meter la llave en la cerradura. Tras un lapso de lucha, la puerta se abrió. Génesis entró descalza, en una mano llevaba sus tacones y las llaves con las que abrió; la otra y su brazo, los tenía ocupados intentando mantener en pie a Fred, estaba evidentemente ebrio.
—Uffff —dijo la Génesis del pasado, exhausta cuando pudo poner a Fred en el sofá. El gato salió corriendo, y ella pudo respirar.
Lucía cansada y estresada. Su peinado perfecto estaba arruinado, su maquillaje un poco corrido por el trajín del día y por subir hasta el apartamento con Fred prácticamente sobre ella como peso muerto. Le tomó unos segundos recuperar el aliento y buscar unas pantuflas. Al contacto de sus pies con la superficie mullida, soltó un gemido entre dientes. Le alegraba estar en casa.
Fue a la cocina por un vaso con agua y cuando regresó, Fred estaba sentado en el sofá, mirándola con una sonrisa. Ella le devolvió el gesto. Fred abrió uno de sus brazos para atraerla y Génesis se acercó con todo el amor en sus pasos. Lo abrazó, le besó el cabello mientras él enterraba la cabeza en su pecho.
—Espero que no tengas resaca mañana —dijo ella con empatía.
—Ajá.
—Vámonos —dijo Génesis junto a Minutena, alterada. Ella no escuchó.
Fred besó a Génesis. El primer beso fue correspondido, pero cuando su boca se volvió insistente, Génesis intentó echarse para atrás.
—Mejor ve a dormir —le dijo en un susurro—. Estás muy borracho.
—No para ti, mi amor.
Sus labios subieron por el pecho de Génesis hacia su cuello, sus manos haciendo cada vez más presión para mantenerla en su lugar, pues ella intentaba alejarse, aunque sutil, con más fuerza a cada segundo que pasaba.
—En serio, Fred, ve a dormir, no quiero.
—Yo sí quiero —ronroneó él en su oído.
El corazón de Génesis se aceleró ante la situación desconocida. Era la primera vez que él intentaba obligarla a algo y ella no sabía cómo reaccionar.
—Fred, no. Suéltame. —Él no escuchó, siguió repasando sus manos sobre la piel de Génesis, colando sus dedos más allá del bajo del vestido y sobre el escote—. Suéltame —suplicó.
—Eres mi mujer —dijo él, como si eso fuera suficiente razón para justificar su agarre.
La sutilidad se acabó y Génesis intentó con fuerza consciente alejarse de él. Tomaba sus manos para alejarlas de su cuerpo, pero entre más fuerza ponía, más se daba cuenta de que no podría contra la de él. Él seguía sentado en el sofá, ella de pie entre sus piernas. En uno de sus intentos de alejarse, hizo que Fred trastabillara y cayera sentado en el suelo; fue solo un segundo en que él aflojó el agarre para evitar un golpe fuerte contra el piso, pero fue suficiente para que Génesis saltara hacia atrás.
El instinto la llevó a correr hacia el baño y encerrarse ahí. Fred se puso de pie con dificultad y fue tras ella, preso de su ebriedad y su deseo. Cuando encontró la puerta cerrada, la golpeó con fuerza.
—¡Ábreme! —Golpe y golpe—. ¡Génesis! —Golpe tras golpe—. ¡Maldita puta, ábreme! —Golpe, golpe, golpe, golpe.
Y a cambio, silencio. No porque Génesis no tuviera nada qué decir sino porque estaba petrificada tras la puerta, sintiéndose por primera vez en peligro estando con Fred. En general, era la primera vez que se sentía en peligro real, pulsante y cercano.
La Génesis invisible no supo en qué momento pasó, pero su perspectiva había cambiado. Ya no estaba con Minutena en la sala viendo cómo Fred golpeaba la puerta, sino que estaba dentro del baño viéndose a sí misma acurrucada en la bañera intentando poner sus manos sobre sus oídos para no escuchar las palabras y los golpes de Fred, rezando entre sus respiraciones entrecortadas que el cerrojo de la puerta fuera lo bastante fuerte para contenerlo.
Tras un rato, los golpes cesaron. Fred se fue de ahí refunfuñando hacia el sofá y, a los pocos minutos, en el silencio sepulcral del apartamento y la madrugada, Génesis desde el baño pudo escuchar los ronquidos del que era el amor de su vida. Solo entonces se sintió tranquila y se echó a llorar sin moverse de la bañera. La Génesis del futuro se quedó mirando la sombra de su pasado hasta que esta se quedó dormida dentro del frío refugio de porcelana. Pasó la noche en esa bañera entre el miedo, las lágrimas y la sensación de seguridad rota en mil pedazos por Fred.
Cuando todo estuvo tranquilo de nuevo en el apartamento, Minutena miró a Génesis que estaba llorando en silencio por la impotencia, por el dolor, por la sensación desagradable de sentirse demasiado estúpida por haber aguantado todo eso.
Para su sorpresa, las palabras de Minutena sonaban casi a consuelo:
—Los seres como él no merecen tu dolor.
Si fuera otra voz, otra persona, quizás Génesis lo habría apreciado. Pero no de Minutena, no, porque ella era quien la había obligado a ver todo esto, a revivirlo, a pasar la humillación de estar acompañada para que alguien más fuera espectador de su momento más débil. Cronolandia no tenía límites morales, pensó.
Génesis resopló y escupió:
—¿Vas a decirme ahora que el tiempo le da a cada uno lo que merece?
El labio de Minutena subió un poco con rencor, dejando entrever sus dientes. Si no fuera porque Génesis ya estaba al borde del colapso emocional, se habría intimidado con ese gesto.
—Nosotros no nos hacemos responsables, ellos mismos buscan sus males.
—¿Así que yo me busqué esto también? —replicó con acidez.
La respuesta de Minutena fueron seis palabras, las seis palabras que menos daño harían en esa situación, las más amables que alguien como Minutena podrían producir:
—No, tú solo fuiste su víctima.
Eso, Génesis sí lo agradeció.
Cuando reaparecieron en el apartamento temporal, Támesis estaba caminando de un lado a otro. El sol ya se había ocultado, pero aún había cierta claridad crepuscular que entraba por la ventana.
—¡Al fin! —chilló, acercándose a ellas—. ¡Se fueron por horas!
Minutena lo miró con una mezcla de burla e indiferencia.
—Para nosotros fue un rato —resolvió.
—Estaba preocupado —se quejó.
Génesis se acercó a él y le tocó el antebrazo con afecto.
—Ya estamos acá, tranquilo. —Miró tras Támesis y se espantó—. ¿Qué pasó acá?
Támesis miró avergonzado el segundo desorden que hacía en esa cocina. Agachó la mirada como un niño atrapado en la peor travesura.
—Resulta que cocinar no es fácil. Mezclé cosas que olían bien y no sabe bien. Lo intenté ayer también y salió mal, pero pensé que hoy saldría mejor y pues no pasó...
—La comida tiene su manera correcta de hacerse, Taim, no puedes solo mezclar cosas que huelen bien.
Támesis hizo un puchero.
—Sí, me di cuenta, gracias.
Génesis rio con cansancio, pero agradeció el desastre que había en la cocina. Necesitaba distraerse, así fuera recogiendo el reguero.
—Haré la cena, te enseño si quieres.
—¡Sí!
Génesis miró hacia atrás, hacia Minutena.
—Tú estás invitada si quieres... —La guardiana ya se había ido, dejándolos solos—. Menos mal se fue, no quería que se quedara, solo fue cortesía.
—¿A dónde te llevó Minutena?
Génesis suspiró.
—¿Por dónde empiezo...?
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