11. La Culpa

Los corazones rotos no existen, pensó Génesis.

No era posible que existieran, porque con la cantidad de veces que el suyo se había partido en las últimas veinticuatro horas, ya no seguiría latiendo en absoluto... pero sí latía, fuerte y claro en su pecho, más aún cuando empató con sus lágrimas para desestabilizarla al ver a Támesis abrazando a la mujer a la que había llamado mamá.

No se sabía si Támesis apretaba más a la mujer o ella a él, pero era tan evidente que se necesitaban en ese instante que no importaba cuál de los dos ganaba. No había ganador, era simplemente amor siendo dado y correspondido. La mujer en los brazos del caminante era bajita, delgada, sus cabellos eran marrones tirando al rojizo y tenía en su cuerpo ese aire que hace parecer a los adultos cansados, como que han sufrido toda su vida.

Los pedacitos del corazón de Génesis estaban divididos en dos grupos. Los que lloraban por el anhelo de no recordar siquiera cómo era abrazar así a una madre... y los que lloraban porque era consciente de lo mal que había tratado al Caminante desde que lo conoció. Támesis se había equivocado, sí, pero solo era un adulto —o algo así equivalente en cronolandios— cometiendo errores que buscaba los brazos de su madre para consuelo.

—¿Estás bien? —La madre de Támesis observó a Génesis, alarmada.

Ella notó lo húmedas que tenía las mejillas y el hecho de que había estado mirándolos fijamente en medio del llanto. Sin embargo, ni siquiera se preocupó de disimularlo, solo suspiró.

—Ha sido un día muy largo —susurró al fin.

Johha miró a Génesis con una empatía inesperada y como si supiera todo lo que pasaba por su mente desde que tocó la puerta de la casa, se acercó y la abrazó con fuerza, casi con la misma con la que abrazó a su hijo. Génesis se dejó consolar con ese amor maternal y lloró otro poco, esta vez menos porque sabía que había alguien ahí para contenerla.

—Mamá, tienes que probar esto.

Cuando las dos mujeres se soltaron, Támesis ya tenía sus antebrazos llenos de comida de la nevera. Su gesto extasiado, completamente ajeno al momento que estas dos desconocidas que solo lo tenían a él en común, habían compartido.

Ambas rieron, porque eso es lo que haces cuando alguien emocionado se acerca a mostrarte algo.

Johha analizó el botín de su hijo y tomó lo más accesible: un trozo redondo de queso. Lo olfateó primero y Génesis se preparó para ver en ella la misma reacción eufórica de Támesis ante los sabores... pero no fue así.

Johha tomó un bocado moderado. Lo mordió despacio, masticó y cerró los ojos al hacerlo. No lucía como alguien que prueba por primera vez el queso, sino como alguien que ha olvidado el sabor y se reencuentra con una vieja y hermosa sensación.

—Es tan delicioso —murmuró, maravillada.

—¡Y Génesis va a hacer pastel!

Las mujeres se sonrieron de la manera en que sonríes cuando por educación o amor no blanqueas los ojos a otras personas.

—Debimos empezar por ahí —dijo Johha, extendiendo su mano—. Yo soy Johha, es... no un placer conocerte, pero... en fin, lamento lo que Taim hizo.

—Génesis —se presentó, estrechando la mano de Johha—. Y pues... ya estamos acá, con lamentos no ganamos nada. ¿Quieres pastel de manzana?

—Me encantaría. 

Johha sabía cómo hacer a la gente hablar. Quizás no lo sabía. Quizás era algo inherente de su personalidad, pero en Cronalis los atemporales hablaban con ella como si cada palabra y secreto dicho fuera una carga que se quita de los hombros y, así, Génesis lo hizo también.

Mientras hacía la masa del pastel y Támesis ayudaba —mal hecho todo, pero se le excusaba por ser nuevo en esto de cocinar— a cortar las manzanas, robando una o dos mordidas de algunas en el intento, Génesis le contó a Johha todo el problema de sus padres, tanto lo que recordaba de su adolescencia como lo que había visto el día anterior.

Quizás a Johha se le daba bien hacer que la gente se abriera porque ella no fingía escuchar, sino que realmente escuchaba cada palabra.

—¿No volviste a saber nada de ellos? —le preguntó tras un rato.

Génesis buscó un molde para horno y los trastes sonaron como si ellos tuvieran la culpa de los errores de sus padres.

—No directamente. Mi abuela a veces me contaba cosas importantes como "tu padre se jubiló", o "tu mamá discutió con el del supermercado y pusieron su foto en la pared para identificarla como problemática" y cosas así. Luego... —Génesis tomó aire, de repente cansada—. Hace cuatro años mamá murió. Un cáncer del que no supe sino cuando ya estaba muerta. Ni siquiera se comunicaron conmigo para decirme que estaba muriendo. Ni siquiera se lo dijeron a mi abuela.

—No querían lastimarte —apostó Johha.

—Me lastimaron todos esos años desde aquel día a mis diecisiete. —Con una tristeza que sonaba más a rencor, Génesis puso la masa en el molde, indicándole a Támesis que buscara un sartén para caramelizar las manzanas—. El día de su velorio, papá no fue capaz de mirarme a los ojos.

—¿Fuiste al velorio? —preguntó Támesis con incredulidad.

—Necesitaba ir... no sé para qué. Y solo salí más lastimada. No fue solo que mi mamá irremediablemente ya no estuviera para arreglar las cosas conmigo, sino también darme cuenta de que papá seguía odiándome.

—No te odiaba —dijo Johha.

—Sí me odiaba.

—Un padre jamás odiaría a su hija.

—¿¡Entonces por qué nunca quiso arreglar las cosas conmigo!? —gritó, pero no como si le alzara la voz a Johha, sino como si tuviera ese grito pendiente para el universo, para cualquier ser que pudiera darle una respuesta.

El silencio tras su voz fue potente. Johha esperó unos segundos para que Génesis respirase antes de responder:

—Mi apuesta es que tenía miedo.

—¿De qué?

—De sí mismo. Sentía vergüenza y los humanos no saben lidiar con eso. Hacen cosas estúpidas para sobrellevar sus propios miedos... como rechazar a una hija única y luego sentirse avergonzado por eso para siempre. Los humanos, en especial los hombres, son orgullosos y no se perdonan ni a sí mismos.

No eran palabras nuevas. Su abuela se las había dicho, su psicóloga se las había dicho. Ella misma se las había dicho. Pero usar eso como excusa era invalidar todo el dolor que había atravesado y a eso no estaba dispuesta. Lo único que le quedaba en ese punto era su amor propio y permitirse sentir era la mayor arma de resistencia de su corazón.

—Mamá murió odiándome por ser bisexual.

—Y amándote por muchas cosas más —dijo Támesis, sorprendiendo a las dos mujeres. Génesis sintió la mano de Támesis en su hombro, las manos sobre el molde se quedaron quietas—. No sé gran cosa de los humanos, pero sí sé que ustedes muchas veces se dejan mover más por los sentimientos negativos que por los positivos. Actúan irracionalmente porque tienen un ego que no puede ser tocado.

Génesis apretó los dientes, decidida a no llorar más.

—Tú que sabes, todo lo que conoces es de películas y posiblemente es de las navideñas de Hallmark —objetó.

—¡Amo esas películas!

Génesis se rió solo un poquito entre dientes.

—No me sorprende.

—Pero tengo razón. Ustedes son irracionales, son... fenómenos —concluyó, usando la palabra que Génesis usaba para los atemporales. Támesis apoyó el mentón en el hombro de Génesis por un momento; puede que hubiera visto mil películas humanas, pero no tenía muy claro el concepto de espacio personal—. Estoy seguro de que te amaba. Ambos te amaban.

Las siguientes palabras de Génesis salieron por sí solas, urgidas de salir de su mente y de su corazón:

—Papá murió un año después en un accidente y yo no fui a su funeral. Estaba tan enojada. Supongo que fui... irracional.

—Fuiste humana.

—¿Hay diferencia?

Sin moverse, teniendo a Génesis a solo unos centímetros, Támesis rió.

—No, ni una sola.

Johha en silencio los miraba. Lucían tan... cercanos. Como si fueran amigos, como si esta fuera una noche de cena casera cualquiera, como si... como si encajaran el uno con el otro. Se alarmó y tosió, esto hizo que ellos dos se separasen, pero no había incomodidad, sus lenguajes corporales tomaban todo con tanta naturalidad que a Johha se le encogió el corazón en el pecho.

—¿Qué pasó después? —preguntó Johha para llenar de nuevo el espacio de voces.

—Yo era la única heredera de los bienes, que solo eran la casa y el viejo auto de papá. Vendí todo, pero antes de hacerlo, pasé por casa. No había pisado ese lugar en seis años y todo se veía distinto y a la vez igual.

Génesis se perdió un momento en sus propios recuerdos.

Se vio a sí misma entrando con casi veinticuatro años a la casa que la vio crecer y sintiéndola tan ajena que dolía. El aire ya no olía a las lavandas que su madre ponía sin falta todos los domingos en el florero de la mesa y ese eco permanente del radio de su papá, que nunca apagaba aunque no estuviera prestando atención, ya no estaba. Las paredes seguían del mismo color desvaído, los muebles dispuestos de la misma manera, el cuadro con la foto familiar de cuando Génesis era una niña y todos aparecían sonrientes, seguía torcido en la pared.

Génesis miró cada mueble intentando asociar un buen recuerdo con cada uno: aquella vez que se golpeó con un mesón cuando iba corriendo cuando era niña y su padre le dio helado como consuelo, o el árbol que pintó con crayones en la puerta del baño y que sus padres nunca borraron. Todo eso seguía ahí, pero ella ya no se sentía parte de ese lugar, ni siquiera de los recuerdos que lo contenían. Era como si fueran momentos vividos en otra vida, por otra persona, en otra realidad donde los padres nunca abandonan a sus hijas.

Y entonces subió a la habitación de sus padres y cayó de rodillas al ver alrededor. Las paredes estaban repletas de... de ella, de Génesis. Fotos de cada Navidad con su abuela, el recorte de periódico donde la nombraron fugazmente por ganar la feria de ciencia local en último año de colegio, imágenes mal tomadas de menciones de honor y logros académicos, fotos de sus cumpleaños y de los viajes cortos o largos que había hecho. En ese entonces no existían las redes sociales en la vida de Génesis, de modo que todas esas fotos las había enviado Ágatha voluntariamente a su padre... Y ella nunca le contó nada a Génesis.

Saber que sus padres habían estado pendientes de ella desde lejos le dolió más que saberse ignorada. Porque ella no había ido al velorio de su padre, porque nunca visitó a su madre para intentar arreglar las cosas. Sí, ellos eran quienes la habían rechazado, pero Génesis ya era adulta y habría podido ser la persona madura que diera el paso.

Génesis consideró muchas veces hacerlo, pero no llegaba al punto de valentía hacerlo en sí. Asumió cada día que vendría uno nuevo, que el mañana sería más propicio que el hoy para buscar reconciliación, que le quedaban muchos años, muchos futuros a corto plazo para limar asperezas con sus padres hasta que algún día pudieran reírse de lo que había pasado mientras cenaban juntos en un año nuevo como una familia normal.

Y entonces de repente el tiempo se acabó, el mañana quedó relegado a un cementerio, dos tumbas, disculpas reprimidas y palabras que nunca se dijeron. Ellos eran relativamente jóvenes y nadie esperaba que tuvieran los días tan contados.

La culpa que cargaba por esperar era un peso en su espalda que en algunas noches malas no la dejaba respirar en la cama mientras intentaba dormir. Ni la terapia ni los años ni las palabras ajenas podían responderle los "¿qué habría pasado si...?" y eso no se podía superar.

Génesis volvió al... al presente actual con Johha y Támesis en la cocina.

—Tienes razón, Johha, no me odiaba. Pero esperó demasiado para buscarme... y yo hice lo mismo. El tiempo pasó volando y se acabó en un suspiro, cuando me di cuenta ya no estaban y eso es irreversible. Pon eso en el horno —dijo de repente, señalando el molde con la mezcla y las manzanas ya listas—. Necesito un minuto.

Sin esperar respuesta tomó su chaqueta y salió al frío de la noche. 

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