10. La Receta

A pesar de sí misma, Génesis corrió hacia donde estaba el pobre caminante caído. Támesis había intentado poner sus manos para amortiguar el golpe, pero no había sido suficiente, su cara había dado contra el pasto, sus rodillas siguiéndola y la manzana a medio comer había terminado a un par de metros de él. Génesis se agachó a su lado, lo ayudó a tomar posición sentada y notó pronto que Támesis no estaba bien.

Respiraba con fuerza, miraba sin ver a su alrededor, como si hubiera sido transportado a otro mundo y no a tres metros de donde estaba hacía unos segundos. Sus ojos marrones oscuros casi negros se llenaron de lágrimas, un sollozo escapó de sus labios rodeados de pálida piel.

—Está bien —le dijo Génesis—. Estás bien.

—¿Me... —Támesis tenía dificultad hilando sus ideas— me rompí?

—No...

—Pero duele... —susurró Támesis con el miedo y sorpresa de quien siente un dolor por primera vez en su existencia. Involuntariamente se puso a llorar, sus pestañas húmedas y sus mejillas brillantes—. Perdón, perdón por meterte en esto. Si me muero acá, no sé si vengan por ti y...

Génesis se agachó aún más y se acercó para que sus ojos quedasen a la altura de los de Támesis. La cercanía lo calló.

—No te vas a morir por un golpe así, Támesis. Caíste en el césped y sigues consciente, no puede ser tan terrible. Respira. —Sin despegar sus ojos de los de Génesis, él tomó aire una, dos, tres veces hasta que pareció volver a ser dueño de sí—. Así, respira.

Con cada hora que pasaba, Támesis experimentaba cosas nuevas. Los olores, los colores, el cansancio, el hambre, los sabores y ahora el dolor. Sumado a todo eso, estaba experimentando algo extraño: la hiperfijación. O eso creía que era. De otro modo, no estaría tan físicamente consciente del aliento de Génesis sobre el suyo, del calor de su piel transferido a él en sus manos tomadas, del movimiento suave de sus pupilas al mirarlo, del sol en su espalda, de las cosquillas que un mechón del cabello de Génesis le hacían en su mejilla, del sofoco que tenía en el pecho y que percibía subiendo por su cuello hasta su rostro.

Respirando, su corazón se había estabilizado, pero ahora la hiperfijación hizo que se le disparase de nuevo con violencia. Ya no estaba pálido, ahora sus mejillas ardían en su piel canela. Los humanos en definitiva padecían de demasiados... estímulos simultáneos, pensó Támesis, y si él al ser un atemporal sentía solo una milésima parte de lo que los humanos sentían ¿cómo podían ellos vivir tan frenéticamente a diario sin morir?

—¿Estás bien? —preguntó Ágatha tras ellos.

Había presenciado cada segundo aunque sin escuchar la conversación, y solo ahora que notaba a Támesis más estable, se atrevía a intervenir. Támesis miró a Génesis, que le asintió, antes de mirar a la anciana.

—No me voy a morir.

Ágatha rio divertida.

—Voy a traer algo en lo que te puedas llevar todas tus manzanas, hijo.

Támesis miró hacia arriba, al árbol aún cargadísimo de fruta. Suspiró.

—Quedan tantas.

—Seguirán ahí mañana, puedes volver si quieres. Tienes mi permiso de tomar las que gustes. Con las que me quedan acá tenemos suficiente para mi nieta y para mí.

—Muchas gracias, señora, sus manzanas son deliciosas.

Ágatha sonrió complacida y se retiró a traer lo prometido. Génesis soltó a Támesis, miró a su abuela entrar a la casa y un nudo se formó en su garganta.

—Acaba de morir —dijo en un susurro—. En mi presente, mi abuela acaba de morir. Ella me hizo ser quien soy. Desearía tener una forma de agradecerle.

Ágatha salió de nuevo con un costal de harina vacío que Támesis llenó de las manzanas con un poco menos de entusiasmo debido al dolor físico y al repentino humor de su compañera por pensar en la actualidad de la señora Ágatha. Génesis pensó que debía explicarle que le dolería un par de días para evitar que se enloqueciera por la sensación.

—Antes de que se me olvide —dijo Ágatha, mirando a Génesis—. La receta. —Sacó de su delantal una hoja doblada en dos escrita a puño y letra—. Pastel de manzana casero. Mi secreto es poner tres gotitas de limón a la mezcla. —Le guiñó un ojo.

Génesis miró el papel como si fuera el más grande tesoro del universo: estaba rasgado porque lo acababa de arrancar de un cuaderno y tenía la letra cursiva y pulcra de Ágatha. Siempre veía a su abuela cocinar, pero nunca la vio leyendo recetas, ni había visto una escrita por ella misma. Para Génesis, Ágatha tenía el superpoder de todas las abuelas de saberlo todo y nunca fallar.

—¿Está segura de que puede dármela?

—Por supuesto, hija, yo me sé la receta de memoria. Es más, si lo intentas y no sale bien, ven con tu novio y la preparamos juntas.

Génesis quería llorar. Considerando que el día anterior estaba tres meses atrás, dudaba que el día de mañana fuera ese mañana para poder aceptar la invitación. Daría todo su presente por cocinar una tarde con su abuela en el pasado, pero dudaba que fuera siquiera una posibilidad.

—Muchas gracias, Ágatha.

—¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó la anciana, entrecerrando los ojos.

Génesis sacudió la cabeza.

—Usted me lo dijo.

—No, no te...

—Estoy listo —interrumpió Támesis arrastrando como podía un costal lleno de manzanas y, sonriendo a Génesis, preguntó—: ¿Estás lista para irnos? Ya casi son las dos.

Génesis le había dicho que alrededor de esa hora estaría llegando la Génesis adolescente del colegio, de modo que era bueno que se lo recordara. Ella no podía estar ahí cuando volviera.

—Sí, estoy lista.

—Le agradezco las manzanas de nuevo, señora.

La abuela de Génesis negó con la cabeza restándole importancia. Támesis y Génesis empezaron a caminar de regreso, ella ayudando con el costal luego de despedirse. Al llegar a la acera, se detuvo. Miró hacia atrás, Ágatha seguía ahí observando cómo partían. En su presente, Génesis no sería capaz de jugar a la valentía abrazando a un extraño en la calle, pero estaba en una situación excepcional: estaba ¡en el pasado! Algo que de por sí se cree imposible y ella lo estaba viviendo.

Perder esa oportunidad única en un millón era absurdo, así que trotó de regreso hacia Ágatha y la envolvió en sus brazos como si nada más importase. Ágatha se sorprendió, incluso se asustó un poco del repentino acercamiento, pero cuando escuchó a Génesis llorando tras su hombro, su instinto maternal reinó y la envolvió con sus brazos, con menos fuerza, pero con empatía.

—Gracias por todo —murmuró Génesis, su voz y su alma rotas.

Agradecía por el amor, por el techo que Ágatha le dio, por la vida que le ofreció, la esperanza que nunca dejó de inculcarle y el apoyo incondicional. Pero Ágatha no lo sabía, así que dijo:

—Solo son manzanas.

—Son unas manzanas maravillosas.

Así de repentino como la abrazó, Génesis la soltó, le sonrió una vez más y se fue, dedicando una mirada de solo un segundo a Támesis antes de tomar su lado del costal de manzanas y alejarse sin mirar atrás. 

Mientras Génesis miraba la receta que su abuela le había dado, un nudo se formó en su garganta. Acariciaba el papel, preguntándose cuántas veces su abuela había hecho lo mismo antes de aprenderse de memoria los pasos para el pastel de manzana.

—¿Crees que podré conservarlo? —preguntó en voz alta.

Támesis estaba al otro lado de la sala mirando al techo con expresión ausente. Había comido tanto al regresar de casa de Ágatha que se sentía pesado e incómodo.

—¿El qué?

—El papel con la receta. No leí nada respecto a llevarme algo del pasado, pero...

—No puedes llevarte nada que altere el curso de la realidad. Una receta no hará nada en tu futuro, yo digo que la puedes llevar sin problema. —Támesis se incorporó como pudo del sofá—. Oye, estoy pensando en algo y creo que es preocupante.

Génesis blanqueó los ojos.

—No te vas a morir, solo estás indigestado. Pasa si comes como si no hubiera un mañana.

—No, eso no. Es decir, sí me siento mal, pero no es eso lo que pienso. ¿Por qué estamos ahora?

—¿Uh?

—Sí. Nuestro primer viaje fue a la... discusión con tus padres. Ahora estamos unos meses más adelante. ¿Por qué? No creo que fuera por las manzanas porque no forman parte de tu pasado.

Génesis tomó unos segundos para considerarlo. Tenía razón. Respecto a su abuela, además, no tenía dolores qué enfrentar, así que ese encuentro hermoso e imposible no podía ser el motivo de su estadía en ese momento específico.

—Tienes razón. Mi único problema en esta época fue la separación de mis padres, pero mi abuela se encargó de que estuviera bien.

Támesis reflexionó al respecto y soltó:

—¿Y si son tus padres la respuesta? Es decir, la separación fue algo duro para ambas partes y...

—A mis padres no les dolió, jamás me buscaron.

—Llevo muy poco en este plano —empezó Támesis, cauteloso porque el tono defensivo de Génesis lo intimidaba—, pero ya sé que los humanos son muy complejos. No termino de entender por qué tus padres te sacaron de la casa en primer lugar.

—Por tener novia, te lo dije.

—Sí, pero sigo sin entenderlo.

—No era bien visto que yo siendo mujer tuviera una novia.

—No lo entiendo. Pero qué más da. El punto es que... así como eso es inexplicable, quizás tuvieron sus razones para no buscarte. ¿Y si debes saberlas para poder superar esta etapa?

—Yo superé esta etapa con llanto por meses y terapia intensiva a mis veinte años, muchas gracias —espetó con desdén.

Aunque en tono casi susurrante y dudoso, Támesis contraatacó:

—Si lo hubieras superado, el viaje no nos habría traído a este momento.

Ahí estaba de nuevo esa mirada que quería asesinarlo. Génesis abrió la boca para replicar y Támesis se preparó para un grito y furia, pero a cambio la vio suspirar y decir:

—Puede que tengas razón.

—¿Ah, sí?

Génesis había superado su pasado... en su presente. Pero teniéndolo ahora tan cercano, habiéndolo visto hace tan pocas horas, la cicatriz se había roto revelando de nuevo la herida. Y no era cualquier herida, sino que sangraba a montones y dolía en cada átomo de su cuerpo.

El rencor de su adolescencia no le permitió a ella buscar a sus padres y quizás este viaje accidentado al pasado era su oportunidad —y obligación, sea dicho de paso— de hacerlo. No serviría de nada para cambiar el rumbo de su vida futura, pero era la paz que necesitaba si Támesis estaba en lo correcto. Y considerando la falta de instrucciones, cualquier sugerencia era una posibilidad.

Pero... ¿enfrentar a sus padres? Su proceso de terapia a sus veinte no la había preparado para eso, aunque en defensa de su psicóloga, Génesis sabía que no dictaban ninguna clase en la universidad que preparase a un estudiante para la posibilidad de que su paciente viajara en el tiempo.

Génesis miró la receta de pastel de manzana en su mano y luego a la cocina en esa casita en la que ahora habitaba y que quizás tendría en la nevera todo lo necesario para prepararlo. Decidió que la opción de enfrentar a sus padres era demasiado grande para tenerla en cuenta en tan poco tiempo. Si hacía un pastel y se preocupaba por eso mañana, no habría gran diferencia, ¿verdad?

Sí, decidió, lo pensaría mañana... sin importar en qué mañana despertase.

—Haré pastel de manzana, pues —reafirmó en voz alta para sí misma. Luego miró a Támesis—. Lástima que estés tan lleno, no podrás comer.

—Sí podré.

Támesis a duras penas podía levantarse del sofá, mitad por su empachamiento, mitad por el dolor de la caída. Su entusiasmo de seguir comiendo hizo reír suavemente a Génesis.

—¿Has visto en las películas el concepto de "diarrea"?

—Veo comedias, por supuesto que sé... más o menos.

—Pues eso será lo que...

Génesis se calló cuando sonó un timbre en la casa. Ni siquiera sabía que había timbre. Miró a Támesis, como para preguntarse si él esperaba a alguien, pero no materializó pregunta alguna al razonar que ella, él y sus meras existencias ahí ya eran un desafío a la normalidad, así que no había manera de que nadie los visitara. Si fuera Minutena simplemente habría entrado, de modo que no era ella.

Támesis opinaba similar y dijo:

—Quizás es Minutena que aprendió a tocar la puerta.

Se esforzó en levantarse a abrir. Génesis se quedó atrás, mirando y buscando a su alrededor qué había para defenderse en caso de ser necesario. Támesis quitó el cerrojo de la puerta y, con un tono más alto de que Génesis habría esperado, preguntó:

—¡¿Mamá?!


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