1. La Caída
Era irónico que precisamente a Támesis, un Caminante del tiempo, se le hubiera hecho tan eterna la llegada del momento de empezar su labor.
En realidad, aún no era un caminante del tiempo, porque su primer día de trabajo no había comenzado.
Los caminantes se encargaban de que los relojes del mundo humano avanzaran a un buen ritmo para equilibrar sus existencias. Los humanos eran criaturas extrañas que condicionaban su vida a una cantidad exacta de horas, un lapso limitado de días por semana, que acumulaban en doce meses exactos dividiendo sus tareas para subsistir en armonía. Los humanos reiniciaban todo el proceso cuando el último mes de su año culminaba: hacían fiesta, comían uvas y se prometían ser mejores personas por los siguientes doce meses; una rareza completa. Tenía algo que ver con su planeta rotando alrededor del sol, pero Támesis pensaba que eso solo era una excusa para sentir que tenían todo bajo control... lo cuál no era de extrañar, porque su tiempo de existencia era demasiado corto como para dejarlo al azar.
A Támesis lo recorría un escalofrío cada vez que pensaba en lo limitante que era la vida humana: con tan poquito tiempo disponible, ¿cómo iban a hacer algo realmente significativo?
—Ponme atención.
Támesis despabiló cuando Johha, su madre, chasqueó los dedos frente a él. Ya se había puesto a divagar de nuevo. Siempre perdido en sus pensamientos, solía decirle ella.
—Lo siento.
—Taim, tienes que concentrarte con tu misión. Es tu última oportunidad.
—La única que me han dado —masculló entre dientes, resentido.
Ya era un atemporal adulto, totalmente desarrollado. Ya tenía la apariencia y la madurez que tendría por el resto de su eterna existencia, pero apenas iba a comenzar a trabajar. Había atemporales de la mitad de su estatura y tiempo que estaban ejerciendo hace mucho en el mundo humano, ¡había recién creados y nacidos que ya iban a la mitad de su entrenamiento y tenían las prácticas aprobadas!
Támesis era entusiasta, inteligente, ávido investigador de antigüedades humanas y tenía una memoria excelente... pero era algo torpe. Había realizado su curso y entrenamiento dieciocho veces desde que podía recordar y si bien sus resultados en el módulo teórico eran excelentes, cuando llegaba al módulo práctico perdía todos sus puntos. Se distraía, se ponía nervioso, olvidaba sus conocimientos y terminaba metiendo la pata.
Por suerte, en cada módulo práctico, Támesis trabajaba con relojes del plano humano que no fueran tan relevantes: relojes de adolescentes cuyas consecuencias de su error solo fueron retrasos a clases; el reloj de una ama de casa a la que se le quemó un poquito el pastel en el horno cuando Támesis lo hizo mal; el reloj de un hombre que iba a un centro de bronceado y que por el desliz de Támesis se quedó más tiempo del normal en la cámara y salió con un color de piel tostado antinatural.
Todos esos eran fracasos, pero pequeños y poco relevantes en el mundo de los humanos, además, solo era su práctica, así que una vez arruinado, mandaban a otro atemporal a cubrir ese reloj, de modo que el humano no tenía más percances.
Pero esta vez era diferente. Al fin se había graduado del módulo práctico —con notas apenas suficientes— y le habían asignado un reloj fijo que debería manejar de forma permanente y sin errores.
—Una oportunidad es una oportunidad —resolvió Johha. Lo miró con algo similar al temor, luego sonrió y le acarició la mejilla—. Yo confío en ti, Taim, sé que lo harás muy bien.
—Yo también confío en mí.
Las palabras las dijo con convicción en la voz, pero no le llegó esa certeza al corazón. Estaba nervioso. Muy nervioso. Cuando has fallado tantas veces, da más miedo triunfar que fallar de nuevo.
—¿Tienes ya la información de tu reloj?
Taim asintió con vigor, recitando las palabras de la cartilla que le habían dado al asignarle su puesto de trabajo:
—Un reloj que ha estado abandonado en un ático por varios años. Una nueva dueña lo ha sacado de su caja del olvido y lo pondrá a funcionar. Es en una ciudad pequeña de latinoamérica, un lugar lo suficientemente insignificante como para que cualquier tropiezo no resulte en tragedia.
En clase de historia le habían enseñado de un caminante del tiempo que había cometido un error tan grande con su reloj —una reliquia muy importante de una ciudad principal y poderosa— que generó un trastorno inesperado en la línea temporal humana, llevó a un humano retorcido a una época vulnerable y desencadenó una guerra mundial que acabó con la vida de millones de personas. El curso de toda la historia se alteró por ese errorcillo. Támesis asentaba la mayoría de sus temores en esa historia.
Por suerte no le habían dado un reloj de esos; no, el suyo era pequeño, normal, casero y sin el poder de alterar la existencia completa de una raza. Además, no iba a fallar porque ya había aprobado su módulo práctico.
Al intento dieciocho, pero aprobar es aprobar.
Johha asintió, un poco más tranquila. Amaba a su hijo con todas sus fuerzas, pero desde que era pequeño ella supo que él era especial, que tenía rasgos que otros atemporales no y que salir adelante en Cronalis sería más difícil para él que para los demás.
—Suena bien, sé que te irá muy bien. Todo está bien.
Repetir la palabra bien una y otra vez hace que pierda su significado, pensó Támesis, pero apreciaba la voluntad de su madre de creer en él.
El sonido de una campanilla interrumpió sus pensamientos. El sonido era largo y agudo, reconfortante y a la vez amenazador. Era el sonido del inicio de su vida, era el sonido que traía la entrada a su reloj. Cuando la campanilla cesó su tañido, en medio de Támesis y de su madre apareció un pequeño dispositivo con forma de reloj de bolsillo.
Era su portal, era su pase de trabajo.
Siendo franco con sí mismo, Támesis temía que el portal no llegara. Temía que sus entrenadores hubieran hablado y reconsiderado el sello de aprobado en sus formularios, que a último momento hubieran ido a la central de portales a impedir que enviaran uno para él. Se imaginó yendo al centro de entrenamiento para empezar a cursar por decimonovena vez sus estudios. Por eso se emocionó tanto de ver que sí había llegado, era real, era palpable. Era caliente al tacto y emitía un suave tic tac desde el centro de su mecanismo.
—Sí llegó —dijo Támesis entre dientes.
—Sí, sí llegó.
La sorpresa de Johha le hizo pensar a Támesis que su madre tenía los mismos temores. Támesis suspiró y sonrió antes de tomar el aparato en su mano. Era precioso, del tamaño exacto de su palma, de color marrón brillante y con su nombre grabado atrás. Quiso llorar de orgullo.
—Al fin, madre, al fin. Espero poder verte pronto... —Y a la vez espero no hacerlo, terminó en su interior.
Los atemporales caminantes graduados eran asignados permanentes a sus relojes. No volver a ver a su madre implicaba que haría bien su trabajo y se quedaría en su estación; mientras que verla implicaba o que lo habían citado a Cronalis por algún error o que le quitaban totalmente su licencia de caminante y debería volver a casa con la vergüenza en el rostro.
—Te amo, Taim, estoy orgullosa de ti.
Las palabras sonaban sinceras y Támesis las guardó en su pecho como un tesoro. Asintió y miró su portal. Lo puso a la altura de su corazón y cuando el tic tac se sincronizó con sus latidos, Támesis sintió que se transportaba, que su madre se desvanecía de su vista y que su cuerpo flotaba unos pocos segundos antes de aterrizar en un suelo marrón, sólido y con aroma a guardado, a polvo y melancolía.
Ya estaba en su reloj.
Quería gritar de emoción, sus dedos cosquillearon con ansia por empezar y vio la silla donde debía sentarse, frente a la pared de mandos del reloj. Tomó aire y se entretuvo un poco mirando la maravilla. Era un reloj antiguo, así que tenía un mecanismo complejo y hermoso, un poco empolvado, pero parecía hecho para él, que tanto amaba las antigüedades. Engranajes, tuercas, la fuente de energía, los resortes y el regulador; todo era hermoso y tal cual aparecía en sus libros de texto. Adicional había un tablero de mandos con varios botones y palancas, cuyas funciones había aprendido al pie de la letra en sus dieciocho intentos en el curso de caminante.
Támesis vio en todos esos botones, palancas, ejes y ruedas su futuro entero. Sonrió.
Caminó hacia la central para tomar asiento... y todo se torció en un segundo. Tropezó con sus propios pies, trastabilló estrepitosamente y aterrizó sobre el tablero de mandos, su cuerpo y cara oprimiendo varios botones, sus manos enredadas en algunas palancas que se movieron bajo su peso. No dolió, pero el ruido disonante que hicieron todos esos comandos lo asustó. Se puso de pie, pidiendo a Cronos en voz baja y en el corazón que nada grave hubiera sucedido.
Tres segundos, dos segundos, un segundo y el suelo empezó a temblar con violencia.
—Ay, no... —musitó.
Eso no era normal, no era nada normal.
No sabía qué era, pero era malo.
Una niebla marrón empezó a materializarse a su alrededor hasta que no pudo ver más allá de su propia nariz. El pánico te atenazó cada poro del cuerpo.
—No, no, no, no...
Una sacudida lo hizo caer sobre sus rodillas, le faltó el aire y un pulso electrizante le recorrió el cuerpo. El piso al fin se quedó quieto, la niebla se fue disipando y pudo ver alrededor.
—No puede ser, no puede ser, no puede ser...
Tres pistas le indicaron que ya no estaba en el reloj:
Uno: había demasiados colores, tantos que saturaban su visión. Tantos que no conocía la mayoría; en Cronalis la gama de colores era mucho menor, era más opaca y monocromática.
Dos: el aire ya no olía a moho, a guardado y a melancolía, sino a pino, fracaso y otros aromas que no supo identificar.
Y tres: había una mujer desconocida frente a él que lo miraba con miedo, con recelo y que, a lo que pareció cámara lenta, empezó a gritar.
Nota de la autora:
¡Hola y bienvenidos a esta nueva novela!
El Tropiezo de Cronos: Los latidos del pasado es una historia de fantasía ligera, con viajes en el tiempo, personajes entrañables y un romance slowburn hermoso que estará en una montaña rusa de drama, humor y ficción. Te agradezco que le dieras la oportunidad ♥
♥ Espero que te guste esta historia tanto como a mí ♥
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