1. S de Sydney

—Primero, tenéis que saber que las vitaminas son un elemento vital para nosotros, y cada una nos otorga algo, por lo que son importantes. Señorita Castillo, ¿está prestando atención?

—¿Sinceramente? La verdad es que no, y si me disculpa, bueno y si no me disculpa pues tampoco es que importe demasiado, me voy de esta clase, la cual es bastante absurda.

—¿De verdad cree que las vitaminas no son importantes?

—Señor, la verdad es que no me gusta ir de sabelotodo, pero creo que haré una excepción con usted. Las vitaminas son un grupo de sustancias que son necesarias para el funcionamiento celular, el crecimiento y el desarrollo normales. Existen trece vitaminas esenciales. Esto significa que estas vitaminas se requieren para que el cuerpo funcione apropiadamente.

—Bueno eso es...

—¿Correcto? Sí, lo sé, muchas gracias y adiós.

Cerré la puerta detrás de mí mientras sonreía con suficiencia.

Supongo que debo presentarme, soy Sydney Castillo, la hija única de la rica familia de los Castillo. Vengo de una familia muy conocida, la mejor promotora de diamantes que existe en el mundo, Diamantes Galar, comúnmente conocida.

Cualquiera pensaría que me baño en diamantes y que soy una ignorante por tener el suficiente dinero para manejar mi vida a mi antojo, y no es así en realidad, bueno, lo de bañarse en diamantes lo he hecho alguna que otra vez, pero eh, estamos hablando de darse un buen baño con diamantes que hacen que todo se refleje, a todos nos habría tentado la idea.

Sin embargo, el tema de ser una ignorante está bastante alejado de la realidad, pues si hay algo que me gusta más que el dinero, son los estudios y el conocimiento. Probablemente parece algo incompatible para algunas personas, pero cuando puedes tenerlo todo en la vida, dinero, joyas, cualquier cosa que puedas imaginar, te das cuenta de lo aburrido que es poder tenerlo todo, sin ninguna restricción. Es por eso que me encanta estudiar y aumentar mi conocimiento, porque es lo único que no se puede comprar con dinero, y es lo único por lo que me puedo esforzar porque no podré comprarlo, así que eso en realidad es genial.

Pero ahora estoy en una época de mi vida en la cual me gustaría que mis problemas pudieran resolverse con dinero, y el hecho de saber que ya no tiene solución me lleva irritando bastantes semanas, y ahora mucho más.

Falta solo un día para que mi último año en el instituto empiece, normalmente estaría contenta y emocionada, pero este año no será así. Así que tengo un único objetivo, quizás algo difícil, pero estoy dispuesta a sacrificarlo todo para conseguirlo.

¿Cuál es? Fácil.

Necesito guardar mi más oscuro secreto durante 168 días, un curso entero, después ya dará igual porque me habré marchado de España y solo será una burla que permanecerá durante un tiempo limitado.

No lo negaré, la vida de los ricos es muchísimo más fácil, pero el más mínimo error en una familia con demasiado prestigio, puede suponer la ruina de todo. Nuestro mundo es más complicado de lo que las personas piensan, normalmente uno comete un error y queda en eso, un error, no tiene importancia. Pero nosotros somos observados día a día, personas que tratan de buscar un fallo que les confirme que no somos tan perfectos como todos creen, periodistas listos para publicar el más mínimo error y arruinar nuestra carrera. Un fallo, lo es todo para nosotros.

Pero bueno, como dice mi familia, no hay nada que un Castillo no pueda arreglar, y eso es justo lo que debo hacer, arreglarlo, o arrastraré a mi familia a la miseria.

Me dirigí a la mansión y una vez llegué me recibió el mayordomo, Luis.

—Buenos días, señorita —Luis hizo una especie de reverencia ante mi presencia, y esperó alguna orden por mi parte.

—Sydney —aclaré, cerrando los ojos con paciencia.

—Cierto, lo olvidé, buenos días, Sydney —volvió a inclinarse.

—Mucho mejor, y creo que podemos dejar lo de las reverencias, soy rica no reina —bromeé.

El mayordomo hizo un amago de sonreír pero al final no lo hizo, lo cual me decepcionó un poco.

—Hoy vuelve muy pronto de sus clases, ¿no cree?

—Estoy harta de ir a unas clases que no necesito, es aburrido —me quejé, cruzándome de brazos.

—Tiene que entender que sus padres lo hacen por el bien de... —le interrumpí.

—Nuestra imagen, sí, lo sé. Pero hacerme la estúpida es bastante agotador, ¿porque no puedo dejar de fingir?

—Me temo que eso no está en mi mano.

Asentí, algo decepcionada y le hice un asentimiento de cabeza para subir a mi habitación.

Mis padres viajaban mucho, a conferencias sobre todo, y yo solía quedarme en la mansión bajo el cuidado de Luis o de los empleados. Eran lo más parecido que tenía a una familia, pues la de verdad estaba bastante sobrevalorada.

Desde la ventana de mi habitación podía ver el inicio de las casas de la zona baja. El lugar estaba dividido en tres zonas: la zona alta, de los ricos, la zona media, la más común en la ciudad, no eran ni ricos ni pobres, y por último, la zona baja, de los pobres.

Era curioso, pero estaba mal visto el ir a una zona que no fuera la tuya. El punto intermedio para todas las zonas era el instituto, el único lugar donde podías juntarte con otros de otras zonas sin que se viera mal.

Así eran las cosas, una sociedad dividida por las personas que habían tenido suerte y las que no. Nunca quise ir a otra zona que no fuera la mía, y la única vez que fui solo me trajo problemas.

Dos figuras en el exterior llamaron mi atención. Parecían ir a una fiesta, por cómo iban vestidas, y se veían concentradas discutiendo sobre algo que yo no lograba escuchar.

A la primera ya la había reconocido, se trataba de Camile Vera, una chica muy reconocida por su belleza y su educación. Incluso fuimos amigas durante un tiempo, algo normal teniendo en cuenta que nuestras familias pertenecían a un rango alto, y a mis padres siempre les gustó que me juntara con gente de mi "clase social".

La segunda era una chica a la cual nunca había visto. Tenía el pelo excesivamente corto, como el de los chicos, y lo llevaba de forma alocada y despeinada. Sus ojos eran de un color muy distinto a los de Camile, los de Camile eran de un color miel suave, mientras que los de la chica de pelo corto parecían ser de un azul claro, y su atuendo dejaba bastante que desear, pues aunque era un vestido especialmente bonito, no resaltaba en su figura, y no le quedaba muy bien.

Mi madre solía decir que cuando un vestido no te quedaba bien, era porque tu no te sentías cómoda con él, que era algo psicológico, algo que tú misma provocabas.

Eso me hizo plantearme si la chica de pelo corto se sentiría incómoda con su conjunto, pues si era verdad que el aura que desprendía no iba mucho con lo que llevaba puesto.

A medida que se empezaban a alejar me costaba mucho más distinguirlas.

Frustrada, cogí mis gafas para ver mejor pero no funcionó.

Eran las maravillas de ser miope, no eras capaz de distinguir tres burros, uno encima de otro.

Como mi salvación, encontré mis prismáticos con los que podía ver, desde muchos metros de distancia, hasta los granos de la cara de las personas. Fue un hermoso regalo de mi madre a mis doce años, cuando descubrimos que era miope, y también bastante cotilla.

Aumenté el plano de los prismáticos y me reí ante la visión.

—Vaya, Camile, alguien tiene que arreglarse un poco esas cejas —me burlé.

Sí, quizás era un comentario cruel, o incluso rebuscado, teniendo en cuenta que Camile venía de una prestigiosa familia y esos detalles eran los que más cuidaba, pero desde que dejamos de ser amigas, por su culpa, la he odiado con cada parte de mi ser, así que por mi cruel que fuera mi comentario, se lo merecía.

—Señorita Sydney, creí que ya habíamos hablado del tema de espiar a la gente —ignoré la voz del mayordomo mientras observaba a las personas que iban llegando a esa fiesta de la zona pobre.

—¿Ha visto eso, Luis? Es un insulto a la vista ir con esas cejas, ¿es que no saben lo que son unas pinzas? Y ni hablar de sus granos, podría poner su cara al lado de una paella y no notaría la diferencia —dije con horror.

—Señorita Sydney —habló con reproche.

Me giré para mirarle con incredulidad y algo de irritación.

—Oh vamos, Luis, diviértase un poco. Esto es lo único divertido de esas fiestas, puedes ver como cientos de adolescentes se humillan y... —me interrumpí y me puse los prismáticos a gran velocidad—. Espera... ¡eh, eh, esas dos chicas se están tirando de los pelos! ¡Literalmente! —dije con emoción.

—Miente, déjeme ver —el mayordomo se acercó rápidamente, y miró por los prismáticos—. Ay dios, es cierto, parece que se van a arrancar el pelo de un tiron. ¿Se puede agrandar más esto? —preguntó, sin apartar la vista de los prismáticos.

Mi risa no se hizo esperar. Puede que Luis tratase de aparentar la máxima seriedad que podía, pero aveces no podía ocultar su lado cotilla.

—No, pero si me espera unos segundos puedo sacar el telescopio del armario —el mayordomo me miró con incredulidad y yo le sonreí con suficiencia—. Le aseguro que si con esos insignificantes prismáticos ve los granos de la cara, con el telescopio podrá ver incluso más allá de los pelos de la nariz.

Saqué el telescopio del armario, el cual era bastante grande y pesado, y sonreí con orgullo por mis recursos.

—No sé si asustarme por los aparatos que posee para cotillear o si robarlos para mis ratos libres.

—No se moleste en robarlo, por suerte me compraron el telescopio pareado —abrí el telescopio sacando dos enormes tubos con dos lentes del mismo tamaño, y suspiré con ensoñación—. Sí, lo sé, debe de estar pensando en lo genial que soy yo y mis recursos.

El mayordomo solo se rió y ambos pasamos la noche observando a todos los que salían y entraban de la fiesta, mientras debatíamos sobre sus conjuntos o maquillaje.

Ese día iba a convertirse en uno de mis últimos días de tranquilidad, sin preocupaciones. Pues muy pronto llegaría una ola que me arrasaría y sin esperarlo me daría una lección que nunca olvidaría, y esa ola tenía apellido, uno que se quedaría para siempre grabado en mi mente.

Vera.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top